sábado, 16 de diciembre de 2006

Con el Estatuto no será suficiente

C # : Catalonia is different, como bien apunta Criterio. Pero el Sr. Pujol sigue siendo el de siempre. De su último artículo, lleno de resabio y victimismo, emana la advertencia, y por qué no decirlo, el chantaje habitual. En el estilo, una aspereza añadida, y es que, para desgracia suya, ubú ya no es el reyezuelo de la casa nostra (¿o sí?). Se siente traicionado, y dispuesto a apalear:

Ninguno de estos escritos (tampoco éste) pretendía anunciar que bien pronto deberemos reclamar la nueva reforma estatutaria. Entonces y ahora ya era claro que la reclamación de un nuevo Estatuto y la forma como el proceso se había conducido y el coste que al fin y al cabo acabaría teniendo obligaban a no sacudir más a la sociedad catalana, a no arrastrarla hacia callejones que podrían ser culos de saco, a no agotar más sus energías, a no herir nuestra autoestima y a provocar perjuicio en nuestro prestigio.

Suerte hay que a pesar de todo esto el Estatuto resultante, por caminos retorcidos ha acabado siendo mejor que el que teníamos. Al menos sobre el papel. Porque ahora falta ver cómo se aplicará. Y esto, hacer que se aplique bien, esto sí que requiere un gran esfuerzo de todas las fuerzas políticas catalanas. Y costará lo suficiente.

O sea que cuando digo que con el Estatuto no será suficiente no propongo que debamos volver al estilo de reivindicación entre ingenua y pija que se introdujo ahora hace tres años. Es más, aún cuando por muchos catalanes el Estatuto del 30 de septiembre de 2005 sigue siendo el referente, hace falta ser consciente de que lo es en términos de un futuro no inmediato.

Ahora es el momento de volver al trabajo, de no hacer de saltimbanqui ni hacer juegos de manos, de volver a hacer país. De volver a hacer país. Desde el mundo político y desde toda la sociedad. Y hace falta ser conscientes de que vivimos un momento de urgencia y crítico. Durante los últimos años se han acumulado, de una manera muy y muy acelerada, unos cuántos retos, entre otros, la globalización, una exigencia muy grande de competitividad, la irrupción de nuevas tecnologías, unos cambios económicos y sociales de gran magnitud, una inmigración de gran volumen y gran diversidad. Y la forma cómo se han llevado las cosas durante 3 años, de 2004 a 2006, no ha ayudado nada a dar respuesta a estos problemas. De hecho los ha empeorado.

No corresponde a este editorial entrar en el aspecto propiamente político de lo que ahora se debe hacer. Pero sí que es pertinente hacer notar que sin determinadas actitudes, y sin ideas claras del que Catalunya es, de lo que puede ser y de lo que quiere ser, y sin ideas claras de sus posibilidades y de su entorno, el reto y el peligro con qué se enfrenta no serán bien superados. Es el momento de recordar –y m e excuso por la autocitación- que sin aquello que decimos un buen IVA, es decir, Ideas claras, Valores y convicciones sólidas y Actitudes positivas, constructivas y briosas un país no va adelante. Tampoco Catalunya. Y menos cuando el momento es difícil.

Y hay un primer punto que debemos tener claro: Catalunya no está en una fase postnacional. Debe dejar atrás la chulería, el espectáculo, la frivolidad, el sectarismo, la cultura del no, la tendencia a la facilidad, el autoengaño, y tantas cosas. Pero no puede renunciar a la conciencia de país, al sentimiento de país, al ideal de construir un país con personalidad propia y que de verdad valga la pena. A esto no podemos ni debemos renunciar. Y esto no se puede hacer si no se sigue defendiendo la lengua con energía, si no se levanta el techo de nuestras instituciones (sobre todo, si la Generalitat no se convierte en una Diputación grande), si no se vela por la imagen de Catalunya en el Mundo como algo que no es una Comunidad Autónoma más, si no se hace notar el carácter nacional de nuestro país, si no se explica a la inmigración de una manera convincente y positiva que Catalunya es un país diferente, si no se rechaza la idea que un catalán sólo es un ciudadano español empadronado en Catalunya. Esto y tantas cosas más que no son sólo gestionar bien, y hacer bondad. No debemos hacer bondad, lo que debemos ser es serios y leales. Que no es lo mismo que hacer bondad, pero que tiene más calidad humana y política.

Y claro está que debemos hacer infraestructuras, y ser competitivos y debemos ser modernos. Sin esto también decaeremos, y no seremos nada. Pero sólo con esto seremos como una región francesa, que no hace nada sin el permiso del prefecto y finalmente de París.

Y también claro está que debemos hacer de Catalunya un país justo y equitativo, y con buen ascensor social. Pero si dentro de las posibilidades políticas y financieras del país Catalunya siempre ha querido hacer el máximo en este sentido ha sido por el sentido profundamente y necesariamente comunitario del catalanismo. Porque ella como país y el catalanismo como movimiento nacional han sido conscientes de que sólo eran viables si la lucha por la identidad nacional y la lucha por la justicia social iban juntas. Y así hasido. Si se me permite una referencia personal esto es lo que decíamos en el año 1958, desde la clandestinidad: “El movimiento catalán será social o no será. Catalunya será fiel al ideal de justicia social o no” será. Pero sin el componente colectivo volveríamos a ser una buena región francesa, o una buena región sueca, o un buen condado inglés, admirables en tantos sentidos, pero faltos de mentalidad, de ilusión y de ambición colectivas. Y Catalunya no debe ser esto. No quiere ser esto. No es esto.

Por lo tanto, hace falta rechazar la idea que ha llegado la hora sólo de la gestoría, sólo de las carreteras, sólo de hacer bondad y de la tranquilidad. Y menos todavía de la mediocridad. Y de la pérdida de personalidad.

Por eso es por lo que aun haciendo carreteras y siendo serios y leales y continuando una buena política social hace falta también, y no en un segundo término discreto, seguir defendiendo todo lo que contribuye y hace posible la identidad nacional de Catalunya, las Instituciones y el poder político (cuenta con el nuevo Estatuto) de la lengua y la cultura al reconocimiento como país en Catalunya mismo, en España y en Europa.

Todo esto es más necesario todavía si tenemos en cuenta que la identidad catalana corre peligro. El mismo Presidente Montilla lo dice: si alguna lengua corre peligro en Catalunya es el catalán. Si para alguien la nueva inmigración puede representar un riesgo de dilución de la identidad es para Catalunya. Si en España alguna identidad puede ser objeto de rechazo es la catalana. No debemos seguir engañándonos: Catalunya como país, no como Comunidad Autónoma, no como “región”, no como economía, pero sí como país está amenazada.

Lo digo desde la convicción que lo podemos superar. Lo digo desde la fe que tengo en el país. Y para conjurar este peligro hace falta una idea clara de lo que el país es (y por lo tanto rectificar si es que algo hace falta rectificar), valores y convicciones sólidos de democracia, de justicia, de equidad y de patriotismo, y una actitud valiente. Humilde y orgullosa a la vez. Es decir, hace falta no instalarse en esto que se ha dicho la etapa postnacional.

Si queremos ser un país importante -importante dentro de lo que es su demografía y otros condicionamientos- lo primero que debemos ser es un país. No renunciar a ser un país, una nación, un pueblo. Y no renunciar a aquello que nos puede dar impulso. Algo que le dé fuerza, energía, sentido de futuro, ambición de ser referente. Y esto, como mínimo desde hace más de un siglo, ha sido el nacionalismo. O el catalanismo los que prefieran decirlo así. En todo caso, la reivindicación nacional. Sin esto, es decir, si Catalunya opta por un planteamiento postnacional, será una provincia, un departamento francés, quizás una Comunidad Autónoma sin auténtica voluntad y vocación de autogobierno. Por eso es por lo que, desde la serenidad, desde la aceptación que las cosas no se han hecho bastante bien, desde una mezcla de humildad y de ambición, hace falta afinar, hace falta subrayar, hace falta ser firmes al decir que Catalunya no está, no ha debeestar en una etapa postnacional. Que quiere decir en una etapa de cancelación del proyecto histórico de nuestro país.

Pero este llamamiento a no aceptar que la defensa de la catalanidad y de sus elementos básicos ya no debe ser un hecho muy y muy importante de nuestro vivir y de nuestro hacer colectivos no se tiene que aplicar sólo al mundo político (Parlamento, Gobierno, Presidente y oposición). Se debe aplicar también, y mucho, a la gente. La lengua catalana necesita textos legales que la defiendan y la impulsen, pero sólo con leyes no se salvará. Hace falta que la gente la hable, la reclame, la introduzca por todo por todas partes. Con respeto y comprensión hacia todo el mundo, pero hablándola y escribiéndola siempre que se pueda, que es casi siempre. Introduciéndola en el máximo posible de ambientes y de actividades, que son muchos más de lo que se suele hacer.

Haciendo a todo el mundo – y ahora especialmente a la nueva inmigración- una presentación generosa, positiva y estimulante de Catalunya. Y superando la cultura del no que tantas veces frena el desarrollo de Catalunya.

Con el Estatuto no será suficiente. Ni con una buena gestión. Ni con un clima colectivo apaciguado y quizás adormecido. Y menos con una actitud poco autoexigente. Un país son muchas cosas, pero le hace falta además voluntad de ser. Nunca puede decir “ya tenemos el trabajo hecho. Ya no hace falta que nos preocupemos por aquello que nos da identidad. Ni por aquello que nos da impulso colectivo”. Traducido al momento actual catalán no podemos decir “ya podemos guardar el sentimiento de país, la exigencia como país y la reivindicación de nuestros derechos y de nuestra identidad. Ya podemos ser postnacionales.”

Jordi Pujol
Texto publicado en su Centro de Estudios, 12-12-2006

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Pujol entona una canción de derrota, un canto de lamento, un llanto de amargura y detrás de todo ello, un gritito de guerrero, una llamada a la resistencia que no existe, un ¡ánimo! que ni él tiene.

Es la cara de la derrota, es el artífice de la pírrica victoria que tanto daño ha causado y está causando -pero que ha sido un bonito delirio y placer para unos cuantos-, es la entrega de las llaves por el jefe de la tribu, el más preclaro anticipo del hundimiento total del nacionalismo catalán desde la transición.
Y está tan jodido, que no llama Molt Honorable al actual presidente de la Generalitat.

Todos sabíamos que esto pasaría, exactamente desde el día en que Pujol, con la pinta que tiene, se dijo descendiente de carolingios.