La Fiesta Nacional está cuestionada en nuestro país como no lo está en ninguna democracia.
«Un facherío rencoroso», escribía ayer un periodista de quienes abuchean a Zapatero en el desfile de la Fiesta Nacional. Y, además, «impune», añadía, como si hubiera que procesar a los autores de los abucheos. Y es que no pensaba precisamente el periodista en el debate sobre la oportunidad o no de utilizar la Fiesta Nacional como momento para la crítica al presidente del Gobierno o sobre la libertad de expresión y sus límites. Lo suyo, que es lo de esta izquierda irrecuperable para los símbolos y la adhesión a la nación, es otra cosa. Es el atávico y anquilosado rechazo al nacionalismo español, se le llame patriotismo constitucional o patriotismo a secas. Es la incapacidad para integrarse en la nación española democrática, la incontrolable aversión a su celebración. Y a quienes la celebran. He ahí la actitud que explica los abucheos a Zapatero el día de la Fiesta Nacional. No se trata tanto del rechazo a su gestión de Gobierno. Se trata más bien de su rechazo a la nación. De la figura de un presidente que, en el desfile de la Fiesta Nacional, se sitúa allí donde nunca quiso estar, en el homenaje a la nación española, al Ejército. De un presidente que proclamó desde el inicio de su primer mandato su voluntad de construir otra España, de naciones diversas, alejada del patriotismo de la derecha. El patriotismo que para él representan la Fiesta Nacional y sus símbolos. De la misma forma que lo representan quienes acuden a celebrarla, el «facherío», que diría el periodista. Y que dirían los políticos como Zapatero tan anclados en el franquismo y sus categorías. Casi cuarenta años después del final de la dictadura, la Fiesta Nacional está cuestionada en nuestro país como no lo está en ninguna democracia. Y lo más extraordinario, con nuestro presidente al frente de ese cuestionamiento. Y aún esperan algunos que los ciudadanos se callen.
ABC - Opinión