viernes, 1 de mayo de 2009

EL VIEJO SUEÑO DE CAZADOR. Por Carlos Herrera

Garzón quiere investigar Guantánamo. En realidad, Garzón quiere investigar a Bush, pero necesita una percha que le permita ir trepando por las arborescencias sumariales con las que deleita a la afición hasta llegar al antiguo emperador norteamericano. Poder convertir la Audiencia Nacional en la Audiencia Mundial es un viejo sueño del cazador: ver subir los peldaños del tribunal a varios pelajes de líderes de la Tierra para dar cuenta de lo que Garzón «El Incansable» considera delitos contra la Humanidad, es un sueño que acaricia amanecer tras amanecer. Con especial predilección por unos más que por otros, evidentemente. Es altamente improbable que en los próximos meses instruya diligencia alguna con el fin de investigar la criminalidad de gobiernos como el chino o el coreano del norte.

No se contempla la posibilidad de que pida explicaciones al hirsuto presidente iraní acerca de la lapidación de mujeres o mutilación de homosexuales. No está en su agenda estudiar los gulags cubanos en los que los hermanos Castro han sacrificado vidas humanas por doquier. Garzón no va a investigar Boniato ni el Combinado del Este; va a investigar Guantánamo, donde cierto es que se ha practicado la tortura y se han violado elementales códigos humanitarios, donde se ha sometido a sospechosos de terrorismo a tratos degradantes e inhumanos, pero donde poco debe tener que decir un juez ajeno al sistema judicial norteamericano. El Fiscal General del Estado dijo atinadamente que no iba a apoyar una investigación como esa porque sería convertir a la Audiencia en un «juguete en manos de personas que buscan determinados protagonismos o intentan acciones políticas». Poniendo en práctica una de sus estrategias favoritas, el juez ha despertado una causa dormida que tenía en sus cajones y ha incoado diligencias informativas para identificar a todos los guardianes de la cárcel. Con ello reabre el caso que tuvo que aparcar y consigue reactivar su intención de llevar a los tribunales a la Administración norteamericana. La felicidad completa. Un sistema judicial colapsado, con presupuestos insuficientes, con estructuras administrativas anticuadas, activa procesos para meterse en camisas de once varas, de imposible desarrollo más allá de las posturas procesales, y crear el deleite de un juez justiciero con ensoñaciones de vedette. Ya se imagina a sí mismo la mañana en la que podrá ver su nombre en los titulares de los principales diarios españoles y norteamericanos: «Garzón vs. Bush», «Garzón, el juez que procesó a Bush», «Garzón logra lo que no pudo el Supremo de los EE.UU». Dios mío, qué bien sabe el croissant de primera hora con lecturas de este tipo.

Conoce bien, además, la clase de estrategias que hay que poner en marcha en casos como el presente: se deja dormir un sumario y se espera con paciencia de cazador a que alguna pieza se mueva y así se pueda relanzar el legajo y obtener dividendos de imagen con él. Sin ir más lejos, casos como el del «Bar Faisán», que no convenía en ese momento a su Gobierno amigo, ha sido anestesiado hasta mejor ocasión. Si algún día se enfada el juez con Rubalcaba -como se enfadó con Felipe después de su mala experiencia política en la última Administración González, desencadenando ello las consecuencias que todos recordamos- no tenga duda el ministro de que entonces sí se investigará el chivatazo que alertó a los etarras que utilizaban aquél bar de Irún como centro de operaciones de extorsión. Una providencial llamada de teléfono les puso en alerta y les permitió la huida, desbaratando una importante operación policial. Eran los tiempos del proceso de paz, que tan fervorosamente apoyó nuestro hombre. ¿Cuándo lo investigará Garzón? Cuando le convenga. Mientras tanto le parece más urgente empurar a Bush y dedicar tiempo, dinero y esfuerzos administrativos a una causa perfectamente inútil. Diga lo que diga la Fiscalía, por supuesto.


ABC - Opinión

DEFICIT PUBLICO, DEFICIT DEMOCRATICO. Por Guillermo Dupuy

Crisis

«Esta política no sólo supone una vulneración encubierta de los límites temporales que la democracia impone a cualquier gobierno, sino que también distorsiona profundamente el enjuiciamiento democrático de la acción del Ejecutivo por parte del ciudadano.»

El Banco de España nos anuncia que el PIB se ha derrumbado a niveles que no conocíamos desde 1970. El paro ya se sitúa en España por encima del doble de la media europea. España se sitúa a la cola de los países desarrollados en I+D y productividad laboral. La tasa española de inflación armonizada se mantuvo en abril en el -0,1%, el segundo registro negativo interanual de la historia de este indicador. Estas son algunas de las noticias que puedo leer en el momento que escribo este artículo. Y mientras tanto, el Gobierno de Zapatero sigue echando gasolina al fuego con su desatada política de gasto y endeudamiento público y con su renuencia a emprender reforma estructural alguna.


Tal y como tan bien han explicado en este periódico Juan Ramón Rallo y Lorenzo Ramírez, entre los devastadores efectos que, no sólo para el futuro de nuestra economía, tiene esta política de endeudamiento público está el del llamado crowding out. El endeudamiento de las Administraciones Públicas absorbe una creciente parte del ahorro interno, desplazando así a familias y empresas a la hora de obtener crédito.

La intención de este articulo, sin embargo, no es tanto incidir en la crítica de índole estrictamente económica a esta política de déficit público, sino complementarla con una crítica de carácter más político que denuncie sus perversos efectos, también presentes y futuros, en el funcionamiento democrático.

La democracia es un sistema que se caracteriza por una serie de contrapesos y de limitaciones al poder de las mayorías transitorias. Una de las limitaciones más obvias a ese poder es la temporal. Por mayoritaria que haya sido la elección de un determinado partido, y a diferencia de esa proclama totalitaria de "un hombre, un voto, una sola vez", cualquier gobierno, transcurrido cierto tiempo –en nuestro caso, cuatro años–, está obligado a convocar nuevas elecciones, que den posibilidad a la alternancia. Incluso durante ese tiempo, la legitimidad del gobierno de turno para fijar la presión fiscal de su preferencia puede tener límites constitucionales que, en defensa del derecho a la propiedad privada, proscriban la fiscalidad confiscatoria. Lo que ocurre con la política de déficit y endeudamiento público, sin embargo, es que el gobierno no se limita a fijar y hacer uso de los impuestos de la legislatura presente, sino que también compromete los de legislaturas futuras para las cuales aun no ha sido reelegido. Esa política no sólo supone una vulneración encubierta de los límites temporales que la democracia impone a cualquier gobierno, sino que también distorsiona profundamente el enjuiciamiento democrático de la acción del Ejecutivo por parte de los ciudadanos.

Ciertamente, como esa política de gasto público no tiene respaldo suficiente en la presión fiscal de la presente legislatura, muchos de sus costes se transfieren a las venideras. Así los beneficios se hacen visibles, mientras que muchos de sus costes –no todos, como hemos visto– se ocultan al transferirse hacia el futuro. En este sentido, no me extraña la rápida y entusiasta acogida que tuvo y sigue teniendo en el ámbito político el paradigma económico keynesiano, favorable al déficit público, y su irresponsable despreocupación por el futuro, ya que a "a largo plazo, todos muertos".

Se podrá objetar, no obstante, que nuestra pertenencia al euro nos impone ciertos límites a esa irresponsable política de endeudamiento. A este respecto, hay que reconocer, efectivamente, que en el pasado –dígase ahora lo que se quiera– nuestro ingreso en el euro permitió vender como "imperativo europeo" una sana política tendente al equilibrio presupuestario que la hizo más aceptable. Sin embargo, es de temer que esa disciplina que nos viene de fuera también ahora se relaje, ya que, sin llegar a los irresponsables extremos del Gobierno de Zapatero, casi todos los Estados están volviéndose a olvidar del "santo temor al déficit".

En cualquier caso, y al margen de los imperativos económicos, no está de más que también denunciemos al Ejecutivo de Zapatero por el déficit democrático que provoca su irresponsable política de huida hacia adelante.

Libertad Digital

LA DIFICIL DEMOCRACIA. Por M. Martín Ferrand

NO vale la pena gastar tinta y papel en ponderar la absurda iniciativa de IU, de lo que queda de ella, para que el Congreso considere, y en su caso repruebe, las declaraciones sobre el uso del preservativo que hizo el Papa Benedicto XVI durante su último viaje africano. El comunismo español se merecía un final menos ridículo, un mutis más airoso, y no una espasmódica y esperpéntica agonía como la que protagonizan los desorientados náufragos políticos que dicen liderar sus restos. En unas circunstancias como las actuales, con la Nación en quiebra y al margen de las más elementales consideraciones de respeto para con las creencias ajenas, carece de sentido una agresión al jefe del Estado Vaticano.

Sobre lo que vale la pena reflexionar es sobre la disímil conducta de dos de los cuatro representantes del PP en a Mesa del Congreso. Cuando fue sometida a ella la proposición de IU, Ana Pastor y Celia Villalobos aprobaron su admisión a trámite mientras Jorge Fernández Díaz e Ignacio Gil Lázaro se opusieron rotundamente. No han faltado voces tonantes, las de siempre, para descalificar la conducta de las dos ex ministras de Sanidad y, un poco mas allá, se ha querido aprovechar el caso para acusar al PP por su «tibieza» en la defensa de Su Santidad.

Las formas no son algo accesorio para la democracia. La función de la Mesa del Congreso es como las de los guardias que controlan la circulación. No pueden entrar en las intenciones de los conductores de los vehículos. Si una iniciativa parlamentaria cumple sus requisitos formales no corresponde entrar en su contenido. Deben tramitarla, sin más. Así entendido, quienes no obraron con respeto al reglamento fueron Fernández Díaz y Gil Lázaro.

Conviene asimilar la idea de que la integración de las personas en un partido político, el que fuere, no anula su identidad. Los militantes se obligan a la disciplina reglamentaria y a la ideología fundamental, especialmente en cuanto se expresa en los programas de actuación, pero no venden su alma. La costumbre del voto en lote es un mal hábito democrático. Hay asuntos, especialmente los de naturaleza ética, en los que no cabe ni conviene la unanimidad. No es algo que afecte al caso que hoy nos ocupa, de mera formalidad democrática; pero conviene insistir, por si podemos llegar a sanar la enfermedad partitocrática, que el poder reside en los ciudadanos, no en los partido

ABC - Opinión

MENOS MAL. Por Alfonso Ussía

El cerdo, ese animal prodigioso que tanto nos ofrece, es una víctima de la injusticia semántica.

Mi felicitación a la Organización Mundial de la Salud por la sensibilidad que ha demostrado al cambiar el nombre de «gripe porcina» por el de «nueva gripe». La primera y original denominación resultaba insultante a todas luces. El cerdo, ese animal prodigioso que tanto nos ofrece, es una víctima de la injusticia semántica.

El ser humano ha convertido sus diferentes nombres en duros calificativos. Ser acusado de cerdo, marrano, puerco o guarro nada tiene que ver con el elogio. De ahí, que todo lo que lleve el apellido de porcino, cause hondos quebrantos en la humana armonía. En cambio, lo de «nueva gripe», nada original por cierto, es más admisible por impersonal y aséptico. Con las enfermedades hay que tener mucho cuidado, porque al dolor y desasosiego que el propio mal ocasiona no se le debe añadir la distancia del desafecto. «Tiene usted la porcina». Y el suicidio por honor es perfectamente asumible. Sucede con las almorranas o hemorroides. Y con los golondrinos axilares. Se pueden tener, pero jamás reconocerlo. Un paciente almorranado intentará, por todos los medios, simular sus lacerantes desazones culares si no quiere perder el prestigio ante la sociedad. El coronel Morrison-Harvey, aquejado de unas desproporcionadas hemorroides, desfiló brillante y marcialmente al frente de su Regimiento de Dragones ante el Rey Jorge VI de la Gran Bretaña, sin que nadie, ni de la Familia Real, ni del Gobierno de Su Majestad, ni del público presente, advirtiera en sus movimientos la más leve señal de aflicción o tormento. Finalizada la gran parada militar, ingresó en un hospital londinense, donde permaneció tres semanas hasta alcanzar su curación. Enterado el Rey Jorge VI de su heroicidad, le condecoró con la Medalla de los Sufrimientos por el Reino. No recuerdo si también le hizo «Sir», pero no me extrañaría. Más o menos, lo del desprestigio social lo procura el golondrino axilar. Padecerlo conlleva la necesidad de adoptar una postura de ahuecamiento del brazo que depende del sobaco sufriente, que recuerda sobremanera a las gallinas cluecas. La más leve rozadura origina un suplicio volcánico de imposible distracción. Pero la dignidad recomienda silenciar el mal si se pretende mantener las amistades de toda la vida. El falso conde italiano Giovanni Ignazio Mugurucci, fue expulsado de la Corte del Rey Humberto en el exilio por gritar desaforadamente mientras bailaba una conga encadenada -lo que en España se llama bailar haciendo el «trenecito»-, en presencia de «Sua Maestá». Estos dos casos estremecedores han sido fundamentales para que la OMS haya cambiado el nombre de la gripe pandémica que, según parece, mucho nos amenaza. Se han prohibido los besos sin mascarilla, lo que va a producir momentos de indescriptible tensión entre los enamorados en la presente primavera. Pero pasará la epidemia y el río retomará su curso normal. Sin herir a la gente y sin insultar a los que hayan padecido la enfermedad. Incubar la «nueva gripe» es infinitamente más decoroso que padecer la «gripe porcina». Será igual, pero nunca lo mismo.

La Razón - Opinión

EL SINDICATO DEL MIEDO. Por Ignacio Camacho

CON cuatro millones de desempleados en la EPA y una caída del 3 por ciento en el Producto Interior Bruto, los sindicatos han decidido celebrar el Primero de Mayo manifestándose contra un fantasma. Cómplices de la inacción del Gobierno ante la crisis, prefieren dedicar su ritual movilización obrera a protestar contra un asunto evanescente que ni siquiera está en la agenda de la oposición. La idea de la reforma laboral, que tampoco incluye necesariamente el abaratamiento del despido, la ha lanzado por su cuenta la patronal, un «lobby» tan subvencionado como las centrales sindicales y tan poco operativo como ellas, y la han suscrito algunos gurús de la socialdemocracia a quienes resulta difícil clasificar como adalides del capitalismo. Pero el sindicalismo de izquierda gobierna en coalición con el Partido Socialista y no tiene libertad para pedir al poder unas políticas eficaces contra el desempleo. Necesita inventarse conspiraciones contra la clase trabajadora para justificar su presunto papel reivindicativo, cuando en realidad se ha convertido en un grupo de presión que bloquea cualquier iniciativa reformista.

A unos sindicatos de clase les debería sonrojar que el presidente de un Gobierno al que se le ha declarado el país en quiebra se manifieste en pleno acuerdo con sus menguadas reivindicaciones. De no chirriar con su papel institucional, Zapatero iría hoy a sujetar la pancarta. Las centrales son su fuerza de choque, la correa de transmisión de su estrategia neoperonista. Cerrado en banda a cualquier medida que pueda suponerle coste electoral, utiliza sus demandas para reforzar su inmovilismo mientras el empleo se despeña, el consumo desaparece y la productividad se evapora. Contra la exigencia creciente de reformas que den aliento a una economía colapsada, el presidente se apoya en unas organizaciones ancladas en la inercia de los subsidios para respaldar su discurso de prejuicios ideológicos. España vive en una ficción de Estado del Bienestar que se desangra por dentro, pero el zapaterismo se aferra a la doctrina del miedo y predica un estatalismo petrificado que pone parches asistenciales en una hemorragia estructural. No quiere rebajar impuestos a las empresas, ni modificar la política energética, ni revisar el tambaleante sistema de la Seguridad Social. Tampoco es capaz de crear empleo, ni de activar el crédito, ni de impulsar un modelo de crecimiento alternativo al del ladrillo desplomado. Su única línea de acción es incrementar el déficit para pagar la cobertura del desempleo, que es un derecho de los parados y el mínimo imprescindible de la cohesión social. En vez de denunciar ese suicidio a plazos, los sindicatos lo jalean y piden más ingredientes para el maná. Sin enemigo al que hostigar disimulan gritando contra unas sombras.

ABC - Opinión

¿HAY ALGUIEN AHI?. Por Emilio Campmany

Ana Pastor

«El episodio todavía podría ser el síntoma de una enfermedad más grave que la mera indolencia de Rajoy o de sus subordinados en la gobernación del partido: la representación de la profunda división que hoy padece la derecha española.»

Dos luminarias de la intelectualidad de izquierdas han presentado una proposición no de Ley para que el Congreso de los Diputados repruebe a Benedicto XVI. Al votarse en la Mesa del Congreso la admisión a trámite de la propuesta, dos de los miembros del PP, Jorge Fernández e Ignacio Gil Lázaro, votaron en contra y el resto, Celia Villalobos y Ana Pastor, lo hicieron a favor.


En algunos medios de la derecha, los que se tienen por más próximos a un ideario cristiano, se ha criticado agriamente la actitud de las dos diputadas populares. Ana Pastor se defendió en la COPE diciendo que el Tribunal Constitucional tiene establecido que la Mesa sólo puede rechazar el trámite de una propuesta por cuestiones formales, no de fondo. Jorge Fernández e Ignacio Gil Lázaro explicaron su negativa señalando que el Congreso no es la institución idónea para tramitar iniciativas de ese calado.

A ninguno de los dos bandos les faltan razones convincentes para explicar su conducta. La Mesa no puede hurtar al resto de diputados la oportunidad de debatir las proposiciones que se presenten cuando reúnan todos los requisitos formales. Pero no estaría de más que la Mesa negara el acceso a iniciativas extravagantes como ésta de Gaspar Llamazares y Joan Herrera pues, de otra manera, el pleno del Congreso acabará, como hizo el Ateneo de Madrid, votando la existencia de Dios.

Lo que en cualquier caso es inadmisible es que los cuatro miembros de la Mesa del Congreso pertenecientes al PP voten divididos. Cabe esperar que Mariano Rajoy tendrá dicho a quién de los cuatro compete fijar el sentido del voto del PP en la Mesa. Lo lógico es que sea Ana Pastor, que para eso es vicepresidenta segunda. Pero si ésta no tiene autoridad para imponer su criterio, siempre podía haber recurrido al jefe del partido. El mismo Jorge Fernández, amigo personal de Rajoy, podía, si no estaba de acuerdo con el sentido del voto marcado por Pastor, haber llamado al presidente. Cualquier cosa antes que votar divididos, pues los cuatro tienen la suficiente experiencia como para saber lo letales que son para futuras elecciones las muestras de división interna.

Con todo, el episodio todavía podría ser el síntoma de una enfermedad más grave que la mera indolencia de Rajoy o de sus subordinados en la gobernación del partido. Quizá esos cuatro diputados hayan representado en el microcosmos que es la Mesa del Congreso la profunda división que hoy padece la derecha española. Visto así el incidente, Pastor y Villalobos representarían a la derecha laica (que no laicista), preocupada especialmente por que se cumpla la Constitución, en Cataluña y en Madrid; y Fernández y Gil Lázaro serían los representantes de esa derecha católica sobre todo empeñada en que España conserve sus raíces cristianas. A ellas les gustaría más leer El Mundo y éstos se verían mejor reflejados en La Razón. Todos compartirían las mismas ideas, difiriendo tan sólo en la importancia que les darían a unas y a otras.

Sería una lástima que fuera así porque estas ideas no son incompatibles entre sí y pueden perfectamente convivir en el ideario del PP. Lo único que hace falta es un líder en el que todos puedan verse reflejados y que sea capaz de señalar con criterio cuándo hay que poner el acento en una cosa y cuándo en otra. El incidente del martes a cuenta de la propuesta de reprobar a Benedicto XVI demuestra que, hoy por hoy, no lo tienen.

Libertad Digital - Opinión

HASTA CUANDO GARZON

EL juez Garzón ha provocado un nuevo espasmo en la justicia española al iniciar una investigación por supuestas torturas denunciadas por presos islamistas que estuvieron recluidos en Guantánamo. Es la réplica de Garzón a la oposición frontal que mostró el fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido, a la querella presentada contra los juristas estadounidenses que planificaron el régimen legal de Guantánamo, querella que Conde-Pumpido llegó a calificar de fraudulenta. Ahora, Garzón reaviva unas denuncias que conocía desde hace varios años y a las que no prestó atención, pero con las que pretende encumbrarse a la dirección de una causa general contra la administración Bush, evidente objetivo último de estas decisiones. Para empezar, Garzón ya ha reclamado al juez Moreno que le remita las diligencias por los «vuelos de la CIA», alegando la conexión con las supuestas torturas a presos islamistas.

Este tipo de actuaciones judiciales desacredita el principio de justicia universal porque acaba convirtiéndose en el zafarrancho de jueces oportunistas y de estrategias puramente ideológicas, que dejan al Estado, titular del poder jurisdiccional, en manos de iniciativas incontroladas. La regulación actual de la justicia universal en España es insostenible. Resulta inaplazable una reforma que condicione la incoación de estos procesos a la existencia de un interés directo del Estado español e incluso a una querella sólo del Ministerio Fiscal. Con la vigente Ley Orgánica del Poder Judicial, la Audiencia Nacional puede investigar cualquier delito contra la humanidad cometido en cualquier tiempo y lugar, pasando por encima de las relaciones diplomáticas, de la soberanía de los demás Estados y del respeto a la función jurisdiccional. Se sabe que ninguno de estos procesos es viable, por dificultades insalvables para obtener pruebas, recibir la colaboración del Estado donde se produjeron los delitos o sentar a los responsables en el banquillo, pero se promueven aun a pesar de este fracaso asegurado, engañando además a las víctimas con unas expectativas que no se van a cumplir. Ahora bien, a esta situación se ha llegado por causas concretas, entre otras, por el halago de la izquierda que hoy gobierna a esta forma justiciera y demagógica de hacer justicia, sobre todo cuando compromete a otros gobiernos o políticos conservadores. Lo procedente, y a la espera de que en algún momento ser un mal juez tenga consecuencias, es que la Fiscalía se oponga a este nuevo sumario de Garzón y que el Gobierno cambie la ley para resguardar el poder jurisdiccional del Estado frente a nuevas temeridades judiciales en el extranjero.

ABC - Opinión

EL NOMBRE DE LA GRIPE


La enfermedad amenaza con una pandemia mundial, pero todavía de baja intensidad

Alerta muy seria, sí. Alarma teñida de dramatismo, no. Así se resume la advertencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS) a los Gobiernos, basada en la posibilidad bastante probable de que la actual gripe de origen porcino (rebautizada ayer por la UE como nueva gripe, para evitar que afecte a la industria cárnica) acabe en una grave pandemia.


De hecho, el escenario de la pandemia no significa nada más (ni nada menos) que una enfermedad que se propaga a gran velocidad en distintos países. Los expertos del Centro de Prevención y Control de las Enfermedades de la UE adelantaron ayer que entre el 40% y el 50% de la población europea padecerá probablemente la enfermedad, aunque "de forma moderada". La situación no es comparable con la de México, según esos expertos. De momento, la OMS sólo certifica (con criterios muy estrictos de verificación) 148 personas infectadas en nueve países industrializados o emergentes.

Esa realidad justifica plenamente el estado de alerta, entre otras razones porque la evolución de esta compleja cepa de gripe es "impredecible", por su carácter fácilmente transmisible y por la posibilidad de mutación del virus. Pero no avala, al menos de momento, la alarma indiscriminada, pues los casos registrados (fuera del foco mexicano) no exhiben gravedad y existe ya un repertorio de medidas sanitarias para afrontar la enfermedad, aunque no para detenerla. Conviene recordar que la gripe humana convencional se cobra unas 3.000 víctimas al año en España, no menos de 40.000 en la UE y entre un cuarto y medio millón en todo el mundo.

De modo que los Gobiernos no deben sobrerreaccionar, pero deben proseguir e intensificar, si cabe, las medidas de detección, tratamiento y puesta a disposición de los fármacos indicados, a sabiendas de que la vacuna específica tardará entre tres y seis meses en poderse comercializar. En este sentido, lo primero que han hecho las autoridades españolas es coordinar las competencias centrales y las autonómicas. Los franceses han reclamado un enfoque europeo, elemento que falló en los primeros días, con recomendaciones contradictorias entre sí, pese a la acumulación de experiencias de casos como el de las vacas locas de los años noventa.

La primera medida adoptada por la cumbre de ministros de Sanidad de la UE reunida ayer en Luxemburgo fue rechazar la propuesta francesa de suspender los vuelos procedentes de México. Por una parte, las instituciones de la UE carecen de competencias para una medida de ese tipo, por lo que en todo caso serían decisiones de cada país; por otra, se considera prematura una medida tan drástica, aunque la comisaria de Sanidad recomendó hace días, a título personal, evitar los viajes no sólo a México sino también a Estados Unidos.

Algunos países latinoamericanos sí han cerrado sus fronteras (terrestres y aéreas) con México, y Ecuador ha adoptado incluso el estado de excepción. Esta dramatización de la respuesta trae cuenta seguramente de la desconfianza hacia el Gobierno de México. Por la sospecha de que ocultó información al principio de la crisis; la certeza de que sus primeras víctimas fueron tratadas tardíamente, dada la precariedad de su sistema sanitario; y por el espectacular efecto de la recomendación presidencial a los ciudadanos de recluirse durante cinco días en sus hogares.

Una respuesta cabal a esta crisis pasa por equilibrar prevención y alarma, impulsar políticas de transparencia adecuadas, revisar los niveles sanitarios en los países emergentes. Y tomar en consideración su negativa incidencia en el comercio, el turismo y las Bolsas, como ha advertido el Banco Mundial. Por eso se requieren medidas claras y coordinadas en todos esos vectores. Algo que aún no se ha verificado.

El País - Editorial

CUANDO LA PANDEMIA SE ACERCA

LA GRIPE PORCINA -que las autoridades sanitarias bautizaron ayer como nueva gripe- se extiende rápidamente por todo el mundo.Hay ya casos sospechosos no sólo en Europa y en el continente americano sino además en Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) elevó la alerta a la llamada fase cinco, que indica que el riesgo de pandemia es inminente.El nivel de alerta cinco está caracterizado por «la propagación del virus de persona a persona al menos en dos países de una región de la OMS».


El Ministerio de Sanidad detectó ayer que una joven catalana que había estado recientemente en México contagió a su novio, el primer caso que se ha registrado en todo el mundo de una persona que se infecta sin haber estado en el país de origen del foco.

La OMS calcula en estos momentos que existen 2.000 casos sospechosos de nueva gripe en cuatro continentes. Es evidente que un porcentaje alto de quienes hayan contraído el virus lo ha transmitido a sus familias o sus amigos, lo que anticipa que van a aparecer muchos más casos de personas que se han infectado sin moverse de los lugares donde viven.

Si ello es así, la pandemia de la nueva gripe está a la vuelta de la esquina, lo que no debería suscitar alarma entre la población porque el nivel de mortandad es muy bajo y porque existen tratamientos antivirales que curan o amortiguan sus efectos.

Hasta ahora, los Gobiernos están actuando correctamente, aislando rápidamente a las personas que tienen síntomas de haberse contagiado del virus. La ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, informó ayer que hay ya 10 casos confirmados en España, donde se están habilitando zonas en algunos hospitales para internar a los enfermos.Esto es lo que se puede hacer de momento, al igual que informar a los ciudadanos. Ayer, el Gobierno británico encargó la elaboración de millones de folletos sobre la gripe, que serán distribuidos entre toda la población. También encargó de forma preventiva 30 millones de mascarillas, protector que en España se fabrica ahora mismo a destajo.

Uno de los debates que ha surgido en los últimos días es el de la conveniencia de cerrar las fronteras con México y EEUU y, más concretamente, la prohibición de vuelos procedentes de ambos países. Un portavoz del Gobierno francés pidió ayer una reunión urgente en Bruselas de los ministros de Transportes de la UE para discutir la suspensión de los vuelos procedentes de México.Es cierto que el cierre de las fronteras evitaría el riesgo de una propagación más rápida e intensa, pero la medida presenta dos graves inconvenientes: que ya es tardía y que su coste económico sería altísimo.

Desgraciadamente, vivimos en un mundo interconectado que facilita la instantánea difusión de las infecciones. Ello impide evaluar con precisión cuál es la extensión real de esta gripe, como demuestra el episodio de una mujer austriaca de 26 años que se contagió hace una semana en Guatemala cuando fue a visitar a sus padres.

El primer caso de contagio -el del niño cuya foto aparece en nuestra portada- fue detectado en México el 2 de abril. En tan sólo 28 días, la nueva gripe se ha extendido por todo el mundo.Ello pone en evidencia la fragilidad de nuestra sociedad globalizada ante eventuales enfermedades infecciosas, causadas por mutaciones que no podemos controlar. De cualquier forma, el contraste entre el niño mexicano que ha superado la gripe y el alarmismo suscitado en todo el mundo provoca la reflexión de si no se está exagerando la magnitud de la amenaza. Afortunadamente, todo apunta a que este virus no es demasiado agresivo, por lo que es muy improbable que se repita una catástrofe como la llamada gripe española de 1918.

El Mundo - Editorial

EL ALARMISMO TAMBIEN TIENE CONSECUENCIAS

Aproximadamente medio millón de personas mueren todos los años de gripe en el mundo sin que esa enfermedad nos quite el sueño. Y las consecuencias de dejarse llevar por el pánico también pueden ser muy graves para muchas personas.

Advertíamos hace pocos días, con la confirmación del primer caso de gripe porcina en España, que sin olvidarnos de la obligada prevención con la que se debe actuar en casos como éste tampoco se debía caer en el alarmismo injustificado. Pese a ser una cepa inusual, se trataba del virus de la gripe, contra el que la humanidad ha luchado y al que ha logrado contener aun sin derrotarlo. No estamos en 1918, somos más prósperos y disponemos de mejores armas con las que luchar.


Esta nueva gripe será oficialmente una pandemia, pero con ese término la OMS se limita a describir la rapidez y el número de los contagios, no la gravedad de la enfermedad. Es natural y conveniente que estemos prevenidos ante una gripe sobre cuyas consecuencias para la salud sabemos poco y cuyo alcance y gravedad real es aún un enigma. Pero que haya personas que mueran por este virus no debería llevarnos a concluir que sea excepcionalmente preocupante. Aproximadamente medio millón de personas mueren todos los años de gripe en el mundo sin que esa enfermedad nos quite el sueño. Y las consecuencias de dejarse llevar por el pánico también pueden ser muy graves para muchas personas.

El Banco Mundial estudió los efectos económicos de la gripe aviar en el segundo trimestre de 2003, por la que fallecieron alrededor de 800 personas, y estimó unas pérdidas para las economías asiáticas de 200.000 millones de dólares sólo durante el periodo estudiado, pérdidas que presumiblemente hayan sido mucho mayores a lo largo del tiempo. La causa no estuvo en las muertes en sí, sino en las consecuencias de que la gente intentara evitar el contagio. Los sectores afectados incluyeron el turístico, el del transporte colectivo o el comercial. México, un país que está luchando por sacar de la pobreza a su población, podría recibir un impacto aún mayor de esta crisis.

Es una tentación, cuando se reflexiona sobre las consecuencias económicas de un evento de este tipo, concluir que merece la pena las vidas que se salven por muy alto que sea el coste. La pérdida de cualquier vida es una tragedia, pero en esto como en tantas otras cosas hay que hacer caso a Bastiat cuando advertía sobre que en ocasiones los beneficios visibles ocultan unos costes mucho mayores que no son tan fácilmente observables.

Que México sea más pobre significa que tendrá peores hospitales y menos personal sanitario para atender a su población, peores transportes para que la gente pueda llegar a los centros de salud y que sus casas estarán menos protegidas frente a desastres naturales. En definitiva, costará vidas. Pero no serán muertes que podamos asociar a una causa tan clara como es un virus, de modo que se tenderá a ignorarlas. Pero no deberíamos. Una cosa es que se tomen precauciones ahora, cuando aún no se conoce el alcance de la crisis. Pero si se acabara confirmando que la enfermedad no se diferencia sustancialmente en gravedad y capacidad de contagio de la gripe común no deberíamos añadir más castigo del que ya ha supuesto esta epidemia.

Libertad Digital - Editorial

EL CENTENARIO DE LA EXPULSION DE LOS MORISCOS. Por Ricardo García Cárcel

Fue hace cuatrocientos años. En abril de 1609, durante el reinado de Felipe III, el Consejo de Estado acordaba la expulsión de los moriscos. A partir de septiembre de 1609 se expulsaron los moriscos valencianos y en enero de 1610 fueron desterrados los moriscos de Granada y Andalucía; desde mayo de 1610 lo fueron los de Aragón y Cataluña, y desde julio de 1610 salieron los castellanos y extremeños. En total, tuvieron que exiliarse de España algo más de 300.000 moriscos. La operación se prolongó hasta 1614.

La valoración de la expulsión ha sido siempre polémica y ha pasado por muchas fluctuaciones. En el siglo XVII se buscó, ante todo, legitimar la expulsión con argumentaciones xenófobas y racistas. Hubo que esperar al reinado de Carlos III, en la segunda mitad del siglo XVIII, para ver emerger una cierta simpatía hacia los moriscos, a caballo de los renovadas ambiciones norteafricanas de algunos políticos ilustrados, lo que se pone de manifiesto en la encomiable empresa de catalogación de los manuscritos árabes de la Biblioteca de El Escorial que llevó a cabo Casiri. El romanticismo liberal, tan antiaustracista, considerará a los moriscos víctimas del absolutismo opresor. La fascinación por lo islámico arranca especialmente de los viajeros románticos franceses y anglosajones que sublimaron las huellas árabes en España y especialmente en Andalucía. La literatura romántica española estuvo muy influida por los tópicos europeos sobre el Islam. El drama Aben Humeya de Martínez de la Rosa y las novelas Cristianos y moriscos de Estébanez Calderón o Alpujarras de Pedro Antonio de Alarcón son feudatarias de esta maurofilia romántica. La generación de Cánovas volverá a defender y justificar la expulsión con la razón de Estado por bandera. Los primeros arabistas, con Gayangos y Saavedra a la cabeza, se deslizaron por su parte hacia la nostalgia de la brillante cultura musulmana.

El franquismo, en pleno aislamiento internacional, intentaría instrumentalizar el arabismo a favor de un pasado árabe a su manera. Ya que en Europa se rechazaba a España, España miraba a Africa. Eso sí, se consideraba a los musulmanes de Al-Andalus como españoles con vestimenta árabe, se hablaba de la «quintacolumna española en el Islam», se negaba la posibilidad del Islam de evolucionar desde dentro, sino sólo a través de las influencias cristianas... Se glosó el mozarabismo, concepto que había subrayado Simonet, a fines del siglo XIX, para subrayar la fuerza del cristianismo sobre la cultura musulmana. La obra de Ribera, Asín Palacios o García Gómez, demostrando las raíces árabes de la épica y la lírica española fue muy útil para conocer la imagen de una España, matriz de cristianos, musulmanes y judíos, que se ve obligada a desprenderse en 1609 de quienes no son capaces de asumir el «hechizo español». La maurofilia del primer franquismo, por influencia del «marroquismo», es patente. Como ha recordado Payne, el embajador británico en Madrid se quedó desconcertado cuando el ministro de Franco, Beigbeder, le dijo que los españoles y los moros son un mismo pueblo. Incluso Franco intentó hacerle entender a Hitler en Hendaya la singular identificación de los españoles con los árabes.

En definitiva, la valoración de la expulsión de los moriscos ha estado tradicionalmente marcada por la bipolaridad, más emocional que racional, de los maurófilos y los maurófobos. Los primeros consideran que fue posible la asimilación o integración de los moriscos, que eran posibles alternativas distintas a la expulsión (ya en 1609 el extremeño Pedro de Valencia sugirió siete alternativas distintas aparte de la expulsión). Y reconocen en los moriscos una plasticidad política y cultural, una capacidad de adaptación, que podía conjugarse con los cristianos en el marco de una España tolerante, que la hubo. Los segundos, han partido siempre de la inasimilabilidad de los moriscos por su estructural capacidad conspirativa y lanzan un diagnóstico fatalista: no fue posible otra solución. Contraponen a los sueños alternativos de la España que no pudo ser, el implacable pesimismo de la España que fue.

Me temo que no hemos avanzado mucho en estas posiciones. Los atentados terroristas islamistas de los comienzos de nuestro siglo han condicionado una radicalización de la actitud ideológica. Hoy unos defienden la alianza de civilizaciones, otros el choque de culturas. Unos se mecen en el idealismo de la España de las tres culturas. Otros se lanzan por la vía del apocalipticismo catastrofista. El sueño de la tolerancia, el mundo feliz de la convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos, impregna de buenismo banal muchos análisis que ya no sólo lamentan la expulsión sino que parecen subrayar que la legitimidad histórica se halla en el Al-Andalus medieval que tendría derecho a recuperar el territorio perdido a lo largo de la Reconquista. La mirada complacida y complaciente hacia la dominación musulmana en España lleva hasta extremos tan políticamente correctos como querer borrar todo signo de expresiones racistas o violentas antimusulmanas en España expurgando incluso iconos representativos de aquella violencia como el de Santiago Matamoros y, desde luego, a exaltar el andalucismo como un puro reflejo del legado cultural musulmán. La expulsión de los moriscos, desde esta óptica, sería una avanzadilla de las «soluciones finales» dramáticas tomadas en nuestro siglo contra comunidades culturales por imperativos racistas.

En el otro lado, no faltan los que parecen no haber superado la literatura de cruzada, deteniéndose en los contenidos más integristas del Corán y exaltando la yihad como el supuesto eje que marca la vocación expansionista del Islam.

La verdad es que la atribución de connotaciones progresistas sólo a la maurofília es absolutamente ingenua, si recordamos la flamante guardia mora de Franco o las connotaciones reaccionarias de muchos aspectos de la cultura islámica.

El nacionalismo andaluz, recogiendo la semilla sembrada por Blas Infante, ha reasumido el patrimonio histórico musulmán soñando con la identificación de Andalucía con el global Al-Andalus musulmán y dejándose llevar por la nostalgia de una presunta prosperidad andaluza cortada en seco por los Reyes Católicos y los «castellanos invasores» y definitivamente liquidada con la expulsión de 1609.

Es obvio que Andalucía no sería igual sin los árabes, pero es absurdo pretender explicar Andalucía sólo en clave musulmana. Nadie puede negar la trascendencia de las aportaciones culturales de los musulmanes en España y en Andalucía en particular, pero es delirante el simplismo maniqueo que ha llevado a la mitificación de lo musulmán como intrínsecamente bueno y lo cristiano como intrínsecamente malo.

Sinceramente confío que el aluvión de congresos y exposiciones que nos viene (al respecto, sobresale especialmente el Congreso de Granada, del 13 al 16 de mayo de este año) con motivo del centenario de la expulsión nos ayudará a recuperar la sensatez ante tanto desparrame ideológico.

ABC - Opinión