sábado, 13 de noviembre de 2010

La fragua de Valeriano. Por M. Martín Ferrand

Endurecer con rigor las ayudas públicas a los desempleados al modo de Cameron, ¿será política activa o pasiva?

VULCANO, el de la fragua, tenía un pasar. Los dioses y los héroes del Olimpo se disputaban sus forjas, sus espadas y armaduras, tan brillantes como resistentes. Según le sorprendió Velázquez, recibía con frecuencia las visitas de Apolo y, si hubiera querido, hubiera sido el Gerardo Díaz Ferrán de su tiempo con gran alivio en el trabajo, dicho sea de paso, para el titular del juzgado madrileño número 12 de lo Mercantil. Su éxito, incluso social, fue tan grande que emparejó con Venus y, aunque la prensa del corazón y la televisión de un palmo más abajo rumorearon algunos escarceos de tan bellísima señora nunca fueron confirmados. Incluso Tannhäuser le dedicó un poema que lleva ocho siglos alimentando el espíritu del pueblo alemán. Y cabe preguntarse: ¿Llegaría a saber el patrón Vulcano lo que es una «política activa de empleo» como la que promete José Luis Rodríguez Zapatero, pregona el recién llegado Valeriano Gómez, negocia Mari Luz Rodríguez, la también sobrevenida secretaria de Estado de Empleo, y no asumen sus destinatarios?

Dando por supuesto, en función de la lógica —algo que no siempre admite la normativa laboral española—, que «política pasiva de empleo» es algo que consiste en subvencionar a los parados, bien sea con cargo a la Seguridad Social o a otros fondos públicos, ¿consistirá la política activa en la creación de empleo para poder cerrar el grifo de los subsidios que desangran al Estado, fomentan la galbana y convierten en ciudadanos de segunda clase a los parados? Endurecer con rigor las ayudas públicas a los desempleados al modo de David Cameron, ¿será política activa o pasiva?

No sé si Vulcano hubiera querido pertenecer a la CEOE y, mucho menos, si los fornidos trabajadores de su fragua militarían en CC.OO. o UGT. A juzgar por la musculatura del empleador y de sus empleados ninguno perdía mucho tiempo sentado en la mesa del «diálogo social», otro de los eufemismos al uso que ha generado el Estado de bienestar y, especialmente, la socialdemocracia rampante que lo pregona y enzarza. Ese «diálogo social» se rompió como primer y, seguramente, único efecto de la reforma laboral con la que el difuminado Celestino Corbacho volvió a donde nunca debió salir después de servirle de parachoques al presidente del Gobierno. Ahora trata de recuperarlo su sucesor y ayer reunió en el Ministerio a una representación de segundo rango de las centrales sindicales que, para evitar equívocos, se apresuró a decir que no dan por reabierto tal diálogo. Continuará. Mientras tanto, Vulcano sigue dándole al yunque con el martillo. No se puede permitir una productividad a la española.


ABC - Opinión

Gafas de sol. Por Ignacio Camacho

El nuevo estribillo es que no somos Irlanda; tras el «no somos Grecia» congelaron las pensiones y bajaron los sueldos.

EL Gobierno podrá ganar o perder las elecciones —que más bien parece que las va a perder— pero hace tiempo que ha perdido la confianza. Nadie le cree, ni dentro ni fuera de España. Los mercados han vuelto a apretar la temida tuerca del spread, el diferencial que mide lo (poco) que se fían de nosotros, porque no ven en Zapatero a un gobernante capaz de ajustar los gastos y empiezan a darse cuenta de que las fusiones frías de las cajas de ahorro son un truco para enmascarar su falta de saneamiento. En el interior, la gente se mosquea cuando oye a la vicepresidenta Salgado retomar la cantilena del «no somos Irlanda»; cuando decía que no somos Grecia tuvo que congelar las pensiones y bajar el sueldo de los funcionarios. El zapaterismo es un estilo de gobernar basado en la retórica, pero los tipos que se juegan el dinero financiando nuestra deuda no están para milongas y quieren resultados, medidas, hechos. Y lo que ven es a un presidente parapetado en sus gafas de sol que después de asfixiarse corriendo detrás de Cameron saca pecho para prometer ante el G-20 un ficticio millón de empleos a base de energía verde. El campeón del desempleo quizá sepa que a estas alturas esa clase de faroles mueven a risa a sus conciudadanos pero por lo visto aún espera impresionar a los mandatarios internacionales. Si ya no cuelan ni los encantos de Obama no parece que nadie se vaya a tragar las cuentas de la lechera de su émulo circunflejo.

El asunto de la prima de riesgo se ha complicado con la pretensión alemana de que los tenedores (privados) de la deuda asuman parte del riesgo de rescate: es decir, que se coman una porción de las posibles pérdidas en caso de suspensión de pagos. Con Irlanda al borde del colapso esos tipos nos van a pedir más garantías, y mientras no se las demos se las cobran en la dichosa prima. Para 2011 España va a tener que pagar 27.000 millones en intereses de deuda, y subiendo. El miedo de los germanos no lo disipan ni Salgado con sus estribillos ni Zapatero con sus mantras de empleo sostenible. Quieren recortes de gastos e infraestructuras que muestren voluntad seria de pagar: un Estado más delgado con menos funcionarios, unas autonomías más austeras y unas cajas más solventes. El Gobierno no se atreve a ajustar más antes de las elecciones locales y autonómicas, y después tendrá que recurrir a más subidas de impuestos porque es incapaz de meter la tijera de podar en sus dispendios clientelares. Ésa es la realidad —ésa y el crédito particular cerrado porque si el Estado no se puede financiar en el exterior, los bancos menos— y Zapatero no la va poder camuflar con su estupenda melodía de empleo verde ni amarillo. La imagen del presidente con gafas negras en Seúl es la de un gobernante cegado por la abrasadora evidencia de la desolación financiera.

ABC - Opinión

Cataluña. Why?. Por Maite Nolla

Se tendría que revisar la presentación de pajines y uriartes en las listas –porque mucho reírse de Leire Pajín, pero alguna cabeza de lista del PPC no le llega a la ministra ni a la suela de los zapatos– y se tendría que tener una idea y trabajar en ella.

Aunque pudiera parecer lo contrario, el PP sí tiene algún objetivo que cumplir en las elecciones catalanas y ninguno pasa por su propio resultado, sino por el resultado de los demás. Si el PSC se la pega, Zapatero se la pega. Y ahí no se afinará excesivamente en el matiz. No se valorará el efecto de la abstención, ni que los resultados de las autonómicas no condicionan lo que vaya o pueda pasar en las generales en Cataluña, ni que, pase lo que pase, puestos en el peor resultado para los socialistas y en el mejor para el PPC, la diferencia de votos entre populares y socialistas en Cataluña sigue siendo del doble para los segundos. Es decir, el PP no soluciona un problema que condiciona, sí o sí, el resultado de las generales: los socialistas sacan, como mínimo, un millón de votos más que el PP en Cataluña. Ahora será menos, porque vota la mitad de la gente, pero seguirá siendo más o menos el doble. Pero en el PP no entrarán a valorar tanto detalle. La derrota del PSC será la primera derrota de Zapatero. Como en las Europeas. Recuerdo que aquí, la letrada, se puso a hacer el canelo analizando la pérdida de veinticinco mil votos en Cataluña, y las consecuencias políticas de no haber conseguido un mejor resultado en plena crisis y con todo el follón. En Génova estaban celebrando que habían ganado las elecciones y punto.

Respecto a CiU, tanto Zapatero como Rajoy lo que quieren es que gane Artur Mas, porque eso les abre puertas y les aprueba presupuestos en el Congreso. Que pierda Montilla o que el PPC saque los mismos resultados de siempre, aunque al final tenga más escaños o menos, o se quede como está ahora, o sea la tercera fuerza –no por méritos propios, sino porque ERC se escurra–, a ambos les preocupa lo mismo que a Clavijo. Y por eso el PP no quiere solucionar el problema que les exponía en el párrafo superior, porque no tiene solución. El PP no aspira a mejorar sus resultados en Cataluña y acercarse un poco más al PSC –PSOE, en las generales–. Eso sería un lío. Se tendría que rehacer el partido de arriba abajo. Se tendría que decir algo coherente y no dos mil quinientas cosas sobre cada asunto y sus contrarias. Se tendría que revisar la presentación de pajines y uriartes en las listas –porque mucho reírse de Leire Pajín, pero alguna cabeza de lista del PPC no le llega a la ministra ni a la suela de los zapatos– y se tendría que tener una idea, al menos una, y trabajar en ella, como dijo "Ansar". Y como eso es muy complicado, es mejor externalizar y alquilar los votos de CiU.

Dicen que la campaña del PP para estas elecciones va a costar tres millones de euros, así, a bulto. Como dice Federico, cuando explica la anécdota del crítico teatral: why?


Libertad Digital - Opinión

Indigno esperpento. Por Hermann Tertsch

Tengo que discrepar hoy del juicio de mi querido y admirado Carlos Herrera. A lo que estamos asistiendo estos días, con la vergonzosa actuación del Gobierno español en la crisis marroquí, no tiene nada que ver con «realpolitik». Es más bien lo contrario, un alarde de dejación en la defensa de los intereses de España.

Es inmoral por la aceptación de la brutalidad marroquí, pero ante todo por el desarme moral, político y de seguridad que supone esta quiebra. Y es un espectáculo grotesco de cobardía e incompetencia. No vamos a enumerar los errores, la falta de criterio y dignidad de todos los responsables de esta traca indecorosa. Sí, la desautorización de la ministra Jiménez quince días después de su nombramiento con la orden directa del presidente a su antecesor para que viajara a Argel, es un disparate.


Pero «Morotrini» se ha desautorizado ella sola en dos semanas con tal rotundidad, rapidez y soltura que su única salida digna es dimitir. Nuestra política exterior ha entrado en el esperpento.

El régimen dictatorial de Marruecos no se ha vuelto loco. No puede asegurarse lo mismo de nuestra democracia. Rabat ha visto que una nueva generación de saharauis cristaliza en una amenaza real. Ha decidido decapitarla. Y goza de una constelación ideal para esta empresa, con EE.UU. y Francia preocupados por cualquier brote radical en el Magreb, y una España dirigida por esta tropa de ineptos. Obsesionados por no perder sus intereses en Marruecos. Suyos, no de España. Renunciaron a utilizar los medios de presión que tiene España. Que son más que los de Marruecos frente a nosotros. Como con otras satrapías, han pretendido una armonía tramposa a cambio de jirones de dignidad española. Rabat les ha cogido la medida. Son incapaces de defender a los periodistas. Excuso hablarles de nuestra soberanía.


ABC - Opinión

Sostenible. Por Alfonso Ussía

Es el vacío mensaje «progre». Se encaja en cualquier esquina. Sostenible. El adjetivo de Zapatero. En Seúl, sin que se le agriete la cara y manteniendo una seriedad solemne ajena al lógico ataque de risa, Zapatero ha anunciado la creación en España de un millón de puestos de trabajo con empleos de la «economía verde sostenible». También se refirió a la edificación sostenible, que no termino de entender lo que es. Toda edificación tiene la obligación de ser sostenible. En caso contrario sería una edificación derrumbable, y no tendría sentido. En los ríos de España se ha impuesto la gestión sostenible de las truchas, y en las sierras y dehesas, de los conejos y los jabalíes. Nos hallamos en la era de la economía sostenible que no se sostiene por ninguna parte.

Economía ecológica sostenible y un millón de puestos de trabajo. Los asistentes a la cumbre del G20 en Seúl han demostrado una exquisita educación. Nadie se ha reído. Con toda probabilidad porque no lo han entendido. Un problema de la traducción simultánea. Resulta curioso el desenfado de Zapatero cuando se halla a miles de kilómetros de Rodiezmo. Zapatero ha demostrado que no está capacitado para crear puestos de trabajo, y menos aún un millón de ellos, ya sean ecosostenibles verdes o consecuencia de sus auroras boreales, de sus portentosas mentiras. Pero temo que el único que lo cree es él mismo, víctima de su facilísima falsedad. Para mí, que Zapatero confía en la necedad sostenible de la sociedad española, y apura su donaire en el engaño para sostenerse en el poder.


Me pasa con la economía verde, ecológica y sostenible lo mismo que cuando oigo que una persona es muy cultivada. Que me la figuro con las orejas abarrotadas de rábanos, zanahorias y espinacas. Hasta la fecha, la energía llamada blanca, la energía supuestamente limpia, es ruinosa por cara. Y los ecologistas no han mostrado su malestar por la destrucción de los paisajes de España. No hay altozano, ni cumbre, ni cuerda montañosa, ni páramo alto en nuestra tierra que no haya sido violado por esos terroríficos molinos blancos que tantos beneficios dan a unos pocos. Protestan por una valla que impide el paso a un sapo partero y no por el aniquilamiento de nuestros paisajes. Un horror perfectamente sostenible, como la afonía indigna de los ecologistas «sandía».

Pero lo del millón de puestos de trabajo no resulta aceptable ni desde le sentido del humor. A los parados les importa un bledo la economía verde, azul, violeta o naranja. Lo que desean es un puesto de trabajo, después de que los gobiernos de Zapatero hayan destrozado dos millones de ellos. Zapatero es el creador de la angustia sostenible en millones de hogares de España. A este pobre hombre no se le puede tomar en serio. Y menos en Seúl, a miles de kilómetros de Rodiezmo.

Economía sostenible, ecologismo sostenible, gestiones sostenibles, adecuación sostenible de la interacción autonómica, edificación sostenible, impulso sostenible y al final, mentira sostenible. Una mentira perversa camuflada en su proverbial cursilería semántica. Los empresarios que le acompañaban se miraban con estupor mientras oían sus oquedades. Aquí, en Rodiezmo, lo único sostenible es la ruina.


La Razón - Opinión

G-20. Je-20. Por Pablo Molina

Si Felipe González prometió crear ochocientos mil, y encima contaminantes, a ver por qué no va a poder ZP generar un millón de plazas de vigilante de aerogeneradores o de responsable del grupo electrógeno que alimenta a los paneles solares cuando anochece.

Es fácil imaginar la expectación que la presencia de ZP en cualquier foro debe despertar entre sus asistentes, porque como humorista involuntario el tipo no tiene rival. Cualquier cumbre internacional se convierte automáticamente en el Club de la Comedia cuando ZP sube al estrado, con el añadido de que nuestro presidente, al contrario que los cómicos profesionales, jamás repite un show.

Su capacidad para provocar la risa con cualquier motivo hace que el repertorio presidencial sea prácticamente inagotable, aunque forzoso es reconocer que haciendo chistes sobre economía es donde ha cosechado sus principales éxitos. Es lógico que sea en las cumbres de las organizaciones económicas donde su presencia adquiere mayor relevancia.


Antes de acudir al G-20, es decir, antes de convertir el encuentro en el Je-20, ya avanzó las líneas fundamentales con las que pretendía trazar su intervención, a saber, el apoyo a los desempleados y la creación de un millón de puestos de trabajo, pero verdes.

Si Felipe González prometió crear ochocientos mil, y encima contaminantes, a ver por qué no va a poder ZP generar un millón de plazas de vigilante de aerogeneradores o de responsable del grupo electrógeno que alimenta a los paneles solares cuando anochece, que es curiosamente cuando más energía solar producimos en España. Total, sólo se trata de conceder las subvenciones necesarias que hagan factible, por la vía del expolio ajeno, un negocio al que sólo el fanatismo alocado de los progres terminales permite subsistir.

Con los graves problemas a que se enfrentan los líderes mundiales, escuchar al presidente del país que peores resultados está cosechando dar lecciones sobre la forma de salir de la crisis tiene una gran utilidad. Después de unas risas escuchando a ZP, el ambiente se relaja y las ideas fluyen con más facilidad. Falta les hace.


Libertad Digital - Opinión

El caudillo que no pudo ser. Por Xavier Pericay

«Los hechos han demostrado, con parecida insistencia, que en esta parte de España no existe otra transversalidad que la constituida por el nacionalismo catalán. Así fue con Pujol y Maragall, así ha sido con Montilla, y así será, presumiblemente, con Artur Mas».

EL 10 de septiembre de 2009, coincidiendo con el 150 aniversario del nacimiento de Francesc Macià, el Parlamento catalán acogió un homenaje a su figura. Que el homenaje tuviera lugar en aquella fecha y no once días más tarde —que es cuando se cumplía en verdad el siglo y medio conmemorado— obedecía, por supuesto, a la voluntad de entreverar la efeméride en los fastos de la Diada. La Cataluña política llevaba ya entonces tres largos años sin vivir en sí, atenta al menor suspiro del Tribunal Constitucional, por lo que reforzar los actos del día de la patria catalana con la evocación de quien fuera primer presidente de la Generalitat republicana e impulsor del primer Estatuto de Autonomía de la era moderna —y de todas las eras imaginables— no solo permitía conjuntar pasado y presente, sino también, y muy especialmente, seguir calentando motores. De ahí que el presidente del Parlamento, Ernest Benach, reuniera para la ocasión a los sucesores vivientes del homenajeado, o sea, a Jordi Pujol, Pasqual Maragall y José Montilla, y les invitara a hablar. Como es natural, quien más, quien menos, todos hablaron del «abuelo» Macià y de su ejemplo. Y todos enlazaron el —a su juicio— glorioso ayer republicano con el sombrío presente de hace poco más de un año. El Estatuto y sus miserias, claro. Pero también la necesidad de contar con un Macià redivivo, con alguien que acaudillara, llegada la hora, un movimiento unitario de respuesta a una sentencia adversa del Constitucional, que cada vez se presumía más probable.

Ese hombre, ese nuevo caudillo catalán, no podía ser otro —legalidad obliga— que José Montilla. Así lo indicaron, así lo reclamaron entonces públicamente, tanto Pujol como Maragall. Y así lo asumió el propio afectado: «Estaré al frente de la respuesta institucional que haga falta». Quizá por ello, cuando hizo falta —esto es, diez meses más tarde, tras conocerse el fallo y el consiguiente alcance de la tijera y de la lima—, el presidente de la Generalitat se puso, resuelto, al frente del movimiento. Y convocó una manifestación. Pero —lo recordarán, sin duda— las cosas se torcieron y en vez de terminar la marcha en loor de multitud, como hubiera sido su deseo y como habría cabido esperar de un guía supremo, conductor de su pueblo, tuvo que abandonarla fuertemente escoltado, entre el griterío y los insultos de los manifestantes, para refugiarse en la sede del Departamento de Justicia.

Ignoro, por supuesto, qué le pasó por la cabeza aquel infausto 10 de julio de 2010 mientras aguardaba allí dentro a que la marabunta escampara. Pero no me extrañaría lo más mínimo que pensara ya entonces en pisar el freno. Y, si no entonces, al cabo de poco. No era solo aquel fin de fiesta inesperado, aquel caudillaje que no pudo ser. Estaban también las encuestas. Desde mediados de marzo dibujaban un panorama francamente distinto al de meses anteriores: el tripartito ya no sumaba lo necesario, y, aunque el principal batacazo se lo llevaban los independentistas de ERC, los socialistas también recibían lo suyo. Total, que, en los pronósticos demoscópicos, CIU se hallaba muy cerca de esa mitad más uno del Parlamento autonómico que permite no tener que gobernar en comandita. Por otro lado, el número dos del Gobierno y máximo representante del ala nacionalista del PSC, el consejero de Economía Antoni Castells, había empezado a expresar por lo bajín a quien quisiera oírle que con él ya no contaran. Así las cosas, el fracaso del todavía presidente de la Generalitat era un hecho. Ni había podido erigirse en el caudillo de todos los catalanes, ni había sido capaz de conservar la mayoría parlamentaria surgida de las urnas y de los pactos a tres ni había logrado, en fin, que el sector catalanista de su partido, al que se había entregado en cuerpo y alma, siguiera secundándole. En lo sucesivo, ya slo le quedaba cambiar de rumbo.

Pero para eso, claro, necesitaba tiempo. Mucho más del que tenía por delante. De ahí que empezara creándolo. Y como no podía estirar el calendario añadiéndole algún mes más, apuró hasta límites insospechados el margen de que disponía para fijar la fecha de las elecciones. Al fin y al cabo, no pesan igual cien días de campaña que sesenta. Porque lo que Montilla emprendió nada más volver de vacaciones fue una verdadera campaña. Eso sí, harto singular. Y no tanto por su duración exagerada como por su insólita naturaleza. Lejos de basarse en una suma de propuestas, más o menos razonadas, sobre lo que los socialistas catalanes piensan hacer en la próxima legislatura autonómica como prolongación de sus siete años de gobierno de presunto progreso, la campaña ha consistido hasta la fecha en un goteo incesante de renuncias. En soltar lastre, vaya. Y en nada más.

Bien es cierto que ese desprendimiento doctrinal no ha sido en modo alguno aleatorio. Al contrario. Ya sea por boca del presidente de la Generalitat en alguno de sus esforzados discursos; ya sea a través de las declaraciones de algún palafrenero; ya sea mediante vídeos o comunicados; ya sea, en fin, porque el programa electoral así lo recoge, el partido se ha ido desasiendo poco a poco de muchos de los oropeles identitarios con que había adornado en los últimos años su discurso y sus obras. Sobre todo en el frente lingüístico. Tras apoyar durante el septenio tripartito cuantas medidas coactivas iba tomando el Gobierno de la Generalitat, y ello tanto si correspondían a un departamento propio como si concernían a uno de ERC, los dirigentes socialistas se han destapado ahora como unos firmes partidarios del bilingüismo y de una política para la lengua catalana basada en el estímulo, el convencimiento y el imprescindible consenso. Ver para creer.

¿Significa ello que Montilla y los suyos han llegado a la conclusión de que la vía identitaria no conduce a ninguna parte? O, en otras palabras, ¿puede inferirse de ese cambio de rumbo que las famosas dos almas del PSC, la españolista y la catalanista, van a quedar reducidas en el futuro a una sola, y no precisamente la segunda? En absoluto. Si algo han evidenciado esos siete años de tripartito es el carácter meramente instrumental —y, en consecuencia, oportunista— de la bipolaridad socialista. Por más que los rectores del partido hayan insistido, una y otra vez, en la transversalidad del PSC en tanto que supremo garante de la cohesión social en Cataluña, los hechos han demostrado, con parecida insistencia, que en esta parte de España no existe otra transversalidad —es decir, otra instancia de poder político y social— que la constituida por el nacionalismo catalán. Así fue con Pujol y Maragall, así ha sido con Montilla, y así será, presumiblemente, con Artur Mas. Si ahora el partido opta por esconder su cara más autonomista en vísperas de unas elecciones autonómicas es tan solo porque está convencido de que las va a perder. Y porque considera que, ya puestos, más vale perder por poco tratando de recuperar unos votos, los del cinturón de Barcelona, que en otro tiempo fueron suyos, que hacerlo por goleada. Al fin y al cabo, aquel caudillo que no pudo ser aspira a seguir viviendo, mejor o peor, del cuento. Y, con él, toda la tropa.


ABC - Opinión

Papelón en el Sáhara

El Gobierno rompió ayer su silencio sobre la situación del Sáhara, aunque no fue ni para condenar los sucesos en ese territorio ni para exigir una investigación por el fallecimiento del ciudadano español Baby Hamday Buyema, cuya nacionalidad fue confirmada por la ministra Trinidad Jiménez después de una llamativa resistencia por parte del Ejecutivo. Tampoco se apuntaron las iniciativas de nuestro país sobre el deterioro de la situación humanitaria y el atropello sistemático que sufren los periodistas españoles por parte de las autoridades de Rabat. Desde Seúl, Rodríguez Zapatero se limitó a insistir en un mensaje tan obvio como insuficiente, como es que la relación con Marruecos es un asunto de Estado, que la relación con nuestro vecino es «prioritaria» y que «los intereses de España son lo que el Gobierno tiene que poner por delante». Sin duda, esas premisas son indiscutibles y no seremos nosotros quienes cuestionen ese vínculo preferente y privilegiado con Rabat.

Pero también en diplomacia el término medio suele ser la virtud, y en este caso la reacción española ha sido decepcionante por su parcialidad a favor de Marruecos. Como potencia descolonizadora del territorio, España tiene una responsabilidad histórica extraordinaria que no puede desatender ni difuminar en el silencio diplomático cuando la magnitud de los altercados ha alcanzado las cotas actuales. Algo más habrá que hacer además de mostrar la lógica preocupación, lamentar lo sucedido y reclamar una solución negociada entre las partes. Escudarse, como intentó la ministra Trinidad Jiménez, tras la confusión y la falta de información para mantenerse a distancia resulta una actitud impropia de un país con nuestras obligaciones.

El Gobierno tampoco puede ignorar que entre las víctimas de los sucesos de El Aaiún hay un español, y que su caso puede ser investigado en la Audiencia Nacional, como ayer avanzó la familia. Otra complicación más que demuestra que la pasividad ha sido y es un mala estrategia.

España no puede andar desaparecida en este conflicto ni apelar a la manida «realpolitik» para sustentar su posición conformista y de debilidad ante Marruecos. Es cierto que la complejidad de nuestras relaciones con Rabat aconsejan prudencia, porque Ceuta y Melilla, las pateras o el terrorismo islamista son elementos del escenario geoestratégico a tener en cuenta. Pero no es menos verdad que Marruecos también necesita de manera sustancial a España y no digamos ya a la UE. Su estabilidad política y su desarrollo económico dependen de la relación con Madrid y Bruselas, y ésa es una baza a explotar.

Un futuro estable y pacífico para el Sáhara sólo será posible cuando todos los actores internacionales del proceso –desde la ONU a España– asuman su responsabilidad y fuercen un acuerdo justo. Mientras tanto, al menos, deberían impedir la impunidad, los abusos y la vulneración de los derechos humanos en el territorio. Por lo demás, esta nueva crisis ha demostrado de nuevo la lenidad de nuestra desnortada diplomacia en manos ahora de la insólita bicefalia Jiménez-Moratinos.


La Razón - Editorial

Decepción en Seúl

Tras el fracaso cambiario del G-20, el FMI debe coordinar las políticas para salir de la crisis.

La cumbre del G-20 en Seúl no ha contribuido a eliminar los riesgos que pesaban sobre la recuperación económica global. Tampoco se ha puesto fin a las guerras cambiarias. Ni el Gobierno de EE UU ha podido comprometerse a una suavización de la inundación de dólares que está llevando a cabo en el contexto de su política monetaria agresiva, ni el de China ha dejado ver su intención de flexibilizar el régimen de flotación muy limitada del yuan. Tampoco los bancos centrales de otros países de la OCDE han anunciado que dejarán de intervenir en los mercados de divisas para neutralizar la apreciación de sus monedas, ni los que han introducido controles de cambio han proclamado su levantamiento.

Todas esas prácticas son contraproducentes para la recuperación económica y pueden sentar las bases de una escalada peligrosa. Las políticas de empobrecimiento del vecino fueron las responsables de la oleada de proteccionismo que, además de profundizar la Gran Depresión, causaron las tensiones que condujeron a la II Guerra Mundial.


En ninguna de las dos líneas complementarias que tenían que haber trabajado los asistentes a esa cumbre -la definición de regulaciones vinculantes para neutralizar las peores consecuencias de las futuras crisis financieras y el alejamiento de los brotes de proteccionismo- los avances han sido reseñables. Aunque la importancia de ese propósito de fortalecimiento de la regulación bancaria sigue vigente, lo más urgente ahora era volver al juego limpio: concretar la cooperación internacional en torno a la necesaria recuperación económica y del empleo, evitando los atajos que empobrecen a los vecinos con prácticas distantes del juego limpio.

Pero tampoco ha habido avances en el frente bancario. La regulación que debería haberse aprobado en esa reunión debería haber tenido en cuenta la nefasta gestión de riesgos. A los bancos han de exigírseles requisitos de capital suficientes, posiciones de liquidez mínimas y topes al margen de apalancamiento. Y esas exigencias han de ser tanto mayores cuanto mayor sea el potencial desestabilizador de las empresas financieras. Es razonable, como propuso Paul Volcker, que sean los mayores (too big to fail: demasiado grandes para dejarlos quebrar) y los que llevan a cabo una actividad transfronteriza más intensa, los que tengan una regulación más estricta.

No debería esperarse a la próxima reunión del G-20 para coordinar las políticas económicas que sacarán al mundo de la crisis y reducirán el desempleo. Puede hacerlo perfectamente el Fondo Monetario Internacional, empezando por la redefinición de nuevos esquemas de regímenes cambiarios y la supervisión de las prácticas al respecto de sus países socios. No se trata tanto de una segunda edición de Bretton Woods como de la definición de un proceso por parte de las economías más integradas internacionalmente hacia un sistema de flotación de los tipos de cambio, libre de las intervenciones excesivas que generan las tensiones actuales.


ABC - Opinión

¿Y si Israel hubiese atacado El Aaiún?

Para ser antisemita no es necesario hacer apología neonazi; basta para ello con disimular las propias pulsiones antijudías detrás de un doble lenguaje que permite censurar siempre y en todo momento la actuación de los israelíes.

Apenas unas horas después de que el ejército israelí matara en defensa propia a una decena de activistas de la mal llamada Flotilla de la Libertad, el Gobierno español no dudó un momento en llamar al embajador israelí, Rafael Schutz, para exigirle explicaciones por los "graves", "preocupantes" y "desproporcionados" hechos acaecidos. El propio PSOE, por boca de Elena Valenciano, no tardó ni unas horas en "condenar energéticamente (...) este inadmisible ataque". Posteriormente supimos que el Mavi Marmara era un buque organizado por Hamas para provocar precisamente una reacción sangrienta con la que volver a incitar el odio hacia Israel por parte de la comunidad internacional.

No en vano, Hamas sabía que su estrategia no caería en saco roto, pues el ambiente antisemita que se respira en la mayoría de Gobiernos occidentales (no hablemos ya de los no occidentales) propicia que cualquier actuación discutible del Estado de Israel se convierta en una causa general contra todo lo judío.


Mejor le habría ido a Israel de haberse transmutado en Marruecos. Cinco días después de que el ejército marroquí entrara en El Aaiún y asesinara a varios saharauis –incluido uno de origen español–, el Gobierno español sigue sin condenar su actuación. La nueva ministra de Exteriores ha justificado su pusilanimidad en que "hay un flujo de informaciones contradictorias, y no se conoce el recuento". En otras palabras, para el Ejecutivo español la condena de los asesinatos no depende de las circunstancias en que éstos se produzcan –si suponen una iniciación de la violencia o una respuesta legítima a la misma– sino de la cuantía de los cadáveres.

Se podrá pensar que el doble rasero del PSOE, que condena al Estado de Derecho israelí con las mismas prisas con las que disculpa a la dictadura marroquí, se debe a una simple táctica comercial. Zapatero ya lo dejó claro en su momento al firmar que "el Gobierno pone por delante los intereses de España", lo que sólo puede significar o que los intereses de España pasan por promocionar las autocracias o que está dispuesto a vender nuestra dignidad y nuestros principios por 30 monedas de plata.

Sin embargo, esta ingenua interpretación no casa demasiado bien con un Gobierno tan ideologizado y tan despreocupado por la economía como el de Zapatero. En realidad, la explicación a tamaña hipocresía hay que buscarla en otra parte: en la judeofobia, esa actitud tan típicamente occidental de enjuiciar a los judíos con una vara de medir distinta que al resto del mundo.

Para ser antisemita no es necesario militar en un partido neonazi ni hacer apología del odio contra Israel; basta para ello con excusar a los antisemitas activos y con disimular las propias pulsiones antijudias detrás de un doble lenguaje que permite censurar siempre y en todo momento la actuación de los israelíes. Nunca nos cansaremos de denunciar esta sofisticada hipocresía detrás de la que se esconde la secular judeofobia de la izquierda y de la derecha. En momentos como éstos, es imprescindible recordarlo.


Libertad Digital - Editorial

Violación de derechos básicos

A la cancelación de la acreditación del corresponsal de ABC se suma la denegación del derecho a defenderse de cargos no especificados.

LA libertad de información empieza a resentirse ante la obsequiosidad con la que el Gobierno español ha actuado con el marroquí en las dos últimas semanas. Cuando el ministro de Asuntos Exteriores, Taieb Fassi Fihri, compareció en el Palacio de Santa Cruz la pasada semana y denunció a la prensa española sin que su contra parte, Trinidad Jiménez, le pidiese una rectificación, se sentó la base del atropello que sufrió ayer la Prensa libre en la persona del corresponsal de ABC, Luis de Vega.

El Gobierno marroquí acusa al corresponsal de este diario de «la difusión de informaciones falsas» sobre lo sucedido en la capital del Sahara y sostiene que De Vega muestra «falta de respeto» a unas reglas de la profesión que no enumeró y «falta de todo profesionalismo», cualidad sobre la que el Gobierno marroquí se atribuye la capacidad de determinar quién posee y quién no. Es evidente el paso atrás que dio ayer Marruecos, que sumó la retirada de la acreditación al corresponsal de ABC a la expulsión horas antes de los enviados especiales de la cadena SER. Pero hay una violación de los más básicos derechos de cualquier ciudadano que agrava esta muy seria anulación del derecho a la libertad de información. La retirada de la acreditación del corresponsal de ABC no le fue comunicada por las autoridades marroquíes pertinentes, sino que fue anunciada por medio de la agencia oficial de prensa. Y ello a pesar de que Marruecos firmó el 19 de enero de 1977, y ratificó el 3 de mayo de 1979, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos que dispone que toda persona objeto de una acusación sea informada previamente y juzgada según las reglas de un proceso equitativo, especialmente en lo que concierne a la igualdad de derecho a la defensa. Es evidente que ese principio básico en cualquier estado de Derecho ha sido violado por Marruecos.

ABC siempre ha informado sobre la realidad marroquí de forma objetiva y ha mantenido una corresponsalía desde enero de 1988. ABC ha elogiado los numerosos progresos habidos en Marruecos durante los últimos veintidós años y ha criticado lo que de censurable ha tenido la actuación del Gobierno marroquí, como cualquier otro gobierno. Y desde Rabat o desde Madrid seguiremos haciendo lo uno y lo otro.


ABC - Editorial