Poner coto a una delincuencia de gitanos balcánicos no es maldad, ni fascismo.
HAY que tener mucho cuidado hoy en día con lo que se dice. Hay que ser muy bueno y comprensivo y tolerante y amante del amor multirracial. Forzosamente. Si no se quiere uno convertir en un apestado que se merece lo peor. Por racista, xenófobo o nazi. Todos estamos advertidos. Ayer le tocó el turno al bueno de Esteban González Pons en la «televisión pública», que podría llamarse «TeleLukashenko». Sólo en Bielorrusia hay en Europa una televisión que rezuma tanto paleoizquierdismo como la casita de Oliart. González Pons tenía que responder a una pregunta sobre el debate abierto en toda Europa sobre la inmigración y en este caso sobre la política hacia la comunidad gitana llegada a Europa occidental desde los Balcanes orientales. González Pons no se batió mal frente a una pregunta, por supuesto malintencionada, que en síntesis venía a plantearle la sospecha de que el PP podría ser tan xenófobo y perverso como Sarkozy. Y el político del PP, consciente de que todo lo que dijera podría ser utilizado en su contra, recurrió a su zurrón de bellas palabras para hablar de las infinitas bondades de la integración, la convivencia y los derechos humanos. Es decir de todos los lugares tan comunes que nadie cuestiona. Sólo al final, con boca algo pequeña, aludió a los derechos de todos, «también de los españoles», y al cumplimiento de la ley por todos. Ahí, en el cumplimiento de las leyes, es donde está la cuestión a la que los políticos no quieren entrar. Por eso hay ya bolsas de inmigración para las que las leyes no parecen regir. Siguen hablando de «los casos aislados de delincuencia», de los éxitos de la integración y de otras quimeras que hace tiempo gran parte de la población sólo percibe para irritarse aún más. Nuestros políticos siguen minimizando u ocultando un problema que, como ya ha sucedido en Alemania o Francia, les acabará estallando bajo sus indolentes poltronas. Parecen estar esperando a que irrumpan en la política racistas de verdad y a éstos obtengan sus primeros éxitos de reclutamiento y votos entre ciudadanos hartos de ser tachados de racistas por expresar sus temores y hablar de realidades cotidianas.
En nuestro país, gracias a la hegemonía mediática de una izquierda simplista y manipuladora, puede existir la impresión de que Francia y Europa se han levantado indignadas contra las medidas de Sarkozy. ¡Quiá! Los doce mil manifestantes que protestaron contra ellas el pasado sábado en París reflejan mejor la realidad. La fotografía de Jane Birkin encabezándola, el prototipo de la «pijoprogre» que vive en el centro de París, en Saint Germain de Prés, donde no verá a un gitano rumano ni buscándolo, habrá confirmado a millones de parisinos de extrarradios —expertos en la convivencia con esta inmigración— que nada se les había perdido en aquella manifestación. Cierto, la cuestión es muy compleja y las medidas de Sarkozy pueden gustar o no. Pero poner coto a una delincuencia de gitanos balcánicos, que existe, y a su falta de voluntad de integración y cumplimiento de las leyes, que también, no es maldad ni fascismo. Temeridad es esa supuesta bondad, simple y mentirosa, que oculta los problemas con nefastas consecuencias.
ABC - Opinión