miércoles, 3 de agosto de 2011

Prima de riesgo. Que nos rescaten, pero sin que se note mucho. Por Juan Ramón Rallo

Que nos rescaten pero sin que se note mucho y, sobre todo, sin que tengamos que hacer las reformas que nuestros cortesanos decían que ya habíamos hecho pero que obviamente nunca hicimos.

Cuando todo lo demás falla, échale la culpa a los demás. Las servidumbres políticas se pagan caras en términos de honradez y credibilidad: y es que aquellos mismos que hace unos meses sacaban pecho por que España ya había hecho todas las reformas necesarias y por que la recuperación marchaba viento en popa, se topan ahora con la realidad que no quisieron ver o no supieron comprender.

Así, en opinión de nuestros economistas cortesanos, no hay ninguna razón de peso ni para que la prima de riesgo esté en máximos históricos ni para que el país se halle a las puertas de la intervención. Simple irracionalidad de los mercados que como tal se debe combatir: si nadie nos quiere prestar voluntariamente, habrá que articular mecanismos comunitarios para que lo hagan de manera coactiva. Es decir, para que nos rescaten pero sin que se note mucho y, sobre todo, sin que tengamos que hacer las reformas que nuestros cortesanos decían que ya habíamos hecho pero que obviamente nunca hicimos

El recetario no es novedoso: o bien eurobonos para que nuestro alto riesgo se diluya con el buen crédito alemán o bien monetización masiva de nuestra deuda por el BCE para socavar la liquidez del banco emisor colocándole nuestros bonos públicos suprime (o bien los dos a la vez, que nada sería más fácil que la monetización de los eurobonos por parte del BCE, a imagen y semejanza de la Fed en EEUU).


Cualquier cosa menos reconocer que, como algunos veníamos diciendo, los fraudulentos parches que ZP colocó a nuestra economía tenían bien poco que ver con las reformas que necesitábamos. Al cabo, si todo se hizo bien, ¿por qué nadie nos quiere prestar salvo a crecientes tipos de interés? ¿Acaso no existe ningún riesgo de que impaguemos, de que se rompa la Eurozona y de que, en definitiva, nuestros acreedores no vayan a recuperar la totalidad de los fondos que nos extienden o de que lo hagan en una divisa absolutamente devaluada?

Y, por favor, no sigamos con la milonga de que tenemos una ratio de deuda pública sobre el PIB muy bajo. Nuestro problema es que, debido a las masivas expansiones crediticias del BCE durante la década pasada, nuestra deuda total, incluyendo la privada, es tan elevada que la única manera de no suspender pagos es pidiendo refinanciación al extranjero. Lo que se pone en duda es si un sector privado tan debilitado como el nuestro podrá atender sus obligaciones sin la asistencia continuada de un sector público –por ejemplo, vía subsidios de desempleo– que, por cierto, tampoco es autosuficiente al necesitar del crédito exterior para financiar sus déficits: y es que si el Estado subiera los impuestos –para reducir su dependencia del exterior– el sector privado vería minorados sus recursos para amortizar sus deudas, incrementando su dependencia del crédito extranjero: estamos presos en la trampa de gastar como país mucho más de lo que producimos y esa diferencia nos la han de sufragar unos inversores que temen que en ningún momento produzcamos más de lo que gastemos y podamos pagarles.

Con una deuda exterior bruta del conjunto del país superior al 200% del PIB (o del 100% en términos netos), no les negaría yo cierta lógica a los temores. Lean, si no, el estudio más exhaustivo realizado hasta la fecha, el de Reinhart y Rogoff: "Al final, las suspensiones de pagos suceden con frecuencia a niveles de deuda externa bastante por debajo al 60% del PIB". ¡Del 60%! Y nosotros estamos en el 200% y con cinco millones de parados.

Así pues, si existe un cierto riesgo de suspender pagos, alto, bajo o muy bajo, pero si existe –es decir, si es posible que los acreedores extranjeros sufran unas pérdidas descomunales–, la prima de riesgo ascendente es más que comprensible. De hecho, si ahora mismo, como ya todos reconocen, la única manera de no ahogarnos en el lodazal de la desconfianza que generamos es rapiñando la credibilidad del Tesoro alemán o de la moneda europea, es que ya necesitamos un rescate; es que ya no nos valemos por nosotros mismos; es que ya requerimos de medidas extraordinarias para no derrumbarnos como economía.

Podemos seguir engañándonos a la espera de que lleguen Trichet o Draghi con los préstamos subprime. Pero al menos dejémoslo claro: si hemos llegado a esta situación es porque en ningún momento hemos hecho los deberes. Es decir, en ningún momento hemos comenzado a gastar como país sustancialmente menos de lo que producimos; ya sea porque hemos continuado gastando a ritmos de burbuja o incluso superiores (sobre todo por parte del sector público) o porque no hemos sido capaces de reconstruir nuestra economía para volver a fabricar tanta riqueza como la que deseábamos consumir (sobre todo, por las rigideces que el Estado no se ha dignado en eliminar). Ahora, claro, tras la servil y cómplice operación de mascarada de los últimos meses, sólo cabe patalear por la irracionalidad de los mercados y exigir la intervención del BCE. Es decir, que nos rescaten pero por la puerta de atrás, no sea que nos obliguen de verdad a hacer las reformas y dejen a más de un político y de un economista con sus vergüenzas al descubierto.


Libre Mercado - Opinión

Elecciones ya o pacto de Estado. Por Melchor Miralles

Toda España en alerta. El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, despachó ayer por teléfono con Mariano Rajoy, Alfredo Pérez Rubalcaba y los parlamentarios para informarles de los pasos que se están dando tras la debacle que supone la subida de la prima de riesgo por encima de los 400 puntos básicos. España e Italia están al borde de la intervención y hay dudas incluso de que la Eurozona esté en condiciones de rescatar a ambos países. Y, como explicaba ayer El Confidencial en exclusiva, los Hedge Founds han vuelto "en manada, estos fondos han ganado mucho dinero en los dos últimos años y ahora quieren hacer caja en España e Italia". ¿Qué hacer en esta situación gravísima?

El acuerdo al límite alcanzado en los EEUU entre demócratas y republicanos no gustó en el fondo a casi nadie. Sirvió para evitar la suspensión de pagos del gigante del planeta, pero la dureza, sumada a las inconcreciones, parieron un pacto que deja insatisfechos a los mercados. La reacción en lo que se refiere a España fue clara. El primer día subió la prima de riesgo y la Bolsa vivió una jornada negra. Ayer el Ibex cedió otro 2,2% y cayó a su nivel más bajo desde 2010 y la prima de riesgo se situó por encima de los 400 puntos. Bruselas niega que el rescate de España esté sobre la mesa y muestra su confianza en las medidas adoptadas por el Gobierno. Pero ello no es suficiente.


Parece evidente que Rodríguez Zapatero, esta vez, no ha manejado bien los tiempos. Al anunciar la fecha de las elecciones con cuatro meses de antelación ha generado una situación de impasse , una fase de interinidad que eterniza la campaña electoral doblando lo que sería su duración normal, lo cual genera una sensación de parálisis que los mercados, que reclaman estabilidad, rechazan de plano. Nadie confía en que sea viable cumplir con los objetivos de déficit y reducción del gasto, las Autonomías están al límite y todo este entramado de dudas en el ámbito político, fiscal, económico, social e incluso judicial ensombrece el panorama y nuestra imagen en el exterior de modo insostenible.
«Y el presidente, en mi modesta opinión, sólo tiene dos soluciones: o disuelve inmediatamente las cámaras y convoca elecciones para celebrar a finales de septiembre o inicios de octubre, o convoca ya mismo al líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, al del PP, Mariano Rajoy y al resto de los responsables de los partidos parlamentarios para diseñar un plan de emergencia.»
Nuestra economía no está para bromas, para juegos florales, para guiños electoralistas, para campañas o campañitas de imagen, para más demagogia barata. Y el presidente, en mi modesta opinión, sólo tiene dos soluciones: o disuelve inmediatamente las cámaras y convoca elecciones para celebrar a finales de septiembre o inicios de octubre, o convoca ya mismo al líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, al del PP, Mariano Rajoy y al resto de los responsables de los partidos parlamentarios para diseñar un plan de emergencia. El acuerdo debe incluir unas bases mínimas entre todos ellos para tomar las decisiones ineludibles que han de adoptarse para no caer al precipicio al que estamos asomados, entre otras razones, por su impericia.

No podemos estar a expensas de que China compre deuda española, de que suene la flauta por casualidad. Es en estos momentos donde se ve la grandeza de un hombre de Estado, la amplitud de miras y la capacidad de rectificar de quien tiene la responsabilidad de gestionar la cosa pública. Si nosotros seguimos haciendo el 'canelo', escuchando como si fuera normal a Artur Mas o Iñigo Urkullu, con la que nos está cayendo, hablar de nuevos conciertos económicos, más dislates soberanistas y otras cuestiones menores como asuntos prioritarios, a Rubalcaba planteando como eje de su campaña subir los impuestos a unos bancos que inmediatamente repercutirán ese coste sobre sus clientes y cuestiones de ese jaez, no salimos del agujero.

O elecciones ya o pacto de Estado que incluya unos presupuestos para el 2012 ajustados a la dramática realidad que tenemos delante, medidas de control severo del gasto público, reformas del mercado de trabajo que permitan generar empleo, medidas estructurales para reactivar la economía, primeros pasos para redefinir el modelo autonómico, un compromiso de campaña limpia, alejada de los estrambotes habituales que tanta indignación generan y todos juntos remando en la misma dirección en beneficio de los ciudadanos. Lo demás sería una formidable irresponsabilidad.


El Confidencial - Opinión

Prima de riesgo. Melancolía española. Por Agapito Maestre

Si todo fuera como yo doy a entender, estaríamos ante una prueba sencilla, casi natural, de política democrática, independientemente de quien gobierne, para resolver el principal problema de España, a saber su desnacionalización.

Zapatero ha suspendido sus vacaciones, aunque sólo sea por unas horas, porque la prima de riesgo del bono español respecto del alemán supera ya los 400 puntos. Además, según informan diferentes agencias, ha llamado a Mariano Rajoy para informarle de los pasos que dará el Gobierno para solventar este penúltimo capítulo de la crisis financiera de nuestro país. Supongo que Rajoy le habrá sugerido alguna otra medida y, seguramente, habrán llegado a ciertos acuerdos por el bien de España. De los españoles. Esa acción, quiero pensar, tendría un carácter nacional. Estaríamos ante una decisión consensuada: una medida concreta a favor de un Estado-nación moderno. Si todo fuera como yo doy a entender, estaríamos ante una prueba sencilla, casi natural, de política democrática, independientemente de quien gobierne, para resolver el principal problema de España, a saber su desnacionalización o la carencia absoluta de grandes consensos políticos a favor del Estado-nación.

Cuento todo esto para dar respuesta a un lector, que me afea mi pensamiento contra el proceso de desnacionalización de España que abrió la Constitución de 1978, y que ahora aparece como uno de los principales problemas para la recuperación económica y, sobre todo, moral de nuestro país. Mi crítico lector, que desprecia tanto mis análisis como mis propuestas, me exige un poco más de concreción para salir del marasmo del llamado Estado de las Autonomías. Le agradezco sus críticas y, por supuesto, espero que mis columnas le sigan estimulando para ejercer su libre pensamiento. Y aunque yo no soy muy partidario de ese lenguaje que separa el pensamiento de la acción política, la teoría de la famosa "práctica" o pragmatismo, creo que en la llamada de Zapatero a Rajoy, y el consiguiente acuerdo que yo presumo entre los dos, podría ser un buen ejemplo, una medida en el lenguaje de mi crítico lector, para hacer política nacional y no partidista o "autonomista".

Dicho en lenguaje muy sencillo, y desde la posición de un teórico radical de la democracia, la política es básicamente conflicto; pero si de vez en cuando esa situación conflictiva, reitero, no se resuelve en consensos de carácter nacional, entonces la política democrática es inviable, o peor, corre el riesgo de convertirse en su contrario bárbaro. Eso es lo que ha pasado, por desgracia, desde el primer –y, quizá último si descartamos los Pactos de La Moncloa– pacto nacional: el consenso constitucional que, al margen de triunfalismo baratos, derivó muy pronto en un cambalache a favor de una Constitución inviable. En ello estamos. Precisamente, por eso, aunque yo me haya atrevido a poner como ejemplo de consenso la llamada de Zapatero a Rajoy, nadie tiene confianza en ese acuerdo. Es pura retórica, incluso al borde del abismo económico.

Así las cosas, si persiste mi crítico lector en que le ofrezca alguna medida concreta de mi modesto magín, aquí tiene una sencilla: discutan y debatan los partidos sobre medidas concretas y no sobre vagas promesas de pre-campaña, pero, sobre todo, acuerden un modelo de Estado donde todos los españoles seamos libre e iguales ante la ley. Sencillo. Pero no fácil de llevar a cabo. Ya lo dijo Baltasar Gracián, en su famoso opúsculo El político Don Fernando, al hablar de las diferencias entre Francia y España. Mantiene que en Francia casi todo concurre para que la gobernación sea fácil, en tanto que en España muchas cosas la hacen difícil: "Los mismos mares, los montes y los ríos, le son a Francia término connatural y muralla para su conservación. Pero en la monarquía de España, donde las provincias son muchas; las ´naciones`, diferentes; las lenguas, varias; las inclinaciones, opuestas; los climas, encontrados; así como es menester gran capacidad para conservar, así mucha para unir".


Libertad Digital - Opinión

Convulsión global. Por José Antonio Vera

Tres veranos después del estallido de la «burbuja sub-prime», el mundo desarrollado sigue inmerso en una crisis monumental, que amenaza de lleno al «way of life» occidental. El penúltimo episodio ha llevado a las bolsas mundiales a caídas en picado y a una escalada de las primas de riesgo en España o Italia, arrastrados por el colapso norteamericano, un país con evidentes señales de agotamiento, que no acaba de levantar cabeza y está perdiendo credibilidad como potencia económica de referencia. Ahora se ha salvado por los pelos del «default» (suspensión de pagos), a cambio de un drástico recorte que permitirá a Obama subir el techo de deuda en 2,1 billones de dólares, pero comprometiéndose a bajar el déficit con menos gasto doméstico, militar y social.

Obama llegó al poder como un mesías pero ahora ya casi nadie cree ni en él. Lo veo estos días de paso por Chicago, la ciudad que le lanzó como político. Barack Husein es hoy sinónimo de frustración. Ya sólo le apoyan los incondicionales, y pocos creen que pueda repetir un segundo mandato.


La cuestión es que la primera economía del mundo está en el centro de la turbulencia global como consecuencia de la crisis de la deuda soberana. En vez de enfrentarse a la recesión como Merkel en Alemania, con ahorro y ajustes, la Administración demócrata optó por la huida hacia adelante, disparando el déficit público hasta el peligrosísimo nivel del 11 por ciento del pib, y la deuda al 99 por ciento de ese mismo producto interior bruto (14 billones de dólares), que en realidad alcanza hasta el 124 del pib si se incluye el endeudamiento local y el de entidades nacionalizadas como Fannie Mae y Freddie Mac. Desde la fatídica quiebra de Lehman Brothers, Washington no ha parado de emitir dinero. Y aunque logró evitar el colapso financiero, no acaba de despegar.

La cuestión es que el tema de fondo sigue sin solventarse. Me lo explicaba hace dos días en Boston un hostelero hispano amigo con 30 años de residencia en el país: «Nos daban el dinero por nada, sin garantía alguna y con unos precios inmobiliarios inflados, hasta diez veces por encima de su valor real». La consecuencia es que la banca está arruinada y sus activos tóxicos (viviendas compradas con hipotecas basura) siguen lastrando al gigante norteamericano, con el agua al cuello porque, pese a la constante emisión de dólares, no logra activar el consumo y persiste el desempleo. El peor escenario para un momento como el actual, en que las agencias de rating castigan a los países con alto nivel de endeudamiento y déficit descontrolado.

El modelo Obama se parece demasiado en la superficie al agotado sistema con el que Zapatero nos ha hundido a nosotros más aun en la crisis que de hecho padece todo el mundo. La política del gastar sin parar no podía llevar finalmente mas que a una nueva crisis, en este caso de deuda. Y Estados Unidos, como España, se ha quedado atrapado en medio del huracán.


La Razón - Opinión

Prima de riesgo. Zapatero no se irá de rositas. Por Emilio J. González

ZP ha querido dejarle al PP una bomba de relojería con la fecha elegida para las próximas generales, pero la jugada le puede salir bastante mal.

Zapatero quiere elecciones el 20 de noviembre, pero como sigan las cosas como este lunes en los mercados internacionales de deuda, o convoca ya elecciones o antes de la fecha elegida se puede encontrar con una crisis de deuda en toda regla, una crisis que, todo sea dicho, él solito se ha buscado.

ZP ha querido dejarle al PP una bomba de relojería con la fecha elegida para las próximas generales, ya que, de mantenerse, va a provocar una parálisis importantísima del ajuste presupuestario, debido a los plazos de tiempo para constituir el nuevo Parlamento, formar Gobierno, elaborar los presupuestos para 2012 y llevar a cabo su tramitación en las Cortes. Pero la jugada le puede salir bastante mal. Lejos de tranquilizarse ante la perspectiva de un cambio de Gobierno que permita empezar a enderezar la maltrecha situación tanto de las finanzas públicas españolas como de la economía y el empleo, los mercados se han puesto nerviosos ante la constatación de que el todavía presidente del Gobierno no tiene la menor intención de hacer lo más mínimo por resolver la crisis, sino que lo que pretende es pasarle la patata caliente a su sucesor en La Moncloa y, a ser posible, que le estalle en las manos. Es su forma de vengarse de un partido al que ha intentado destruir por todos los medios y que le ha dado una enorme patada en las elecciones municipales y autonómicas que ha acabado con sus aspiraciones políticas. Pero ha calculado mal, como siempre.


De entrada, Zapatero debería saber que, en el mundo de la globalización, el mes de agosto es muy propicio para el estallido de crisis financieras y monetarias. Así sucedió con la crisis asiática del 97, la de la deuda rusa del 98 o la crisis financiera internacional de 2007. Si la historia de este lunes se repite más días, podemos estar a las puertas de otra. También debería saber que los mercados se mueven en función de la confianza, y lo que ha hecho con la fecha de las elecciones no la genera, sino todo lo contrario. Porque lo que ha pasado este lunes, especuladores aparte, es que ha empezado una huida masiva de la deuda española hacia la alemana, disparando de esta forma la prima de riesgo. Y aunque las compras de bonos españoles por parte de los chinos han evitado que ahora estemos hablando de un lunes negro, si los mercados siguen así, ni el gigante asiático podrá contenerlos.

El mensaje de los mercados a Zapatero, por tanto, ha sido muy claro: que se olvide del 20-N y convoque ya las elecciones, porque, en caso contrario, no se va a ir de rositas.


Libertad Digital - Opinión

Anacrónico. Por Alfonso Ussía

En el año undécimo del siglo XXI, el comunismo es anacrónico. Un fracaso que no sirve para nada. El recuerdo de la tiranía, del muro, del silencio y del infinito aburrimiento. En la Alemania comunista tenían prohibidos los plátanos porque se consideraban inductores del lujo. Las izquierdas han sido inteligentes y han conseguido convencer a muchos de que el comunismo es democrático. Lo es, efectivamente, cuando no gobierna. El comunismo en el poder sigue siendo dictatorial y totalitario, porque de no ser así, no podría mantenerse. Cuando el muro fue derribado –lo hicieron los propios comunistas pragmáticos empujados por Juan Pablo II y Ronald Reagan, los más odiados entre los derrumbados–, el comunismo se camufló en otros proyectos, sin perder su férrea voluntad autoritaria. El ecologismo coñazo, el feminismo radical y el anticristianismo obsesivo. Se trataba de acoplarse a algo que tuviera futuro para paliar la desventura de una ideología que representaba el fracaso rotundo del pasado. Un fracaso sangriento y criminal, por otra parte. Todavía sobreviven, y es un decir, tiranías comunistas. Son dinásticas. Corea del Norte y Cuba. Y el experimento chino, que poco a poco se abre a los mercados libres con su inmenso poder económico.

En España hay un millón de personas que votan a los comunistas. Me intriga, pero así es. Se mantienen gracias a la sangría decepcionada que proviene del socialismo. Y como tienen poco que hacer se divierten en tonterías oportunistas. Ahora protestan por la visita del Papa Benedicto a Madrid con motivo de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Una visita que no le va a costar ni un euro a los madrileños y al resto de los españoles. Días atrás, una actriz de la Ceja enchufada en Extremadura dimitió de su cargo –es decir, se adelantó al despido–, porque había sido obligada a retirar de una exposición la fotografía de un maniquí vasco desnudo que pretendía representar a Jesucristo con un crucifijo sobre sus blanduras del entrepernil. A nadie de la izquierda se le ocurre sacar en pelotas a Alá y su profeta Mahoma porque la grosería y falta de respeto conllevan un riesgo inmimente. Los cristianos ponen la otra mejilla y rezan por quienes los ofenden y los musulmanes matan. Esa es la diferencia, que no considero inapreciable.

La Delegada del Gobierno en Madrid, que es la típica «progre» desnortada, parece que ha autorizado una manifestación contra la visita del Papa coincidiendo con su estancia en Madrid. Y el llamado Coordinador General de Izquierda Unida –muy poco coordina en los últimos tiempos–, ha montado una campañita para denunciar el coste de la visita de Benedicto XVI, que es denuncia vana por cuanto el coste es de cero euros. Pero se justifican y se divierten, y es bueno para una nación libre y democrática que los comunistas estén divertidos y entretenidos con sus fantasmas y sus obsesiones.

La visita del Papa a Madrid es un acontecimiento universal.La juventud del mundo a Madrid viene a encontrarse con él. Millones de jóvenes visitarán España, y Madrid se convertirá por unos días en la Capital del futuro de la Cristiandad. Una chica de Izquierda Unida, también coordinadora de algo –el comunismo se ha convertido en una reunión de coordinadores, segun parece–, ha sido la encargada de presentar la campañita «Madrid sin Papa». El mensaje no tiene sentido, porque el Papa va a estar en Madrid, y no sólo Madrid, sino toda España y la juventud del mundo le acompañarán. Pero en fin, si así se divierten los anacrónicos y creen que hacen algo, pues que lo pasen chupi.


La Razón - Opinión

Prima de riesgo. ¿Cuánto tardará Bruselas en llamar a la puerta? Por Juan Ramón Rallo

Al final, si no queremos hacer sacrificios voluntarios, nos acabaremos comiendo la suspensión de pagos. Y ahí los sacrificios llegarán sí o sí por un simple detalle: no habrá dinero.

No hay nada en la redonda cifra de 400 puntos básicos en nuestra prima de riesgo que exija a gritos un rescate o una intervención. Lo mismo da 400, que 395 que 412. La línea roja no la marca un número, sino la diferencia cualitativa entre unos riesgos que son digeribles para los inversores –Alemania, Austria, Dinamarca, Finlandia u Holanda: todos ellos con tipos de interés por debajo del 3,5% y con primas de riesgo inferiores a 100 puntos básicos– y otros que ya no lo son –Grecia, Irlanda, Italia, Portugal o España: todos con tipos superiores al 6% y diferenciales por encima de los 350 puntos básicos–. Lo grave para nuestro país es que, por mucho que ahora mismo nos sigan mimando unas agencias de rating –que todavía le confieren a nuestra deuda las más altas garantías de la doble A–, el mercado nos ha discriminado como malos riesgos, de modo que todos aquellos inversores que estén buscando reservas de valor más o menos seguras, no acuden precisamente a nosotros.

Las causas de este fiasco no hay que buscarlas en el insaciable apetito de los mercados, sino más bien en la ilimitada voracidad de los políticos por continuar gastando mucho más de lo que ingresan. No hace falta estar dotado de una inteligencia extraordinaria para descubrir lo que diferencia a los países seguros de los arriesgados: los primeros tienen déficits públicos modestos y acumulan volúmenes de deuda manejables; los segundos, en cambio, presentan déficits públicos o volúmenes de deuda desproporcionados. En el fondo, es lo que diferencia a buen de un mal deudor también en el sector privado.


Fíjense: en 2010, Alemania apenas tenía un déficit del 3%, Austria del 4%, Finlandia del 2,7% y Holanda del 5% (pero con una deuda total del 60% del PIB); en contraste, España alcanzaba un déficit del 9,2%, Grecia del 9,5%, Irlanda del 32%, Portugal del 7,3% e Italia del 4,6% (pero con una deuda total del 120% del PIB). Y ello por no hablar de la muy dispar capacidad de estas economías para crear riqueza y, por tanto, amortizar su deuda.

Hay un mundo de diferencia entre ambos grupos que nuestros políticos no han querido ver y ahora cosechamos, cuando ya es demasiado tarde para darle la vuelta a la tortilla, las podridos frutos de su irresponsabilidad pasada. Precisamente, las economías periféricas, las más débiles, las que debíamos atravesar por un mayor reajuste interno y las que teníamos menos capacidad para asumir nuevas deudas, deberíamos haber sido las más austeras. Pero fue al revés: no le hicimos caso al sentido común –más bien nos guiamos por el común sinsentido keynesiano– y ahora nos sorprendemos de que la prima de riesgo salte por los aires.

Lo cierto es que la dinámica en la que nos encontramos tiene muy difícil salida. Es harto complicado que el Reino de España recupere la credibilidad de que va a honrar todos sus compromisos internacionales. No porque los mercados nos odien –después del tijeretazo, cuando dio la impresión de que íbamos a coger al toro por los cuernos, nuestro diferencial cayó por debajo de 150 puntos básicos– sino porque ya nos hemos burlado demasiado de ellos –recuerden al jefe del Eurogrupo, Jean Claude Juncker, diciendo que "cuando las cosas se ponen feas, hay que mentir"– y, sobre todo, porque parece que no nos tomamos en serio el riesgo de suspender pagos. Si, según reza el imaginario socialista, las cosas dentro del país están bien como están y nuestros problemas sólo provienen de los malvados especuladores de fuera, la respuesta de esos ahorradores internacionales de los que dependemos será bien sencilla: quédense con su paraíso interno, que nosotros nos guardamos el dinero fuera.

¿Solución? Hacer en unas semanas lo que deberíamos haber hecho en toda una legislatura. Pero, primero, no parece ni que el PP ni mucho menos el PSOE estén dispuestos a ser austeros y liberalizadores de verdad; segundo, aunque alguno quisiera serlo, no van a anunciarlo antes de las generales, en esencia porque la mayoría de los españoles no quiere asumir el coste de que lo sean; y, tercero, para las generales todavía quedan casi cuatro meses.

Bruselas está cada vez más cerca de llamar a la puerta y de volver irrelevante la R que nos gobierne en 2012; claro que, viendo los planes de ajuste a medio camino de Grecia y Portugal, tampoco esto es garantía de nada. Al final, si no queremos hacer sacrificios voluntarios, nos acabaremos comiendo la suspensión de pagos. Y ahí, fuera del euro y con una devaluación de caballo, los sacrificios llegarán sí o sí por un simple detalle: no habrá dinero.


Libertad Digital - Opinión

La amenaza de la prima de riesgo

La prima de riesgo –la diferencia entre el rendimiento del bono a 10 años español con respecto a su homólogo alemán– procuró ayer a la economía española una jornada pródiga en sobresaltos e incertidumbres, ya que parecía que ésta estaba fuera de control y a merced de la volatilidad y la desconfianza de los mercados. A primera hora de la mañana, se rebasaron los temidos 400 puntos, se llegó a los 404, barrera que, según los expertos, una vez rebasada puede indicar que un país debe ser rescatado. Al final de la jornada, se batió otro récord y cerró en 386 puntos.

Las causas hay que buscarlas en varios factores: está claro que el nuevo balón de oxígeno a Grecia no ha aplacado la desconfianza sobre nuestra economía. Tampoco han ayudado mucho, sino todo lo contrario, las turbulencias en Estados Unidos, ya que a pesar del acuerdo sobre la deuda, la caída del consumo en este país ha repercutido severa y negativamente en su Producto Interior Bruto. Pero más allá de las circunstancias de la economía mundial, parece que las medidas del actual Ejecutivo no convencen a los inversores. La situación ayer fue lo suficientemente crítica como para que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, conversase con los líderes de las principales fuerzas políticas de nuestro país para comunicarles los contactos que el equipo económico del Ejecutivo estaba manteniendo con los gobiernos de Francia, Italia –que también vivió una jornada crítica– y Alemania. Y desde la Comisión Europea se intentó tranquilizar a los mercados al mostrarse convencida de que las autoridades españolas están tomando las medidas necesarias para que la economía se estabilice, por lo que descartaba una intervención. Sin embargo, lo cierto es que la rentabilidad del bono sigue cotizando al alza, lo que encarece aún más la financiación del Gobierno y de las empresas españolas. Si España se mantiene en estos niveles, la economía no podrá crecer y se destruirá más empleo, lo que supone un riesgo que el Ejecutivo debe atajar. Ya se ha demostrado que no basta con un conjunto de medidas más o menos afortunadas y hacer los deberes. Es necesario ir más allá. Lo que se necesita en este momento son profundas reformas estructurales que no pueden esperar al desenlace de las elecciones generales del 20 de noviembre, porque a medio plazo estos niveles no son sostenibles y cada vez es más caro financiarse. El Gobierno –a pesar del anuncio de ayer, en el que comunicó que no habría más ajustes económicos– debe acometer las medidas que sean necesarias para que los mercados confíen en la economía española, en que se están cumpliendo los objetivos marcados y en que hay una clara voluntad de acometer todas las reformas que sean necesarias. Hasta el 20 de noviembre hay margen de maniobra para intentar frenar todos estos movimientos especulativos que nos ponen en una situación de riesgo. Cabe recordar que, según Bruselas, si un país tiene una prima de 400 puntos básicos y no toma medidas en su debido momento, es probable que el impacto del sobrecoste por financiarse en el conjunto de su economía genere un impacto negativo en el PIB de un 0,8% anual, algo que España no se puede permitir.


La Razón - Editorial

Signos de naufragio

La escalada de la prima de riesgo en España e Italia agrava la situación de emergencia en la zona euro.

La escalada de la prima de riesgo española e italiana (la de España llegó a superar los 403 puntos básicos respecto al bono alemán y cerró por encima de los 380) colocó ayer en situación de emergencia a ambos países. La alarma política desencadenada por el castigo sin fin de los mercados bursátiles y financieros se tradujo en consultas políticas del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, con los partidos de la oposición para analizar las posibles respuestas al grave deterioro de la solvencia española y conjurar los temores sobre un posible rescate de España, que Bruselas desmintió. La constante percusión de los mercados contra las deudas española e italiana apunta contra la supervivencia de la zona euro, que está prácticamente a la intemperie por no disponer todavía de los resortes políticos necesarios para conjurar la especulación contra las deudas nacionales.

El diagnóstico ya está hecho, pero Europa sigue sin resolver el fondo de la crisis griega ni ofrece la imagen de una dirección económica única. Mientras, España e Italia siguen atrapadas en la contradicción insalvable que surge cuando se aplica un plan drástico de ajuste fiscal. Cuanto más profundos son los recortes que se exigen a un país, más caen sus expectativas de crecimiento. Los inversores entienden que sin crecimiento no se puede devolver la financiación que se recibe. Por tanto, aumenta el coste de su refinanciación, lo que a su vez restringe un poco más su ya menguada actividad. Y así hasta que el rescate es inevitable.


El mes de agosto va a suponer una dura prueba para España e Italia. Los inversores no han valorado el adelanto de las elecciones porque es un elemento marginal en comparación con los factores económicos mencionados, como es la raquítica capacidad de crecimiento (el PIB español logrará, con suerte, aumentar este año el 0,7%), el estancamiento de la economía mundial (evidente en el caso de EE UU) y la pésima gestión política de la crisis en Europa. Ni Alemania ni el BCE acaban de concretar los criterios de reforma financiera expuestos en la última cumbre europea. Mientras, Europa se desliza hacia una crisis irreversible. Si Italia y España, tercera y cuarta economías de la zona euro, tuvieran que acogerse a un plan de rescate, el desastre sería total para la moneda única.

El margen de actuación del Gobierno español oscila entre lo malo y lo peor. Si la prima de riesgo no baja, el coste creciente del servicio de la deuda devorará cualquier margen de actuación de política pública. La recuperación ya es difícil con un diferencial de la deuda superior a los 100 puntos básicos; con 400, es imposible salir del estancamiento, crear empleo y bajar de forma significativa el paro. Una respuesta ortodoxa (sugerida por el FMI) sería presentar a Europa y a los mercados un recorte presupuestario adicional, en torno al 2% del PIB. Pero esa decisión tendría unos efectos sobre el crecimiento equivalentes al estrangulamiento que produce el desaforado aumento de los costes financieros. Significaría renunciar a la recuperación durante el próximo lustro.

La Moncloa, en una nota pública, recordó que en este agravamiento de la crisis de la deuda han influido las dudas sobre Estados Unidos y el propio mes de agosto, dado a altibajos en los mercados por el menor número de operaciones financieras. Es cierto. Pero no lo es menos que algunas reformas emprendidas, como la laboral, han perdido impulso o no han dado los resultados esperados, que el control del gasto y la situación económica de las autonomías juegan a la contra y que las dudas sobre bancos y cajas no se han disipado. La suerte está echada. Y, ante el fracaso de las fórmulas más ortodoxas, es necesario buscar nuevas vías, como una actuación decidida e inmediata del BCE (compra masiva de deuda española e italiana) y la aceptación de una deuda europea que sustituya las deudas nacionales.


El País - Editorial

Como la orquesta del Titanic

Incluso en la manera de irse, Zapatero ha tomado la peor de las decisiones posibles: convocar los comicios no pensando en las necesidades de la Nación sino en su particular vendetta contra un dictador difunto.

Dice el refranero español que en tiempos de tribulación no conviene hacer mudanza. Aplicada a la política, esta máxima suele recomendar no cambiar de Gobierno en medio de enormes convulsiones, pues el vacío de poder que se genera desde que se convocan los comicios hasta que el siguiente Gobierno toma de verdad las riendas dificulta enormemente la adopción de cualquier medida urgente. En el fondo, éste fue el argumento que blandió Zapatero a comienzos de este año para no convocar de inmediato elecciones anticipadas: España todavía tiene una gran cantidad de reformas pendientes y, por tanto, no puede permitirse el lujo de celebrar unos comicios antes de tiempo.

Por supuesto Zapatero mintió. Su Gobierno no se quedaba en el poder para hacer reformas, sino para evitar que se hicieran. Por eso habría sido prioritario realizar la mudanza antes de que llegaran las tribulaciones. No lo hizo y ahora nos encontramos con una enorme disyuntiva: la prima de riesgo está en máximos históricos y necesitamos urgentemente de un serio plan de ajuste y de reformas que nos devuelva la credibilidad ante el exterior. Sin embargo, es evidente que Zapatero no va a enterrar a Rubalcaba aprobándolo y que Rajoy no desea ser enterrado por Rubalcaba anunciando las medidas que tomará desde el Gobierno.


Por consiguiente, tenemos casi cuatro meses estériles por delante hasta las próximas elecciones; casi cuatro meses de completa parálisis en un momento en el que los inversores extranjeros nos exigen alguna señal clara de que queremos y podemos devolverles el dinero que nos prestan. Incluso en la manera de irse, Zapatero ha tomado la peor de las decisiones posibles: convocar los comicios no pensando en las necesidades de la Nación sino en su particular vendetta contra un dictador difunto.

Empero, todavía hay tiempo para rectificar y reconducir la situación, si bien no será sencillo. En las próximas semanas, Zapatero debería aprobar un intenso plan de ajuste y adelantar todo lo posible la fecha de las generales. Es cierto que ambas medidas significarían la debacle electoral de su partido, pero él y los suyos son los principales responsables de la calamitosa situación en la que se encuentra el país y, por tanto, sería de justicia que ellos padecieran las consecuencias. Por desgracia, toda apunta a que, de nuevo, antepondrán los intereses del partido a los de la Nación: pasividad absoluta en medio de la tempestad. Al cabo, no otra cosa han hecho en sus más de 100 años de historia.


Libertad Digital - Editorial