domingo, 28 de enero de 2007

"Paz" y "Pero"

Correspondencia de Ana Nuño, publicada por Arcadi Espada en su blog:

Querido:

Tremendo asunto el que hemos presenciado esta semana. Me refiero a De Juana Chaos y el programado y calculado caos orquestado por unos y otros a su propósito (que, en este caso, no es lo mismo que decir a propósito suyo).

Por cierto: he recorrido toda la prensa, digital y otherwise, y perdido mucho tiempo escrutando tertulias televisivas y radiofónicas, y resulta que nadie ha comentado algo que a cualquier quiddam le parecerá obvio. En el llamado proceso de paz, desde que lo lanzó públicamente el ejecutivo español obteniendo carta blanca en las Cortes para oficializarlo (es decir, desde marzo del año pasado), el episodio De Juana es el primero –repito: el primero– que intencionadamente ha buscado construirse una escenografía, que ha querido dejar rastro bajo la luz y en presencia de taquígrafos. Hasta antes del atentado en Barajas, todo eran innuendos y sobreentendidos. No había negociación, sino (re)petición a ETA de que con violencia no habría “paz”; esto, ad nauseam, es lo que nos han servido de entrante, plato principal, postres, coñac y puros desde La Moncloa, y desde Rubalcaba hasta López Garrido, pasando por Mª Teresa y Pepiño.

De repente, 15 días después del bombazo y los dos muertos “accidentales” (doblemente accidentales. por ecuatorianos y porque sólo a los pobres –Diccionario de Autoridades actualizado: emigrantes recién llegados y con poco dinero– se les ocurre “echar una cabezadita” en el coche), el Fiscal general (es decir, el Presidente del Gobierno) y los opinadores duchos en irse por las ramas y ramonedas nos invitan a una cena desde un palco escénico. A un espectáculo del viejo Folies Bergère o el Lido de París.

Qué raro, ¿no? ¿Acaso no será que “la izquierda abertzale” le ha dicho a Zapatero, oye, que te toca retratarte? Como los buenos jugadores de póker: ya nos hemos divertido un rato bluffeando, ahora quiero verte el juego que tienes.

El caso es que no caeré en lo fácil con lo de esta semana: la metáfora. Por ejemplo, en evocar a Prometeo encadenado, pendiente del destino de su hígado expuesto a fecha prefijada a dolorosa hecatombe y penosa reconstitución. Para aplicársela, por ejemplo, al Estado de Derecho (así, con las mayúsculas mayestáticas a las que tan afecta es la Derecha). No me pagan por soltar tropos en las tertulias radiofónicas, y aunque me pagaran. Un tropo es un tropo es un tropo. Y el Estado de Derecho es la madre de los tropos, al menos en este país.

Voy a permitirme, eso sí, una breve reflexión sobre la condena a perder la libertad (la Condena, pues). Y sus corolarios retórico-poéticos: la muerte-en-vida, la vida-en-la-muerte, sobre los que ya narrativizó todo lo que pudo el opiómano genial que fue Coleridge (vid., The Ballad of the Ancient Mariner). Vaya por delante que no pretendo compadecerme de De Juana. Que aquí hay que decir siempre lo obvio: un dedito, dos deditos… así, hasta diez. Eso, con suerte, en caso de que te dejen llegar hasta el final del conteo.

Brevemente, pues, el caso de Robert Redeker. Un profesor de filosofía de instituto en Francia, redactor a sus horas en Les Temps Modernes, a cuya cabecita los guardianes de la “alianza de las civilizaciones” le han puesto precio. ¿El “atentado terrorista” cometido por este sujeto?: haber publicado el 19 de septiembre pasado, en Le Figaro, un comentario crítico sobre el Corán con el título: “Face aux intimidations islamistes, que doit faire le monde libre?”. Bastó con eso. La vida de este profesor de instituto se convirtió de repente en una pesadilla. Una fatua condenándolo a morir comenzó a circular no sólo en los sitios web de la galaxia islamista, sino que fue transmitida en las más importantes e influyentes mezquitas de Francia (en Lyon y en Estrasburgo): Robert Redeker ha infamado la palabra del Profeta y ha de ser ajusticiado.

Desde ese momento, Redeker se ha convertido en una sombra. Los servicios secretos del Estado francés (la DST, Direction de Surveillance du Territoire, el FBI francés) han decidido que conviene protegerlo (Salman Rushdie vivió algo parecido en su día). Ha tenido que cambiar de residencia, inscribir a sus hijos en otro colegio, y ahora dicta sus clases en otro instituto. Uno de sus hijos fue objeto de una agresión y también ha recibido amenazas de muerte. Así que no sólo Redeker ha pasado de ser profe en un instituto de provincias y colaborador en Les Temps Modernes a esconderse donde pueda, sino que su familia también está amenazada de violencias y muerte.

Lo que me interesa señalar ahora –y con esto concluyo este ya prolijo comentario– es que Redeker se ha atrevido a reincidir: acaba de publicar en Editions du Seuil un libro, Il faut tenter de vivre. Como todo lo que ha escrito Redeker, vale la pena leerlo. Sobre todo, porque en este libro detalla y comenta la “recepción” que su condena a muerte y la de su familia ha suscitado en Francia. Sí, cuenta Redeker, toda la intelectualidad está escandalizada; pero, al mismo tiempo, la intelectualidad agrega siempre, en sus comentarios, un “pero”. Ciertamente es inaceptable que se amenace a nadie (intelectual o no, ecuatoriano o no) por lo que piense, o sencillamente por encontrarse en el lugar inadecuado a la hora inadecuada. “Pero”… hay que comprender las razones del “otro”. Del asesino, del que amenaza con matarte porque pienses de una determinada manera (caso, diría yo, civilizado; caso francés) o sencillamente porque sea posible identificarte con el ADN proscrito (caso pre-civilizado, caso español –si estamos de acuerdo en que no hay nada más “España Negra” que las diversas supervivencias del matonismo español que hoy representan, ya en exclusiva, los diversos nacionalismos locales en este país–).

Aquí, mientras, degustamos el azucarillo del C(h)aos. A ver si nos vamos enterando: lo único que está vivo y da muestras de gran vitalidad es el viejo, sempiterno, muy europeo (es decir, altamente civilizado) espíritu de Munich. El que es capaz de rellenar folio tras folio y regalarnos con horas de digresiones, basándose sólo en dos palabras: “paz” y “pero”.

Ay, si Prometeo lo hubiera sabido, cuanta crisis hepática se habría ahorrado.

Un abrazo.

Ana Nuño , 28-01-2007

La memoria y la concordia


Dice Zapo que la transición se hizo a base de mucha concordia y poca memoria. Y no deja de tener algo de razón el grotesco sujeto. Se borró casi por completo, durante muchos años, la memoria de cómo el PSOE había cooperado con la dictadura de Primo de Rivera y en cambio había saboteado la república. De cómo había practicado abundantemente el terrorismo desde 1933 o asaltado sangrientamente la legalidad democrática en octubre de 1934, con propósito, parcialmente fallido por el momento, de desatar la guerra civil.

Se borró la memoria de la campaña, increíblemente falsaria, sobre la represión derechista en Asturias, que envenenó, por expresarlo como Besteiro, a millones de personas y creó el ambiente guerracivilista del 36; se borró el desplazamiento del poder, dentro del partido, de Besteiro y los suyos, el único sector moderado en el partido; se borró el proceso revolucionario desatado por los socialistas tras las anómalas elecciones del Frente Popular; o la participación socialista en el asesinato de Calvo Sotelo; se borró el recuerdo de las checas socialistas, de los García Atadell, de la gigantesca corrupción de sus dirigentes con los suministros de armas, corrupción que pagaban con su sangre sus propios soldados. Se borraron los gigantescos expolios y las sanguinarias luchas por el poder dentro del Frente Popular. Se borró la prácticamente nula oposición del PSOE al franquismo, o la reorganización del partido, ya muy al final de la dictadura y con permiso de la Guardia Civil. Y tantas cosas más.

Todo eso no solo fue borrado por la izquierda, también la derecha contribuyó, en pro de la concordia, a aislar y desacreditar a quienes se obstinaban en recordar o investigar el pasado. Esa actitud de la derecha ha permitido al PSOE presentarse como el partido de los "cien años de honradez", cuando ha sido, sin discusión, el más corrompido del siglo XX español; le ha permitido engañar a muchos con un historial democrático inexistente, pues su ideología oficial fue, hasta hace poco, la más liberticida de ese siglo; o aparecer como partido de la paz, cuando sus violencias en la república jugaron el papel principal en el desencadenamiento de la guerra. ¡Cuánto ha hecho la concordia derechista por asentar este peligroso fraude!

Tan excesiva concordia se habría justificado si, a su vez, las izquierdas y los separatistas hubieran adoptado el mismo talante. Pero fue totalmente al revés: estos no han cesado de producir multitud de libros, artículos, películas y panfletos acusatorios contra la derecha, en los que las verdades y las mentiras se mezclaban de forma inextricable. Ese talante resentido y retorcido, con fines políticos ajenos a la democracia, ha culminado ahora con la pretensión de oficializar por ley su versión de la historia, como en los países totalitarios.

Hubo mucha, excesiva concordia, en efecto, por parte de la derecha. Y mucha memoria, aunque falseada, por parte de la izquierda. Pero sospecho que eso se acabó. En los últimos años la verdad histórica ha vuelto por sus fueros, y no puede extrañar la furia inquisitorial, con propuestas abiertas de censura y de cárcel para los disidentes, con que ha sido recibida por la izquierda y los separatistas. Y no es de extrañar su ira: ¡ya daban por ganada la partida!

Al día siguiente del asesinato de Calvo Sotelo, un órgano socialista decía que era preferible la guerra civil y, como observa Payne, iban a tener más guerra civil de la que pensaban. Ahora Zapo está por la memoria. Me parece que va a tener más memoria de la que imagina su malévola ignorancia.

En fin, dice también Zapo que su abuelo pidió no quedar como traidor a la patria. A nadie se le ocurriría hoy acusarle de tal cosa. Pero a su nieto sí. Traidor a la patria y a la democracia, colaborador de una ETA que nunca había conseguido tales posiciones políticas como con él y gracias a él.

Pío Moa, Presente y Pasado
Libertad Digital, 28-01-2007

El negociador


"No hay nada que permita decir que ha habido algún error", ha dicho con su habitual cinismo el presidente de la sonrisa, la determinación y el empeño. Él, que no quiere acabar con el terrorismo, sino resolver el conflicto de la izquierda abertzale en el País Vasco, sostiene que afirmar una noche que no hay más atentados para verse sorprendido y, lo que es peor, ridiculizado en la mañana siguiente con el estallido de media tonelada de explosivos en Barajas no implica error alguno.

Tampoco hay error político, ni moral, en no asistir al lugar del atentado en cinco días, ni en empecinarse en no reconocer que no hay proceso de paz alguno en marcha en ninguna parte de España y alrededores. El único que lo corrobora es su amigo Carod, quien además tiene la jeta de atribuirse el inicio del dicho proceso, en Perpignan, a espaldas de todo el mundo, y cuando el partido socialista vasco ya llevaba tiempo conversando con los delincuentes.

Hace tiempo que yo imagino la cosa como en una película de rehenes con polis tontos. La ETA está atrincherada en un monte con medio millón de rehenes. Piden un avión para que sus más altos jefes viajen a Venezuela, donde ya tienen pactada con el caudillo local la nacionalización y hasta, si cabe, algún puesto público de segundo o tercer nivel. El negociador jefe del FBI les dice que sí y ordena ponerles el avión. Si los peores se van, va a ser más fácil tratar con los que tienen más voluntad de ceder.

Pero resulta que uno de los peores no se va a Venezuela, sino que decide quedarse porque tiene un hermano preso en una cárcel lejana y, antes de soltar a los rehenes, pide que le acerquen al pariente para poder visitarlo más a menudo en el futuro. Sin preguntarle a qué futuro se refiere, el negociador del FBI habla con un juez amigo suyo, a ver si puede hacer un poco de manga ancha y cambiar de prisión al chico, que no es un mal muchacho, aunque haya asesinado a unos cuantos y jurado en varias ocasiones meterle al juez setenta veces siete tiros y arrancarle la piel. Son estallidos naturales, el stress: cualquiera que, por la minucia de unos cuantos muertos, esté sometido a tal tensión penal diría las mismas cosas, haría las mismas vanas promesas. El negociador es comprensivo, y cuenta con que el juez acabe por serlo también.

Claro que, por cerca que esté el hermano del secuestrador, no le va a ser fácil ir a visitarlo, con toda esa gente armada rodeando el monte. De modo que pide primero que los otros bajen las armas, comprometiéndose a bajarlas él también. Propone un alto el fuego. Por tiempo indeterminado: el que tarden en acercarle al familiar, más el que haga falta para tratar con él algunos temas importantes. Y tal vez, si todo va bien, un poco más. Para facilitar las cosas, propone un alto el fuego permanente, cosa que en realidad no significa nada, porque nada hay permanente sobre la faz de la tierra.

El negociador, encantado, da una rueda de prensa y dice que todo va a pedir de boca: ya han visto ustedes en la tele la buena disposición de los encapuchados del monte para el alto el fuego, sobre todo la de esa señora que leyó el comunicado. Nada tenemos que temer. Sacar a los rehenes de allí será coser y cantar. Él, que por eso es negociador, tiene el talante adecuado y un ansia infinita de paz.

Los secuestradores llaman entonces por teléfono a uno de los ayudantes del negociador, que, dada la magnitud de la tarea, ha delegado partes de ella, y le dicen que desde el monte se ven demasiado cerca las fuerzas de seguridad, y que así no se va a ninguna parte, que es mejor que retrocedan hasta más allá de Navarra, que despejen Navarra para poder moverse con comodidad e ir tranquilamente a ver a los presos acercados. Al ayudante del negociador le parece excesivo, pero lo comunica a su jefe, que sonríe, como siempre, y le dice que está bien, que retroceda, que de Navarra ya se hablará cuando comience el diálogo. ¿Qué diálogo?, pregunta el ayudante. El de la mesa de partidos, hombre, ¿o ya lo has olvidado? Todos, menos el PP. Ésos son de otra agencia y, como siempre, están pretendiendo interferir en nuestras cosas.

Justo entonces llega la Navidad. Ya saben cómo es eso en las pelis, con luces y nieve y papanoeles que reparten caramelos en el patio del Rockefeller Center o en la puerta del Corte Inglés de Princesa con nieve falsa. Y el anuncio de Freixenet, cava catalán. Ultrafashion. El mensaje del Rey no figura en las pelis. Pero sí, en este caso, el del negociador, que sonríe poco y está muy cejijunto, más que de costumbre, y que dice que ahora, en el final del año 2006, las cosas están mucho mejor que antes de que los del monte se echaran al monte, y que el año próximo estarán aún mejor.

Él no lo sabe, pero los espectadores sí: uno de los papanoeles de la calle Preciados ha recibido una llamada del monte, se ha despojado de sus ropas en un portal, un poco al estilo Superman, y se ha puesto al volante de una furgoneta roja, Renault Traffic, el mismo modelo que se empleó en la voladura de la AMIA en Buenos Aires hace unos años (los guionistas tienden a repetirse), estacionada en un aparcamiento céntrico, y la ha llevado a la Terminal 4 de Barajas. Y todo esto ha sucedido antes de que el negociador anunciara lo de que, dentro de un año, todo bien.

O sea que el espectador ya espera el desenlace, sabe que un poco antes o un poco después estallará la furgoneta, en la que ya ha visto que hay un reloj digital funcionando. De modo que empieza a esperar, angustiado, que el negociador, o alguno de sus ayudantes, que no ven las cosas tan claras como su jefe, tiren de los hilos justos, hagan las preguntas adecuadas y lleguen al aeropuerto antes de que se produzca el desastre y el vaticinio para finales de 2007 se vaya al carajo por un quítame allá esas pajas. Espera el espectador que un héroe anónimo, un experto en explosivos, un Jack Bauer español, sudoroso y sabio, a último momento, cuando el reloj digital esté a punto de marcar el cero, corte el cable, rojo o azul, él sabrá, o él se la jugará con acierto, impida la explosión. Pero el desenlace no es ése.

Jack Bauer no llega a tiempo. Vamos, que ni siquiera se entera. Ni se enteran los dos ecuatorianos, agotados, que se quedan durmiendo un rato en su coche, "echando una cabezadita", dirá luego uno de los ayudantes del negociador, porque vienen de muy lejos y tendrán que conducir hasta muy lejos y no se pueden permitir noches de hotel, etcétera.

Las tropas que rodean Navarra se vuelven hacia Madrid, tal es el estruendo, y los del monte, aprovechando el descuido, pasan a Francia a desayunar, que todavía es hora, con su medio millón de rehenes aún bajo amenaza.

Recordemos que era una de rehenes con polis tontos. Claro que el ser tontos no les resta protagonismo. Por la tarde, el negociador vuelve a salir en la tele. Todos creen que no le quedará otra que reconocer su fracaso ante los del monte. Pero no. El tipo, negociador como es, insiste en seguir negociando no se sabe qué.

Tengo para mí que en ningún otro país europeo sobreviviría un Gobierno a tanta torpeza. Ya no hablo de la mala fe, que también está allí. Sólo de la torpeza. Y de la persistencia aviesa en el error, si no en la maldad. No cometeré la estupidez de pedir la dimisión de Zapatero, la convocatoria a nuevas elecciones. Zapatero no dimitirá. Y el día en que pierda unas elecciones, día que llegará, se defenderá como un león de los resultados. Este tipo no es de los que se van.

Por Libertad Digital - Ideas, enero 2007

Estado de Delirio

La política española resulta tan difícil de explicar al extranjero porque está toda entera contaminada de delirios, algunos de ellos tan difundidos, tan arraigados, que casi todo el mundo ya los confunde con la realidad. El delirio ha sustituido a la racionalidad o al sentido común en casi todos los discursos políticos, y los personajes públicos atrapados en él lo difunden entre la ciudadanía y se alimentan a su vez de los delirios verbales y escritos de unos medios informativos que en vez de informar alientan una incesante palabrería opinativa. La actualidad no trata de las cosas que ocurren, sino de las palabras que dicen los políticos, de los cuales no se conoce apenas otra cosa que sus exabruptos verbales. En ningún país que yo conozca los titulares están tan hechos casi exclusivamente de declaraciones entrecomilladas.

El que llega de fuera se ve asaltado, nada más subir al taxi en el aeropuerto, por un zumbido perpetuo de opinadores que someten a escrutinio las declaraciones y contradeclaraciones previamente enunciadas por los charlistas de la política. Da la sensación de haber entrado en un bar de barra pringosa en el que el humo de la palabrería fuera más denso que el del tabaco, y en el que un número considerable de afirmaciones tajantes parece dictado por la ofuscación de una copa matinal de coñac.

La noticia en otros webs, webs en español,en otros idiomas

El delirio contamina todos los saberes y con frecuencia termina por sustituirlos del todo. Hay una geografía delirante, que se manifiesta, por ejemplo, en los textos escolares y en los mapas de las noticias sobre el tiempo, y en virtud de la cual cada comunidad autónoma es una isla rodeada de un gran espacio en blanco y sin nombre o se dilata para abarcar territorios soñados. Casi cualquier delirio es un delirio de grandeza.

El País Vasco abarca en los mapas Navarra y una parte de Francia: Cataluña se extiende hacia el norte y a lo largo del Levante y por las islas del Mediterráneo, en un ejercicio de megalomanía geográfica que se parece bastante al de los reinos que don Quijote imaginaba que conquistaría con su bravura de caballero andante. Galicia se agranda por las anchuras atlánticas de la lusofonía y por los confines de niebla de los reinos celtas. Y no quiero pensar qué ocurrirá cuando los cerebros políticos de mi tierra natal descubran por azar algún libro en el que se muestre que hubo una época en la que el territorio de Al-Andalus cubrió casi entera la península Ibérica y una parte del norte de África.

La geografía fantástica se corresponde con el delirio lingüístico: en esos mundos virtuales el español es un idioma molesto y residual que sólo hablan guardias civiles, emigrantes y criadas, y que por lo tanto no merece más de dos horas de enseñanza semanal en las escuelas, aparte de comentarios despectivos sobre su rusticidad y su patético provincianismo. Al fin y al cabo sólo se habla en tres continentes.

Cuando no hay modo de prescindir de este idioma al parecer extranjero que sin embargo es el único de verdad común de toda la ciudadanía, se le desfigura en lo posible con una ortografía delirante, que debe de ser un enigma para la inmensa mayoría de los cientos de millones de hablantes que lo tienen como propio. Y cuando los jerarcas de tales patrias viajan por el mundo se convencen a sí mismos en su delirio de que hablan inglés, para no rebajarse a la indignidad de hablar español: pero con raras excepciones hablan inglés tan mal y con un acento español tan inconfundible que sólo los entienden los españoles diseminados entre el público, que constituyen, por otra parte, la mayoría de éste.

Los dignatarios -da igual el partido o el territorio al que pertenezcan- cultivan un delirio grandioso de política internacional, y viajan por el mundo con séquitos más propios de sátrapas que de gobernantes democráticos, con jefes de prensa y de protocolo, con asesores, con periodistas, con fotógrafo de corte y cámaras de televisión, incluso con pensadores áulicos, en algún caso muy selecto. Se alojan en los mejores hoteles y gastan el dinero público con una magnanimidad de jeques petrolíferos.

Viajan con el pasaporte de un país cuya existencia niegan y utilizan los servicios diplomáticos y consulares de un Estado al que no se consideran vinculados por ninguna obligación de lealtad, y aseguran que el motivo de tales viajes es la promoción internacional de sus respectivas patrias, provincias, principados, o reinos: obtienen, es verdad, una gran cobertura mediática, si bien no en los periódicos del país que han visitado, sino en los de la comunidad o comarca de origen, en la que todo el mundo parece aceptar sin sospecha el delirio de los resultados provechosos del viaje, así como la cuantiosa inversión necesaria para que sus excelencias celebren en Nueva York o en Melbourne una mariscada suculenta de la que habrían disfrutado lo mismo sin marcharse tan lejos, o hagan unas declaraciones a la televisión autonómica o al diario local a seis mil kilómetros de distancia.

El delirio afecta lo mismo al pasado que al presente, por no hablar del porvenir. Jovenzuelos malcriados que disfrutan de uno de los niveles de vida más altos del mundo se adornan de un corte de pelo carcelario y de un pañuelo palestino y se imaginan que participan en una intifada o en un motín kurdo o irlandés quemando los cajeros automáticos de sus opulentas instituciones

bancarias y los autobuses de un servicio municipal de transportes lujosamente subvencionado, sin correr más peligro que el de un siempre desagradable enfriamiento después de la carrera delante de los paternales policías. En la escuela les han enseñado geografía fantástica y una historia mitológica inspirada en folletines truculentos del siglo XIX. Los tebeos de Astérix y las columnas de astrología de las revistas del corazón son más rigurosos que la mayor parte de sus libros de texto, pero tienen efectos menos tóxicos sobre las conciencias.

El delirio no sólo determina las historias que se cuentan en la escuela. Una editorial de prestigio le encarga a un escritor un libro sobre la caída de Barcelona al final de la guerra. Al escritor no le cuesta confirmar lo que sabe o sabía todo el mundo: que las tropas de Franco fueron recibidas en Barcelona por una muchedumbre entusiasta -ya observó Napoleón que en cualquier gran ciudad hay siempre cien mil personas dispuestas a vitorear a quien sea- y que en el ejército vencedor y entre la nueva clase dirigente había un número considerable de catalanes. Al escritor le dicen que el libro no puede publicarse, sin embargo: no porque cuente mentiras, sino porque las verdades que cuenta no se ajustan al delirio oficial sobre el pasado, según el cual la Guerra Civil española fue una guerra de España contra Cataluña, y ningún catalán fue cómplice de los zafios invasores, igual que ningún vasco llevó la boina roja de los requetés en el ejército de Franco.

El delirio niega la realidad pero puede tener efectos devastadores sobre ella. En España no queda nadie o casi nadie que simpatice de verdad con el fascismo o con el comunismo, y sin embargo se oye con frecuencia creciente que al adversario se le califica de facha o de rojo, con una insensatez verbal que hiela la sangre, y que revela una voluntad de ruptura de la concordia civil copiada de lo peor de los años treinta. Cuando a uno lo pueden llamar rojo por creer que el atentado del 11 de marzo lo cometieron terroristas islámicos o fascista por no eludir siempre la palabra "España" o defender la Constitución de 1978 está claro que el debate político ha caído en un extremo irreparable de delirio.

Por culpa del delirio de José María Aznar nos vimos involucrados en una guerra de Irak que ya era en sí misma otro delirio y en la que no contábamos militarmente para nada, pero que enconó el clima político del país y nos hizo más vulnerables a la amenaza del terrorismo integrista. Poseído por un delirio en el que ya vería a sí mismo coronado por los laureles de la Paz, esa bella palabra, el actual presidente no consideró oportuno prestar atención a los muchos indicios que venían avisando de que su negociación con los pistoleros y con los socios y beneficiarios de éstos no iba por buen camino. Tratar con gánsteres puede ser a veces tristemente necesario, pero conlleva el peligro de que los gánsteres tomen por blandura la benevolencia cautelosa del interlocutor y al menor contratiempo vuelquen la mesa de póquer y se líen a tiros.

Que los servicios secretos no hubieran advertido lo que se aproximaba no tiene mucho de extraño, ya que tales servicios, casi en cualquier parte del mundo, se caracterizan por no enterarse de nada, contra lo que sugiere una extendida superstición literaria y cinematográfica: lo asombroso es que nadie en el entorno presidencial leyera los periódicos. La insolencia creciente de las hordas vándalas del norte, las cartas de chantaje y amenaza, los robos de pistolas y de explosivos, el descaro con que los terroristas presos amenazaban de muerte a los magistrados que los juzgaban (ante el apocado retraimiento, por cierto, de los policías encargados de reducirlos, quizás temerosos de provocarles una luxación si les ponían las esposas desconsideradamente): es increíble la cantidad de cosas que uno puede no ver cuando se empeña en cerrar los ojos.

También es llamativa la complacencia con que tantas personas de izquierda han resuelto en los últimos años abolir toda actitud que no sea de inquebrantable adhesión al Gobierno. He leído textos conmovidos sobre la felicidad de estar "al lado de mi presidente", y escuché hace poco en la radio a un entusiasta que llevaba su fervor hasta un extremo de marcialidad, asegurando que él, en estas circunstancias, se ponía "detrás de nuestro capitán, en primer tiempo de saludo", tal vez no el tipo de incondicionalidad más adecuado para el primer ministro de una democracia. Quizás uno, como va cumpliendo años -enfermedad política que denunciaba hace poco en estas mismas páginas Suso de Toro, a quien cabe suponer venturosamente libre de ella- conserva el recuerdo de otra época en la que las personas de izquierdas podíamos ser muy críticas y hasta en ocasiones hostiles hacia otro gobierno socialista, o por lo menos no incondicionales hasta la genuflexión, hasta las lágrimas.

No digo que no haya motivos para oponerse a una deplorable Oposición, avinagrada y sombría, que no parece capaz de desprenderse de su propio delirio de conspiraciones, y en la que todo el talento de sus dirigentes da la impresión de estar puesto al servicio, sin duda generoso, de favorecer a sus adversarios. Lo que me sorprende es este nuevo concepto de la rebeldía y de disidencia, que consiste en rebelarse contra los que no están en el poder y en disentir de casi todo salvo de las doctrinas y las directrices oficiales.

El delirio perfecto, sin duda: disfrutar de todas las ventajas de lo establecido imaginando confortablemente que uno vuelve a vivir en una rejuvenecedora rebeldía, inconformista y a la vez enchufado, obsequioso con el que manda y sin remordimientos de conciencia, gritando las viejas y queridas consignas, como si el tiempo no hubiera pasado, en la zona VIP de las manifestaciones, enaltecido a estas alturas de la edad por una cápsula de Viagra ideológica.


Antonio Muñoz Molina (El País) (27/01/07)

Aznar dice que el pacto de Zapatero permitirá a ETA «matar y negociar»

El ex presidente proclama en San Sebastián que la «única mesa» que deben ver los terroristas «es en la que entreguen sus armas» / Cree que el Gobierno «está enterrando la esperanza».

El presidente de Faes descalifica la política antiterrorista del Gobierno: «Es sólo cuestión de dosis y de tiempos que lo que hoy es un crimen pase a ser considerado un mero accidente»


El Mundo, 27-01-2007 . Marcos Iriarte

San Sebastián.- El ex presidente del Gobierno José María Aznar lamentó ayer que el Pacto Antiterrorista vaya a ser sustituido por «un pacto de mínimos» cuyo objetivo ya no será «la derrota de ETA», sino mantener «a prueba de bombas un proceso que reafirmará a la banda en la idea de que matar y negociar son dos ingredientes que entran en la misma receta». «Es sólo cuestión de dosis y de tiempos para que lo que hoy es un crimen pase a ser considerado un mero accidente», sentenció.

El ex líder del Ejecutivo español se pronunció de esta manera en San Sebastián tras recoger el Premio Gregorio Ordóñez, concejal del PP asesinado por la banda terrorista en 1995, por su «ejemplar firmeza y compromiso en la lucha contra el terrorismo».

Durante su intervención, Aznar ofreció un discurso muy crítico con la actual política antiterrorista del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero al que, casi un mes después del primer atentado mortal perpetrado por ETA en tres años y medio, acusó de estar «enterrando la esperanza» de acabar con el terrorismo. Sigue en

«¿Os preguntáis qué respondería Gregorio si después de las dos nuevas víctimas del atentado de Barajas le dijeran que se había quedado solo?», se preguntó ante la viuda de Ordóñez, Ana Iríbar, la presidenta del PP del País Vasco, María San Gil, el eurodiputado Jaime Mayor Oreja y María Teresa Jiménez Becerril, hermana del concejal popular asesinado en Sevilla junto a su mujer, entre otros.

El ex presidente del Gobierno advirtió de los riesgos que, a sus ojos, esconde la estrategia planteada por José Luis Rodríguez Zapatero de ampliar el consenso del Pacto por las Libertades, firmado por PP y PSOE, por un nuevo acuerdo que incluya a otros partidos, incluidos los nacionalistas.

«¿Están dispuestos los integrantes de esos acuerdos a activar todos los resortes internacionales contra ETA-Batasuna? Si no es así, ese acuerdo nada suma. Todo lo contrario, resta fuerzas, limita posibilidades legítimas de actuación del Estado de Derecho, desperdicia el esfuerzo acumulado y nos devuelve a la sórdida rutina de los lugares comunes, las falsas soluciones y los experimentos de aprendiz de brujo», sentenció.

Para el ex líder del Ejecutivo la diferencia «entre unos y otros» radica «en dónde y en qué depositamos nuestra esperanza». Según describió, unos lo hacen «en lo que ETA pueda hacer» y otros, como el sector que él representa, que no esperan «nada de ETA». «No creo que debamos preguntarnos qué es lo que ETA puede hacer por nosotros porque, si pudiera, no haría otra cosa que matarnos», precisó.

Arropado por cientos de simpatizantes del PP vasco en el Kursaal de San Sebastián, y tras haber participado horas antes en una ofrenda floral en recuerdo de Ordóñez en el donostiarra cementerio de Polloe, Aznar incidió en que él tampoco espera «nada de una política en la que el Estado de Derecho no confirma su fuerza y voluntad de prevalecer, sino que manifiesta su debilidad» y recordó que el Gobierno «puede y debe explicar sus actos, pero no reivindicar sus errores como un derecho». «Hay errores», matizó, «que cuando se insiste en cometerlos son inexcusables y la expresión del miedo y de la cobardía».

«Ahora andan algunos rebuscando frases mías pronunciadas tras el final de la tregua de 1999», apuntó en alusión a la respuesta preparada por Rodríguez Zapatero para el reciente debate celebrado en el Congreso tras el atentado de Barajas. «Creo que dije que haría todo lo posible para buscar los caminos que nos conduzcan a una paz definitiva. Y eso es justamente lo que hice. Fue justamente esa política, la de la ilegalización de Batasuna y la del cumplimiento total y efectivo de las penas, la que sabía que nos conduciría a una paz definitiva».

En un momento en el que el Gobierno negocia con el resto de fuerzas parlamentarias un pacto que supere el bipartidismo del Pacto Antiterrorista, Aznar aseguró que «es preciso quitarle a ETA la llave de la solución dialogada» y no sustituir «por sucedáneos que sólo se justifican dentro de un proyecto sectario y excluyente», los marcos que han demostrado su eficacia contra el terrorismo.

«Creo que nunca, jamás, se debe unir el final del terrorismo con una negociación política bajo ningún nombre y que debería quedar claro a los terroristas que no verán otra mesa que aquella en la que depositen sus armas», apuntó.

Pero el actual presidente de la Fundación Faes fue más allá y animó a los presentes a seguir trabajando, como Gregorio Ordóñez, por la libertad: «Estoy convencido de que nuestra actitud, la solidez de nuestras posiciones, nuestro compromiso con una democracia en riesgo, será determinante para evitar que el aventurerismo arrastre al conjunto de las instituciones del Estado de Derecho hacia una crisis generalizada en los instrumentos básicos del Estado de Derecho y de la organización territorial».

Tras glosar la figura del ex concejal popular en el Ayuntamiento de San Sebastián en el duodécimo aniversario de su asesinato, Aznar aprovechó para insistir en que la derrota del terrorismo «es el único final aceptable» y que «no hay un solo ápice de razón que tengamos que reconocer en la trayectoria, en las motivaciones o en los objetivos de una banda terrorista».

«No hay ningún sistema que debamos tejer a medida de lo que los terroristas y sus cómplices estén dispuestos a hacer, sino asegurar que se someten a la ley, al juicio de los tribunales y al imperativo de reparación de las víctimas», concluyó.

Identificados ocho menores por pisotear la tumba de Gregorio Ordóñez


Sólo un día después de que Ana Iribar y Consuelo Ordóñez, viuda y madre del concejal donostiarra del PP asesinado por ETA en 1995, respectivamente, contaran con el respaldo del ex presidente del Gobierno José María Aznar durante la ofrenda floral que celebraron en el cementerio de Polloe con motivo del duodécimo aniversario de su muerte, un grupo de radicales irrumpió en el camposanto a media tarde de ayer decidido a destrozar la tumba de Gregorio Ordóñez.

La aparición de una patrulla de la Ertzaintza por la zona impidió que los atacantes se ensañaran con el panteón que contiene los restos del político popular, y los agentes lograron identificar a ocho menores como presuntos responsables del sabotaje.

Según informó el Departamento de Interior, el ataque se produjo a plena luz del día, sobre las 16.20 horas. Fue entonces cuando una patrulla de la Ertzaintza que se dirigía al barrio donostiarra de Egia, tras recibir el aviso de que unos violentos habían cruzado en la calzada varios contenedores de basura, observó la «sospechosa» presencia de unos jóvenes en las inmediaciones del cementerio de Polloe.

Los agentes, que constataron que al menos las flores que estaban depositadas sobre la tumba de Ordóñez habían sido pisoteadas y destrozadas, procedieron a su identificación como «presuntos responsables de los destrozos». Como alguno de ellos no portaba documentación, los agentes los trasladaron a comisaría para identificarlos allí.

Los ocho tienen entre 14 y 16 años y permanecen bajo tutela paterna, por decisión de la Fiscalía de menores, a la espera de ser enjuiciados.

El Mundo de Bilbao, 28-01-2007

El Pnv contra el estado de derecho

Tres días antes de la prevista comparecencia ante los jueces del lehendakari, el Gobierno vasco hizo pública ayer una declaración en la que denuncia que los tribunales en España están aplicando una «legislación de excepción», derivada de la Ley de Partidos, que produce «decisiones judiciales alarmantes» y «limita la libertad» de los vascos. Aunque la diatriba tiene como finalidad obvia presionar al tribunal que ha citado a Ibarretxe para el próximo miércoles por su reunión con Otegi, el Ejecutivo de Vitoria mete en el mismo saco una serie de resoluciones tan dispares como el sumario 18/98, el caso Atutxa o la decisión de la Audiencia de no excarcelar a De Juana.

El comunicado puede producir indignación pero no sorpresa, ya que el Gobierno vasco está formado por dos partidos nacionalistas que nunca han reconocido la Constitución y cuyos objetivos coinciden con algunos de los de ETA. Para el PNV y EA -a quienes ahora acompaña incomprensiblemente IU-, el Estado de Derecho siempre ha sido un obstáculo para sus fines. Sus ataques contra los jueces han sido constantes, aunque hayan acatado las sentencias.

Pero más allá de situar a los jueces en el punto de mira, el Gobierno vasco lo que hace es criticar de forma oportunista la aplicación de la Ley de Partidos que, en sintonía con una sensibilidad social muy mayoritaria, amplía el concepto de terrorismo al entorno de la banda. En tanto que se trata de un instrumento legal producto del Pacto Antiterrorista, es éste el principal objetivo de los ataques del Ejecutivo de Vitoria.

En lo que se refiere a la presunta ofensa de la que es objeto Ibarretxe, no está de más recordar -como lo hicieron el viernes cuatro presidentes de Sala de tribunales vascos- que «ninguna autoridad goza en España de impunidad penal» y que ningún cargo «puede sentirse humillado ni menospreciado cuando es citado por un juez». Ahora bien, la declaración intenta enmascarar la comparecencia de Ibarretxe en supuestas decisiones judiciales «excepcionales» contra las instituciones vascas. Resulta un tanto hipócrita el lamento por las acusaciones contra Atutxa e Ibarretxe teniendo en cuenta que el PNV y EA fueron hasta hace poco compañeros de viaje de Batasuna-ETA en el Pacto de Estella.

Pero es que además algunas decisiones judiciales sobre la banda y su entorno permiten llegar a la conclusión contraria de la que sostiene el Gobierno vasco. Las coacciones y los chantajes de Batasuna y su mundo, junto a las expectativas del proceso de paz al que se apuntó el primero el fiscal general del Estado, han condicionado algunas resoluciones judiciales. Hay ejemplos que lo ilustran con claridad. Tres jueces quisieron excarcelar a De Juana tal y como pedía el fiscal, aunque la reacción del resto de los jueces de la Audiencia lo impidió. El auto de Garzón rechazando la imputación de Otegi por su rueda de prensa tras el atentado de la T-4 -«no se puede criminalizar a la izquierda abertzale»- va en la misma línea. La decisión del magistrado es contradictoria con anteriores actuaciones suyas, en las que establecía que las organizaciones de la llamada izquierda abertzale formaban parte del entramado de la banda terrorista.

Otro ejemplo claro de que no es cierto lo que sostiene el Gobierno vasco es la decisión del Supremo de no admitir la querella contra Patxi López por reunirse con Otegi y otros dirigentes de Batasuna. La doctrina del Supremo podría ser invocada por Ibarretxe, inmerso en una causa similar a la de López, aunque la obligación del lehendakari sea la de comparecer ante los jueces para después hacer uso de los recursos que le permite la ley. A la deslegitimación del Estado de Derecho por parte de los nacionalistas estamos ya acostumbrados. Lo lamentable es que algunos dirigentes socialistas, como Cháves, Patxi López e incluso el ministro de Justicia, hayan podido servir de coartada para esta escalada.

El Mundo, 28-01-2007

Doce hombres con piedad

Desde que Platón la planteara en La República, la pregunta clave de todo sistema de gobierno es quién vigila a los vigilantes, quién controla a quienes nos controlan, quién nos guarda de nuestros guardianes, quién nos protege de nuestros protectores. En el latín de las Sátiras de Juvenal todavía suena mejor: Quis custodiet ipsos custodes?

La respuesta, en boca de Sócrates, no puede dejar de producir zozobra en cualquier sincero demócrata: sólo los propios «ángeles» custodios nos custodiarán frente a sí mismos, pues ellos constituyen la «clase» que ejerce el poder. A tales efectos el resto de los ciudadanos debe fomentar la «noble mentira» de que quienes desempeñan esos cargos públicos o magistraturas son mejores que los demás, estimulando así su sentido de la responsabilidad y su rectitud en el cumplimiento del deber.

Frente a esta concepción del gobierno aristocrático que inevitablemente degenera -en el momento en que la «noble mentira» se convierte en verdad oficial- bien en la monarquía de derecho divino, bien en la dictadura, el racionalismo impone el principio constitucional de la separación de poderes. Los famosos checks and balances que teóricamente garantizan el control parlamentario de los actos del Ejecutivo -alcantarillas y bajos fondos incluidos- y la independencia del poder judicial.

Pero digo teóricamente porque la práctica política en la era de los medios de comunicación de masas ha neutralizado buena parte de esos mecanismos de equilibrio y contrapeso al servicio de lo que Arthur Schlesinger bautizó como «la presidencia imperial». Incluso en los sistemas parlamentarios -y España es un típico ejemplo- en los que no se elige directamente al primer mandatario, la fuerza determinante del liderazgo gubernamental es tal que todos los partidos quedan estructurados desde arriba, mientras la ley electoral convierte a los diputados en meros peones de brega de unos aparatos -esta es la palabra definitiva- integrados por dóciles funcionarios que defienden su puesto de trabajo. En cuanto al poder judicial, los mecanismos para fomentar su sintonía con el poder ejecutivo terminan constituyendo la clave del arco que sustenta el conjunto de la bóveda de la partitocracia y la nefasta reforma de su Ley Orgánica, promovida en 1985 por Alfonso Guerra invocando la muerte de Montesquieu, supuso en nuestro caso el golpe de gracia a todo idealismo democrático.

Este final de la inocencia nos devuelve paradójicamente al punto de partida de Platón y Sócrates: tal es la elasticidad de las leyes que, al cabo del día, su recta aplicación, es decir la primacía del genuino interés público por encima de la conveniencia de partido o la propia razón de Estado, depende de la integridad moral y de la conciencia individual de quienes desempeñan sus funciones en un departamento ministerial, una comisaría de policía o un tribunal de Justicia. Y es la suma de todas esas decisiones jurisdiccionales la que, en definitiva, determina el grado de salud o enfermedad de una sociedad como la nuestra.

¿Pero cuáles son los baremos para medir si estamos sanos o infectados? El hecho de que, por fortuna, cada vez haya más ciudadanos con la formación e información necesarias para considerarse capaces de mantener un criterio autorizado sobre casi cualquier asunto potencia extraordinariamente el valor del sentido común -lo que los británicos llaman el conventional wisdom- y convierte de forma casi automática en sospechosas aquellas conductas de los servidores del Estado que o bien se hurtan al escrutinio público o bien resultan difíciles de explicar y entender en términos coloquiales.

Un ejemplo palmario lo hemos tenido en la instrucción del sumario del 11-M. Durante meses y meses hemos estado preguntando en vano al Gobierno dónde estaban y qué decían los análisis realizados el mismo día de la masacre a partir de los restos de los explosivos colocados en los focos de los trenes. Hemos tenido que averiguarlo nosotros mismos, horadando el túnel de la opacidad hasta llegar a la pieza separada donde el juez Del Olmo tenía escondida la inaudita declaración del comisario Sánchez Manzano. Resulta que, según su propia versión, este alto mando policial en quien recayó la recogida, custodia e investigación de esos restos se comportó como el perro del hortelano del complejo de Canillas: ni hizo ningún análisis con valor pericial porque no tenía medios para ello, ni los dejó hacer a la instancia correspondiente -la Policía Científica- sencillamente porque no le remitió las muestras.

El rictus de estupor que el conocimiento de todo esto suscita en el rostro del ciudadano medio ha quedado corroborado por la decisión del tribunal de encargar ahora esos análisis, cuando al cabo de tres años parte de los elementos químicos han podido volatilizarse y sus mecanismos de custodia -dependientes del propio Sánchez Manzano y del procesado Santano- no ofrecen ninguna garantía de fiabilidad. Pero lo inaudito de verdad es que ni el ex jefe de los Tedax ni el propio juez Del Olmo tengan sendos expedientes abiertos por lo que como mínimo son flagrantes ejemplos de negligencia profesional.

En el caso del instructor estos pecados por omisión -ni siquiera le preguntó al policía por qué incumplió los más elementales protocolos del cuerpo- se agregan además a su sádico ensañamiento con los policías a los que encarceló e impuso fianzas astronómicas por hablar con EL MUNDO, aun a sabiendas de la levedad del imaginario delito y de que no era competente para ello. Sólo el altruismo de un ciudadano tan ejemplar como anónimo permitió que sus víctimas pasaran la Nochebuena en familia, pero nada indica que el juez vaya a tener que responder de su patente abuso de autoridad. Y tres cuartos de lo mismo puede decirse de Garzón en relación con la imputación de los peritos que relacionaron a ETA con el 11-M: tres instancias judiciales diferentes -la Audiencia Nacional, la juez natural de plaza de Castilla y la Audiencia Provincial de Madrid- le han desautorizado expresamente y la tercera de ellas ha llegado a decir por escrito que su conducta fue «incomprensible».

Sobre todo después de verle desdoblarse en solícito entrevistador del presidente del Gobierno, augurando que tal vez su futuro esté en el talk show, somos ya multitud los que comprendemos mucho mejor por qué Garzón -conchabado con el fiscal Zaragoza y muy probablemente con el Ministerio del Interior- hizo lo que hizo que por qué no le va a ocurrir nada por hacerlo. Y es que al corporativismo de los jueces le llaman en el CGPJ «respeto a la función jurisdiccional».

Pues bien, el que haya tenido lugar en un contexto tan viciado como éste hace doblemente valiosa la reacción moral de esa docena de magistrados de la Audiencia Nacional que el jueves abortaron la bochornosa pretensión de la Fiscalía de ceder ante el chantaje de un terrorista sanguinario que, enarbolando una vez más su desafiante puño en alto desde la cama del hospital, ya esbozaba la «carcajada» anunciada hace nueve años cuando dejó constancia escrita de la satisfacción que le producía contemplar las lágrimas de unos pobres huérfanos.

El procedimiento seguido podrá no ser muy habitual, pero la iniciativa del juez Alfonso Guevara, recabando las firmas de sus compañeros para abocar la decisión sobre De Juana al pleno de la Sala de lo Penal, implica un compromiso ético con su función como magistrado que no quiero dejar de destacar en esta página, en la medida en que en mi caso sirve, además, para disipar las prevenciones y recelos fruto de un antiguo encontronazo cuyo recuerdo se remonta ya casi 23 años -¡cómo va pasando la vida, Su Señoría!- en la noche de los tiempos.

Cabe alegar que lo estrictamente correcto tal vez hubiera sido dejar que los tres miembros de la Sección Primera que estaban lamentablemente dispuestos a excarcelar al etarra hubieran adoptado la resolución sobre la que ya habían empezado a deliberar, que la AVT hubiera interpuesto a continuación un recurso con carácter suspensivo y que entonces se hubiera pronunciado el pleno. Pero por un camino distinto se habría llegado a la misma Roma porque lo esencial es que las tres cuartas partes de los jueces que participaron en la decisión tenían fijado el criterio de atornillarse en la defensa del Estado de Derecho.

Puesto que la ortodoxia de su decisión en términos técnicos está fuera de toda cuestión -ningún reo debe poder influir en los actos de los tribunales por otra vía que no sean los recursos tasados por la ley- yo quiero reivindicar también su humanidad. Cualquiera que haya podido escuchar estos días la voz serenamente dolorida de Teresa Jiménez Becerril tendrá que admitir que lo verdaderamente inhumano no habría sido dejar en manos de los médicos la suerte de quien, después de haber asesinado a tantos, se empeña en asesinarse ahora a sí mismo, sino permitir obtener a tal individuo una siniestra victoria final a costa de la memoria de sus víctimas.

Sí, ya sé que De Juana está ahora en prisión por un motivo más incruento. Pero, si nos aferramos al principio de legalidad, no sería de recibo amortizar a beneficio de inventario que nuestra sociedad ha aceptado sin pestañear que cada asesinato haya podido salirle por poco más de nueve meses de cárcel y rasgarse a la vez las vestiduras porque sus amenazas terroristas por escrito le hayan hecho acreedor a una nueva condena a 12 años. Y si damos el salto al plano de los sentimientos, entonces es imposible compartimentar el dolor y ansia de justicia de sus víctimas, pues sólo un rotundo acto de contrición -que en el caso de este miserable ha brillado por su ausencia- podría permitir alegar que el nada sutil amenazador de hace unos meses era ya una persona distinta al contumaz asesino de hace dos décadas.

Los honorables magistrados que han asumido con coraje y decencia su responsabilidad son, en realidad, el reverso de aquellos Doce hombres sin piedad del jurado que encabezaba Henry Fonda en la gran película de Sydney Lumet. En primer lugar porque no han abandonado a su suerte a De Juana Chaos, sino que han instado al hospital a que mantenga y, si es necesario, intensifique su régimen de alimentación intravenosa (si la cuestión esencial es el deterioro de su estado de salud, ¿dónde va a estar mejor un enfermo sino en un centro sanitario de primera y rodeado de médicos?). Y, en segundo lugar, porque han sabido orientar esa compasión, esa piedad, ese impulso generoso y solidario que debe impregnar la conducta de todo servidor público hacia quienes más lo merecen y necesitan: las personas que siguen sufriendo las secuelas de unos ataques terroristas contra los que un Estado vulnerable e insuficiente no fue capaz de protegerlas con eficacia.

Es cierto que su decisión coincide con la martilleante insistencia de ETA en acusar al Gobierno del incumplimiento de los supuestos compromisos adquiridos durante el alto el fuego -cosa que Zapatero niega en público y en privado- y que todo ello no augura nada bueno. Podemos estar, como macabramente ha insinuado Askatasuna, «en el tiempo de descuento» que preceda a una nueva escalada de atentados, asesinatos y secuestros pero siempre será mejor afrontar todos estos riesgos que ver deslizarse nuestra dignidad nacional por el tobogán de la condescendencia con la coacción, hacia el que nos empujaba esta semana un fiscal general más zapaterista que Zapatero.

Ante este eventual escenario el presidente debe redoblar sus esfuerzos para recomponer el Pacto Antiterrorista con el PP, potenciar al máximo la capacidad de respuesta policial y -aunque no sea santa de su especial devoción- recordar la forma en que reaccionó Margaret Thatcher cuando tras los fallecimientos de Bobby Sands y nueve presos más, a resultas de su huelga de hambre, el IRA lanzó su siguiente zarpazo. A cambio de unas últimas referencias que me ha hecho llegar sobre Pettit, ahí va el párrafo clave del relato incluido en Los años de Downing Street:

«Pusieron una bomba a un autocar que transportaba guardias irlandeses, matando a un transeúnte e hiriendo a varios soldados. La bomba contenía clavos de seis pulgadas para tratar de causar el mayor daño y sufrimiento posibles. Me apresuré a presentarme en la escena del atentado y, con gran espanto, extraje uno de los clavos de un lateral del autocar. Decir que alguien capaz de eso es un animal, sería equivocado: ningún animal haría tal cosa. Fui a visitar a los heridos a los tres hospitales de Londres a los que habían sido trasladados. Salí más decidida que nunca a que se aislara, se privara de ayuda y se venciera a los terroristas».

Le esperaba un camino largo, duro y difícil.

Pedro J. Ramírez, Carta del Director
El Mundo, 28-01-2007