domingo, 6 de febrero de 2011

Renovarse y vivir. Por M. Martín Ferrand

No es un asunto ideológico, es una medida de urgencia a la que solo se oponen los anacrónicos sindicatos.

EUROPA es, además de un pasado glorioso, una necesidad para los países que integran la Unión y, especialmente, para los de la eurozona. En ese entendimiento, no conviene olvidar lo que suele recordar Joaquín Almunia. Mientras en los últimos cinco años Europa y USA han crecido un cinco por ciento, el resto del mundo ha engordado ocho veces más. La crisis no es cósmica, se concentra en el viejo solar europeo en el que el bienestar se ha hecho rutina, la inteligencia ha pasado de moda, el esfuerzo no cotiza, el mérito está mal visto y abundan más los derechos que las obligaciones. Por eso es importante la labor acometida por Angela Merkel, bien secundada por Nicolas Sarkozy, para zarandear el puzzle continental en el que han florecido los grandes imperios del pasado y del que se deriva, Atlántico por medio, el último del presente.

El Pacto por la Competitividad que predica la canciller alemana y disgusta a muchos de los integrantes de la UE, tanto más cuanto mayor resulta su peso socialdemócrata, no es un capricho, una treta con que mantener el liderazgo que las circunstancias le han otorgado al eje franco-alemán. Es lo que marca el instinto de conservación en tiempos de mercado y consumo que, globalizados, obliga a asumir circunstancias tan indeseables como el dumping y la competencia desleal que promueven los países emergidos —ya han dejado de ser emergentes— de toda Asia. Pero nos ocurre, como a los niños a los que sus papás les cambian el pañal para limpiarles la caquita, que nos molesta la higiene social y, mientras los pequeños lloran, nosotros pataleamos y manifestamos nuestra indignada oposición a un progreso que es, además, el único posible en el marco mundial vigente y limitador de nuestros respectivos deseos nacionales. No digamos nada de los delirantes caprichos nacionalistas.

Guste o no, habrá que eliminar la indexación de los salarios con la inflación y cuantas medidas concomitantes y consecuentes puedan frenar la iniciada decadencia europea. No es, básicamente, un asunto ideológico, como no lo es el masaje cardiaco a un desvanecido en la vía pública. Es una medida de urgencia a la que, en profundidad, solo se oponen los anacrónicos sindicatos que mantiene la tradición española y que se perfeccionaron en mañas y estructuras durante el franquismo. Es oportuno recordar lo que, durante su exilio mexicano, reflexionaba Indalecio Prieto: «Los sindicatos, como arma de defensa contra la explotación capitalista, son magníficos; utilizados contra el bien público, intolerables». Y más ahora, cuando la «explotación capitalista» procede del comunismo chino.


ABC - Opinión

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