miércoles, 24 de noviembre de 2010

La satrapía de Corea del Norte

La única razón por la que esa tiranía sigue existiendo es la complacencia del régimen de Pekin, que no ha usado su decisiva influencia.

Definitivamente, las cosas van de mal en peor en Corea del Norte. La dictadura ha perdido el rumbo y —aunque no se sepa a ciencia cierta si el bombardeo de ayer fue ordenado por el moribundo Kim Jong-il o por su bisoño sucesor, Kim Jong-un— todo parece indicar que se trata de una cortina de humo para confundir al mundo sobre sus delirios belicistas y sus chantajes, concebidos a partir de la exhibición de tecnología en armamento nuclear. Esta demostración de fuerza podría significar que el régimen norcoreano se siente amenazado, pero incluso en el hipotético caso de que ese delirio fuese cierto, no puede justificar que, en vez de enviar un comunicado, se dedique a atacar a cañonazos la isla de Yeongpyeong.

El de Pyongyang es un régimen tóxico, cuya existencia debería ser puesta en cuestión por la comunidad internacional. No es posible aceptar que cada vez que se produce una situación de zozobra política en el interior de la tiranía más cerrada del mundo se bombardee un territorio vecino, se hunda un buque extranjero o se descubra que siguen fabricando combustible para armamento nuclear. Y hay que reconocer que a día de hoy la única razón por la que esa tiranía sigue existiendo es la complacencia del régimen de Pekín, que hasta ahora no ha querido utilizar su influencia decisiva para terminar con una dinastía grotesca de sátrapas que mantiene esclavizados y aislados del mundo a sus súbditos. En Occidente, hace tiempo que Pyongyang no encuentra ninguna comprensión, y Pekín es su último asidero; dejarlo caer sería la mejor prueba de que el régimen chino está interesado en ejercer las responsabilidades que corresponden a su cada vez más relevante posición internacional.

La oferta de pagar a los Kim Jong para que dejen de dilapidar en armamento nuclear el dinero que necesitan los norcoreanos para comer no ha dado ningún resultado, y no sería ninguna solución si ahora se les volviese a premiar para que dejen de seguir recordando al mundo su existencia a cañonazos. No hay ninguna razón para pensar que dejar las cosas como están sería mejor que preparar una acción concertada y pacífica de la comunidad internacional para favorecer un verdadero cambio en Pyongyang.


ABC - Opinión

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