miércoles, 3 de noviembre de 2010

De la esperanza al cabreo. Por José María Carrascal

Los norteamericanos se han hecho más escépticos ante el gobierno, más hostiles hacia las regulaciones

ESCRIBO esta postal mientras se vota todavía en todo el país, por lo que habrá que esperar a la madrugada para tener los primeros resultados. Pero se da por seguro el retroceso demócrata —que será el de Obama— y la única incógnita es el tamaño. Si logran mantener una de las cámaras, sería un empate, buen resultado para ellos. Si pierden las dos, un desastre. Si las retienen, un triunfo. Pocos piensan en esto último.

¿Qué ha pasado en estos dos años para que la escena política norteamericana haya cambiado de ésta forma? Aquella ola optimista que barrió el país en 2008 se ha convertido en indignación hoy. Los norteamericanos se han hecho más escépticos ante el gobierno, más hostiles hacia las regulaciones, más individualistas y más cínicos ante las tesis planetarias, como el mercado global, el cambio climático y la cooperación internacional. ¿Por qué? Pues porque esas eran las ideas de Obama, y no les han traído lo que esperaban: una mejor suerte para ellos y para su país. Al revés, hoy están peor que hace dos años. Lo que se carga en la factura del presidente, pues aquí las responsabilidades se toman muy en serio. No valen excusas: el que ocupa el poder tiene que rendir cuentas. Y si no son satisfactorias, se le pasa factura, que es lo que están haciendo los norteamericanos en este momento: pasar factura a aquellos congresistas, senadores y gobernadores que han contribuido a no sacarles del foso. El cabreo sustituye a la esperanza.


Debaten los analistas si esta explosión de ira es temporal o duradera. Si entramos en otra era conservadora, tras el breve episodio pastoral de Obama, que en 2012 habrá desaparecido. Ahí, las opiniones divergen. Hay quien piensa que la propia furia del Tea Party acabará consumiéndole, una vez que sus miembros, ya en cargos representativos, comprueben que las cosas no son tan fáciles y no den tampoco con la solución. Otros, en cambio, piensan que estamos ante un viraje de largo recorrido, dado el profundo abatimiento que barre el país.

Mucho va a depender de Obama. Tiene dos años para demostrar que no es sólo un hombre que habla bien, se mueve con soltura y da fantástico en televisión, sino que es también capaz de abordar con coraje los grandes y muchos problemas que tiene el país, y vencerlos. Pero, sobre todo, si es capaz de devolver a sus compatriotas aquella esperanza, aquella ilusión que le llevó en volandas a la Casa Blanca, hoy transformada en cólera sorda e intensa. Tiene dos años para demostrarlo y las apuestas no están a su favor. Él dice a sus allegados: «Soy un corredor de fondo. Al final, consigo siempre lo que busco». Pero tendrá que darse prisa. Mucha prisa.


ABC - Opinión

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