miércoles, 1 de septiembre de 2010

Las vidas de Zapatero. Por Ignacio Camacho

Nadie sabe cuántas vidas políticas tiene Zapatero, pero de momento ya ha resucitado de dos presuntas defunciones.

DESPUÉS de su enésima ejecución política a manos de sus correligionarios, el socialista sevillano José Caballos —veterano recurrente de todas las batallas internas del partido desde los años ochenta, que siempre pasaban de un modo u otro por su apartamiento y/o su vuelta— se retiró a la fuerza del primer plano con una amenazadora definición de sí mismo: «Me voy, pero como los gatos tengo siete vidas y según mis cuentas aún me quedan cuatro». Lo habían defenestrado tres veces, en efecto, y en ninguna de las tres habían logrado rematarlo.

Zapatero no corre por ahora peligro de sufrir un ajuste de cuentas en sus propias filas —todo llegará cuando pierda el poder, y llegado el caso los ejecutores no van a ser piadosos— pero afronta el nuevo curso bajo la sensación general de estar políticamente liquidado. El mandato zozobra sacudido por la crisis, el Gabinete agoniza en estado cataléptico, la legislatura pende del hilo presupuestario y respira gracias al racionado oxígeno de los nacionalistas, y el propio presidente ofrece en las encuestas un encefalograma de moribundo. Rajoy ya se atreve a sugerir que está jugando a formar equipos de gobierno en el tablero invisible de su enigmática cabeza: pese a su prudencia gallega se ve con el capitoné de mudanzas en la puerta de La Moncloa. Sin embargo, es prematuro dar por deshauciado a un hombre que si algo ha demostrado en su errático manejo del poder es una asombrosa capacidad para desdoblarse a sí mismo.


Nadie sabe cuántas vidas políticas tiene Zapatero, pero de momento ya ha resucitado de dos presuntas defunciones. La primera fue tras el fracaso de la negociación con ETA, momento en que todo el mundo dio por finiquitado su mandato bajo los escombros de la terminal de Barajas, y la segunda cuando en el último mayo los célebres «mercados» de la deuda bombardearon como en Pearl Harbour su contumaz optimismo socialdemócrata. Ahora la Presidencia sufre un cuadro crítico agravado: la huelga general, los recortes sociales, el paro en estancamiento casi estructural, la inminente caída del tripartito catalán y el desencanto de un electorado que no parece dispuesto a creer en más piruetas ni más trucos. Pero la legislatura aguantará si el Gobierno logra —que logrará— el respaldo mercenario del PNV a los presupuestos, y luego aún pueden pasar muchas cosas, desde el presentido final de ETA a una posible aunque difícil recuperación económica. El presidente es un desastre en la estrategia, pero ganaría del tirón un Premio Nobel de la resistencia y de la táctica. Y aunque se vaya dejando vidas en cada huida hacia adelante, todavía es imposible adivinar cuántas reinvenciones le quedan a su elástico avatar de camaleón político. Al fin y al cabo tampoco Rajoy, dos veces perdedor, tiene su capital de oportunidades intacto.

ABC - Opinión

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