sábado, 11 de septiembre de 2010

El presidente del «no»

Zapatero sí ha cambiado principios, roto promesas y desilusionado a muchos. Empezando por los sindicatos, a los que convirtió en socios de gobierno en la sombra hasta que la UE impuso el divorcio.

DEL diálogo sin límites al «no» rotundo. Este es el camino entre extremos que ha recorrido Rodríguez Zapatero en los últimos meses, especialmente desde que Bruselas obligara al Gobierno español a aprobar urgentemente medidas drásticas contra el déficit público. Para realizar este recorrido Zapatero ha tenido que desdecirse completamente de su afamada política social, restringiendo pensiones, ayuda a la dependencia y derechos de los trabajadores. Ayer rechazó, en una entrevista radiofónica, que hubiera cambiado de principios, aferrándose a su método de negar la realidad para evitar enfrentarse a ella. Pero lo cierto es que sí ha cambiado principios, roto promesas y desilusionado a muchos. Empezando por los sindicatos, a los que convirtió en socios de gobierno en la sombra hasta que la presión europea le impuso el divorcio. Hasta entonces, Zapatero condenó cualquier reforma laboral sin consenso; atrajo el afecto sindical hablando contra especuladores y mercados; y amarró su apoyo al convertir en tabú cualquier recorte social. Ahora, Zapatero está dispuesto a ejecutar la reforma laboral cualquiera que sea el resultado de la huelga general del 29-S. Si fuera de firmeza, la actitud de Zapatero sería elogiable, aunque tardía. El problema es que este plante ante los sindicatos va parejo a una posición política similar frente a los grupos parlamentarios. Ni una sola enmienda aprobada por el Senado o presentada en el Congreso por la oposición ha sido admitida en su textualidad en la letra de la reforma laboral. Firmeza o enrocamiento. Probablemente más de lo segundo que de lo primero, con una cierta dosis de ventajismo al aparentar dureza con unos sindicatos con mala imagen pública, que no las tienen todas consigo para el 29-S, por lo que están subiendo la presión para que la huelga sea un éxito. Si hace unos años daban «cariño» a Zapatero, ahora ya piden a gritos su dimisión. Sin embargo, sería un error que jugara la carta del fracaso de la huelga, porque puede no producirse y porque, aun cuando se produjera, no sería un respaldo social a su política económica.

El presidente del Gobierno se ha encapsulado en una estrategia de objetivos cortos: pactar con el PNV, no recibir más reveses de Bruselas, salvar su continuidad con los presupuestos de 2011 y no dar opción a transacción alguna con agentes sociales y oposición política. Mientras tanto, el Ejecutivo hace agua como órgano colegiado, cercenado por la provisionalidad que provocan ceses aplazados, en unos casos, condicionados o filtrados a la prensa, en otros; y sumido en la indiferencia que transmite Zapatero hacia el estado de su equipo ministerial, destinatario de otro no incomprensible, el de la crisis de gobierno.

ABC - Editorial

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