domingo, 24 de enero de 2010

«El modorras». Por Alfonso Ussía


No queda bien dormirse durante un discurso del jefe superior. Igual si se trata del jefe superior en una inmobiliaria, en una fábrica de tapones para botellas, en el salón de consejos de un banco o en la sede del Parlamento Europeo. Si la falta de interés y atención al jefe superior determina el ingreso en la pública modorrra, transposición o letargo, es motivo suficiente de cese inmediato. En las Cortes franquistas se sentaban tres o cuatro representantes de los saharauis. En un discurso de Franco, el saharaui más cercano a la presidencia se durmió profundamente, emitiendo toda suerte de ronquidos, desde los sopladores a los estertores preagónicos. Fue violentamente zarandeado por Girón de Velasco, que a punto estuvo de soltarle una colleja. Finalizado el acto, Franco comentó: «Eze berebere ez zuztituíble». Y se le sustituyó, claro está.

Diego López Garrido, el tránsfuga de Izquierda Unida que amaneció una mañana socialista de toda la vida, no está afortunado últimamente. Dos domingos atrás, efectúo como Secretario de Estado para la cosa europea el saque de honor de un partido de Liga en el Bernabéu y fue objeto de una de las mayores pitadas que se recuerdan en el Estadio del Real Madrid. Abucheo unánime y perforante. Y hace pocos días, mientras su jefe superior, Rodríguez Zapatero, hablaba como presidente semestral de la Unión Europea a los representantes de todos los países de la Comunidad, López Garrido se durmió. Se hallaba a un metro de distancia de su jefe superior y le entró la canóniga y la soñarra. No llegó a roncar, como el saharaui procurador por el Tercio Familiar, pero se ausentó de la vida plácidamente. Y tuvo un buen sueño, porque sonrió en varias ocasiones, sonrisas claramente inoportunas por cuanto Zapatero no pronunció en su horizontal alocución nada moderadamente gracioso o divertido. Nunca he sido partidario de los ceses fulminantes, pero me pongo en la piel de Zapatero, y debo reconocer que me asalta la duda. Me figuro hablando en la sede de la Unión Europea en calidad de Presidente de la misma, desgranando con escasa suficiencia oratoria un discurso que me han escrito otros, procurando atraer la atención de italianos, polacos, húngaros y alemanes, y cuando albergo la esperanza de haberlo conseguido, miro a mi derecha, y observo a mi directo subalterno, a mi Secretario de Estado, durmiendo la mona, y admito que mi reacción podría ser de estupor momentáneo con fatales consecuencias a «porteriori». Es decir, que hubiera aceptado con regocijo el aplauso de cortesía de los representantes europeos, y posteriormente, sin intercambiar gesto ni palabra con el modorras, le habría hecho llegar por el conducto reglamentario –que no es el de Zerolo–, la desagradable carta de gratitud por los servicios prestados que a renglón seguido anuncia el cese en el cargo en beneficio de la nación. López Garrido, que como todo tránsfuga es más pelota que los demás, se ha comportado groseramente con el jefe superior, que es cierto que duerme a las ovejas, pero no es excusa. Un Secretario de Estado puede abrazarse a Morfeo cuando lo estime oportuno, siempre que el abrazo no se produzca cuando el jefe superior cree estar pronunciando un discurso importante ante un auditorio poco habitual. Es lógico lo que hizo, pero no admisible. Modorras, modorritas, modorrete.

La Razón - Opinión

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