martes, 12 de diciembre de 2006

Ex Pinochet


La alegría por la muerte del dictador Pinochet (abreviemos: porque ahora ya no sólo sería ex dictador sino también ex Pinochet) se extiende de lado a lado del orbe progresista. Se trata de una alegría contenida, pero perceptible en múltiples artículos periodísticos y llega al descorche en algunas calles chilenas. Incluso cuentan que, en España, un programa de televisión de claro clarín orwelliano interrumpió sus emisiones para proclamar su satisfacción, así, sin complejos.

Entre los criminales de su especie el valor simbólico de Pinochet es incuestionable. Entre otras razones porque acabó trágicamente con «la vía chilena al socialismo» y esas palabras eran muy queridas entre la izquierda, cuya única vía al socialismo, hasta aquel momento, habían sido las armas. En España Pinochet gozó de una atención suplementaria. Entre 1973, el año del golpe, y la muerte de Franco, en noviembre de 1975, se le dijo al dictador chileno todo lo que no podía decirse al dictador patrio: algo parecido a lo que había hecho Calvo Serer con De Gaulle, aunque sin la consecuencia de que volaran el edificio de ningún periódico o revista ilustrada. Del mismo modo, y con la participación activa del juez Garzón, se le quiso juzgar por los crímenes de Franco, pretextando los suyos. Y ahora que ha muerto, corre públicamente (en grandes fotografías en los periódicos) el champán que en noviembre de 1975 sólo corrió en privado.

Todos estos detalles, incluidos los paradójicos atenuantes del caso español, basados en la evidencia de la persona interpuesta, no pueden hacer olvidar la profunda inmoralidad que conlleva la alegría por la muerte de un hombre. Tal vez se trate de un non sequitur moral, aunque lo he mirado lentamente por el derecho y por el revés. Pero todos los que exhiben la alegría de la muerte deberían hacerlo también en la hipótesis de una muerte violenta. Es más: en la medida de sus posibilidades deberían haber contribuido a que esa muerte se produjera. Y desde luego deberían absolver a sus autores de cualquier responsabilidad en el crimen. No tengo posibilidad de discutir el tema clásico, si hay razones (y cuáles son) para justificar el asesinato del tirano, e incluso del ex tirano (este ex... ¡oscura marca de legitimidad!). Sólo que este champán desbordante, esta refundación de la necrología y este repugnante «¡viva la muerte!» son propios, peor que de un asesino, del que contrata un matón a sueldo.

(Coda: «El franquismo nos enseñó el odio, la violencia y la muerte. Pero nuestra generación no tiene otro lenguaje que el de la dignidad; en su nombre, proclamo que la muerte de Franco no es una victoria ni del pueblo español, ni de la libertad. Por tanto no celebraré esta muerte. No quiero lanzar el grito que escuchábamos hace 40 años: «¡Viva la muerte!» (Fernando Arrabal, Le Monde, 22 de noviembre de 1975.)

Arcadi Espada
El Mundo, 12-12-2006

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