miércoles, 24 de febrero de 2010

"Arrimar el hombro". Por José García Domínguez

En España siempre ha sido norma arrimar el hombro durante las cogorzas en comandita. Pero de ahí a exigir al prójimo que se revuelque en una charca de fango con tal de arrimar el hombro aún media un trecho.

Lo confieso, jamás he sabido qué es un "agujero". Me refiero a esos enigmáticos "agujeros financieros" de los que siempre hablan los periódicos con muy rutinaria naturalidad, dando por obvia la definición del concepto. Además, y con tal de no pasar por un tonto, tampoco me he atrevido nunca a preguntar a los expertos que pululan en las redacciones qué se quiere significar con el término. Así que, a mis casi cincuenta años, aún continúo en la absoluta inopia sobre tan misteriosas fosas patrimoniales.

Con la voz "burbuja" me viene a ocurrir otro tanto de lo mismo. Recuerdo que cuando estudiaba Económicas nos explicaron que la gente invierte su dinero con la esperanza, a veces vana, de obtener ganancias. Aquello no sólo lo comprendí sino que hasta me pareció razonable y sensato. El problema, digamos epistemológico, vino después, cuando los mismos cátedros nos revelaron que las "burbujas especulativas" suponen la fatal consecuencia de invertir pensando únicamente en lograr beneficios; el justo castigo a la avaricia, que diría el Solemne. Llegados a ese punto, descubrí que me había equivocado de profesión, aunque ya era algo tarde para aprender un oficio serio. Así que continué con la cosa hasta que me dieron el título.


En fin, venía a cuento el excurso porque tampoco uno alcanza a descifrar el preciso contenido semántico de la expresión "arrimar el hombro", ese cargante soniquete con que los socialistas nos mantienen acongojado a don Mariano. Y es que en España siempre ha sido norma arrimar el hombro durante las cogorzas en comandita, cuando, tambaleante ya, el personal da en arremolinarse antes de entrarle al "Asturias, patria querida". Pero de ahí a exigir al prójimo que se revuelque en una charca de fango con tal de arrimar el hombro aún media un trecho.

¿O acaso presume alguien que los bancos patrios reabrirían la espita del crédito por ver a Rajoy chocando esos cinco con Zapatero, el ínclito Duran, la señorita de Nafarroa Bai y el resto de la tropa? ¿Por ventura, gracias a una risueña foto de familia en La Moncloa, el sistema financiero más sólido del mundo dejaría de cargar con las valoraciones inmobiliarias más fantasiosas del planeta? ¿A tal extremo llegan las rémoras del pensamiento mágico por estos lares? País.


Libertad Digital - Opinión

Guardar las distancias. Por M. Martín Ferrand

ESPELUZNA la ligereza con la que muchos de los santones de nuestra vida pública reclaman un «pacto de Estado» para atajar la crisis que nos sacude y compensar con él las escaseces que evidencia el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

Tendría sentido, aquí y ahora, un pacto de tal naturaleza, especialmente entre el PP y el PSOE, si se tratara de generar grandes transformaciones en los supuestos fundamentales de nuestra convivencia. Por ejemplo, una revisión constituyente de la Constitución del 78 que pusiera limites al vigente Título VIII y reservara para la Administración central del Estado competencias insensatamente transferidas a las Autonomías y la derogación del espíritu del «café para todos», constituiría un gran bien para la Nación. Justificaría sobradamente el esfuerzo y las renuncias que para conseguirlo tuvieran que hacer los dos grandes partidos que, con más o menos fundamento, siguen diciéndose nacionales y los periféricos que, en alarde de buen sentido y servicio a sus electores, quisieran sumarse a tan saludable, benéfico y meramente hipotético proyecto.

Por el contrario, y por graves que sean las crisis social y económica que nos sacuden, el pacto entre los dos partidos en los que se sustenta la posibilidad de la alternancia para atajar problemas de mero gobierno resultaría insensato y temerario. Cada palo político debe aguantar la vela de sus propias decisiones para que los ciudadanos que practican el voto inteligente, no el de la adhesión inquebrantable, puedan observar las diferencias y, sobre todo, para que un probable fracaso gubernamental, como el que ya esboza el PSOE, no nos deje huérfanos de posibilidades y relevos. De ahí que resulten alarmantes algunos chascarrillos en circulación, al estilo de los de Esperanza Aguirre, la presidenta que prefiere la política nacional a la autonómica con la que está comprometida. Su insistencia en que el PSOE debiera entregarle al PP las carteras de Trabajo y Economía en razón de lo bien que, en sus días, lo hizo José María Aznar es un chiste sin gracia. El mayor de los males democráticos que pueden generarse en una partitocracia escasamente representativa, como la nuestra, es la concupiscencia entre las fuerzas en presencia. Es lo más parecido al partido único. Instalados todos en el centro y sin más ideología que el Estado de Bienestar, dos -a falta de tres o cuatro- son mejor que uno.

ABC - Opinión

El penoso estreno de Cospedal como senadora. Por Antonio Casado

Lamentable estreno de la senadora María Dolores de Cospedal, número dos del PP, en una sesión de control.

Casi dos años después de ocupar su escaño, ayer tomó la palabra para formular una pregunta al Gobierno. En las condiciones que lo hizo, le habría compensado seguir practicando el absentismo. Mal favor a su partido y a su propia causa electoral en Castilla-La Mancha. Tampoco era necesario empeñarse en acreditar ese recado demoscópico que sitúa a la clase política como el tercer problema de los españoles, lo cual sea dicho sin reparar en siglas. En ese empeño Cospedal no es la única.

La secretaria general del principal partido de oposición preguntó a la ministra de Defensa, Carmen Chacón, si el Gobierno piensa autorizar una base militar norteamericana en el aeropuerto de Ciudad Real. El derecho a preguntar no está reñido con el rigor y la seriedad exigibles a cualquier parlamentario. Con más razón a un alto dirigente político. Pero el caso es que Cospedal preguntó eso con el mismo fundamento que pudo haber preguntado si es verdad que Rodríguez Zapatero piensa vender a Barack Obama el barrio de La Moraleja.


La falta de fundamento no es una opinión del abajo firmante. Es el acta de la sesión. Léanse ustedes la pieza de Daniel Forcada publicada ayer en El Confidencial (Chacón abronca a Cospedal por tardar 22 meses en hacer una pregunta en el Senado) y lleguen a una conclusión por ustedes mismos. A partir de la respuesta de la ministra, que fue un rotundo “no” por tres razones: primero, el Gobierno español no tiene interés; segundo, el Gobierno de EE UU tampoco ha demostrado ningún interés, y tercero, lo impide la legislación vigente.

Si aparcamos tanto las maliciosas apostillas verbales de la ministra, con la indisimulada intención de ridiculizar a Cospedal ante la Cámara, como los intentos de ésta de defenderse frente al ataque de Chacón, y nos quedamos únicamente con el fondo de la pregunta, enseguida echaremos de menos la base con la que Cospedal acudió al Senado para ejercer su derecho a controlar al Gobierno ¿Cuáles fueron sus argumentos para acreditar la sospecha de que el Gobierno piensa convertir dicho aeropuerto en una base militar norteamericana? ¿En qué se basa la sospecha? ¿Qué información tiene el PP para que se justifique esta pregunta en la Cámara Alta? Nada, absolutamente nada más que la propia verbalización de la sospecha en el formato de la pregunta. Ningún documento, ninguna razón. Solo balbuceos, nervios, caras de circunstancias entre los senadores del PP, risas y cuchufletas entre los del PSOE mientras jaleaban a la ministra.

¿Entonces? Ah, todo procede del recorte de un diario madrileño de inequívoca tendencia derechista, La Gaceta de los Negocios, que en su día anunció que el Gobierno quería convertir el aeropuerto de Ciudad Real en una base militar norteamericana. Noticia desmentida al día siguiente por el Ministerio de Defensa, por la embajada de los Estados Unidos y por los mismos propietarios del aeropuerto. No sirvió de nada. Cospedal tuvo tiempo suficiente para haber retirado la pregunta, una vez comprobada su falsedad. Pero no lo hizo. Prefirió correr el riesgo de que a su partido le sigan acusando de hacer oposición con los titulares de los periódicos afines.

Y si miramos a la parroquia electoral de la candidata del PP a presidir la Comunidad de Castilla la Mancha, nos encontramos con la segunda en la frente. La primera no es menos chusca. Me refiero a un voto de Maria Dolores de Cospedal en la asamblea autonómica contrario a sus propias declaraciones. El 19 de enero dijo públicamente que el PP regional no aceptaría la instalación de un cementerio nuclear en ningún municipio ni en ninguna provincia de la Comunidad. Once días después los socialistas castellano manchegos presentaron una resolución plagiando la declaración de Cospedal, aunque sustituyendo “PP” por “Comunidad de Castilla la Mancha”. Y el PP, con Cospedal al frente, votó en contra. Cosas que pasan.


El Confidencial - Opinión

El pensionazo y otras hipérboles. Por Ignacio Camacho

Para evaluar la intensidad y energía de la movilización laboral de anoche, lluvias aparte, basta con observar el nulo grado de contrariedad que le ha causado a un Gobierno que se siente más cómplice que víctima de las reivindicaciones sindicales y las utiliza para frenar sus propios y tímidos impulsos reformistas.

Todavía no habían salido a la calle las huestes de los sindicatos más subvencionados de Europa, acompañadas de algunos diputados de la mayoría contra la que se supone iban dirigidas las protestas, cuando Rodríguez Zapatero expresaba gozoso su disposición a escucharlas; a eso se le llama eficacia preventiva. Los compadres Toxo y Cándido podían haberse ahorrado el remojón tomando un taxi hasta la Moncloa, donde son siempre son bien recibidos, para ver el partido del Barça. No hace falta que salgan de paseo contando con un presidente tan solícito a sus inquietudes, y que además de las explicaciones pertinentes siempre tiene a punto, en tardes de meteorología desapacible, un café caliente, unas pastitas y alguna subvención. Pasad y ponéos cómodos.

Sucede que en inviernos tan crudos, que invitan a quedarse en casa, hay que salir a estirar las piernas para que no se oxide la musculatura en el sillón. Y que las pancartas se apulgaran si no les da un poquito el aire. Conviene tener a la gente entrenada para cuando gobierne el PP. Los sindicatos, que al fin y al cabo están organizados como tropas, necesitan salir de maniobras de vez en cuando para probar su capacidad operativa y hacer simulacros de fuerza que sirvan de advertencia al enemigo. Con munición de fogueo para no herir a nadie próximo, que se trata de mero ejercicio logístico.

Como en la retórica sindical es importante el aumentativo, la hipérbole nominalista que dé rango y carácter de hosca amenaza al pretexto de las manifestaciones, las centrales se han inventado eso del pensionazo para denominar a una timorata y alicorta propuesta de reforma jubilar que probablemente ni siquiera acabe de tomar cuerpo. Del mismo modo, el presidente desempolva el recuerdo del decretazo aznarista olvidando el que no hace ni tres semanas le aplicó él mismo a los controladores. (En materia de pensionazos bien podría por cierto preguntarle a Chaves, que en Andalucía se legisló uno para recibirlo él solito a perpetuidad sin que le protestaran los vigilantes de la sufrida clase obrera). Con la misma lógica semántica cabría llamar el sueldazo al salario de ciertos liberados, y el desempleazo al insondable agujero negro de los cuatro millones de parados, pero entonces no iba a haber más remedio que organizar un poco de jaleo, siquiera para pedir cuentas y disimular la pasividad ante un drama social tan notorio, y los amigos y compañeros del Gobierno se podrían enfadar o sentirse injustamente señalados. Hasta ahí podíamos llegar; ningún ser bien nacido muerde la mano que le da de comer.


ABC - Opinión

Patria y Estado. Por Alfonso Ussía

Los nacionalistas, da igual que sean catalanes, vascos o gallegos, no odian al Estado. El Estado es para ellos un chollo, un instrumento de mejor vida, la llave victimista que abre de par en par la puerta de sus despensas.

Pero sí odian a España, la Patria común con un milenio de unidad a sus espaldas. El Estado es el administrador. El que recauda y distribuye, no siempre con justicia y responsabilidad, el dinero de los españoles. El que pacta canonjías territoriales y nunca desciende de sus alturas de poder para situarse al nivel de la ciudadanía. Y España es el sentimiento, la Historia, los hechos, los héroes y los villanos. El Estado es la subvención, la notificación, la multa, la sanción y el despilfarro. España es la pintura, la poesía, la arquitectura, la literatura, la historia, la geografía y la ciencia. Es también la guerra y la paz, la alegría y la tristeza, el gozo y la tragedia. El Estado es el papel, y España es el alma. El Rey es el Jefe del Estado, pero ante todo y sobre todo, es el Rey. El Rey de España. Representa lo que odian los nacionalistas e independentistas. Lo que lleva a éstos a exteriorizar su estúpida contradicción. Cuando un nacionalista catalán, o vasco, o gallego –ésos son menos–, abuchea y silba al Rey y al Himno, se está insultando y abucheando a sí mismo. Tiene plena libertad para hacerlo. No lo hizo cuando estaba prohibido. Cobardía se llama esa figura.

El Estado es el carísimo aparato del funcionariado ruinoso y excesivo. España es la calle. Y los paisajes. Ese milagro que se da en nuestra Patria de la diversidad de hombres y tierras. España es un paisaje que anda. El Estado es una máquina que todo lo vigila, lo analiza y que actúa a su antojo. España es la emoción y el Estado la presión. Y España es la unidad y el Estado la desunión, el egoísmo y la ventaja. De ahí que los pitos al Rey –Anson acierta en su brillante «Canela Fina»– se reunieron en su persona por cuanto a España representa. El Rey es un protagonista de la Historia de España, no un edificio recaudador de impuestos o un rótulo en catalán. Y además, un brillante protagonista de nuestra Historia, impulsor de la libertad y de la concordia. Al abuchear al Rey, abuchean al mapa. El que hemos estudiado y querido desde nuestra infancia.

A los jóvenes nacionalistas e independentistas de hoy se les ha envenenado desde la infancia con el odio a España. No al Estado. España da y el Estado recibe. Posteriormente, el Estado, la gran máquina, distribuye, y España, la gran emoción, no tiene derecho ni a abrir la boca. Los Reyes sabían que su presencia en Bilbao, con una mayoría de jóvenes nacionalistas vascos y catalanes en las gradas del pabellón de Baracaldo, no iba a ser bien recibida. Pero se presentaron a pesar del riesgo. Y su entrada en el recinto significó la presencia de España. Reyes e himno. No se presentó el Jefe del Estado acompañado de su mujer, sino el Rey y la Reina. Y no sonó la canción local, sino el Himno de España. Los pitos fueron para el concepto, la historia y lo que los Reyes representan. Ser objeto de groserías entra también en el sueldo. Se insulta al Rey porque se insulta a España.

Ésa es la diferencia. España y el Estado. La misma que se establece entre una madre y un hijoputa.


La Razón - Opinión

Respuesta emocional

El Gobierno debe mantener su propuesta sobre la edad de jubilación a pesar de la presión sindical

Las manifestaciones sindicales contra la ampliación de la edad de jubilación desde los 65 a los 67 años suponen el primer conflicto político entre el Gobierno y los sindicatos. No es casual que en varias intervenciones de los convocantes se pusiera en valor la paz social disfrutada durante las últimas legislaturas y se amenazara con que "esto no quedará así" si el Gobierno no retira la propuesta. Saben los sindicatos que el Gobierno es sensible a la amenaza de una huelga general; y calcula el Gobierno que los sindicatos no se atreverán a convocarla como respuesta a una reforma a largo plazo de las pensiones. Los sindicatos se han comportado sensatamente al firmar el pacto salarial con la CEOE y están dispuestos a negociar una reforma laboral (sin abaratamiento del despido); pero han cavado las trincheras para oponerse a cualquier reforma de las pensiones contributivas, que ellos denominan pensionazo.

La respuesta sindical parece emocional y desproporcionada. Eso es lo que se deduce de las acusaciones de "agresión injustificada a los derechos sociales" o de los temores expresados ayer sobre una supuesta privatización del sistema. Arguyen CC OO y UGT que la propuesta del Gobierno "crea una alarma injustificada" en la solvencia del sistema; pero el caso es que el Gobierno no propone una reducción inmediata de las pensiones, sino que se abra una discusión en las instituciones políticas y sociales pertinentes para aplicar cambios que se han probado en otros países. Ese debate se hará en el Pacto de Toledo y si se llega a un acuerdo por mayoría, se negociará con los agentes sociales. No habrá pues decretazos (el presidente del Gobierno ha insistido en ello) y, por tanto, la respuesta sindical parece desmedida.

El argumento sindical de que hay que rechazar el recorte de los derechos tropieza con la realidad. Los españoles se incorporan tarde al mercado de trabajo, lo abandonan pronto y su expectativa de vida tras la jubilación es elevada. Cualquier simulación razonada de la evolución de la Seguridad Social con previsiones moderadas de envejecimiento permite asegurar que el superávit actual irá disminuyendo poco a poco y que en torno a 2020 se corre el riesgo de incurrir en déficit. No es que el sistema vaya a quebrar, como dicen los catastrofistas y ridiculizan los sindicatos; es que si no se corrigen las prestaciones y el periodo de cálculo (reforma a la que ha renunciado por ahora el Gobierno), las pensiones que percibirán los jubilados durante las próximas décadas se reducirán a la mitad.

Puesto que prorrogar la edad de jubilación no es una medida irracional, ni un trágala político, el Gobierno debe mantener su propuesta y aceptar el riego de que el conflicto con los sindicatos se encone. Y no sólo porque los inversores internacionales vigilen el gasto público futuro, sino porque la reforma de las pensiones, junto con la del mercado laboral y la de las cajas de ahorros son las que toca hacer en este momento. La laboral y la financiera son urgentes; la de las pensiones puede y debe pactarse con tiempo y serenidad.


El País - Editorial

La manifestación de los cómplices

Parece que los cientos de miles de liberados sindicales con los que cuentan UGT y CCOO están exentos hasta de acudir a las manifestaciones que sus dirigentes convocan.

Parece que los cientos de miles de liberados sindicales con los que cuentan UGT y CCOO están exentos hasta de acudir a las manifestaciones que sus dirigentes convocan. Apenas nueve mil manifestantes en Madrid; muchísimos menos aun en Cataluña y en la Comunidad Valenciana. A eso se reducen las manifestaciones que este martes habían convocado los sindicatos para protestar, supuestamente, contra el Gobierno y su propuesta de elevar hasta los 67 años la edad de jubilación.

De ello no hay que deducir, obviamente, que sea escaso el malestar social ante la política del Gobierno, en general, o ante su propuesta de hacer sostenible el sistema público de pensiones a costa de los pensionistas. Lo que sucede es que nuestras privilegiadas y bien remuneradas élites sindicales, corresponsables de una política tan antisocial como la que ha generado en nuestro país cuatro millones y medio de parados, lo que han pretendido con esta manifestación, más que liderar y dar cauce a la protesta, ha sido neutralizarla. Y lo han hecho con el doble objetivo de que el Gobierno de Zapatero no resultara especialmente perjudicado por ella, al tiempo de simular cierta independencia y capacidad de critica ante la que nos está cayendo.

No hay que extrañarse, pues, de que incluso varios diputados del PSOE se hayan sumado a este paripé, ni que Zapatero haya comentado la manifestación recordando lo muy "agradecido" que está a los sindicatos. No es para menos. Los sindicatos han hecho durante estos años algo aún peor que guardar silencio ante una política que despilfarraba el dinero del contribuyente tanto como condenaba al paro a millones de trabajadores: los sindicatos han exigido esa empobrecedora política como si de una muestra de defensa de unos mal llamados derechos sociales se tratara.

En cuanto a las pensiones, somos los primeros en poner objeciones a los planes del Gobierno de alargar coactivamente la edad de jubilación o de reducir la cuantía de las pensiones a través de otro cómputo para el cálculo de las mismas. Pero si esto no es solución, menos aún lo es ignorar el problema, tal y como hacen los sindicatos al no querer ver a dónde nos está llevando el ineficiente, por no decir estafador, sistema público de pensiones. Claro que este no es un problema para nuestras élites sindicales, bien sea debido a sus privilegiadas retribuciones, o porque ellas mismas hacen un lucrativo negocio gestionando planes de pensiones privados.

Tampoco es un problema para ellos la insostenible rigidez que padece nuestro mercado laboral que condena a millones de personas a un paro estructural al disuadir la nueva contratación por las elevadas indemnizaciones por despido. Tampoco es un problema para ellos que los trabajadores no puedan representarse directamente a sí mismos para negociar cuáles son sus condiciones de trabajo o la cuantía de su indemnización ante un eventual y futuro despido. Por el contrario, para los sindicalistas es una forma de vida la conculcación de los derechos individuales de los trabajadores que dicen representar.

A este respecto, es necesario destacar las declaraciones que ha hecho el gobernador del Banco de España en defensa, no sólo de los parches propuestos por el Gobierno en el tema de las pensiones, sino también a favor de la reducción del gasto público y de la reforma de la negociación colectiva para que los sindicatos y las patronales "den libertad" a empresas y trabajadores para que fijen sus condiciones laborales al menos durante los próximos tres años.

Está visto, sin embargo, que para los sindicatos ni la falta de austeridad, ni la legislación laboral que disuade la contratación, ni la falta de libertad de los trabajadores constituyen un problema. No nos extrañemos, pues, del paripé de su manifestación y de su escasa afluencia.

Lo único que podríamos añadir y denunciar es el vacío que deja la oposición al Gobierno, que es la que debería encauzar y liderar el huérfano pero creciente malestar ante la política de Zapatero, también en la calle. Sin embargo, dado que las protestas del PP –cuando las hay– se limitan al parlamento, tampoco nos ha de extrañar que ese vacío contra el Gobierno lo ocupen en la calle sus cómplices.

El Gobierno se deja maniatar por unos grupos de radicales mantenidos por el erario público precisamente para que ejerzan de radicales e impidan a los empresarios volver a crear riqueza y empleo. Va siendo hora de que algún Gobierno agarre al toro por los cuernos y que, al igual que hizo Thatcher en su momento, arrebate a estas minorías los injustificados privilegios con los que cuentan. No sólo nos ahorraríamos varios cientos de millones de euros, también nos volveríamos más libres y prósperos sin su reacción continua a cualquier cambio y mejora social.


Libertad Digital - Editorial

El pacto es con los sindicatos

EL presidente del Gobierno mostró ayer las razones por las que los sindicatos le tienen cogida la medida al Ejecutivo

La mínima presión ejercida por UGT y CCOO con las manifestaciones de ayer -comedidas y hasta amigables con el Gobierno- ha tenido la respuesta esperada porque Zapatero, antes de que comenzaran las movilizaciones, vino a zanjar cualquier reforma del sistema de pensiones o de otras políticas sociales que no tenga el visto bueno de las organizaciones sindicales, a las que calificó como «decisivas» para el consenso. Las posibilidades de una nueva política económica y laboral se esfumaron con este nuevo abrazo de Zapatero a la «paz» sindical. Poco sentido tiene seguir insistiendo en ofrecer a los grupos políticos un pacto que, en todo caso, debe superar el filtro de unos sindicatos que ya han establecido sus líneas rojas.

Zapatero ha optado por tener las calles limpias de manifestaciones a cambio de mantener anquilosado el mercado laboral y bloqueado el futuro de las pensiones, entre otros problemas estructurales. Entre el mensaje lanzado en Londres -habrá todo el déficit que haga falta hasta que empiece la recuperación- y el de ayer -sin el apoyo de los sindicatos no hay acuerdo social-, Zapatero ha armado un discurso no sólo retrógrado e ineficaz, sino contradictorio con los que han emitido altos cargos y ministros de su Gobierno. No es compatible lo que está diciendo Zapatero con lo que su equipo económico vende a los inversores de Londres o Nueva York. Pedir al PP, en estas condiciones, que arrime el hombro es una frivolidad, porque lo primero que tendrá que saber el PP es qué propuesta tiene que apoyar. No menos difícil es la tarea que tiene por delante la peculiar comisión por el consenso -Salgado, Blanco y Sebastián-, cuyo horizonte de propuestas se agota donde empieza el veto sindical.

Mientras tanto, los problemas siguen su curso y las instituciones mantienen sus alertas. Pero ya importa poco, después de la renovada alianza de Zapatero con los sindicatos, que el gobernador del Banco de España insista, como lo hizo Fernández Ordóñez, en reclamar una reforma laboral y de la jubilación en profundidad para facilitar la recuperación de la economía. La indiferencia del Gobierno hacia quienes le piden rigor y realismo ha provocado el desprestigio de los organismos que, como el Banco de España, tienen autoridad para, al menos, ofrecer pautas de política económica desde posiciones de independencia y asesorar en tiempos turbulentos. Este Gobierno empieza a moverse únicamente por instinto de supervivencia.


ABC - Editorial

martes, 23 de febrero de 2010

El pacto contra la crisis, guerra de propaganda

Recelo del PP y presión para el Gobierno ante la reunión de la comisión negociadora del jueves

LA PROVOCACIÓN de Esperanza Aguirre de proponer a Cristóbal Montoro y a Javier Arenas como ministros de Economía y Trabajo en un Gobierno de concentración presidido por Zapatero es muy reveladora del escepticismo con el que el PP afronta la iniciativa del Ejecutivo de llegar a un pacto contra la crisis. Las palabras de la presidenta madrileña equivalen a decir que, dada la gravedad de la situación, los populares no pueden hacerse corresponsables de la actual política económica maquillándola con algunos retoques y que sólo admitirían un giro radical en la gestión que pudieran encarnar sus dirigentes, algo que, huelga decirlo, el PSOE no está dispuesto a consentir.

Pero tanto la posición de Aguirre como la ocurrencia del presidente riojano, Pedro Sanz, de acudir a la comisión negociadora del jueves con la propuesta de crear un Gobierno de coalición, revelan la incomodidad que esa cita le causa al PP. Los populares temen que, dado que la mayoría de la población es partidaria de acuerdos para afrontar la crisis, el PSOE utilice ese elemento para hacerles pasar por el aro o demonizarles. Si al final hubiese pacto, el Gobierno quedaría blindado para la crítica; si no lo hubiera, siempre podría jugar con la propaganda para achacar el fracaso a la ausencia de implicación del PP, a su falta de altura de miras y de patriotismo.

No les faltan motivos a los populares para desconfiar. Es cierto que una comisión como la propuesta por Zapatero, en la que la búsqueda del consenso entre tantos partidos y de signo tan distinto condiciona el resultado, tiende a rebajar la contundencia de las medidas a adoptar. Y es cierto también, por contra, que lo difícil de la situación requiere de una respuesta valiente y rotunda. Sin embargo, el PP no puede perder la ocasión de presionar para que algunas de sus ideas puedan ser contempladas y llevadas a la práctica. Poco, siempre será más que nada. Por eso, a la reunión del jueves tendría que acudir con una batería de propuestas claras sobre las que negociar. A partir de ese momento, ya se verá quién se mueve dentro de la realidad y quién no.

Si el presidente del Gobierno es sincero en su ofrecimiento, es obvio que se ha equivocado al no convocar a Rajoy antes de reunir a todos los partidos. Un gran pacto como el que dice perseguir Zapatero sólo se puede hacer con la participación del PP. La suma del resto de formaciones al acuerdo, aunque sea positiva, en el fondo resulta anecdótica.

Pero aunque el PP se ha puesto a la defensiva, quien llega más presionado a la cita del jueves es Zapatero. Por primera vez los sindicatos mayoritarios le convocan hoy manifestaciones en las principales ciudades. Protestan contra el retraso de la jubilación. Y ayer mismo el ministro de Trabajo volvía a plantear el debate de la ampliación del periodo del cálculo de las pensiones, un asunto que también levanta ampollas en UGT y CCOO.

Además, las cuentas siguen sin salirle al presidente. Al varapalo que las previsiones del Banco de España contraponen a su discurso optimista hay que sumar los pronósticos del propio Corbacho y del secretario de Estado de Economía. El ministro adelantó ayer que no cuenta con que se cree empleo en España durante el tercer trimestre, mientras que José Manuel Campa advirtió que sólo se creará empleo neto «suavemente» a finales de año. O sea, que ni su propio equipo se cree ya los vaticinios alegres de Zapatero.

Sólo si los dos principales partidos son capaces de salir del discurso de la propaganda el país podrá esperar una colaboración real y respuestas conjuntas y creíbles a la crisis. De lo contrario, seguiremos hasta nuevas elecciones como hasta hoy.


El Mundo - Editorial

La amnesia del 11-M. Por David Jiménez Torres

Cada vez está más claro que nuestra historia más reciente, como poquísimo desde 1996 a 2010, tiene su punto de inflexión en el tenebroso pivote del 11-M.

Uno recuerda lo mucho que los periodistas de izquierdas, historiadores, intelectuales, tertulianos y repetidores a nivel de café-bar del último tópico pseudointelectual han manoseado el presunto "despertar de la amnesia" de la Guerra Civil y el franquismo, a fin de justificar de una década para acá un hiperrevisionismo revanchista. Lo paupérrimo del argumento de esa supuesta "amnesia" en su aplicación a la Guerra Civil resulta evidente, como bien argumentaba, por ejemplo, Pedro Carlos González Cuevas en la introducción a su biografía de Ramiro de Maeztu (Marcial Pons). Difícil hablar de "amnesia" cuando parece que cada día durante los últimos treinta años (y contando) se ha publicado un artículo, ensayo, libro o película contra el franquismo, y cuando la condena del levantamiento, de la guerra y del posterior régimen parecen firmemente establecidos en los currículos de escuelas y universidades.

Sin embargo, y a la luz de las revelaciones de El Mundo sobre la reacción de los peritos ante las posibles "complicaciones" en la versión oficial de lo ocurrido en la masacre de marzo, y sobre la cada vez más dudosa actuación de los jueces que llevaron la investigación del atentado, cabe preguntarse si el proceso "amnésico" tan erróneamente aplicado a la Guerra Civil y al franquismo es transportable, en menor medida y con varias matizaciones, a uno que nos pilla mucho más cerca e incide de forma mucho mayor sobre nuestra vida nacional: el 11-M.

Es verdad que desde aquel día hace casi seis años han salido varios libros al respecto, y que ha habido muchos periodistas, medios de comunicación y grupos organizados a través de internet que han trabajado de forma incansable para intentar establecer lo que verdaderamente ocurrió ese 11 de marzo. Se ha construido una pequeña zona en el Retiro de Madrid en recuerdo a los fallecidos, se ha erigido un monumento bastante horrible delante de la estación de Atocha; por haber, hasta ha habido una canción de La Oreja de Van Gogh. Nadie ignora que el 11-M ocurrió y que fue una atrocidad. Pero falta que calen en la ciudadanía dos asuntos cruciales: el primero, que cada vez está más claro que nuestra historia más reciente, como poquísimo desde 1996 a 2010, tiene su punto de inflexión en el tenebroso pivote del 11-M. Un pivote que cada vez se antoja más profundo, más crucial, más determinante en sus hondas ramificaciones. Y el segundo, que tenemos la tarea pendiente de esclarecer de forma satisfactoria la anatomía de ese pivote, o séase, qué demonios sucedió ese día, qué fue el 11-M.

Resulta irónico porque con la presunta "amnesia" de la Guerra Civil y el franquismo estos dos asuntos se cumplían. Todo el mundo reconocía la importancia de la contienda, todos sabían que la guerra española había marcado, como poco, medio siglo XX español; nadie dudaba (cómo hacerlo) de su decisiva importancia. Y tampoco existía ninguna duda sobre lo sucedido: hace tiempo que conocemos a grandes rasgos la anatomía del alzamiento, de la contienda, de la represión, de todo lo que había venido antes y todo lo que se produjo después. La información la tenemos, completísima, desde hace ya tiempo; lo único que ha cambiado ha sido la apreciación de los hechos.

La información básica del 11-M, sin embargo, nos sigue faltando; frente a la voracidad de la ciudadanía por información sobre la Guerra Civil y el franquismo (ahí están las listas de ventas de El Corte Inglés y la Casa del Libro), la búsqueda de la verdad del 11-M se topa, para qué negarlo, con una gran indiferencia. Dicen algunos, muchos, que es porque los ciudadanos tienen muy claro lo que sucedió. Pero es muy sospechoso ese empeño en no saber, en negar con la cabeza cuando se ven titulares discordantes con la cómoda memoria establecida; esa propensión automática a caricaturizar al que se desmarca de lo aceptado. Casi parece una forma de compensar, de superar un trauma pasado o evitar uno futuro. De huir con un gesto brusco del rostro borroso que entrevemos a nuestro lado. Un proceso típicamente amnésico.


Libertad Digital - Opinión

Frenesí presidencial. Por M. Martín Ferrand

Los viejos militantes de Falange Española, para proclamar la firmeza de su voluntad, se autodefinían como inasequibles al desaliento, una poética expresión que, posiblemente, quiera decir lo contrario de lo que parece.

José Luis Rodríguez Zapatero que, sin serlo, luce mañas de jefe de centuria, es también inasequible al desaliento y, puestos en la evocación del pasado, bien podría ser un miembro del trío Los Panchos cuando entonaban aquello tan bonito: «Yo estoy obsesionado contigo y el mundo es testigo de mi frenesí». Tiene tal fijación con José María Aznar que ha llegado a invocar su nombre como responsable del paro que padecemos en función del urbanismo salvaje desplegado por el PP.

Somos testigos, como el mundo para Los Panchos, del frenesí presidencial. La crisis internacional que padecemos se sustenta, según la patológica obsesión de Zapatero, en la avaricia financiera, la especulación de las instituciones y, en el caso español, en la política urbanística del aznarato. No deja de ser curioso si se considera que la mayoría de las competencias urbanísticas fueron transferidas a las Autonomías en tiempos de Felipe González. Esa obsesión de Zapatero es intelectualmente insostenible y políticamente barata; pero forma parte integral del personaje. Es la misma que le lleva, una y mil veces, a requerir la adhesión de Mariano Rajoy a sus ignotos planes de solución para una situación, crecientemente insostenible, de paro y empobrecimiento colectivo.

La mayoría que asiste a Zapatero en el Congreso, natural o inducida, exime al PP de responsabilidades de apoyo al Ejecutivo. Así lo viene sosteniendo Rajoy y por eso resulta chocante que Javier Arenas, líder del continuado fracaso popular en Andalucía, les dijera a sus subordinados reunidos en Ronda que «... hasta que haya elecciones, el PP tiene que ayudar a salir de la crisis». Ignoro las claves secretas del Curso de Invierno que sirvió de marco al discurso de Arenas; pero, ¿en nombre de qué principio, democrático o ético, la oposición debe ayudar al Gobierno en algo que no considera útil para el Estado, conveniente para la Nación o deseable para la Patria? Ya sabemos que la seriedad y el rigor no son herencia frecuente en nuestra partitocracia; pero la respuesta al disparate de una acusación falaz con un compromiso inexistente nos da la medida del peligro que nos circunda, por la derecha y por la izquierda.


ABC - Opinión

La avaricia. Por José García Domínguez

Zapatero ya ha olvidado su mantra en la cumbre del G-20. Entonces estableció al incuestionable modo que era la codicia –y no la avaricia– la genuina causante de la crisis. Aunque, bien mirado, qué más da la avaricia, la codicia, la sevicia o la Patricia.

Si en algo muestra un respeto reverencial hacia los clásicos el presidente es en el libreto de las comedias mitineras, género de brocha gorda donde siempre obedece el célebre consejo de Lope:

"Como las paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto".

Así, para mostrar el aprecio que le merece el coeficiente intelectual de los compañeros y las compañeras, Zapatero viene de desvelar ante una nutrida tropa andaluza que "la avaricia" resulta ser "la causa fundamental" de la crisis. Ergo, aquel Nikolai Kondratieff, el que empeñara su entera existencia en descifrar los arcanos estadísticos de los ciclos hasta que el padrecito Stalin mandó fusilarlo en el Gulag, fue un pobre tonto; un desdichado a quien el fátum cruel hurtó pasar dos tardes aprendiendo con ZP.

Y qué decir de Joseph Schumpeter, tenido hasta el domingo al mediodía por el mayor economista que jamás produjera Austria –y quizá Europa toda–; otro simple, un bobo ofuscado en desarrollar alambicados razonamientos con tal de desentrañar asunto tan banal como las crisis sistémicas del capitalismo. Por no hablar de Keynes, aquel risible pasmón. O de Marx, el padre putativo de los rojos que en el mundo han sido, un lerdo superlativo que igual pretendía fundamentar la economía en leyes objetivas. Rudos ignorantes todos ellos, ajenos a los doctos saberes que el magisterio de fray Gerundio de Campazas inculcó en su ilustre paisano leonés. Dejémonos, entonces, de modelos econométricos, tablas input-output, obtusos teoremas y todas esas zarandajas.

Nada, nada, "la avaricia rompe el saco". He ahí el alfa y el omega del nuevo paradigma llamado a expulsar a Samuelson, Quirk, Lipsey, Dornbusch, Fisher y demás farsantes de los manuales de teoría económica para siempre jamás. Pues poco importa que Zapatero ya haya olvidado su mantra en la cumbre del G-20. Y es que entonces estableció al incuestionable modo que era "la codicia" –y no la avaricia– la genuina causante de la crisis. Aunque, bien mirado, qué más da la avaricia, la codicia, la sevicia o la Patricia. El caso es ir tirando con tópicos de barra de bar, chascarrillos de comadres, sentencias de tertulia de rebotica y lugares comunes de patio de colegio. Con lo que hay, no nos engañemos.


Libertad Digital - Opinión

Golpistas. Por Hermann Tertsch

RESULTA que el hermano del alma de nuestro leonés de Valladolid, el presidente del Gobierno de España, que es el islamista Rajip Erdogan, acaba de hacer una redada de militares supuestamente golpistas en Turquía.

Amigos para siempre como se vio ayer. En Turquía tenemos una gran tradición de golpes de Estado, es cierto. Y muchos habría que decir, con la historia en la mano, para bien. Para muy bien. Ya sé que no es muy popular hoy decir que son mejores unos golpistas que otros. Que la llamada Revolución Bolchevique fue «chachi» como diría Leire Pajín y los militares que frenaron procesos de usurpación por el izquierdismo totalitario y devolvieron a sus países a una senda civilizada de democracia occidental son unos canallas que han de ser perseguidos por Garzón hasta después de la muerte. Pero la historia de Europa, sobre todo, pero no sólo, demuestra que hubo golpes muy rentables para la calidad de vida de sus ciudadanos. Cierto que muchos no salieran bien. Y muchos tuvieron incluso más víctimas que las que habrían provocado los regímenes que frustraron.

La miseria moral y la violencia que los golpistas son capaces de imponer, su ristra de crímenes y represión, son fácilmente reconocibles. Muchas veces hacen irreconocibles la represión y la miseria moral de los regímenes que querían derrocar o derrocaron. En Chile, la dictadura de Pinochet duró -cada vez más suave- unos quince años. Dejó un país que hoy es modélico en Latinoamérica. Con una transición que emuló a la española. Aquella que elogiamos todos los que la vivimos hasta que llegaron los niñatos que no la vivieron para descalificarla. En Cuba, en cambio, la dictadura aun existe. Con toda brutalidad. Va ya por encima del medio siglo y sigue implacable y procaz, humillando a todos y cada uno de los cubanos y sólo halaga a nuestros turistas del ideal -artistas, niños de la zejazapaterista y cernícalos del turismo sexual- los españoletes que se van de putas jineteras o a otras actuaciones lujuriosas con el miserable régimen que tan bien los acoge y que mata y tiene las cárceles llenas.

Hace unos días aquí en la España oficial de Rodríguez Zapatero les dieron un homenaje a los golpistas de la UMD. Todos por supuesto unos fracasados. Porque no les salió nada bien y porque todos fueron represaliados por el régimen entonces existente. Y no hicieron nada. Ni sirvieron para nada. Todos acabaron cumpliendo penas blandísimas en castillos o penales medianamente razonables. Habrá quienes piensen que es justicia histórica un homenaje a militares que preparan un golpe contra las instituciones a las que juraron obedecer. Supongo que porque los consideraban inmensamente buenos. Sus fines quizás más que sus medios. Pero también hay muchos españoles que piensan que la transición no la hicieron quienes querían derribar al régimen pasado por la fuerza de la insurrección militar, sino quienes, como Adolfo Suárez y tantísimos otros, hicieron el cambio a partir de las instituciones.Porque entendían la historia de este país. Aquí hay muchos empeñados en olvidar que Franco murió en la cama y que fue su gente la que encauzó esa «construcción de la clase media» que no existía en nuestra desgraciada guerra civil pero que después evitó la siguiente. Porque aquí en España los siete demócratas que existían se fueron de este país tan cainita y maldito en cuanto comenzó la guerra. Y se quedaron todos los totalitarios de ambas partes. Para matarse entre ellos. Y había gente decente en todas partes. Y asesinos, ladrones y delincuentes de todo tipo también. Lo insólito es que setenta años después nos haya surgido un iluminado que dice que su abuelo, gran represor y ejecutor de asturianos comunistas era un santo laico, el capitán Lozano, ejecutado por sus compañeros. Lo absurdo es que un criminal absuelto por la amnistía de 1977 como Santiago Carrillo que tiene sobre su conciencia la muerte de miles de nuestros compatriotas dé clases de moral en las televisiones públicas. Lo terrible es que sigamos hablando de golpes de Estado. Como el 20 de julio de 1944 contra Hitler demostró -pese a su terrible fracaso- hay golpes que tienen mucho sentido. Evitan más males que los que provocan


ABC - Opinión

Las camadas del odio. Por Cristina Losada

En Baracaldo, como antes en Mestalla, el Rey recibía los frutos de la pedagogía del odio como máximo representante de España. Pero los dos grandes partidos han preferido mirar para otro lado.

Los hooligans no aspiran a quince minutos de fama, sólo a segundos basurientos. En la Copa del Rey de baloncesto, los chicos de la pitada, primos de los de la gasolina, hicieron alarde de un gamberrismo que se pretende adornar con perendengues políticos. Aunque lo suyo es pura esquizofrenia. Acuden como borregos a una final deportiva española, y, al tiempo, van a ciscarse en España. Atrapados en el callejón, resuelven con grosería el trance. Así, ya pueden volver a sus tabernas como hombrecitos y jactarse de haber gritado más que nadie. Y eso, porque faltaba el senador Anasagasti, que se sueña un Manolo el del Bombo con una trompeta de 2.000 megavatios. Fantasías de la senectud, compréndanse.

La parte incomprensible no es, desde luego, la existencia de los montaraces. Raro sería que no hubiera anti-españoles en las Vascongadas tras varias décadas de cuidadosa y sistemática crianza de esa incivil ganadería. Cualquiera que se asome a los libros de texto que manejan allí los escolares, entiende que les resulten ajenos, despreciables y odiosos España y la Constitución, el Estatuto de Autonomía y el idioma español.


En la reciente obra de Pedro Antonio Heras, La España raptada. La formación del espíritu nacionalista, se puede medir el grado de adoctrinamiento y manipulación emocional alcanzado en la enseñanza. Un proceso que ha contado siempre con la aquiescencia, por desistimiento, de los gobiernos de Su Majestad.

En Baracaldo, como antes en Mestalla, el Rey recibía los frutos de la pedagogía del odio como máximo representante de España. Pero los dos grandes partidos han preferido mirar para otro lado. Pajín y Corbacho sostienen que el abucheo iba dirigido contra el monarca, como si los exaltados fueran una banda de republicanos. Patxi López se refugia en un "no me muevo por himnos" para pedir respeto a las personas, tan elementales, que sienten afecto por esas antiguallas. Oiga, la próxima vez ponga algo de Pink Floyd, a ver si hay más suerte. Y desde el PP, Cospedal asegura que "el clima político" ha cambiado en el País Vasco, pues la pitada contra España es lo propio de un clima de convivencia agradable. El caso es huir de la evidencia y escapar de responsabilidades. En suma, lo que se ha venido haciendo hasta ahora.


Libertad Digital - Opinión

Aprender de Neira. Por Ignacio Camacho

SI ves a un cabrón pegándole a una mujer, no te metas.

No vayas en ningún caso a defenderla. Te puede pasar como a Jesús Neira, que te dejen hecho un guiñapo de una paliza, te manden medio muerto al hospital y encima acaben echándote la culpa. Al cabo del tiempo, cuando la agredida te haya puesto a parir en todas las televisiones que hayan querido pagarle el salario de la infamia, cuando al agresor lo hayan soltado bajo fianza después de un año y medio sin hacer justicia, cuando entre todos te hayan tirado encima varias toneladas de mierda y tu honor esté tan vapuleado como tus huesos, la gente se hará un lío y te confundirá con un personaje más de ese mundillo miserable y sórdido y ya no se sabrá si eres víctima o culpable, si un caballero andante o un entrometido pendenciero, o simplemente un friki más de esos que andan contando historietas por los platós de la telebasura de medianoche. Te arruinarán la vida y la fama y te someterán a la peor de las condenas: la de la duda, la de la equidistancia, la de esa confusión viscosa e indiferente que uniforma las cosas y las personas en la banalidad de un espectáculo morboso, en la truculencia enfermiza de una máquina de picar escándalos sin distinciones éticas ni categorías morales.

Ésa es la lección. Si una mala tarde te cruzas con un presunto canalla maltratando a guantazos a una muchacha no vayas a dejarte llevar por el impulso de las apariencias. Déjalo correr. Frena tu ímpetu honorable, no saques conclusiones precipitadas. Puede suceder que el tipo al que tomas por un violento chuloputas sea tan sólo la conflictiva víctima de una sociedad injusta o el infeliz sujeto de un trauma inevitable. Quién sabe. No escuches los prejuicios de tu burguesa educación reaccionaria. Puede ocurrir que en vez de un acto de salvaje dominancia machista se trate de un complejo psicodrama liberador, de una retorcida terapia de pareja, de un asunto interno. No te confundas. Hazte el sueco, sigue leyendo el periódico, finge que esperas el autobús. Y, sobre todo, embrida tu nobleza de espíritu y sujeta el reflejo de tu hombría de bien hasta que tengas un cuadro de situación y de circunstancia. Sé prudente, pragmático, realista: no vayas a confundir a una mujer con una dama.

Mira a Neira, si no. Primero molido a golpes y luego sometido a un innoble zarandeo moral, cubierto de insultos, equiparado a la gentuza con la que se mezcló en su arrebato de decencia. La mujer a la que defendió le ha escupido en el alma. Las vestales del feminismo se han cruzado de brazos en un silencio ominoso y despreciable. La justicia se ha empantanado en casuismos y atenuantes. Y cierta opinión pública ha llegado a minimizar la causa de sus lesiones y lo ha humillado con el tormento de la sospecha. Míralo y no te equivoques: si crees que es un héroe civil o un ejemplo de dignidad estás definitivamente pasado de moda.


ABC - Opinión

Los sindicatos se echan a la calle, pero sin exagerar. Por Antonio Casado

A la calle, que ya es hora de pasearnos a cuerpo.

La poética soflama de Gabriel Celaya, muy movilizadora cuando ciudadanos y trabajadores compartían enemigo común en época afortunadamente fenecida, no casa ni de lejos con los motivos de los sindicatos para manifestarse aquí y ahora contra el Gobierno. Los motivos, dígase pensionazo, ni siquiera sirven para calmar a quienes rabian por la flojera sindical en el acoso y derribo de Zapatero. O sea, a la calle pero sin romper platos.

El brazo político y mediático de la derecha sin complejos ve en este tipo de movilizaciones la ocasión de saber cuánta gente vive de los sindicatos. Y le parece insuficiente a todas luces que UGT y CCOO convoquen unas movilizaciones contra el eventual alargamiento de la jubilación hasta los 67 años.

Movilización preventiva porque la propuesta aún está muy lejos del Boletín Oficial del Estado. Pero no es eso, no es eso, lo que esperan aquellos que llevan dos años preguntándose dónde están los sindicatos. La respuesta incluye furiosas alusiones a la burocracia sindical, denostada por preocuparse más de mantener sus privilegios que de pedir cuentas a un Gobierno incapaz de contener la destrucción de puestos de trabajo.


Es lo que hay. Movilizaciones meramente preventivas las convocadas a partir de hoy por las dos principales centrales sindicales. Salvo “catástrofe meteorológica”, en expresión de Fernández Toxo (se teme por el efecto paralizante de la lluvia), los convocantes esperan que las marchas de esta tarde en Madrid, Barcelona y Valencia, entre otras, tengan un respaldo masivo y sean muchos los ciudadanos que acudan en apoyo de los sindicatos. “Contra las propuestas del Gobierno en materia de pensiones”, rezan los llamamientos sindicales. El calendario de protestas se prolongará hasta principios de marzo.

Segunda convocatoria de movilizaciones preventivas en los tres últimos meses. No porque el Gobierno haya aumentado la edad legal de la jubilación a los 67 años. Por si lo hace. Como ya ocurriese con las protestas sindicales del pasado 12 de diciembre (“Que no se aprovechen de la crisis. El trabajo, lo primero”). No porque los empresarios y el Gobierno ya se hubieran puesto de acuerdo para decretar un despido más fácil y más barato. Por si se les ocurría hacerlo.

En ninguno de los dos casos estamos ante un desmentido a quienes llevan cosida a su discurso la dichosa pregunta: ¿Pero dónde están los sindicatos? De modo que éstos seguirán dando motivos para mantener viva la pregunta. Cierto. Tanto Cándido Méndez como Toxo mantienen su motivada resistencia a la convocatoria de una huelga general. Y como tampoco hay una explícita censura a la gestión del Gobierno en relación con la crisis económica, tenemos derecho a temer que sólo estemos ante un acto de reafirmación del poder sindical.

Como ya ocurriese el pasado 12 de diciembre, quienes acusan a los sindicatos de pasividad ante la crisis volverán a poner en duda que lo de esta tarde sea una manifestación de protesta. Lo verán como un paseo turístico por el centro de las grandes ciudades. Seguramente con razón, pues no cuadran en absoluto los análisis que valoran estas movilizaciones como el fin del idilio entre el Gobierno y los sindicatos. Simplemente eso no se ajusta a la realidad.


El Confidencial - Opinión

El terrotaxista. Por Alfonso Ussía

«Y en Irlanda del Norte existe una empresa de taxis que sólo admite a terrotaxistas.»

Los taxistas españoles son, en su mayoría, educados y competentes profesionales. Los franceses, casi en la totalidad, competentes profesionales y antipatiquísimos. Los ingleses han cambiado mucho, porque ya no son ingleses. Los neoyorquinos cumplen a la perfección con la imagen de su ciudad. Son diferentes a los demás y entre ellos. El taxista ruso es melancólico. Cuando vuelve la cabeza para devolver el dinero sobrante, mira al cliente con honda tristeza y parece que va a iniciar la entonación de «Los remeros del Volga». Los escoceses, amables y divertidos. En Portugal, ejemplares en el trato y hasta excesivamente solemnes. Los italianos, caóticos. Los taxistas, como los aeropuertos y las carreteras, ofrecen al turista la primera impresión de las ciudades y naciones que visitan. En Barcelona se caracterizan en que casi todos son del Real Madrid, lo que da a entender el lío del tripartito. Y en Irlanda del Norte existe una empresa de taxis que sólo admite a terrotaxistas.

Cuarenta terroristas del IRA al volante. Se trata de una empresa relacionada con el «Sinn Fein» ése, y el asesino español Iñaki De Juana Chaos ha sido rechazado. Quería ser taxista en Belfast. Según la empresa, no se le ha admitido por omitir su condición de terrorista, pero no me convence la justificación. Si el resto de los conductores lo son, ¿por qué al aspirante a terrotaxista De Juana se le cierran las puertas del oficio? La verdad siempre prevalece. De Juana Chaos no habla ni patata de inglés, no se conoce bien la ciudad, y su carácter no garantiza el buen fin de los servicios solicitados. Es decir, que si un cliente detiene un taxi y manifiesta educadamente al taxista que quiere ir a tal número de la calle cual, lo peor que le puede suceder es que el taxista se equivoque y finalice su carrera después de dar más vueltas de las necesarias. Pero si el taxista, o terrotaxista, es De Juana Chaos, al cliente se le aglomeran los sinsabores. Primero, que el taxista no entiende lo que le dicen; segundo, que al no entender al cliente, el taxista le transporta a la otra punta de la ciudad; tercero, que el cliente, con toda la razón del mundo, protesta; y cuarto, que al agudizarse la iracundia del cliente, el terrotaxista puede sacar una pistola de donde sea y meterle un tiro al usuario entre ceja y ceja, desenlace harto desagradable. Cuando se ha asesinado a veinticinco personas sin motivo, por el mero placer de causar dolor, matar a la vigesimosexta es como coser y cantar. Y más aún, si ésta se muestra contrariada por haber sido transportada al número 7 de la calle Dublín, cuando su intención era alcanzar sin novedad ni contratiempos el número 35 de la avenida del Lenguado.

En conclusión, que De Juana Chaos va a continuar viviendo en Belfast de chulo. Chulea al «Sinn Fein» y chulea a su mujer, Irati Aranzábal, la de los chupachús en las cárceles españolas, que se defiende en inglés y tiene un trabajillo. También les chulea a los de su banda, pero el dinero que recibe de la ETA y de su entorno se puede terminar, porque el negocio no va bien últimamente. Se ha equivocado De Juana Chaos estableciéndose en Belfast. Tendría que haberlo hecho en La Habana o en Caracas, donde sería maravillosamente tratado por su sangriento historial. Con un poco de suerte, terminaría de chofer de Chávez. Además de criminal, hay que ser tonto. Irati, ponle los cuernos, que con este tío no vas a ninguna parte.


La Razón - Opinión

Turquía mira a Oriente

El desencanto con Europa alimenta su presencia cada vez más decisiva en el mundo musulmán.

Turquía ha vuelto a Oriente Próximo con todos los pronunciamientos. La diplomacia y los negocios turcos, cada vez más potentes, se mueven con fluidez en territorios vecinos, se trate de Irán, Irak o Siria. Sus exportaciones a la región y al norte de África se multiplican de año en año, y suponen ya más de 30.000 millones de dólares. Visto superficialmente, un país musulmán regresa a una vasta región que controló parcialmente durante siglos.

El despliegue no sólo aplica la política de "cero problemas con nuestros vecinos", que impulsa con celo un viejo consejero del primer ministro Erdogan, el titular de Exteriores, Davutoglu. Se ha acentuado desde la llegada al poder, en 2003, del partido islamista moderado del jefe del Gobierno, Justicia y Desarrollo (AKP), y, sobre todo, a medida que las puertas de la Unión Europea permanecen consistentemente cerradas a las aspiraciones turcas. En declaraciones recientes al director de este periódico, Erdogan dice que su frustración crece con Alemania y Francia. Y señala cómo en su país se abre paso un juicio universal que considera Europa un club cristiano donde Turquía no tiene cabida.

El progresivo viraje turco, además de económico, tiene especial visibilidad en el campo diplomático, donde el desplante de Erdogan a Israel (otrora estrecho aliado) en Davos, a cuenta de la invasión de Gaza, es quizá su escenificación más conocida. Pero tampoco Washington es ya valedor a ultranza de su aliado en la OTAN y bastión del flanco oriental de la Alianza. El sutil enfriamiento, iniciado cuando Turquía negó su suelo para un segundo frente contra Irak (y que abrió a Ankara un crédito ilimitado en el mundo árabe), se manifiesta ahora en una Casa Blanca contraria, por ejemplo, a las pretensiones territoriales turcas en su deshielo con Armenia. No ayudan tampoco el apoyo de Erdogan al genocida presidente sudanés o su manifiesta indulgencia hacia el dirigente iraní Ahmadineyad.

El jefe del Gobierno turco, pese a su discurso democrático y laico y las profundas reformas que intentan acercar a su país a los estándares europeos, no ha conseguido eliminar entre muchos de sus interlocutores la sospecha de que persigue una agenda islamista. Tampoco su embridamiento de los poderosos militares, considerados garantes de la república secular fundada por Atartük y cuya popularidad cae a medida que el Ejecutivo desvela nuevos complós castrenses y multiplica sus detenciones, como las practicadas ayer.

Ankara mantiene que la OTAN es su opción militar decisiva, y la UE objetivo fundamental de su política exterior. Pero los hechos diluyen la argumentación. Lo cierto es que su influencia en Oriente Próximo no tiene hoy parangón. Y que esa realidad, que aprovecha acertadamente un enorme vacío de poder regional, crece a la par que el enfriamiento de la disposición turca hacia la UE y las instituciones occidentales. Un camino de desconfianza recíproca que tendrá serias consecuencias de no ser alterado.


El País - Editorial

11-M, seguimos queriendo saber

Lo único que cabe hacer es perseverar en la investigación y no dar la espalda a nuevas revelaciones como ha hecho el PP cuando se ha enterado de que, efectivamente, hubo más de un explosivo en el atentado que les sacó del Gobierno hace seis años.

"¡Puff…dinitrotolueno!", exclamó el perito de la Policía Nacional Andrés de la Rosa al descubrir que una de las pruebas tomada en el tren que explosionó en la estación de El Pozo contenía restos de DNT. Un técnico independiente que asistía a la sesión de laboratorio preguntó si pasaba algo; entonces, el jefe del operativo reconoció que, en ese caso, podría haber otra carga explosiva distinta al Goma 2 ECO, único explosivo que entra en la versión oficial de los atentados y único que se aceptó en el juicio del 11-M que se celebraba esos días. Acto seguido reinó el desconcierto y el malestar entre los peritos.

Esta escena fue grabada en vídeo hasta el momento en que se descubre el DNT. Entonces la cámara deja de grabar debido a un supuesto corte de electricidad. Pero, con apagón o sin él, todo lo que se tenía que saber ya se sabía y había quedado oportunamente registrado en una cinta. Era el punto y final del debate sobre los explosivos del 11-M, y los peritos eran perfectamente conscientes de ello. La versión de la Goma 2 ECO extraída ilegalmente de una mina asturiana por la trama que planeó los atentados se derrumbaba, por la simple razón de que el DNT no forma parte de este explosivo sino de otro, del Titadyne, profusamente utilizado por la banda terrorista ETA. El hallazgo de los peritos es tan importante, que podría equipararse a un caso hipotético en el que se condenase a alguien por tener las manos manchadas de pólvora, cuando luego se descubre que la víctima ha muerto a cuchilladas.

El fantasma de los atentados volvió a aletear por aquella sala, y se ha paseado hoy por las primeras planas de los periódicos que todavía tratan de aclarar quiénes cometieron unos atentados que suponen un antes y un después en la historia reciente de España. Porque, aunque el 11-M como caso judicial críe malvas desde hace dos años, sigue siendo sujeto de investigación como crimen. Conocemos bien el efecto de aquella matanza, pero no la causa, es decir, a estas alturas, casi seis años después, no tenemos ni idea de cuestiones elementales del atentado como quién puso las bombas o por qué lo hizo.

A pesar de ello, toda la clase política y buena parte de los profesionales de la información han cerrado un pacto de silencio para que nunca más se vuelva a hablar de un tema que pone a demasiada gente nerviosa. No debería ser así, el 11 de marzo de 2004 fueron vilmente asesinados 192 inocentes, la onda expansiva del atentado nos ha tocado a todos y España como país viró en seco tomando un rumbo muy distinto al que traía hasta aquella fatídica fecha. Tratar de olvidar es condenar a las víctimas al olvido, una infamia que no debe consentirse. Tratar de olvidar es dar por bueno que, con una determinada dosis de violencia, se pueden gobernar los destinos de España y de sus 45 millones de habitantes.

Lo único que cabe hacer es perseverar en la investigación y no dar la espalda a nuevas revelaciones, tal y como ha hecho el Partido Popular cuando se ha enterado de que, efectivamente, hubo más de un explosivo en el atentado que les sacó del Gobierno hace seis años. Esa actitud huidiza y cobarde habrá por la fuerza que demandársela cuando toda la verdad salga a la luz. Y en lo tocante al 11-M, el tiempo está demostrando una generosidad de la que ha carecido la política y todo su cortejo de interesados.


Libertad Digital - Editorial

Estreno sindical

Comisiones Obreras y UGT han decidido estrenarse hoy como sindicatos, desde que el PSOE ganó las elecciones en 2004.

Urgidos por la gravedad de la crisis laboral y por la imagen acomodaticia que estaban transmitiendo a la sociedad, ambas organizaciones salen hoy a la calle para manifestarse contra el «pensionazo». Es una buena noticia que los sindicatos hayan recuperado -o, al menos, lo aparenten - el papel que les corresponde en el sistema económico y social. Pero tampoco las manifestaciones de hoy supondrán un cambio de actitud hacia la política económica del Gobierno. De hecho, los sindicatos han elegido para movilizarse un asunto importante, la ampliación de la edad jubilación, pero que aún se trata de un mero anuncio, ya que el Gobierno tiene que presentarlo al Pacto de Toledo, a los propios sindicatos y a los empresarios. Por tanto, parece que las manifestaciones de hoy están más orientadas a cubrir el expediente, acallar críticas y mejorar la imagen de los sindicatos que a contraponer al Gobierno el poder las movilizaciones obreras. Esto sí lo hicieron los sindicatos con una huelga general contra el Gobierno de Aznar, pese a que la situación del mercado laboral era mucho mejor que la actual. Además, parece un contrasentido que la primera movilización sindical se dirija contra una mera propuesta del Gobierno, mientras los sindicatos han pasado por alto los más de cuatro millones de parados que hay en este momento.

Es probable que los sindicatos hayan querido lanzar una advertencia suave al Gobierno. Las críticas del Foro de Davos y de Bruselas a la política del Ejecutivo encerraban un claro mandato a Zapatero de reformas estructurales a las que se oponen UGT y CC.OO. En parte, el aviso ha sido recibido. En el último Comité Ejecutivo Federal del PSOE se pedía mano izquierda y diálogo con los sindicatos. Y hace poco más de dos días, Zapatero lanzaba en Londres un discurso contra los mercados y sin compromisos contra el déficit, que desmantelaba el que ofreció a la City, con afán encomiable, el secretario de Estado de Economía, José Manuel Campa.

No sería raro que las manifestaciones sindicales de hoy acabaran haciendo equilibrios en sus eslóganes para terminar culpando del «pensionazo» a las entidades financieras y a esos «especuladores» a los que el Gobierno nunca identifica. Por supuesto, también al PP. A los sindicatos les basta con avisar a Rodríguez Zapatero para que no se le ocurra abandonarlos como socios preferentes, con derecho a veto, de su política económica.


ABC - Editorial