miércoles, 24 de febrero de 2010

El pensionazo y otras hipérboles. Por Ignacio Camacho

Para evaluar la intensidad y energía de la movilización laboral de anoche, lluvias aparte, basta con observar el nulo grado de contrariedad que le ha causado a un Gobierno que se siente más cómplice que víctima de las reivindicaciones sindicales y las utiliza para frenar sus propios y tímidos impulsos reformistas.

Todavía no habían salido a la calle las huestes de los sindicatos más subvencionados de Europa, acompañadas de algunos diputados de la mayoría contra la que se supone iban dirigidas las protestas, cuando Rodríguez Zapatero expresaba gozoso su disposición a escucharlas; a eso se le llama eficacia preventiva. Los compadres Toxo y Cándido podían haberse ahorrado el remojón tomando un taxi hasta la Moncloa, donde son siempre son bien recibidos, para ver el partido del Barça. No hace falta que salgan de paseo contando con un presidente tan solícito a sus inquietudes, y que además de las explicaciones pertinentes siempre tiene a punto, en tardes de meteorología desapacible, un café caliente, unas pastitas y alguna subvención. Pasad y ponéos cómodos.

Sucede que en inviernos tan crudos, que invitan a quedarse en casa, hay que salir a estirar las piernas para que no se oxide la musculatura en el sillón. Y que las pancartas se apulgaran si no les da un poquito el aire. Conviene tener a la gente entrenada para cuando gobierne el PP. Los sindicatos, que al fin y al cabo están organizados como tropas, necesitan salir de maniobras de vez en cuando para probar su capacidad operativa y hacer simulacros de fuerza que sirvan de advertencia al enemigo. Con munición de fogueo para no herir a nadie próximo, que se trata de mero ejercicio logístico.

Como en la retórica sindical es importante el aumentativo, la hipérbole nominalista que dé rango y carácter de hosca amenaza al pretexto de las manifestaciones, las centrales se han inventado eso del pensionazo para denominar a una timorata y alicorta propuesta de reforma jubilar que probablemente ni siquiera acabe de tomar cuerpo. Del mismo modo, el presidente desempolva el recuerdo del decretazo aznarista olvidando el que no hace ni tres semanas le aplicó él mismo a los controladores. (En materia de pensionazos bien podría por cierto preguntarle a Chaves, que en Andalucía se legisló uno para recibirlo él solito a perpetuidad sin que le protestaran los vigilantes de la sufrida clase obrera). Con la misma lógica semántica cabría llamar el sueldazo al salario de ciertos liberados, y el desempleazo al insondable agujero negro de los cuatro millones de parados, pero entonces no iba a haber más remedio que organizar un poco de jaleo, siquiera para pedir cuentas y disimular la pasividad ante un drama social tan notorio, y los amigos y compañeros del Gobierno se podrían enfadar o sentirse injustamente señalados. Hasta ahí podíamos llegar; ningún ser bien nacido muerde la mano que le da de comer.


ABC - Opinión

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