viernes, 25 de marzo de 2011

El miedo del tirano. Por Hermann Tertsch

Gadafi ya está en la guerra total y, como un führer hundido, lucha por prolongar su existencia matando tanto como pueda.

ES cierto que la tragedia libia continúa. Que jóvenes campesinos y estudiantes, trabajadores y comerciantes entrados en años, maestros y funcionarios y otros muchos civiles de todas las edades, pertrechados con armas que apenas saben usar, luchan y mueren estos días defendiendo sus ciudades frente a las fuerzas de Gadafi, bien entrenadas y perfectamente armadas en arsenales repletos de armas europeas. También es cierto que matanzas inminentes, la pasada semana, se han evitado gracias a la intervención armada. El ejército del dictador ya sufre en esta guerra. Pero los ataques aliados no han sido todo lo eficaces que se esperaba. Y los rebeldes desesperan porque no les llega una ayuda que, cuando lo haga, puede resultar inútil para muchos. Voces rebeldes acusan a las fuerzas internacionales de falta de contundencia en sus ataques. Perciben que los militares extranjeros no sienten la urgencia. Que actúan según un plan preestablecido y que sus vidas no están entre las prioridades. Puede ser una percepción injusta. Pero hay que aceptársela a quienes van a morir, están heridos o ven caer a sus familiares víctimas de la superioridad militar de las fuerzas de Gadafi en ciudades asediadas. Por lo menos albergan la esperanza de que los aviones lleguen a tiempo. Y afortunadamente no saben que si fueran aviones españoles, no podrían hacer nada por salvarlos. Porque nuestro Gobierno no pierde ocasión de hacer el ridículo y les ha prohibido disparar a la soldadesca de Gadafi en tierra. Vamos a la guerra pero con la puntita nada más.

Pero olvidemos hoy la flojera mental de nuestros gobernantes. Hablemos de una de las máximas gratificaciones que nos brinda el terremoto emancipador que recorre Oriente Medio y el norte de África. Después por supuesto de la mayor de todas, que es la felicidad en los rostros de las gentes que por primera vez en su vida son libres para expresar sus opiniones, deseos y esperanzas. Que son conscientes de que ellos, individuos tratados como siervos o animales, insignificantes siempre, han logrado romper los muros de la resignación y el miedo. Y que, desde ese instante y para siempre, suceda lo que suceda, han sentido ya la dignidad del sujeto libre. Quienes hemos tenido la suerte de ver ese bello orgullo en las miradas de las gentes cuando acaban de ser testigos de su propia gesta —en Europa oriental, ahora allí—, sabemos que hay ahí un salto cualitativo en la vida del hombre, de todos esos hombres que ya han luchado y luchan ahora en las calles de Libia, Siria, Bahrain o el Yemen. Pero la otra gran satisfacción no es otra que el espectáculo que supone la escenificación del miedo de los tiranos. En sus muchas formas y matices. Gadafi ya ha superado esa fase, en la que entraría con las primeras informaciones sobre las manifestaciones que se multiplicaban por todo el país hace un mes. Hoy ya está en la guerra total y, como un führer hundido, lucha por prolongar su existencia matando tanto como pueda. Otros dictadores menos sangrientos como Ben Ali y Hosni Mubarak no entendieron nada durante todas las semanas de revueltas, hasta que fue su entorno inmediato el que les expuso su soledad y su destino. Ahora le toca el turno a Bashir el Assad. Con su estado policial absoluto. Ayer sacó a su rostro amable, Buhaina Shaaban, a aplacar al pueblo. Asumió errores, prometió reformas, prosperidad y libertades. Angustia se notaba en el esfuerzo conciliador de este régimen canalla como pocos. Desde 1962, en estado de emergencia. Desaparecidos, torturas, ejecuciones, miedo total.

Ahora con prisas. Lo dicho, es un placer ver como tiemblan.


ABC - Opinión

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