lunes, 13 de diciembre de 2010

Rubalcaba, lo peor del felipismo y del zapaterismo juntos

Si Rubalcaba y todas sus legiones de propagandistas compiten contra Rajoy, bien podría salir derrotado de los comicios. Lo cual sólo sería la prueba última del nivel de descomposición institucional en el que se encuentra sumido nuestro país.

Rubalcaba es sin lugar a dudas el político más siniestro de este nefasto Gobierno; una persona que ha hecho de la mentira su principal arma de combate y que, poco a poco, ha ido copando todos los resortes de poder del Estado. Su carrera pública debería haber concluido el mismo día en que enterró para siempre su credibilidad al negar, como portavoz del Gobierno felipista, la existencia de los GAL. Pero Rubalcaba no desapareció de la política, sino que siguió instalado en ella, a la espera de tiempos mejores, como diputado por Madrid y secretario de Comunicación del PSOE.

Y esos tiempos mejores le llegaron de la mano del 11-M, momento en el que dio rienda suelta a sus más bajos instintos y maneras, demostrando ser un experto manipulador sin escrúpulos. Rubalcaba, cabalgando a lomos de la falsedad, gritó aquello de "España no se merece un Gobierno que mienta" y, mediante el aprovechamiento electoral del atentado más sangriento de nuestra historia, logró que el PSOE regresara a La Moncloa.


Tras un breve período como portavoz socialista en el Congreso, Zapatero volvió a confiarle otra de esas execrables tareas propias de las cloacas del Estado en las que tan a gusto se mueve como es el proceso de rendición ante ETA. Al frente del Ministerio del Interior, dirigió las negociaciones encaminadas a desarticular el Estado de derecho de acuerdo con el guión marcado por la banda terrorista. Sólo el atentado de la T4 evitó que pudiese completar la infamia, lo cual no le impidió desde entonces continuar negociando con los criminales para reanudar la farsa tan pronto como la opinión pública se olvidara del fiasco de la anterior tregua trampa.

Desde Interior también ha sido el responsable de otros inquietantes episodios como el chivatazo del bar Faisán o la acumulación de una extraordinaria capacidad de espionaje y de cacería política gracias a Sitel y a su súper comisario judicial Juan Antonio González. Demasiado poder en unas solas manos que Zapatero acabó de completar hace dos meses entregándole la Vicepresidencia primera y la Portavocía del Gobierno, esto es, elevándole a la categoría de presidente de facto.

No es de extrañar, pues, que las sospechas de que pueda suceder a Zapatero comiencen a extenderse y que incluso el PP apunte la necesidad de convocar elecciones anticipadas ante la ilegitimidad de que Rubalcaba ejerza como aquello para lo que no ha sido elegido por el pueblo soberano.

El problema es que, a día de hoy, Rubalcaba, a diferencia de Zapatero, sí podría ganarle las elecciones a Rajoy. No porque mereciera esa victoria ni mucho menos; al contrario, probablemente sea el político en activo que acumula mayor cantidad de motivos para una dimisión inmediata. Sin embargo, teniendo a su disposición el BOE, los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, Sitel, algunos de los medios de comunicación más importantes del país, la Fiscalía, gran parte de los juzgados, otros ases en la manga cuya existencia todavía desconocemos y, sobre todo, su ingenuo manipulador, el PP, pese a la que está cayendo, podría tenerlo difícil para ganar.

Rajoy ha apostado su futuro político a que Zapatero volverá a ser candidato; no ha hecho oposición contra las ideas sino contra la desastrosa gestión de un hombre. Así, si Rubalcaba y todas sus legiones de propagandistas compiten contra él, bien podría salir derrotado de los comicios. Lo cual sólo sería la prueba última del nivel de descomposición institucional en el que se encuentra sumido nuestro país. Desde luego, España no se merece un Gobierno que mienta, esto es, un Gobierno con Rubalcaba al frente, pero si la oposición no empieza a cambiar de estrategia para evitarlo, podríamos terminar padeciendo un Gabinete encabezado por lo peor del felipismo y del zapaterismo juntos.


Libertad Digital - Editorial

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