viernes, 17 de diciembre de 2010

Caldo de cerebro en la sucesión de Zapatero y lo que le cuelga. Por Antonio Casado

Asunto recurrente donde los haya en este tramo final del reinado de Zapatero en Moncloa: la sucesión. Ideal para el caldo de cerebro, el guiso de la temporada, presente en las copas navideñas que estos días amontonan a políticos y periodistas en torno a un vino español. En todas las vueltas, una misma pregunta, ¿cuándo se va Zapatero?, y un nombre, el de Alfredo Pérez Rubalcaba. A partir de ahí, barra libre a la imaginación.

Intento de aproximación al tema sin ánimo de enredar. Empezando por el silencio del presidente del Gobierno sobre sus planes. Es verdad que en su partido quieren despejar cuanto antes esa incógnita, pero también es verdad que últimamente ya no le presionan tanto. Para heredar una bancarrota no hay prisa entre los aspirantes. De todos modos, sigue diciendo que aún no toca anunciar si será o no será candidato a las elecciones generales. Eso significa que ahora mismo está más en el “no” que en el “sí”. Y por eso no despeja la duda. Anunciar su negativa a repetir como cabeza de cartel sería desestabilizador. Por eso calla. Si la decisión tomada fuese el “sí”, anunciarlo sólo tendría ventajas. Para él, que así frenaría eventuales operaciones sucesorias, al menos en lo que resta de legislatura, y para su partido, necesitado de certidumbres en sus horas más bajas.


En su entorno más inmediato tampoco lo tienen más claro. “Ni él mismo lo sabe”, te dicen quienes lo tratan de cerca. Así que se limitan a trasladar las dos coordenadas que maneja en su discurso. Primera, dará un paso atrás en cuanto llegue al convencimiento de que se ha convertido en un lastre para su partido (es decir, que se considere más parte del problema que parte de la solución). Y segunda, jamás pondrá el dedo sobre un eventual sucesor, sino que trasladará la cuestión sucesoria a un congreso federal del PSOE (en su caso, a unas elecciones primarias).
«Zapatero no tiene la menor intención de tirar la toalla antes de terminar la Legislatura, aun sabiendo que con su política económica ahuyenta al votante propio. Cree que es su deber y que lo fácil sería pasarle a otro el marrón».
El caldo de cerebro no estaría completo sin aludir al papel que juega en todo esto el vicepresidente del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba. Justamente ese, el de número dos del Gobierno, lo que le convertiría en el número uno si Zapatero tirase la toalla antes de terminar la Legislatura. Es decir, correría el escalafón. Ojo, en el Gobierno. El partido es otra cosa. Y lo que de ninguna manera ocurriría es que el desfallecimiento de Zapatero incluyese también la renuncia arbitraria, no cedida en un congreso, a la secretaría general del PSOE.

En otras palabras. Primero, Zapatero no tiene la menor intención de tirar la toalla antes de terminar la Legislatura, aun sabiendo que con su política económica ahuyenta al votante propio. Cree que es su deber (“cueste lo que cueste”, ¿recuerdan?) y que lo fácil sería pasarle a otro el marrón. Incluído Rajoy, sí, incluido Rajoy, que tendría que hacer las mismas cosas, pero con la redoblada enemiga de los sindicatos y los partidos de izquierdas. Otra cosa es si reincidirá como candidato socialista a las elecciones de 2012. Apuesten a que no.

¿Y Rubalcaba? Lo dicho. Podría gestionar la fase terminal de este Gobierno en el caso de que Zapatero tirase la toalla, como presidente del Gobierno, después de las elecciones municipales de mayo, que no lo creo. Pero quítense de la cabeza la figura de Rubalcaba como sucesor de Zapatero en la secretaría general ¿Para gestionar al menos cuatro años de travesía del desierto? Ni de coña.


El Confidencial - Opinión

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