miércoles, 27 de octubre de 2010

Rubalcaba, un parachoques para Zapatero. Por Antonio Casado

Rubalcalcabitis en los medios de comunicación. Unos porque le quieren y otros porque le temen le han convertido en la superestrella de la temporada. A nadie deja indiferente y todos se recrean glosando el papel que le ha tocado en suerte, aunque en eso no hay coincidencia. Cerebro, piloto, sucesor, comunicador, látigo de la derecha... Y cosas peores, inspiradas directamente en el odio que algunos le profesan.

Sin embargo, a nadie se le ha ocurrido ver el salto de Pérez Rubalcaba al segundo escalón del Gobierno -sólo en el BOE, porque en la práctica ya era el número dos del poder-, como el parachoques de Zapatero. Es el papel que mejor le cuadra. Y en el que puede ser más útil a su presidente y su partido. Ya no hay ojeras en la cara de Zapatero. Duerme bastante mejor una semana después de la remodelación del Ejecutivo. Se explica porque ahora cuenta con un parapeto donde rebotan las pedradas que hasta hace una semana le lanzaban a él.


El parapeto se llama Rubalcaba. Como antaño se llamaba Alfonso Guerra. Hasta que cayó. Y Felipe González terminó lapidado. La duda es si la reinvención del modelo llega tarde en el caso de Zapatero. Ya hemos tenido las primeras pruebas de la acreditada capacidad del nuevo vicepresidente del Gobierno para devolver las pedradas y poner de los nervios al adversario. Lo justo para despertar al votante socialista. Véase su más reciente fogonazo verbal, el del machismo como producto de la genética de la derecha. El grado de irritación del PP y sus medios afines solo es comparable al grado de identificación de la izquierda con la andanada de Rubalcaba, a pesar de las disculpas del alcalde de Valladolid, León de la Riva.

«La concentración de poder en manos de Rubalcaba ha roto la cintura de su principal adversario político.»

De eso se trata, en definitiva. De que suene el despertador en la izquierda reconocible en los sindicatos y los once millones de votantes del PSOE, a los que Zapatero -y Rubalcaba, y Blanco, y Jáuregui…- quieren rescatar de la resignación con un Gobierno renovado. Es la estrella polar de la nueva hoja de ruta de Moncloa: persuadir a su gente de que el desistimiento de la izquierda es el gran aliado de la derecha. Por ahora, sólo en las encuestas.

Sí parece evidente que la concentración de poder en manos de Rubalcaba ha roto la cintura de su principal adversario político, el PP, que ha desbarrado con infundadas sospechas sobre pactos del Gobierno con ETA y duras descalificaciones al hombre llamado a blindar la figura de Zapatero, no a reemplazarla. Lógico. La operación se ha hecho para motivar a la clientela propia. Si a la ajena se le nota tanto el ataque de contrariedad es que se ha acertado, como declaró el presidente del Gobierno hace unos días “No hay más que verles la cara”, dijo.

Y respecto a las acusaciones de retorno al felipismo, idem de idem. Si tan malo es, el PP debería celebrarlo discretamente. A los socialistas, directamente concernidos, les corresponde valorarlo. En principio deberían sentirse honrados. Empezando por el propio Zapatero, si de verdad cree en la memoria de un partido político con la historia del PSOE. Su progresión se asienta sobre aportaciones solidarias de militantes y dirigentes. El avance de una organización vive de procesos acumulativos al paso de las generaciones ¿Qué tiene de particular que la generación de Zapatero incluya aportaciones de la de Felipe?


El Confidencial - Opinión

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