miércoles, 27 de octubre de 2010

Montilla el apóstata. Por M. Martín Ferrand

Bien está olvidarse del jubilado Maragall; pero Zapatero y Montilla ¿no fueron los impulsores del Estatut1.

MARIANO José de Larra, maestro de periodistas que nunca adquirió compromiso con la actualidad, afeaba a los notables de su tiempo por decirse a sí mismos «hombres de honor» y ser capaces «a cada nuevo suceso, de cambiar de opinión y apostatar de sus principios». Posiblemente Larra, que alcanzó mayor notoriedad con el pistolón que con la pluma, hoy no pasaría de becario en uno de los decaídos periódicos gratuitos; pero nadie puede negarle su condición pionera en la clasificación de las miserias morales de nuestros hombres públicos.

Cuando José Montilla se dirige a la cúspide socialista, la del PSOE y la de sus franquicias, para decirles que, ni aunque los votos sumaran lo suficiente, volvería a reeditar el gobierno tripartito con ERC e ICV que le ha servido de pedestal como presidente de la Generalitat, asistimos a un caso de apostasía laica sin precedentes. No es que no las haya mayores, especialmente en atención a la talla de los apóstatas; pero no creo que las haya de génesis tan vertiginosa. De hecho, Montilla es aún el presidente de ese tripartito que ahora denosta y con el que, además de empobrecer Cataluña, ha perturbado notablemente el sosiego de la vida española.


El nuevo secretario de organización de los socialistas, Marcelino Iglesias, celebró con señales de gozo la apostasía de su vecino autonómico y conmilitón «porque va aparejado a una reflexión; que él no va a estar con aquellos que defienden un referéndum de autodeterminación». Por el interés te quiero, Andrés, que no podemos permitirnos el lujo de que nos avergüencen en Utrera por lo que hacemos en Sitges y aquí no ha pasado nada. Bien está olvidarse del jubilado Pasqual Maragall; pero Zapatero y Montilla ¿no fueron los impulsores del Estatutdel que puede derivarse, en su caso, la circunstancia que sospecha el sucesor de Leire Pajín?

Cuando Montilla dejó de ser andaluz de pura cepa para hacerse catalán con cargo y representación, salario y derechos pasivos, podría haberse previsto todo esto. Incluso la renuncia a un sentimiento centrífugo que ya, por lo que parece, cotiza menos en el mercado de los votos catalanes. Es, con el pragmatismo como guía de conducta, una buena medida el arrepentimiento de una postura que ya se ve perdedora en los próximos comicios; pero, reglamentariamente, en lo que se lleva en tiempos de dignidad escasa, ¿debe mediar algún espacio o retiro entre la apostasía de una creencia y la conversión a un nuevo credo? Si yo fuera Artur Mas estudiaría el caso en previsión de que, dado que las urnas las carga el diablo, le hiciera falta un Montilla para rellenar las fisuras de su propia escasez.


ABC - Opinión

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