sábado, 16 de octubre de 2010

Postración culpable. Por Hermann Tertsch

La política exterior de un país es la protección y el desarrollo de los intereses nacionales en el marco de unos principios y valores generales de la nación. Así podría definirse la gestión de las relaciones internacionales de los países civilizados. Que nosotros estemos haciendo todo menos eso se debe a lo mismo que nuestro hundimiento económico, político e institucional interno, a la ineptitud culpable. Pero quizás sea más espectacular porque la crisis económica se sufre individualmente, pero el enajenamiento de los responsables de nuestro prestigio, nuestra credibilidad y nuestra seguridad exterior se plasma ya en un ridículo tan sangrante que añade la humillación colectiva nacional a la tragedia. Muchos espantados, todos estupefactos, nuestros aliados y rivales en el escenario internacional asisten al increíble espectáculo que esta ofreciendo España, con mil años de embajadas de sus reinos, quinientos de inmensa presencia en el mundo, una historia como imperio y protagonista en el concierto de naciones. Solo Francia y el Reino Unido pueden presumir en el mundo de una historia de relaciones internacionales similar a la nuestra. Y nadie se puede explicar fuera como hemos caído en este estado de postración en el que la miseria moral de apoyar a Cuba se une a la cobardía frente a Marruecos o Venezuela, a nuestra estulticia frente a Gibraltar, nuestra ineptitud y dimisión en la política europea y nuestro cretinismo en la política africana. El provincianismo de los gobernantes, su semianalfabetismo en historia y su ñoñería efectista, siempre adobados por una subcultura ideológica izquierdista grotesca, nos ha convertido en hazmerreír de muchos y en objeto de compasión para otros. La tragedia no es menor. Porque en política interna cabe alegar que la culpa es de los electores que insistieron en darle el poder a quienes no habrían podido hacer más daño con un plan diseñado por traidores. Pero en la política exterior, cuando se pierde el respeto y los amigos ya no depende de uno mismo recuperarlos. Ahí estamos.

ABC - Opinión

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