sábado, 24 de julio de 2010

Obcecaciones varias. Por Hermann Tertsch

A nadie debe sorprender que los nacionalistas, catalanes o vascos, nos canten sus supuestas semejanzas con los kosovares.

El visto bueno de la Corte Internacional de Justicia de las Naciones Unidas a la independencia de Kosovo ha vuelto a llenar páginas y espacios radiofónicos y televisivos de fantasmas más o menos majaderos. Entre los miedos de unos, las alegrías injustificadas de otros por el fallo y la perfecta ignorancia sobre los Balcanes y su historia, no dejan de oírse y leerse jeremiadas por todas partes.

A nadie debe sorprender que los nacionalistas, catalanes o vascos, nos canten sus supuestas semejanzas con los kosovares. Ya les gustaría a estos últimos, pobres, que fueran ciertas. Y ser catalanes españoles o vascos españoles con su actual autonomía. Lo que resulta ridículo es que el Gobierno español —que ya hizo todo para crear estos falsos paralelismos con su negativa a reconocer a Kosovo cuando lo hicieron todas las democracias avanzadas— siga en sus trece. Que siga obcecado en su negativa al reconocimiento de Kosovo y alimente así la inútil obcecación de Serbia que no sirve sino para retrasar una catársis general en la sociedad serbia que permita a esta nación mirar al futuro en una Europa unida y no al pasado en sus tinieblas balcánicas.


¿Qué conseguimos con nuestro cerril apoyo a Serbia? Una flamante medalla de ciudadano de honor de Belgrado para nuestro ministro Moratinos. Además de la creciente desconfianza de nuestros aliados por una política exterior española cada vez más lejana de la UE, cada vez menos fiable por ese prurito izquierdista y tercermundista que Moratinos da a todo lo que toca, se trate de Cuba, de Oriente Medio o los Balcanes. La tontuna de erigir a España en una especie de «Pepito Grillo no alineado» no nos puede traer más que disgustos y marginalidad. En eso estamos.

Por eso convendría que España hiciera caso cuanto antes a la Corte Internacional de Justicia, a Estados Unidos y a nuestros aliados europeos, reconociera cuanto antes a Kosovo y saliera del «fuera de juego» en el que Moratinos nos ha situado. Y que nos perjudica por igual a Serbia, a Kosovo y a nosotros.

Pero parece que no. Que el Gobierno español se empeña en competir en obcecaciones con el campeón en la materia que es Serbia. Mal camino es éste. El único favor que podemos hacer a Serbia es ayudarle a superar la pérdida irreversible, resultado de una guerra por ellos comenzada. Y que es el último capítulo de la dinamitación de Yugoslavia, organizada por Slobodan Milosevic desde Belgrado con el apoyo masivo de su población.

El reconocimiento por parte de España ayudaría a los serbios a reconocer que ahora debe mirar al futuro dentro de la Unión Europea y no hundirse en una inútil melancolía nacional tan corrosiva como inútil. Como los alemanes tras la Segunda Guerra Mundial, que sólo consiguieron dar el salto a la comunidad de naciones libres y democráticas cuando asumieron las pérdidas, territoriales y de todo tipo, Serbia tiene que comprender que su futuro pasa por reconocer esta realidad nueva que es un Kosovo independiente. Obcecarse en Madrid en apoyar a Belgrado para que continúe sumida en su propia obcecación sólo nos perjudica a ambos.


ABC - Opinión

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