sábado, 24 de julio de 2010

ZP. El feliz irresponsable. Por Pablo Molina

Estamos en pleno proceso revolucionario, afortunadamente pacífico, impulsado precisamente por aquél que debería garantizar la estabilidad de las instituciones y su continuidad en el tiempo.

En su visita a Barcelona para dictar una conferencia a sus socios del tripartito, Zapatero ha explicado con total tranquilidad que "no se hace responsable" de la sentencia del Tribunal Constitucional. Confesada su irresponsabilidad, de la que en el resto de asuntos ya teníamos abundantes pruebas, Zapatero ha añadido que va a intentar todas las maniobras al alcance de su mano para revertir las consecuencias de la decisión del alto tribunal.

El día que prometió cumplir y hacer cumplir la constitución no dijo que la promesa quedaría sin efecto en caso de que los nacionalistas catalanes necesitaran destruir el orden jurídico-político de la nación española. Al contrario, tomó posesión de la presidencia del Gobierno, salió del paso con la mejor de sus sonrisas y aparcó la imagen en el rincón de la corteza cerebral responsable de la memoria a corto plazo para que no le asaltaran escrúpulos en el futuro cuando faltara a su palabra, cosa que el personaje hace constantemente como una prolongación natural de su personalidad.


Y, sin embargo, el presidente del Gobierno es el principal responsable de que los actos de los poderes públicos se ajusten a la legalidad vigente, por más que se pretenda, como Zapatero, que dirigir un país es tener carta blanca para llevar a cabo golpecitos de estado institucionales cada vez que las necesidades electorales de su partido así lo aconsejen.

Estamos en pleno proceso revolucionario, afortunadamente pacífico, impulsado precisamente por aquél que debería garantizar la estabilidad de las instituciones y su continuidad en el tiempo. La constitución no es una ficción coyuntural sometida a las tensiones de la aritmética electoral de los agentes políticos, sino la voluntad expresa de un pueblo acerca de cómo ordenar la vida en común. Si se subvierte de forma artera sin consultar a los ciudadanos podremos hablar de consulado, imperio, señorío, oligarquía, caudillaje, regencia o federalismo bilateral, que es la forma que finalmente parece que va a adoptar el engendro. De cualquier cosa menos del estado de derecho, fruto de una constitución que consagra la monarquía parlamentaria como sistema de gobierno de una nación de ciudadanos libres e iguales. Igual a la vuelta de las vacaciones la Casa Real tiene algo que decir al respecto, pero no lo den por seguro.


Libertad Digital - Opinión

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