domingo, 12 de abril de 2009

Un gobierno con fatiga mental. Por Germán Yanke

El nombramiento de Elena Salgado como vicepresidenta económica del Gobierno acarreaba, sin duda, una cierta sorpresa. No porque no se supiera que el presidente la apreciaba como colaboradora ni porque se ignorara que su gestión del programa de ayudas a entidades locales para la promoción de un cierto empleo inmediato era de su agrado, al menos comparada con otros fiascos recientes. Se trataba, más bien, de la creencia inocente de que se buscaría un sucesor de Pedro Solbes que, sin restar un ápice a su prestigio en el mundo económico, pudiera retomar la economía en un punto en el que se impulsara el cambio de rumbo que se le había resistido a quien fuera la gran baza electoral de Zapatero en las elecciones de 2008.

No tiene Salgado el perfil de generar confianza por su trayectoria y personalidad pero a lo mejor su energía (todo el mundo recordaba el impulso con el que se empeñó en luchar contra el tabaco) y la autoridad de un mandato sorprendente pudiera imprimir el necesario nuevo rumbo. De hecho, este viraje de la política económica para terminar con nuestras debilidades estructurales y competitivas es ya una demanda general planteada por expertos de izquierda y derecha, por los organismos internacionales y hasta por el premio Nobel Paul Krugman que, hasta ayer, era el economista que daba la razón al Gobierno de Zapatero en sus aceradas críticas a la economía «neoliberal», causa, según la retórica oficial, de todos nuestros males. Si Krugman no decía exactamente eso de España, como no lo decía ningún otro, y hasta el presidente se vio obligado a apuntar un poco chamuscado que ya haría lo que había que hacer, se podía pensar que la nueva vicepresidenta tendría la autoridad delegada del presidente y la energía acreditada para que, cambiado el rumbo, aportara unidad de acción.

Sin que haya transcurrido una semana ya se sabe que, por el momento, no hay nuevo rumbo, sino nuevo ritmo, que las reformas quedan postergadas a seguir sorbiendo el filtro mágico del gasto público, que se trata de disimular la salvación del sistema financiero con otras medidas que den la impresión de que el Gobierno se ocupa de los demás y, en concreto, de los más desfavorecidos. Sin nuevo rumbo, el nuevo ritmo es un tanto demagógico. En España el rescate del sistema financiero ha resultado bastante barato sin que se haya explicado el efecto perverso en las economías familiares de no hacerlo. Y, por el contrario, el dinero que se ha puesto para «crear» empleo ha devenido ineficaz e incapaz de evitar la sangría del paro.

A pesar de todo, el único mensaje claro hasta ahora del nuevo Gobierno es el del aumento y, en todo caso, la reordenación del gasto. Una vía imposible por los condicionamientos presupuestarios y, además, peligrosa por las consecuencias inmediatas. Hay empleo, no cuando se aumenta el gasto público, sino cuando se propicia el crecimiento económico y la primera obligación del Gobierno, si opta por un nuevo rumbo, debería ser, mediante las oportunas reformas, propiciar el escenario en que sea posible: reformas en lo que concierne a la competitividad, en el espacio normativo que implica un cambio en la productividad, en el sistema laboral, en el papel y la coordinación de la distintas administraciones, etcétera. Si Salgado quiere ser la vicepresidenta de la fatiga mental del Gobierno, quizá sea la adecuada para cambiar -o aumentar- el ritmo. Pero para mudar el rumbo hace falta otro planteamiento.

ABC - Opinión

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