domingo, 12 de abril de 2009

Humanitaria . Por Alfonso Ussía

El terremoto de Italia ha supuesto una catástrofe humana, artística, económica y social. Pero no una catástrofe humanitaria.

Lo pronunció una bella política de la transición: «Siempre andé bien en la Política». Es decir, que «andó» bien y «hablúvo» mal. Son pequeños desbarajustes lingüísticos que nacen de la improvisación. Al primer Presidente de Murcia, el socialista Andrés Hernández-Ros le pidieron su opinión acerca de Carlos I y Felipe II. Sorprendido sin respuesta preparada, salió del atolladero con la cultura por delante. «¿Carlos I y Felipe II? ¡Joé que tíos! ¡La madre que los parió!». Cuando, en pleno franquismo, se hirió de muerte la enseñanza del Latín y el Griego, se produjo un debate en las entonces Cortes Españolas entre el ministro Solís Ruiz y el sabio y antipático Adolfo Muñoz Alonso. «¡Menos latín y más deporte!», bramó el ministro falangista. Y Muñoz Alonso se lo soltó a la cara: «No se oponga al latín, señor ministro, que gracias a él ustedes los de Cabra se llaman egabrenses».


A Boyer, siendo ministro de Economía de Felipe González, le falló el micrófono de su escaño en un debate parlamentario presidido por Gregorio Peces-Barba. Se disculpó: «Perdón, señor presidente, pero no me funciona el aparato». Y todo el Congreso estalló en una unánime carcajada, porque a Boyer, el aparato, lo que se dice el aparato, le funcionaba perfectamente. Regates divertidos de la palabra, juego del idioma. Pero no incultura clamorosa. Se dice que la juventud de hoy usa menos de quinientas palabras para comunicarse. De las quinientas, «tío» y «tía» son las más repetidas. La oración preferida es «de puta madre». Elogiosa. «Kevin Ramón es un tío de puta madre». Y amenaza al español el uso resumido del idioma en los SMS. La «k» impera. Un mensaje de amor normal, «Te quiero, besos», se ha convertido en una cosa rara que se escribe más o menos así: «Tkier Bss». Los exámenes universitarios están repletos de faltas de ortografía pavorosas. Y de mal uso del idioma, en parte inspirado por el analfabetismo que propagan los medios de comunicación. El terremoto en Italia ha vuelto a ser descrito, por periódicos e informativos de televisión y radio, de «catástrofe humanitaria». Suena bien, pero se trata de una barbaridad. Un terremoto, un maremoto, un incendio devastador o una riada son, efectivamente, catástrofes. Si los afectados son seres humanos, la catástrofe es humana, pero jamás humanitaria, por cuanto lo humanitario es lo benéfico para la humanidad. Hablar de catástrofes humanitarias equivale a decir «bellas amputaciones de miembros», «bombardeos deliciosos» o «guerras divertidas». Un contrasentido descomunal que se ha puesto de moda en el lenguaje periodístico, que tiene la obligación de ser claro, preciso y no confundir al personal. La cesada ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, ha sido una catástrofe humana, pero nunca humanitaria. Los seres humanos bajo su jurisdicción, los españoles, no hemos salido beneficiados de sus catástrofes, sino todo lo contrario. El terremoto de Italia, tan sentido en España por cercano, ha supuesto una catástrofe humana, artística, económica y social. Pero no una catástrofe humanitaria, a no ser que se considere a la muerte, a la destrucción de obras y monumentos artísticos, a la ruina y a la angustia de la sociedad, beneficiosas. Sería beneficioso, y por tanto, humanitario, que políticos y periodistas hicieran un esfuerzo para conocer su idioma.

La Razón - Opinión

0 comentarios: