viernes, 23 de enero de 2009

Errores y aciertos: factores materiales en el conflicto palestino-israelí (II)

Hay un aspecto esencial en el conflicto palestino-israelí que, a la vez, está presente con enorme fuerza en su génesis, e introduce cierta "racionalidad" que detiene alguno de los objetivos mesiánicos de israelíes y palestinos. Es el demográfico.

Decía en el capítulo anterior de esta serie que el éxito del movimiento sionista había provocado la aparición, como tal, de un nacionalismo palestino, hasta entonces inexistente. Y que los sionistas, rápidamente, advirtieron que ese nacionalismo era incompatible con sus objetivos y se aprestaron a combatirlo.

Lo interesante es que el nacionalismo sionista se basaba en una serie de construcciones ideológicas y de referentes históricos que se explicaban refiriéndolos a un territorio. El territorio era importante, porque sin la referencia a Eretz-Israel desaparecía toda "legitimación" para reclamar un estado judío. Sin embargo, el factor esencial en caso de conflicto, nunca fue el territorio. El factor esencial era demográfico. Los sionistas siempre pretendieron que el territorio alcanzase toda la Palestina del mandato, pero una Palestina mayoritariamente judía. Y cuando surgen dilemas optarán por la mayoría y la partición antes que por un territorio quizás inalcanzable y, de serlo, mayoritariamente árabe-palestino. Ésta preferencia es permanente en la historia de Israel y de lo que los judíos llaman yishuv.


O lo que es lo mismo, la carrera de armamentos demográfica entre judíos y palestinos es una de las claves del enfrentamiento final, en cuanto creación de una masa crítica para la consecución de un territorio.

Y la consecución de esa masa crítica es el éxito fundamental del movimiento sionista. En 1915 vivían en Palestina poco más de 80.000 judíos, frente a 590.000 palestinos. En 1922 la población judía sigue siendo la misma; sin embargo, la población árabe ha aumentado a 640.000 habitantes.

A partir de ese momento, el aumento de inmigrantes es fundamentalmente producto de legislaciones judeófobas en Polonia y de un factor importante, las restricciones norteamericanas a la inmigración en general. Y a partir de 1933, la legislación nazi es decisiva. Éstas son las cifras:

El descenso a partir de 1936 es producto de las restricciones de la potencia mandataria, que veía con preocupación la tensión entre las dos comunidades y que no había dejado de crecer. Esa preocupación estaba bien fundamentada, como lo demuestra la Gran Revuelta Árabe de los años 1936 a 1939.

Como resulta de las cifras, la población judía en 1941 era de unas 450.000 personas. En 1947 había alcanzado el medio millón. En 1948 ya son 600.000.

Mientras tanto, la población palestina se multiplicó por dos, ya que en 1947 es superior a 1.200.000 personas. Ese aumento fue resultado fundamentalmente de dos factores:

1.- Por un lado el aumento de la esperanza de vida de los árabes (de 37 años en 1926 a 49 en 1943 -y ello pese a los disturbios de la revuelta de 1936/1939) y el descenso de la mortalidad infantil (de 201/1000 en 1925 a 94/1000 en 1945), resultado de las inversiones en salubridad (desecación de ciénagas), mejoras de las instalaciones médicas y puestos de trabajo mejor remunerados cerca de las ciudades de mayor presencia judía (las que crecen en veinte años en porcentajes superiores al 150 % o más, frente a crecimientos de entre el 50 y el 100 % de ciudades que reciben menos inmigración judía).

2.- Por otro lado, el aumento de inmigrantes árabes desde territorios vecinos.

No obstante, hay que advertir que existe una enorme polémica sobre las cifras. Esa polémica no afecta, sin embargo, a la tendencia observada. Puede que la inmigración árabe-palestina no fuese superior a las 100.000 personas; puede que la presencia de más de 100.000 beduinos (de difícil adscripción) afecte a los resultados; puede que algunas obras públicas (el puerto de Haifa) expliquen parte de la inmigración. Pero hay datos indudables: aumenta la población árabe cerca de los lugares de asentamiento judíos (al contrario de lo que suele pensarse), aumenta su nivel y su esperanza de vida muy por encima de las de sus vecinos, se produce también un efecto de inmigración árabe-palestino. No obstante, esto no es incompatible con la existencia de sociedades básicamente independientes: tanto en lo relativo al sistema económico, a la estructura social, a la propia situación geográfica de los asentamientos. La presencia judía impulsó el crecimiento económico, pero la situación material era de exclusión. Una posible sociedad mixta no pasó de simple sueño de algunos pocos.

Volviendo al principio. ¿Cuál fue la respuesta de unos y otros ante este proceso y esta realidad?

Los judíos comprendieron pronto que el factor demográfico era el decisivo. Y pronto estuvieron dispuestos a aceptar particiones en las que el resultado fuera una mayoría de población judía, y ello en contra del proyecto inmediato de obtener todo el territorio. Además siempre tuvieron claro que el enemigo para su proyecto era el nacionalismo palestino, como lo demuestra su comportamiento frente al Libro Blanco. Aunque suponía un retroceso muy duro y un frenazo a los planes de un estado independiente, los judíos se aliaron con los ingleses durante la 2ª Guerra Mundial. Hasta el punto de colaborar militarmente en misiones contra la Francia de Vichy en Siria y Líbano, y aportar casi 30.000 voluntarios entre 1942 y 1944.

Los árabes-palestinos, sin embargo, se vieron arrastrados por una estrategia de apoyo a la Alemania nazi, representada por la actuación del mufti.

Tan importante era el factor demográfico para los judíos, que pronto un elemento que aparece en el informe de la comisión Peel se hace preponderante: el del traslado de poblaciones. La obsesión es conseguir un territorio con una minoría árabe-palestina, y para ello no atisbarán, desde un primer momento, otra solución que el traslado forzoso.

Tan fuerte es la idea que todos los partidos la harán suya. Incluso los partidos más de izquierdas, como el Hashomer Hatzair, los que pensaban en los primeros años treinta que era posible una Palestina mixta con mayoría árabe, terminarán abrazando esa solución. La presión material es tan grande que todos terminan justificando esas medidas ya coercitivas en el plano teórico, utilizando todos los recursos posibles: desde el impacto del genocidio judío y la comparación con el "sufrimiento" que ocasiona un traslado de pocos kilómetros, hasta la reivindicación de la superior vinculación del judío con la tierra (incluyendo su labor transformadora) frente a la dejadez y desgana del árabe. Y es tan grande que se impone incluso a aquéllos que quieren ir más lejos, que pretenden obtener toda Palestina inmediatamente, como sucede con Jabotiniski, con Tabenkin, con el Mizrahi. También ellos se ven aplastados por la fuerza de los datos objetivos: para prevalecer los sionistas se agarran al yishuv.

Por desgracia para los palestinos, no supieron ver que su estrategia frente a la presencia de más de medio millón de judíos (organizados, con objetivos claros y bien definidos a corto plazo, con medios, con apoyos) no debía ser maximalista. Negaron los datos objetivos y perjudicaron sus relaciones con la potencia colonial cuando su objetivo debía ser limitar los efectos de la presencia judía. Siempre se anticiparon a decir que no, y siempre erraron el momento para sus protestas.

Un ejemplo evidente resulta del contraste con el comportamiento judío. Ya en 1940, Ben Gurion, pese a apoyar a los ingleses en la guerra, predijo la importancia del futuro apoyo norteamericano. Por eso cuando termina la guerra y el movimiento sionista se revela contra el Libro Blanco y contra la política inglesa (ya decrépita) ha conseguido ganarse los apoyos de gran parte de la comunidad internacional. El genocidio nazi es un factor importante, pero el trabajo previo es extraordinario. Como lo es la situación de los judíos hacinados en barcos y en campos en Chipre. El cambio de paso es muy acertado: cuando comprueban que la potencia colonial se bate en retirada, actúan contra ella, violentamente, frente al mundo, exigiendo que Palestina se abra a los supervivientes del genocidio.

Frente a todo esto los árabes, que no habían acertado con el diagnóstico, son incapaces de hacer otra cosa que mantener su objetivo primigenio: que sólo exista un estado palestino controlado por la mayoría árabe. Pero es una pretensión ilusoria.

Un dato es definitivo. Se ha mitificado la resistencia judía frente a la mayoría palestina y sobre todo frente a cinco naciones árabes. Pero la realidad es que el ejército judío tenía más de 100.000 efectivos y estaba mejor formado y más preparado que el de todos sus adversarios.

Sólo necesitaban una plataforma y un casus belli. Para conseguirlo renunciaron (como habían hecho con el plan de la comisión Peel) al plan Biltmore y aceptaron una partición imposible: entre otras cosas porque la "minoría árabe" del futuro estado judío era casi igual a la mayoría judía.

Confiaban y acertaron (como sucederá en 1956 y en 1967) en la negativa de los palestinos y en el ataque de los árabes.

Era el mejor de los escenarios posibles: el que permitía aplicar una lógica de conquista y defensa basada en la cohesión nacional y el desplazamiento de las poblaciones que les estorban.

La resolución 181 de la ONU era un éxito de la diplomacia sionista y de un principio de hechos consumados. Basta con examinar el mapa con los votos favorables (en verde), en contra (en marrón), abstenciones (en amarillo) y ausentes (en rosa). Incluso los soviéticos, que pretendían (en un alarde de ceguera total) acelerar la expulsión de los británicos de Próximo Oriente, votaron a favor.

Pero ese éxito se incrementa con la decisión mal calculada de no colocar al nuevo Estado frente a sus contradicciones y sus miedos. Tal y como resultaba del plan de partición, el nuevo Estado era una bomba de relojería: con fronteras imposibles, con una "minoría" árabe cercana al 50 % en su interior y rodeado por un estado mayoritariamente palestino. La opción de la paz era la más inteligente. Quizás era imposible, para los árabes, seguirla (no hay más que ver el ejemplo del Rey Abdulá). Pero al no hacerlo, le dieron a los judíos una baza decisiva: imponer una política brutalmente realista de unidad social y alcanzar fronteras estratégicamente ampliadas, en el marco que lo permite, el de la guerra.

Rumbo a los Mares del Sur

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