lunes, 27 de noviembre de 2006

La mala suerte del perro nazi







La historia del presidente de CiU, Artur Mas, guarda paralelismos con la del campeón alemán de los pesos pesados de los años 30 Max Schmelling, uno de los mejores púgiles europeos de la historia, condenado al ostracismo por el uso que los dirigentes nazis hicieron de sus victorias.

La historia de la categoría reina del boxeo, los pesos pesados, durante la Segunda Guerra Mundial está plagada de tristes historias en las que el deporte era un instrumento más al servicio de la propaganda bélica y, a menudo, algunos de los mejores campeones tenían que probar el amargo sabor de la derrota a pesas de haber logrado el fajín que les acreditaba como reyes absolutos de la categoría. Algo parecido viene ocurriendo en la política catalana desde hace algo más de tres años, si no fuera porque aquellos púgiles salidos de hogares humildes fueron auténticos colosos que hoy ocupan por derecho propio los más destacados párrafos de la historia del boxeo, mientras que los dirigentes políticos catalanes difícilmente serán recordados por proeza alguna.


Max Schmelling, seguramente el mejor boxeador europeo de todos los tiempos, nació en Brandeburgo en 1905 y se convirtió en púgil profesional en 1929, con apenas 24 años. En su adolescencia había visto los memorables combates de Jack Dempsey, el primero de los grandes boxeadores negros que ha alumbrado Estados Unidos, con permiso del malogrado Al Johnson. Aunque el aire político en Alemania a finales de la década de 1920, con la imparable ascensión del Partido Nazi y la creciente popularidad de sus postulados racistas, Schmelling soñaba con emular a los negros norteamericanos que, segregados y despreciados por sus compatriotas, empezaban a hacerse dueños absolutos del deporte del cuadrilátero.Toda una paradoja para quien sería utilizado por el nazismo como icono de la superioridad de la raza blanca y odiado por el resto del mundo como el «perro nazi» cuando al fin logró el cinturón de campeón.

Para cuando Schmeling se calzaba por primera vez los guantes de profesional, Dempsey hacía dos años que se había retirado de los rings. Pero en 1930, con Adolf Hitler a punto de convertirse en canciller alemán, se le presentó a Schmelling una oportunidad de oro. La retirada de Dempsey había dejado la elite del boxeo norteamericano huérfana. Dempsey colgó los guantes tras ser derrotado en dos ocasiones por un púgil mediocre, Genne Tunney. El reinado del nuevo campeón fue corto. Arrebató la corona a Dempsey, le volvió a derrotar cuando le concedió la revancha y sólo hizo una defensa del título, el 26 de julio de 1928 ante Tom Heeney en el Yankee Stadium de Nueva York. Tunney ganó por KO técnico y no quiso volver a tentar a la suerte. Abandonó el boxeo tras haberle arrebatado el título a Dempsey y, para demostrar que no fue cuestión de suerte, defenderlo victoriosamente una vez.

El trono de campeón del mundo, sin embargo había quedado vacante.Y, en norteamérica pocos púgiles podían compararse a Dempsey.Los organismos internacionales tardaron dos años en encontrar a dos boxeadores con posibilidades de convertirse en campeones: el estadounidense Jack Sharkey y el aleman Max Schmelling. La velada iba a celebrarse en la que por entonces era la catedral mundial del deporte de las 12 cuerdas, el Yankee Stadium de Nueva York, el 12 de junio de 1930. Schmelling resultó victorioso, pero no por sus principales cualidades pugilísticas, su técnica, su velocidad y su pegada, sino por lo que pareció ser un golpe bajo propinado por su adversario que el árbitro Jim Crowley consideró suficientemente grave como para otorgar la victoria al alemán por descalificación de Sharkey.

Tras varias defensas de su corona, la perdió a los puntos de forma «injusta» un 21 de junio de 1932 en Long Island ante quien había sido su víctima en la coronación. Los jueces dieron ganador por puntos al norteamericano Sharkey tras los 15 asaltos reglamentados cuando el alemán «había boxeado mucho mejor que Jack, infrigiendo un terrible castigo», según los cronistas de la época.

El clima prebélico en Europa era ya una realidad y los alemanes no eran precisamente un pueblo bien visto en Estados Unidos.

Pero Schmelling no estaba acabado. El boxeador alemán estaba más que dispuesto a recuperar el cinturón de campeón. El campeón del momento, James Braddock buscaba aspirantes en 1936. Schmelling debía antes, sin embargo, debía derrotar al joven y formal -y negro- Joe Louis, la sensación del pugilismo norteamericano, un auténtico fenómeno salido directamente de las plantaciones de algodón de Alabama, que que había derrotado a todas las grandes figuras blancas de los pesos pesados como Primo Carnera, Paulino Uzcudun, Max Baer... que contaba con 22 años de edad y estaba lanzado a por el título mundial.

El combate se celebró el 19 de junio de 1936, una vez más en el neoyorkino Yankee Stadium se había convertido en la guerra de las razas. Hitler iba a presidir el 1 de enero los Juegos Olímpicos de Berlín, aquellos en los que se negó a estrechar la mano del atleta americano negro Jesse Owens. Schmelling contaba por entonces 31 años y sabía lo que era ser campeón del mundo.En cambio, Joe Louis era un púgil joven, sin tropiezo alguno y que había vencido a lo largo de sus últimas 27 peleas.

En el duodécimo round de la pelea, cuando Schmeling, con una mágnifica técnica y un encaje adecuado, soltó un durísimo gancho que envió al púgil de color al tapiz donde le contaron los diez segundos fatídicos. Pero la victoria no permitió al «perro judío» disputar el campeonato a Braddock. A los ojos del mundo era un nazi a pesar de que ayudaría después a esconder judíos en su casa y salvó a algunos de los campos de concentración. Incluso pidió al Fürher que protegiese a los americanos en los Juegos de Berlín del 36.

Dos años más tarde, Schmelling volvió a aspirar a la corona.El campeón en aquella ocasión no era otro que Joe Louis. El púgil negro propinó una soberana paliza al alemán que, deshonrado, perdió el favor de Hitler. La amistad que más tarde mantendría con Louis -cuyo entierro sufragó en 1981- no serviría para que Schmelling fuera tratado nunca como un vencedor. El presidente de CiU, Artur Mas, con su continua exhibición de sus victorias en votos mientras José Montilla se ocupa la Casa dels Canonges, debería tomar nota de la historia de Schmelling. Y, aunque es cierto que Montilla no es Joe Louis, quizás CiU debería empezar a buscar un nuevo aspirante capaz de noquearle en el próximo campeonato.


Félix Martinez en Secretos y mentiras
El Mundo, 26-11-2006

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Que parecido tiene este tío con un vídeo que acabo de ver sobre la historia de la Segunda Guerra Mundial, en el canal historia. ¡Cómo dos gotas de agua!