lunes, 24 de enero de 2011

Crisis. Vender a los hijos. Por Emilio Campmany

Tiene gracia que este PSOE que nos mal gobierna, después de haberse pasado años acusando al régimen de Franco de obligar a los españoles a emigrar, sea ahora el partido cuya política va a obligar a lo más granado de nuestra juventud a marcharse.

Durante las semanas previas al rescate de Grecia, los alemanes les propusieron a los helenos, medio en broma medio en serio, comprarles algunas de las muchas islas que poseen en el Egeo. Cabía esperar que, con el pasar de los meses, la Merkel nos haría llegar una propuesta similar. Pero parece que nuestras islas no le interesan. Es natural, a fin de cuentas ya son dueños de Mallorca y para qué quieren más. Así que la canciller de hierro va a venir a España dentro de diez días con otra oferta bajo el brazo, llevarse y darles trabajo a nuestro mejores jóvenes. Alemania necesita a la voz de ¡ya! 34.000 ingenieros que sus universidades no son capaces de proporcionarle y Merkel va a pedirle a nuestro presidente que se los venda a precio de saldo.

Tiene gracia que este PSOE que nos mal gobierna, después de haberse pasado años acusando al régimen de Franco de obligar a los españoles a emigrar por su incapacidad para darles trabajo, sea ahora el partido cuya política va a obligar a lo más granado de nuestra juventud a marcharse. Y lo hará con un Zapatero al que nada ni nadie parece capaz de borrarle esa sonrisa helada y vacía que se le ha quedado en la cara como esculpida por un mal cirujano de plástica. Sólo de vez en cuando se permite abandonarla para ponerse la careta del estadista resuelto, decidido unas veces a defender los derechos sociales y obligado otras a pisotearlos. Y, mientras Zapatero pasa frívolamente de una impostura a otra, nuestros mejores jóvenes se marcharán a dejarse las pestañas y sus mejores años en enriquecer a otras naciones.


De Zapatero, se dice en broma, viendo que hace almoneda de España, que sería capaz de vender el Prado o la Alhambra, pero jamás pensé que acabara literalmente vendiendo a nuestros hijos. Y todo para poder seguir pagando las subvenciones al cine, a las renovables, al carbón y Dios sabe a cuántas cosas más.

Y el PSOE, en vez de encontrar el modo de quitarnos a este incompetente de encima, consume sus horas en hallar el modo de que la ira que Zapatero despierta no perjudique a sus chiringuitos, baronías, alcaldías, consejerías y presidencias autonómicas. Lo de Fernández Vara clama al cielo. Dice que no quiere que los extremeños voten en las autonómicas pensando en Zapatero y que lo hagan teniendo en cuenta sólo su gestión. Olvida que es el PSOE quien ha hecho de Extremadura una de las regiones más pobres de Europa malcriando a sus ciudadanos con una subvención tras otra. Si quiere seguir en el machito, lo mejor que puede hacer el presidente extremeño es presentar como aval personal el haber sido militante de Alianza Popular.

Al PP, por otro lado, el único "joven" que preocupa es Nacho Uriarte, al que han perdonado haber sido condenado por el delito de conducir borracho. Los estatutos del partido exigen suspender de militancia a todo el que haya delinquido. Pero, para Rajoy, conducir ebrio no es para tanto. Entonces ¿por qué lo convirtieron en delito? Son ellos los que junto con el PSOE hicieron de esa conducta, que antes tan sólo se sancionaba administrativamente, un crimen castigado por el Código Penal. Pero, claro, cuando es uno de los suyos quien tiene que arrostrar las consecuencias, todo son disculpas y "aquí no ha pasado nada". Así que, ya saben nuestros jóvenes, las alternativas son: habitante de la casa de Gran Hermano, conseguir una subvención del Gobierno, emigrar a Alemania o lo mejor, seguir el ejemplo de Uriarte y hacerse político.


Libertad Digital - Opinión

¡Ya era hora!. Por José María Carrascal

La propuesta de Rajoy podría ser el comienzo de otra reforma, la reforma de la clase política.

FINALMENTE, los políticos españoles se han decidido a bajarse del coche y caminar por la calle. No me refiero al coche oficial, que siguen usando, sino al de las pensiones. Rajoy ha anunciado que se dispone a acabar con el complemento de jubilación que vienen disfrutando, así como «cualquier otra cosa que signifique privilegio respecto al resto de los ciudadanos.» Porque su ventaja en este terreno es escandalosa. Más, en los tiempos que corren, cuando intentan alargar el periodo de cotización a 41 años, mientras a congresistas y senadores les bastan 11, para cobrar la pensión completa, bastándoles 7, para cobrar el 80 por ciento de ella. ¡Eso si que es discriminar! Espero que Rajoy incluya entre los privilegios a eliminar otro sangrante: el de los ex presidentes —y no sé si el del resto de altos cargos— que pueden compatibilizar su pensión con otras actividades remuneradas, algo prohibido al resto de los españoles, que tenemos que elegir una cosa u otra. Y espero, sobre todo, que ésta no sea otra de esas promesas electorales que se hacen para no cumplirlas, como tantas otras.

La principal objeción que se hace a la retirada de ventajas a congresistas, senadores y demás es que puede reducir la cantidad y calidad de los interesados en la política, dado el corto recorrido que tiene para algunos y algunas. A lo que puede replicarse que, aparte de que para muchos se alarga toda la vida, tales privilegios atraen a mediocridades que no encuentran trabajo en el mercado civil, jóvenes de ambos sexos que se alistan a un partido y van ascendiendo en el escalafón del mismo hasta alcanzar los puestos más altos, sin tener otra cosa que ofrecer que saber decir sí a los superiores, hasta ser ellos los que deciden. Pero ése no es el mejor adiestramiento para conducir una nación en su conjunto, ya que estamos ante individuos crecidos en la obediencia perruna y en el mordisco al adversario.

La propuesta de Rajoy, que, repito, espero no se quede sólo en eso, podría ser el comienzo de otra reforma que necesitamos tanto o más que la laboral o la financiera. Me refiero a la reforma de la clase política. Porque la que tenemos sólo es buena en pelearse —en algunos casos, incluso dentro del mismo partido— y en el derribo, no en la construcción, que es de lo que andamos más huérfanos. Pero para eso se necesita acabar con la idea y la práctica de que la política es una carrera, sustituyéndola por otra que no acaba de cuajar en nuestro país: la política es un servicio público. El primer paso para ello es acabar con sus privilegios, incompatibles, además, con la democracia. Solo sobre esa base podrá reconstruirse la confianza de la ciudadanía en los políticos y en la política, que es el mayor déficit que actualmente tenemos. Mayor incluso que el de caja, que ya es decir.


ABC - Opinión

PP. Sed de ideas. Por José García Domínguez

La performance del fin de semana no escapó a la máxima de la casa, tan cara siempre a la derecha toda. Nadie busque, pues, en el alarde hispalense una idea, apenas una, que de eso no gastan.

Por la concordiase titula un muy dolido librito que don Francisco de Asís y Cambó dio en publicar clandestinamente cuando, tras proclamarse dictador con el apoyo entusiasta de la Lliga, Primo de Rivera disolvió la Mancomunidad por aquello de que Roma no paga traidores. Así la historia, que le hayan puesto igual a lo del PP en Sevilla –y no "Prietas las filas", que hubiera sido lo suyo– debe venir de la cosa austriacista de Lassalle y señora. Sea como fuere, el asunto ha dado para muy poco más que la pesquisa arqueológica a cuenta del cartel. Y es que, a imagen y semejanza del Caudillo, tampoco don Mariano es hombre dado a meterse en políticas.

De ahí que la performance del fin de semana no escapara a la máxima de la casa, tan cara siempre a la derecha toda. Nadie busque, pues, en el alarde hispalense una idea, apenas una, que de eso no gastan. Ni falta que les hace, a tenor de cómo rueda Zapatero cuesta abajo en las encuestas. ¿Para qué, además, si vivimos en el mejor de los mundos posibles? Por si alguien aún no tenía el dato, nos lo acaba de confirmar el doctor Pangloss de Génova. Sépase al respecto que en ese nirvana de la eficiencia que responde por modelo autonómico nada procede alterar. "Ni una coma ni una competencia", ha enfatizado, risueño, González Pons. Tomen buena nota los inadvertidos: ni una coma.

Ni una coma al Título VIII de la Constitución. Ni una coma al malhadado artículo 150.2. Ni una coma a la Cláusula Camps. Ni una coma a cuantas trapacerías provinciales moran emboscadas en medio del último aluvión de reformas estatutarias. Sin tan siquiera dejar caer una coma en medio de la enfática nada que constituye su programa de gobierno, de tal guisa puede convertirse Rajoy en el mandatario más deseado desde Fernando VII. Ni una coma a esa esquela de Montesquieu que responde por Ley Orgánica del Poder Judicial. Ni una coma al asedio partitocrático contra el Tribunal Constitucional. Ni una coma a la transferencia de la Educación a los ingenieros de almas pedáneos. Ni una coma al libre albedrío competencial de los ayuntamientos... Ni un punto y aparte al zapaterismo.


Libertad Digital - Opinión

Perfume de alternativa. Por Ignacio Camacho

Abrigado por un clima aclamatorio, de tentación eufórica, Rajoy pronunció un llamamiento regeneracionista.

AUNQUE suele decirse en política que son los gobiernos los que pierden las elecciones en vez de ganarlas la oposición, el Gabinete de Zapatero se ha hundido tanto que ya sólo el PP puede permitir que se le escape el triunfo que tiene agarrado por una oreja. El riesgo se llama euforia, impaciencia y exceso de confianza, tentaciones que han sobrevolado la Convención de Sevilla envueltas en un perfume de poder al alcance de la mano. Los profesionales del arribismo, los profetas escépticos y los antiguos conspiradores, los que hace poco decían eso de «yo es que a Mariano no lo acabo de ver», se arriman a Rajoy con sonrisas de piano dispuestos a partirle la espalda de un abrazo. El interesado, buen gallego, desconfía de los aduladores sobrevenidos tocando madera; sabe que aún tendrá que aguantar varias cargas de caballería a la desesperada y tiene demasiados trienios para cantar victoria antes de tiempo.

Ayer, abrigado del aguanieve mañanero por el calor humano de un clima aclamatorio, se inauguró a sí mismo como abanderado de la alternativa. Lejos de la ropa casual de los mítines de fin de semana, apareció vestido como para una boda: un traje sobrio y oscuro de futuro presidente del Gobierno. El partido había convocado a toda su nomenclatura para solemnizar la expectativa de un paso al frente. Bendecido en la antevíspera por el abrazo de Aznar, Rajoy pronunció un discurso regeneracionista a modo de llamamiento para «un proyecto de recuperación nacional». No tiene tirón emotivo ni intensidad retórica; le falta pellizco para encandilar, pero se presenta como un hombre fiable y consciente de su responsabilidad frente a los años de incuria aventurera del zapaterismo. «A nosotros se nos conoce», dijo, «no somos un experimento ni una sorpresa». Leyó una pieza sólida escrita en las claves de la primera etapa aznarista, la de la mayoría moderada y el milagro económico, al que apeló como fuente de legitimidad con frases muy bien cinceladas: «Ya lo hicimos una vez. No fue un sueño. Entonces pudimos y ahora podremos». Fue el «Yes we can» de un hombre tan meticuloso con la seriedad que hasta para presentar su candidatura se apoya en un currículum de experiencia como si fuese a una entrevista de trabajo.

De eso se trata, en el fondo, pero los que le van a examinar para el puesto están fuera del cálido auditorio azul lleno de partidarios. Le tiene que hablar a una sociedad anclada en la confusión, el miedo y la desesperanza, gente que quiere oírle medidas concretas y un programa claro. Sus arúspices prometen que lo va a presentar «cuando toque» para no dar bazas al adversario y recuerdan que ZP ganó sólo con la sonrisa y el talante. El propio González arrasó diciendo que su cambio consistía en que España funcionase; es paradójico que en la política de este país tan prosaico y garbancero los mensajes más eficaces acaben siendo los abstractos.


ABC - Opinión

El PP canta victoria con efectos especiales en Sevilla. Por Antonio Casado

ENCABEZAMIENTO

Este fin de semana en Sevilla terminó la travesía del desierto de Mariano Rajoy. Al menos la que empezó casi en solitario cuando, después de la derrota de 2008, unos cuantos compañeros de partido se dedicaron a ponerle sal en la cantimplora. Ahora viene con la cesta llena y nadie quiere perderse la fiesta. Una sola salvedad, la del harakiri de Francisco Álvarez Cascos, por el que nadie derramó una lágrima.

Todos unidos hasta la victoria final. Se acabaron los problemas. El ex presidente del Gobierno, José María Aznar, dedicó a Rajoy el abrazo en primera página del sábado porque ya ve un solo líder, un solo proyecto y un solo partido donde no hace demasiado tiempo veía varios. Además, Esperanza Aguirre y su gente han retirado la pancarta del “Yo no me resigno”. Ahora se ofrecen para lo que haga falta: “Hemos decidido querer a Rajoy”, dice un estrecho colaborador de la presidenta madrileña, poniendo el cariño a las órdenes de la voluntad.

Otro de los reticentes con aquel Rajoy acosado desde dentro, el eurodiputado Jaime Mayor Oreja, reapareció en esta cumbre nacional del PP con una perturbadora glosa sobre la muerte de la cultura (si fue al revés, prefiero aparentar que no he registrado semejante barbaridad), entendiendo la cultura como memoria conjunta de la parte más noble del ser humano, donde se cultiva el respeto, la tolerancia y, según el ideario cristiano que dice abrazar el ex ministro, el amor al prójimo.


¿Ha pasado página Mariano Rajoy, todo olvidado, pelillos a la mar? De ser así, no habría puesto tanto énfasis en mostrar su agradecimiento a quienes le ayudaron en momentos difíciles. “Lo tengo y lo tendré siempre muy presente”, dijo ayer en su discurso de clausura de la Convención Nacional del PP. Lo uno también sirve para lo otro, pero no hace falta ser explícito.
«¿Ha pasado página Mariano Rajoy, todo olvidado, pelillos a la mar? De ser así, no habría puesto tanto énfasis en mostrar su agradecimiento a quienes le ayudaron en momentos difíciles.»
El discurso y la propia cumbre de dirigentes nacionales, autonómicos y locales, también se escenificó como el fin de una travesía política del desierto. La del PP como opción electoral. En el hotel Renacimiento, por supuesto. Con las encuestas anunciando la proximidad de la tierra prometida, a Ana Mato (Organización) y Baudilio Tomé (Programas) no se les hubiera ocurrido festejar en un hotel que se llamase Ocaso, Término, Última Estación, o algo parecido.

La apoteosis la protagonizó Mariano Rajoy, ayer a mediodía, con un discurso de intangibles que no se pueden pesar, medir o contar. Ni falta que le hace al líder del PP mientras las encuestas sigan pregonando la bancarrota electoral de sus adversarios. Le basta con alzar la bandera de la “recuperación nacional” y ofrecerse como alternativa capaz de “reconstruir la confianza de los españoles”. Una alternativa para calmar la “sed de urnas” de los españoles que se compromete a “poner el país a punto para los próximos treinta años”. Dicho así, ¿quién se va a oponer a un “gran proyecto nacional” que modernice la economía para favorecer el crecimiento y el empleo?

En resumen, el PP cantó victoria en Sevilla con efectos especiales. Ahora el relato ha de superar el contraste con la realidad. Faltan cinco meses para la primera prueba de las urnas de un discurso dictado por el voluntarismo. Y más de un año para la segunda y definitiva. Solo el tiempo nos dirá si ha sido prematura la euforia en esta barra libre de sonrisas y parabienes que unos 3.000 cuadros del PP han escenificado en Sevilla.


El Confidencial - Opinión

Liderazgo nacional

El objetivo de la Convención Nacional de Sevilla era presentar al PP como un partido de Gobierno. Tres jornadas de trabajo han confirmado que ese propósito se ha cumplido. El PP ha salido muy reforzado de un cónclave que era además un punto de partida de cara a las elecciones autonómicas y locales. Ha demostrado que cuenta con ideas y equipos, experiencia y capacidad para sacar adelante una misión nacional. Ayer, Mariano Rajoy dio razones para ese clima de euforia que ha marcado la convención, con un discurso de Gobierno en el que demostró convencimiento para liderar un proyecto de país. Hasta llegar a este momento, en el que el PP cuenta con un respaldo mayoritario de los españoles, Rajoy no lo ha tenido fácil, pero ha sido capaz de mantener un rumbo contra viento y marea por encima de no pocas dificultades. Un político tranquilo, pero con el pulso firme, que ha cohesionado al PP a lo largo de una compleja travesía. Lo hizo bien, porque no perdió el norte, y eso en un dirigente es una virtud.

Su intervención de ayer, ante los delegados del PP, fue una convocatoria a los españoles a «un proyecto de recuperación nacional», y lo fue también de fe en España, «una nación que no está en juego, no es discutible y no se negocia». Todas sus palabras desprendieron una confianza plena en la capacidad del país, pero también en la necesidad de abrir una etapa regeneracionista, que abarque desde lo moral a lo político, pasando por lo económico. No podemos estar más de acuerdo. El país no necesita más parches, ésos los hemos sufrido con Rodríguez Zapatero. No. El presidente del PP habló de reformas profundas en el corazón del sistema, como el Parlamento o el Tribunal Constitucional, y de fortalecer el modelo judicial y el funcionamiento de las Administraciones Públicas.


Acertó cuando presentó la gestión de los gobiernos de Aznar, de los que él formó parte, como la prueba de que el PP sabe lo que es superar una situación de grave adversidad económica. Entonces, ya se demostró que fueron capaces de controlar el déficit, la deuda y recuperar confianza. Han sido las políticas liberales –las mismas sobre las que ha insistido Rajoy en estos años– las que han colocado a Alemania y a otros países de Europa en la senda del crecimiento. Y el PP de Rajoy ha creído siempre en ellas sin que nadie se las imponga desde fuera.

El presidente del PP dijo que España tiene «sed de urnas, quiere cambio y quiere abrir una nueva etapa». Las encuestas lo confirman. Pero hablamos, sobre todo, de una necesidad. El país no puede perder más tiempo. Se trata de recuperar cuanto antes todos aquellos valores y principios perdidos en tantos años de administración socialista –austeridad, verdad, rigor, esfuerzo–, imprescindibles para impulsar ese proyecto reformista ineludible.

Rajoy es un político de Estado serio, que ha ejercido una oposición responsable con moderación y centralidad. Ha avisado de que no hay milagros, porque, efectivamente, sólo existe el trabajo bien hecho. La convención nos ha dejado liderazgo y confianza en un proyecto, y eso ya es mucho.


La Razón - Editorial

Euforia en Sevilla

La convención del PP, huérfana de propuestas, celebró por adelantado el triunfo electoral.

La convención del Partido Popular en Sevilla ha sido, sobre todo, la celebración de una victoria electoral que aún no se ha producido. Nada une más que la proximidad del poder. Apoyándose en los sondeos, la dirección nacional de los populares hizo una completa exhibición de unidad en torno a su líder, Mariano Rajoy. Líderes críticos, como el ex presidente Aznar, se propusieron borrar con un aparatoso abrazo en Sevilla el desaire que infligió a su sucesor en el congreso de Valencia, cuando apenas se dignó a saludarlo tras la derrota electoral de 2008. También Esperanza Aguirre mostró en Sevilla un apoyo al líder popular que le ha escatimado en muchas ocasiones; la última, al conocerse la intención de Álvarez-Cascos de encabezar una lista autonómica alternativa al PP en Asturias. Incluso el ex ministro del Interior Jaime Mayor Oreja quiso respaldar a Rajoy, aunque sin renunciar a sus obsesiones ni a su penosa y desaforada retórica.

El derroche de unidad en torno a un dirigente cuyo liderazgo ha sido permanente cuestionado desde sus propias filas, así como el hecho de que la convención no haya permitido conocer una sola de las medidas que adoptarían los populares de llegar al Gobierno, son prueba fehaciente de que en Sevilla solo ha tenido lugar un gran acto de propaganda. El propio Rajoy parecía consciente de ello al reiterar el deseo de que se celebren elecciones generales cuanto antes. Tanta urgencia en la convención no ha tenido, sin embargo, ninguna traducción parlamentaria hasta el momento. Un político que parte de un análisis de la realidad como el que agitó Rajoy en Sevilla estaría obligado a plantearse la presentación de una moción de censura.


El énfasis en la unidad demuestra, en sentido contrario, lo frágil que puede ser en un partido convencido de encontrarse en la antesala del poder. En realidad, se sostiene sobre esa convicción, no en la percepción de que Rajoy se haya consolidado como un líder indiscutible en siete años de oposición ni tampoco en el acuerdo alrededor de un programa. Los sondeos son claros sobre lo que los ciudadanos, incluidos los votantes del PP, opinan del líder conservador. El único fantasma que parece sobrevolar las expectativas del PP es la posibilidad de una mejora económica.

Como dice la canción, Sevilla tuvo que ser el testigo del amor sobrevenido por un dirigente cuyo gran mérito consiste en haber resistido los ataques de su propio partido. La "sed de urnas" que Rajoy cree percibir en la sociedad española deja traslucir, en realidad, la sed de poder en la que se apoya la unidad de su partido. Sin propuestas, nuevas o viejas, para conjurar la recesión y sin rubor por reclamar el apoyo de unos ciudadanos a los que desea desmoralizados y dispuestos a regalarles la victoria electoral, el PP parece dispuesto a agotar los meses que restan para las citas electorales sin más proyecto que esperar a que pase el cadáver de su rival. Sería deseable algo más que abrazos y sonrisas, sobre todo en la actual coyuntura.


El País - Editorial

Más euforia que propuestas

Si Rajoy sustituye a Zapatero para no modificar ni una coma de su programa político, el país continuará embarrancado en la crisis nacional, económica y social. Si quiere capitanear el cambio, Rajoy debe desarmar el zapaterismo, no heredarlo.

Que la sociedad española tiene sed de un cambio de Gobierno es algo evidente; más bien cabría decir que se encuentra al borde de la deshidratación. Tan nefasta ha sido la gestión de los Gabinetes de Zapatero en todos los órdenes imaginables, que pocos son los españoles que no anhelan unas elecciones anticipadas para imprimir un nuevo rumbo al país.

En este sentido, parte de la euforia del PP es comprensible: en nuestro sistema partitocrático, si una de las dos formaciones políticas se descompone, la otra accede automáticamente al poder. Sin embargo, los excesos de euforia pueden ser peligrosos, sobre todo contra un PSOE que es maestro a la hora de dar golpes de timón de última hora para modificar el sentido de la intención de voto. Por mucho que los populares se vean ya en el coche oficial, no estaría de más que desde un punto de vista táctico fueran un poco más prudentes ante un partido que les lleva ganadas las dos últimas elecciones generales.


Y si la euforia del PP está sólo en parte justificada, la de la ciudadanía española debería ser mucho más matizada aún. Su sed de cambio de Gobierno es, en realidad, una sed por un cambio en las políticas del Gobierno. Al cabo, si Rajoy sustituye a Zapatero para no modificar ni una coma de su programa político, el país continuará embarrancado en la crisis nacional, económica y social. Si Rajoy quiere capitanear el urgente cambio que necesitamos, debe desarmar el zapaterismo, no heredarlo: su misión debería ser la de reformar el modelo autonómico delimitando y cerrando definitivamente las competencias que le corresponden a las distintas administraciones, dar un giro de 180 grados a la política económica y suprimir ipso facto toda esa legislación tan radicalmente intervencionista con la que el PSOE ha querido moldear nuestras vidas (ley de igualdad de trato, ley antifumadores, ley de la memoria histórica, ley del aborto...).

El problema es que bajo el lema de la unidad, el PP ha ido marginando y expulsando del partido a todos aquellos que tenían alguna idea propia que oponer al zapaterismo: María San Gil, Eduardo Zaplana, Manuel Pizarro, José Antonio Ortega Lara, Francisco Álvarez-Cascos... Todo indica que el centrismo arrioliano ha matado el discurso y el proyecto ideológico del PP, convirtiendo al partido en una simple agencia comercial que recaba el voto por la inercia del creciente desencanto hacia el PSOE.

Si hoy se celebraran las elecciones, es muy probable que Mariano Rajoy las ganara. Dentro de un año, dependerá de la habilidad de la maquinaria propagandística del PSOE. Pero en todo caso, y tras casi tres años del nuevo PP nacido del Congreso de Valencia, las ideas y las propuestas concretas escasean tanto como abundan las proclamas vacuas. Todo lo cual sólo puede significar o que Rajoy está ocultando su auténtico lado reformista o que no encuentra nada que haya que reformar seriamente en la desastrosa España actual. Esperemos que el marianismo no se convierta en un zapaterismo bis; en Sevilla, desde luego, no nos han despejado la incertidumbre.


Libertad Digital - Editorial

Por la recuperación nacional

Rajoy cerró la Convención de Sevilla con un discurso que se sustenta en la unidad de un partido nacional que es la única alternativa al PSOE.

LOS discursos pronunciados en la Convención Nacional del PP no fueron, afortunadamente, los propios de una oposición confiada en ganar exclusivamente gracias al desgaste del Gobierno. El PP llevó a la primera plana los principios reformistas que son santo y seña de su identidad ideológica, apostando, como hizo ayer Rajoy, por una política de intereses nacionales que reciba el apoyo de la mayoría. Es una buena noticia que el PP no limite sus credenciales electorales a la recuperación económica y que haya expuesto con sinceridad la necesidad de defender modelos sociales y políticos. La denuncia del aborto y el compromiso con las reformas institucionales, planteados en la Convención popular, son bien expresivos de que cualquier alternativa de gobierno debe incluir actualmente una oferta global de regeneración. Habría sido un grave error por parte de la dirección del PP pensar que la derrota electoral del socialismo no requiere una previa confrontación de idearios. La gravedad de la crisis económica en España no es solo un problema de mala gestión coyuntural, sino una nueva demostración de que la izquierda, tanto española como europea, está inadaptada para liderar sociedades modernas en tiempos de dificultades. Por eso, aunque el Gobierno insista en que su problema es de comunicación, la realidad que perciben los ciudadanos es que el problema es el propio Gobierno.

Rajoy cerró la Convención de Sevilla con un discurso que culmina el proceso iniciado en el Congreso extraordinario de Valencia. Un discurso que se sustenta en la unidad de un partido nacional que es la única alternativa al PSOE y que se presentará a las elecciones de mayo sin fisuras de liderazgo. El papel jugado por Aznar en la primera jornada de la Convención fue decisivo para reforzar esa imagen de lealtad y fortaleza que tanto contrasta con las incertidumbres que se reflejan en los rostros de los dirigentes socialistas. En todo caso, los excesos de confianza serían suicidas para el PP, porque son las urnas, y no las encuestas, las que dan y quitan el poder. Rajoy hizo bien en pronunciar un discurso de movilización dirigido a todos los españoles, porque los tópicos contra la derecha siguen vigentes, aunque ciertamente desmentidos por los hechos. Ahora es la izquierda la que recorta derechos sociales, de verdad, y la que ha querido romper el Estado autonómico con el Estatuto de Cataluña. Con un partido sin divisiones y que lo reconoce sin dudas como su líder, Rajoy tiene todo a favor para encarar La Moncloa.

ABC - Editorial