jueves, 21 de julio de 2011

Tres tristes trajes y una dimisión anunciada. Por Federico Quevedo

Lágrimas y aplausos. En la rueda de prensa que ayer ofreció Francisco Camps los primeros bancos estaban ocupados por su Gobierno y por destacados dirigentes del PP valenciano, entre ellos Rita Barberá y Federico Trillo. El anuncio de Camps, temido por algunos y esperado por muchos desde el mismo momento en el que convocó la rueda de prensa después de dar marcha atrás en su prevista comparecencia ante el tribunal para inculparse de un delito de cohecho impropio, provocó la lógica consternación de los suyos y la sorpresa de los contrarios.

Después de casi tres años de calvario, Francisco Camps dimite. Lo hace por tres trajes, es verdad. Pero hace tiempo, hace mucho tiempo, que vengo diciendo que esa dimisión era necesaria por una cuestión de ética en la política, de exigencia en la apariencia de honradez y honestidad. Porque jamás he puesto en duda que Camps lo sea, pero era evidente que a los ojos de una gran parte de la opinión pública, no. Y la excusa de que las urnas le habían vuelto a dar la victoria no era suficiente, en primer lugar porque los ciudadanos no absuelven ni condenan de delitos, eso lo hacen los jueces, y en segundo lugar porque es evidente que la victoria del 22M en Valencia tiene mucho más que ver con el castigo al PSOE que con el entusiasmo por Camps.

Pero, por fin, y por las razones que ha contado este periódico y que tienen mucho que ver con ese perverso juego de venganzas personales y de odios y rencores en el que se convierte la política cuando se envicia por culpa de enrocamientos inexplicables y corruptelas varias, por fin Camps tomó la decisión más digna que podía haber tomado nunca, la de dimitir. Por tres trajes, tres tristes trajes, como conclusión de ese trabalenguas imposible en el que se había convertido la política valenciana y que solo podía conducir a lo que ha conducido.


Camps ha sido victima de sí mismo, y también de los suyos, y ese es un mal que afecta a muchos políticos: se rodean de pelotas incapaces de hacerles ver la realidad. Cada vez que me llamaba Nuria Romeral, jefa de prensa de Camps, para ‘reñirme’ por mi postura en este asunto, les confieso que me invadía la tristeza: ¿Es que nadie era capaz de hacerle ver el error que estaba cometiendo? Lejos de eso, su entorno pedía, exigía adhesiones inquebrantables a la causa y a los que no nos sumábamos se nos castigaba con el ostracismo informativo, y a los que sí se les premiaba con numerosas tertulias en Canal 9.
«Para el PP se abre una ventana de oportunidades, y para el PSOE se cierra la puerta de las acusaciones.»
Esa ha sido la perdición de Camps, esa y la actitud victimista viendo siempre detrás de todo una campaña de acoso y derribo de Rubalcaba: es verdad, y yo he sido el primero en denunciarlo, que el PSOE ha utilizado de manera perversa y en ocasiones antidemocrática el ‘caso Gürtel’ contra el PP, pero también lo es que no hubiera podido hacerlo sin elementos jurídicamente probables de que esa trama existía, como lo demuestra la cascada de dimisiones y ceses que ha provocado tanto en el PP como en las estructuras de poder autonómico y municipal de Madrid y Valencia.

Si desde un principio Camps hubiera evitado los malos consejos de Juan Cotino, de Nuria Romeral, y de otros muchos cuyas vidas y las de sus familias dependían de que Camps siguiera en el poder y actuaban más por egoísmo que por lealtad, otro gallo hubiera cantado. Pero eso ya no es reconducible. Ahora lo que cuenta es admitir que, tarde y mal, Camps ha dimitido y le ha dejado a Mariano Rajoy el camino limpio como una patena para sacar una mayoría absoluta consistente en las próximas elecciones generales. Y eso hay que reconocérselo al ex presidente valenciano. Eso, y que en todo este tiempo en el que ha gobernado la Generalitat lo ha hecho desde la honradez. Camps no le ha dado subvenciones a su hija, ni ha falseado EREs para ayudar a sus amigos y correligionarios, ni ha recibido caballos ni ha acumulado un patrimonio imposible con el sueldo de presidente autonómico… No tiene negocios en Marruecos, ni hípicas en Toledo, ni casoplones en Madrid y en la costa. No se va de putas ni lleva a sus hijos… Y no da chivatazos a ETA.

¿Tenía que dimitir? Si, por una cuestión de ética, insisto, y por haber mentido, y por lo que eso supone de ‘traición’ a la confianza que en él han depositado los ciudadanos, pero la exigencia de dimisión se antoja excesiva cuando en la otra orilla, como vengo denunciando desde su anuncio en mi twitter, no se aplica el mismo rasero. La exigencia de ética, de honestidad, de honradez, de transparencia en la vida pública debe ser igual para todos y no puede haber distinto rasero bajo ninguna circunstancia, y admitir lo contrario es pecar de sectarismo.

¿Y ahora, qué? Camps es un político moralmente hundido, anímicamente machacado, al que sin embargo esta salida le va a dar oxígeno suficiente para preparar su defensa… Se va a sentar en el banquillo, pero lo hará como un ciudadano normal y corriente, y si la Justicia le devuelve la dignidad perdida -y que con su dimisión ha recuperado en parte-, podrá dedicarse a rehacer su imagen, aunque es difícil que pueda volver a la primera línea política.

Rajoy, por su parte, aunque seguramente la dimisión de Camps le provocara un gesto compungido, en su fuero interno habrá sentido alivio, porque este asunto limpia por completo su camino hacia La Moncloa. Él mismo me reconocía hace unas semanas que lo de Valencia era “un problema”… Ya no lo es. Ha dejado de serlo. El PSOE y los medios que le apoyan no podrán seguir utilizando a Camps contra Rajoy, ni el ‘caso Gürtel’ contra el PP, y sin embargo el PP tiene todavía en su cartera de reclamos contra los socialistas unas cuantas admoniciones que empiezan por el ‘Faisán’, pasando por los EREs, el ‘caso Bono’, el ‘caso Chaves’, el ‘caso Curbelo’, etcétera, etcétera… Y sin que, en efecto, el PSOE asuma nunca responsabilidades por ninguno de los asuntos que le afectan. Pero todo eso le pasará factura a Rubalcaba en las próximas elecciones generales.

Rajoy puede ahora, además, ser mucho más firme en su denuncia de los comportamientos antiéticos, incluso hacer propuestas de calado como la de prohibir por ley que los cargos públicos puedan recibir regalos, por pequeños e insignificantes que estos sean, como consecuencia del puesto que ostentan. Algo así, le haría ganar en credibilidad y en sensatez ante la opinión pública. Para el PP se abre una ventana de oportunidades, y para el PSOE se cierra la puerta de las acusaciones. Si Rajoy sabe aprovechar la circunstancia, tiene al alcance de su mano el respaldo sin precedentes de una mayoría social como pocas veces se haya podido dar en la historia de España. Y si no la defrauda, gobernará muchos años, Camps mediante.


El Confidencial - Opinión

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