domingo, 17 de julio de 2011

El combate. Por M. Martín Ferrand

Rajoy ya debiera haber optado, visto que la dimisión no parece entrar en los planes del acusado, por la expulsión de Camps.

AUNQUE cada vez estén más escondidas y postergadas, militan en el PP muchas inteligencias preclaras, procedentes de los más diversos campos de la actividad intelectual y profesional y, simultáneamente, forjadas por la experiencia. Gentes que, como dicen los castizos, saben lo que vale un peine. Muchos de ellos, me consta de varios, han leído con atención y aprovechamiento la obra magna de Carl von Clausewitz, De la guerra, y saben que, del mismo modo que el genial prusiano sostenía que la guerra es un «acto político», conviene entender la política, en lo que se refiere a su dimensión de enfrentamiento partitocrático, como un acto de combate. En el PSOE lo saben bien y, llegados a la decadencia a la que les ha conducido José Luis Rodríguez Zapatero, son frecuentes los líderes locales y militantes de base capaces de explotar sus fracasos. Como contrapartida, el PP, agazapado en la prudencia inactiva, parece indeciso a la hora de explotar sus éxitos que, en los últimos comicios municipales y autonómicos, han sido rotundos.

Un suceso previsible y no previsto, pura torpeza táctica —la situación procesal de Francisco Camps—, ha descompuesto el ánimo del partido de la gaviota y, si nos atenemos a las apariencias, podría pensarse que han perdido sus posiciones en la Comunidad Valenciana, donde su victoria, engrandecida por la endeblez y las circunstancias del renovado president, toma aires de derrota. Como ayer señalaba en estas páginas, con rotunda lucidez, Ignacio Camacho, Mariano Rajoy ya debiera haber optado, visto que la dimisión no parece entrar en los planes del acusado, por la expulsión de Camps. Uno de los dos o tres grandes líderes regionales del PP, presidente de su Autonomía, no puede sentarse en el banquillo para responder de un vestuario que dijo haber pagado en flagrante mentira pública. El coste podría ser inmenso, irreparable, para el PP.

Se entiende que Rita Barberá, su mentora y maestra, nos diga, para no decirnos nada, que Camps, el pobre, sufre mucho. Incluso se puede intentar comprender que el equivalente extremeño del valenciano, José Antonio Monago, no se sabe si por exceso o por defecto, defienda a su colega asegurando que son muchos los socialistas que quieren tomarle medidas al PP; pero que «no hay que hacerle un taje —cortarle, decían los clásicos— a quien hasta el día de hoy es inocente». Lo que ya no entra en los códigos de las costumbres democráticas establecidas, ni en los esquemas de la defensa y el ataque, es el huidizo silencio —irresoluto o prudente, es lo mismo— de quien en unos meses será el presidente del Gobierno de España.


ABC - Opinión

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