viernes, 10 de junio de 2011

Solo nos queda la paz. Por Hermann Tertsch

El interés que generamos se debe fundamentalmente a la capacidad de desestabilización que tenemos.

AHORA de repente se nos agolpan los sentimientos patrióticos. Cuando llevamos unos años tan intensos y festivos dedicados a dinamitar la cohesión nacional, quebrar la Constitución, desprestigiar nación y mancillar transición y reconciliación. Solo les hace falta ya hablar de honor. Que capaz será alguno, ya verán. Ahora, oyéndoles, parece que solo gracias a la serenidad de nuestros gobernantes hemos evitado declarar la guerra a Alemania. Menos mal que somos generosos y les hemos perdonado la vida. Respirarán tan aliviados los malvados «chucrut» como, por ejemplo, los hoteleros o los tour operadores españoles. Pero donde alcanza su máximo esplendor actual el patriotismo inesperado de nuestros gobernantes es en su preocupación por nuestra imagen exterior. ¡Fíjense, a estas alturas, nuestra imagen en el exterior! Llevan siete años enviando al exterior como representantes nuestros a personajes capaces de despertar vergüenza en una verbena. La tropa indocumentada, iletrada y zafia que ha surcado mares y cielos y cruzado continentes en representación de la nueva España progresista ha arruinado nuestro crédito, hundido nuestro prestigio y abochornado a nuestra ciudadanía por todo el planeta. Nuestro presidente ha hecho el ridículo en todos los foros internacionales con su falta de preparación y consistencia, su inanidad y su izquierdismo adolescente. Nuestra política en el exterior provocó primero sorpresa, porque contradecía toda la experiencia habida con la España democrática durante 30 años con cuatro presidentes diferentes. Después fue ya extrañeza por la insistencia de los españoles en automutilarse al reelegir a los mismos gobernantes para estos últimos cuatro inolvidables años basura. Y hoy ya lo que se percibe es pena hacia los españoles y desprecio hacia quienes han llevado a nuestro país a su peor postración. El interés que ahora generamos se debe fundamentalmente a la capacidad de desestabilización que tenemos, por tamaño y por la capacidad autodestructiva que hemos demostrado en estos años. ¿Cómo habéis llegado a esto? Esa es la pregunta que nos hacen las vistas del exterior una y otra vez. Y no es fácil de responder. Por muy advertidos que algunos estuviéramos desde un principio de que habría estropicios con estos personajes, nadie en su sano juicio podía prever las dimensiones del daño brutal y generalizado causado.

Y ahora se dicen preocupados porque la oposición dice que no se cree las cuentas. Y exigen que nos callemos porque dañamos nuestro «buen nombre». La «confianza en España», dice Zapatero, que hay que proteger. ¿De qué nos estará hablando quien pensó que el mundo funciona como una intriga de asociación de barrio? ¿De qué hablarán todos los cómplices de la mentira continuada y la bajeza politizada, de la incompetencia universal, de la pócima de los peores instintos que han sido mensaje y actuación de la tropa del Alicia/Atila de León? Nadie tiene que creer a la oposición para no creerle nada a este Gobierno. Que ahora nos sale con las conspiraciones exteriores, de Merkel y los mercados. Con los enemigos exteriores y la quinta columna, los vectores del relato más antiguo, casposo y grasiento de la impotencia izquierdista. Poco le queda en la recámara ahora al sumo sacerdote de urgencia que sustituye al caudillo en el naufragio. Pero lo suficiente para culminar el daño. Porque, más allá de consabidos pactos con ETA que prometan alguna sorpresa, la izquierda fracasada parece dispuesta a utilizar a una oposición extraparlamentaria para intentar imponer desde la agitación callejera lo que ya sabe no podrá en las urnas. Al enemigo exterior se le ignora, al interior se le ataca. Esperemos que quede alguien sensato que lo impida. Porque la paz social es lo único que aun no ha destruido esta tropa. Que no lo consigan.

ABC - Opinión

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