lunes, 6 de junio de 2011

El triunfo del corazón. Por José María Carrascal

Frente a la filosofía imperante en España de que las cosas nos vienen regaladas, Nadal nos mostró que hay que ganarlas.

¡VAYA lección de pundonor ha vuelto a darnos Rafael Nadal a los españoles! Tras el «partido del siglo» que Federer y Djokovic libraron el viernes, con el triunfo del primero exhibiendo un tenis como los ángeles, caso de que los ángeles jueguen al tenis, Nadal, aun reconociendo que el suizo es «el mejor jugador de la historia», no se amilanó, le plantó cara y terminó derrotándole contra todo pronóstico y un público abiertamente en contra. Lo hizo a base tesón, de voluntad, de sudor, de no dar ningún punto por perdido y recorriendo esa «milla extra» que según los norteamericanos es la que proporciona las victorias. Cuando ya todos los analistas deportivos daban por perdido su número uno mundial y bastantes incluso le colocaban ya en el tercer puesto del ranking, Rafael Nadal volvió a sus fueros, demostrándonos que en el tenis, como en todo en la vida, lo más importante es el corazón, la entrega, la confianza en uno mismo y la perseverancia inquebrantable.

Ningún discurso de un político, ningún eslogan electoral ni artículo periodístico es tan elocuente como la lección que Nadal dio nos ayer sobre la arcilla roja parisina. El gobernador del Banco de España acaba de advertirnos muy seriamente que el imperativo del día es la frugalidad y la laboriosidad, únicos caminos para salir del agujero en que nos encontramos. Y no sólo por nosotros, como han señalado otras autoridades económicas mundiales, Paul Volcke entre ellas, sino también por Europa, por el euro, ya que España es «la línea roja» que no puede traspasarse, pues, en efecto, no somos Grecia, ni Portugal, ni Irlanda, somos mucho más grandes, y si caemos nosotros, se cae viene abajo todo el tinglado europeo.

Tal vez suena enfático e incluso exagerado, aludir al ejemplo del Nadal en estas circunstancias, pero no lo creo en absoluto. El tenista mallorquín llegó a Roland Garros desahuciado como número uno del mundo y dado como seguro perdedor ante un Djokovic, «que lo ganaba todo», y ante un Federer que había recobrado su forma mágica. Pero Rafael Nadal se dispuso, sin alardes ni falsas expectativas, más bien humildemente, a hacer el recorrido, que resultó un víacrucis para él, pues ya de entrada estuvo a punto de caer ante un gigantón norteamericano en su día de gracia. Tampoco lo tuvo fácil en los siguientes encuentros, que le costó ganar. Pero en cada uno de ellos jugó mejor que en anterior y así, paso a paso, callada y esforzadamente, llegó a la final, y la ganó. Esto es no suerte. Esto es conquistar la suerte. Frente a la filosofía imperante en España durante los últimos años de que las cosas nos vienen regaladas, Rafael Nadal nos mostró que hay que ganarlas. Y que si se quieren de verdad, se ganan. Gracias de nuevo, Rafael.


ABC - Opinión

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