sábado, 2 de abril de 2011

Inopia del día D. Por Ignacio Camacho

La única realidad del presunto Día D del postzapaterismo es la certeza socrática de que (casi) nadie sabe nada.

AL alba del presunto Día D del postzapaterismo la única realidad constatable es la certeza socrática de que nadie sabe nada. Bueno, casi nadie. Acaso sepa algo Pepe Blanco, fiel procónsul del César en las legiones acuarteladas del partido; o Rubalcaba, cuyo perfil de esfinge sucesoria aparece algo difuminado entre las plumas de un faisán a la brasa; incluso tal vez Bono, convertido en custodio de ocultos protocolos de transición que le llevan en procesión los próceres socialistas a su hornacina del Congreso. Y Sonsoles, por supuesto, pero está fuera de concurso. El resto de la militancia amanece en estado de zozobra, agarrada al transistor y al móvil, con la sensación o la sospecha de hallarse en plena cuenta atrás hacia ninguna parte.

Sea lo que sea que anuncie hoy Zapatero —la retirada a secas, sin plazos ni candidatos; el calendario y/o la identidad de un delfín sucesorio; la nunca descartable autosucesión o la simple y dilatoria nada, acaso salpicada de pistas y puntos suspensivos—, probablemente sea tarde para su partido y sus intereses. La declaración de no volver a presentarse aliviaría la presión que sufren los candidatos de las elecciones autonómicas y locales, pero la designación o elección de un nuevo líder no promete más que la posibilidad de minimizar el tamaño de la previsible derrota de 2012. A cambio abrirá un inexorable vacío de poder y una probable etapa de lucha interna. En el instante en que él se declare proyectado sobre la Historia pasará a ser un presidente interino, sin liderazgo, por más que pueda conservar una relativa estabilidad parlamentaria. Se irá de hecho en el momento en que diga, sugiera o deje entrever que se va a ir.


En todo caso, la cuestión resulta apasionante para los medios de comunicación, siempre aficionados al nominalismo y a las quinielas; para parte de la escena política y, desde luego, para los militantes, simpatizantes y votantes del PSOE. Pero el grueso de la sociedad española tiene ahora mismo otras preocupaciones prioritarias. A las ya estables e inquietantes magnitudes del paro y el estancamiento se ha unido un alza desbocada de precios de combustibles, energía y otros productos de primera necesidad, y ha resurgido la crisis bancaria con la peligrosa zozobra de la Caja del Mediterráneo. Ante ese panorama, la cuestión nominal tiene su importancia, pero es una importancia relativa. Gran parte del electorado ha descontado ya su confianza de un partido que no ha sabido gestionar la recesión, y va cuajando un estado de opinión pública favorable, aunque escaso de entusiasmo, a la alternancia.

La política española vive de un alto grado de fulanismo, pero el juego de las apuestas reviste carácter secundario. Hay otras preguntas distintas del quién: el qué y el cómo. Y para ésas nadie tiene previstas respuestas convincentes.


ABC - Opinión

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