sábado, 2 de abril de 2011

Arriba y abajo. Por Tomás Cuesta

La descomposición de la sociedad española es uno de los principales logros del señor presidente.

EN el fragor del naufragio, el ensimismamiento socialista camufla la composición química de la crisis en España: una letal combinación de inmoralidad ejecutiva, incompetencia práctica y falsedad sistemática. Hace tiempo que la tropa mira a su capitán como un bulto sospechoso, mero lastre destinado a salir volando por la borda en el momento procesal oportuno, lo cual no significa, en absoluto, que Zapatero esté amortizado. Si fuera pasado, los daños provocados por sus palabras se limitarían a la subida del pan, un efecto sin duda desagradable pero ya conocido. Ocurre, sin embargo, que cada vez que habla no sólo se encampanan las facturas del trigo y el centeno, sino que lo hacen también los del gas, la luz, la gasolina, además de incrementarse el paro en una suerte de odisea del amanecer de duración indefinida y consecuencias fatales.

Según los principios generales de la física, todo lo que sube baja. La teoría de las previsiones sucesorias también se aferra a las inevitables leyes de la gravedad, pero la trayectoria de Zapatero no ha sido ascendente. Se asemeja más bien a la de una montaña rusa activada por un figurante del planeta de los simios. Al borde del descarrilamiento, el moroso del ático es legión y la clase media celebra que ya es primavera porque se nota menos el frío, se tiende a comer ligero y caminar puede ser un ejercicio sumamente agradable. La descomposición de la sociedad española es uno de los principales logros del señor presidente, junto al debilitamiento tal vez definitivo de la Nación, ese concepto discutido y discutible del que nadie se acuerda si no arrecian los truenos.


Rota la polea del ascensor social, arriba tiemblan de miedo y abajo se tirita de hambre. La esperanza de un rescate, el clavo ardiente de los náufragos no es un timonazo, de timo o de timón, en el PSOE, sino un cambio de ciclo en la isla de los perdidos, un anhelo tan difuso, vago e inconcreto como los anuncios del laboratorio económico de Moncloa. O sea, un espejismo similar al de las previsiones oficiales de recuperación inminente, crecimiento neto y progreso real. La nada hecha todo a la espera de que escampen las facturas del gas, de la luz, de la hipoteca, del híper, del súper y del todo a cien.

Toque liras o deshoje margaritas, Zapatero ya no es el problema, sino uno más de los problemas en el solar de los EREs a destajo y de los trinques a voleo. De las subvenciones clamorosas y los apaños en secreto. De los impagos de las administraciones y de la contabilidad de pega. Del chalaneo con la caterva taliboina y de las actas levantadas sobre las tumbas de los muertos. Todo sube, menos la moral en galeras, ahí abajo, donde se rema en círculo y hacia atrás en un esfuerzo tendente a la melancolía y la nostalgia. Así, cualquier cosa es mejor que abrir la correspondencia del banco y constatar que la ruina no era retórica, que el humo no era de pajas, que los errores se pagan y que el final de mes comienza el día 1.

Dadas las circunstancias, ya ni siquiera queda en pie aquella vieja norma de la marinería que apelaba al decoro en el fragor de la tormenta: las mujeres y los niños primero.


ABC - Opinión

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