viernes, 4 de marzo de 2011

De la impostura. Por Hermann Tertsch

En Túnez ha protagonizado Zapatero su penúltimo esperpento y el alarde supremo de falta de principios.

ATRAPADOS todos como estamos en la inmensa escombrera en que han convertido la vida pública y la economía de este país, disparates y desafueros que en otros países —y aquí en otras circunstancias— despertarían una sana indignación y repudio social, aquí nos parecen ya anécdotas. En realidad lo son, dada la magnitud del daño general. ¡Cómo indignarse ya por 20.000 litros de combustible que el presidente del Gobierno tuvo a bien consumir para dormir en su cama en Moncloa y volver horas después hacia el Mediterráneo oriental por donde había venido el día anterior! Sin que el protagonista se planteara siquiera la posibilidad de que el gasto añadido y evitable de este capricho personal ofendiera a quienes son conminados a diario a sacrificarse y añadir dificultades a sus muy difíciles vidas, por el bien del ahorro nacional. ¡Cómo no tomarse ya como chufla y oportuna chirigota el concurso de ocurrencias de los ministros sobre el ahorro energético! ¡Cómo no reaccionar con gesto aburrido ante la enésima trampa que permite nuevos endeudamientos suicidas mientras se predica rigor en el gasto! No haremos disquisiciones históricas sobre las causas de que esta sociedad tenga las tragaderas que tiene. Aunque habría que reflexionar sobre la maldición que ha llevado a la sociedad española a comenzar el siglo XXI con tal mansedumbre ante el delirio de sus gobernantes, que dejado a España marginada de la evolución común de los países desarrollados y la relega en prácticamente todos los campos, en muchos a la competencia directa con el Tercer Mundo.

Hablemos hoy de una política exterior que define a su responsable. Comenzó con una traición efectista, aquí largamente aplaudida. Fue la primera gran grieta en un jarrón que hoy es sólo loza rota. En la que se amontonan capítulos de vergüenza con Cuba y Venezuela, de enajenamiento con la UE, de impericia paleta con China. Lo explica muy bien Javier Rupérez en su libro «Memorias de Washington» recién publicado en «La Esfera de los libros». La retirada de Irak bajo los socialistas estaba prevista en Washington y no habría supuesto un problema insalvable en las relaciones. La forma en que se hizo, en un acto de deserción, por sorpresa pese a garantías contrarias del ministro de defensa y poniendo en peligro la seguridad de otros aliados, destruyó en minutos una relación de confianza labrada en décadas y que ya tenía categoría privilegiada. Pero la máxima expresión de la traición y hostilidad hacia nuestro aliado y suprema potencia la protagonizó Zapatero en Túnez. Allí hizo un llamamiento a los demás países aliados a unirse a la deserción. Cuando a diario morían decenas de soldados norteamericanos. Aquella vileza no se la perdonará Washington nunca a Zapatero. España sufrirá por ello cuando él lleve tiempo jubilado.

Si en Túnez comenzó aquella política exterior ideologizada, tercermundista y tan ignorante de la historia y la realidad, en Túnez ha protagonizado ahora Zapatero su penúltimo esperpento y el alarde supremo de falta de principios. En tono paternalista —dando consejo al buen salvaje—, les dijo a políticos tunecinos, todos con más experiencia, cultura, dominio de idiomas y conocimiento de la historia que él, que con la democracia se disfruta mucho. Y que su abuelo, ese protomártir que promociona desde que llegó a Moncloa, murió fusilado. «Como muchos, José Luis, como muchos» le podían haber respondido. Tan sólo un día antes, en Abu Dhabi, ante los jeques de un régimen mucho más implacable que el derribado por los tunecinos, no había hablado de disfrutar en democracia. Sino de dinero que ansiaba de quienes reprimen a los demócratas. En tres días, todo un alarde de impostura y amoralidad. Y lo llama «realpolitik».


ABC - Opinión

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