jueves, 3 de febrero de 2011

Sucesión. Zapatero como chivo expiatorio. Por Cristina Losada

Los aires de fronda que corren en las baronías socialistas tienen más visos de ser un intento de desviar la culpa que un motín para derrocar al líder absoluto antes del día del Juicio.

Concentrar la culpa en un solo individuo es un buen negocio, que ofrece el sólido beneficio de exonerar al resto de los implicados. Desde ese humano aunque amoral principio, se entienden los movimientos contra Zapatero que surgen en el seno del PSOE. El proceso de luchas internas para designar a un sucesor es, en realidad, el proceso para designar a una víctima propiciatoria. Por si hubiera que instalar la guillotina, como parece, se elige y señala con tiempo al chivo expiatorio. Una cabeza deberá rodar para que otras se salven. Todas son responsables del desastre, pero basta que una caiga en el cesto, para que las demás queden libres de tacha.

Los aires de fronda que corren en las baronías socialistas tienen más visos de ser un intento de desviar la culpa que un motín para derrocar al líder absoluto antes del día del Juicio. Si en mayo pierden los feudos que han regido tan ricamente, podrán entonar el "pío, pío, que yo no he sido". Destronar a Zapatero con anterioridad a esa prueba de fuego, no sólo parece imposible, dado el blindaje que protege a las cúpulas partidarias. Supondría añadir desconcierto al que ya padecen sus bases y privaría a los barones del parapeto perfecto, la causa exógena de la debacle: recibimos en nuestro trasero la patada dirigida a ZP. El caso es sobrevivir a la derrota, aunque sea a la intemperie.

Una sería partidaria de una transición ordenada, como le aconsejan las cancillerías occidentales a Mubarak. Incruenta, si fuera posible. Y completa, si no fuera fantasía. Pero atraídos por el olor a sangre, especulamos con ardor sobre quién y no sobre qué. Cuando, bien mirado, el gran interrogante no es tanto si Zapatero será o no será, como si el Partido Socialista rectificará o no su política. Y ahí, hay que decir, los incentivos para lanzarse a esa revolución son escasísimos. La popularidad de la marca y del propio presidente ha caído en picado sólo desde que empezó a sonar la marcha fúnebre de los recortes. Hasta entonces, todo iba sobre ruedas. Y el éxito santifica cualquier cosa. ¿Para qué cambiar aquello que ha gozado del favor del público? De modo que los socialistas podrán sacrificar a Zapatero con el ritual correspondiente y mantener, al mismo tiempo, lo sustancial de su política. El zapaterismo, en fin, puede sobrevivir a Zapatero.


Libertad Digital - Opinión

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