viernes, 21 de enero de 2011

La timba. Por Ignacio Camacho

La negociación de las pensiones ha derivado en una timba en la que el Gobierno envida con lo que tiene a mano.

EL Gobierno ha convertido la mesa de negociación sobre las pensiones en una timba en la que envida con lo primero que tiene a mano. En ese quid pro quo desquiciado un día pone sobre el tapete la reforma del mercado laboral y otro la política de energía nuclear, convirtiendo incluso sus decisiones más recientes en sorprendente moneda de cambio. Por ahora sólo está mano a mano con la patronal y los sindicatos; cuando se incorporen a la partida los grupos parlamentarios el tira y afloja puede acabar como el reparto de los presupuestos, un mercadillo en el que las compraventas acaban plasmadas en cláusulas adicionales de las leyes más insospechadas. El zapaterismo ha desarrollado un estilo chapucero de gobernar que consiste en calzar cualquier medida en cualquier ley como si fuese un estrambote. Pero la jubilación es un tema demasiado serio para tratarlo con técnicas de garito.

Esta manera de negociar estira hasta el paroxismo una característica letal del mandato zapaterista, que es la sujeción absoluta e imperativa a los objetivos de plazo inmediato por contradictorios que resulten entre sí. Quizá se refiera a eso Joaquín Leguina cuando dice que el marxismo del presidente es de Groucho, aunque en realidad sería más bien de Harpo, el mudo que transformaba cualquier situación normal en un delirio cómico. En la primera legislatura esta impronta quedó plasmada en la célebre exigencia de lograr un acuerdo «como sea», epítome tan pragmático como desesperado de la elástica coherencia presidencial. En ausencia de principios y convicciones todo vale para todo; la medida de ayer puede ser revocada mañana y la de pasado mañana tal vez anule la de antier. Pero como incluso el caos puede adquirir mediante la costumbre propiedades de sistema es preciso envolverlo en una confusión perpetua de desmentidos y refutaciones que le otorguen textura de descalzaperros completo, y para eso está el tropel habitual de ministros dedicados a desdecirse los unos a los otros, cuando no directamente a sí mismos. Un concepto muy particular de ese valor de Estado que se llama seguridad jurídica.

En la cuestión de las pensiones —las que jamás se iban a retocar, recuerden— el Gobierno parecía haberse fijado un propósito innegociable en la edad de retiro a los 67 años, y a esa meta remitía cualquier posibilidad de acuerdo. Ahora ya nada es seguro en el propio núcleo del asunto, mientras alrededor flota ingrávido el resto de la política gubernamental reciente, incluidas las medidas que hace bien poco fueron definidas como perentorias. En esta atmósfera gaseosa no hay modo de saber qué grado de estabilidad tiene cualquier propuesta; lo precario es en este Gobierno una modalidad de solidez. En una de esas vueltas de la baraja igual aparece un comodín que solucione la partida. La única forma de que Zapatero acierte es por una mezcla de azar y oportunismo.


MEDIO - Opinión

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