Sobre el odio y las maniobras de destrucción mutua, las primarias no inventan nada que no exista en un partido político.
No hay seguramente un proceso en el que los políticos mientan tanto como en unas primarias. En el que presionen y coaccionen con tal entusiasmo para lograr un voto. En el que eleven las cotas de odio internas hasta niveles inigualables. Por eso asombra que aún queden entusiastas partidarios de las primarias, sobre todo fuera de la militancia de los partidos, claro está.
El proceso autodestructivo sigue habitualmente las mismas pautas que las de Gómez y Jiménez en Madrid. La cosa empieza inevitablemente con una crisis de partido, o, lo que es lo mismo, con la desesperación por los años fuera del poder y las escasas perspectivas de recuperarlo. Y sigue con la impotencia del líder supremo que ni tiene ideas brillantes para salir del marasmo ni para imponer su candidato.
Todo lo anterior es «celebrado» por los protagonistas de la crisis con solemnes declaraciones sobre las virtudes de la democracia interna. «Es un éxito de la democracia», le ha llamado Gómez a la pelea de los socialistas en Madrid. O «se me ha ocurrido a mi solita presentarme», ha resumido Jiménez la orden de Zapatero de enfrentarse a Gómez. A lo que seguirán más celebraciones sobre la democracia que viene a continuación y que consiste en las presiones más navajeras que quepa imaginar para ganar la partida. En una batalla en la que los líderes dirigirán el proceso exactamente igual que en el resto de la vida partidaria, pero con más horas de móvil y de agrupación.
Sobre el odio y las maniobras de destrucción mutua, las primarias no inventan nada que no exista en un partido político. Pero ayudan a que se fortalezcan y se exhiban públicamente. «Después de ver lo que ha hecho Ferraz, me he hecho entusiasta de Gómez», que ha dicho Matilde Fernández en la versión apta para todos los públicos.
Y ni así, me atrevo a augurar, se acabará el arraigado mito de las primarias en España.
Todo lo anterior es «celebrado» por los protagonistas de la crisis con solemnes declaraciones sobre las virtudes de la democracia interna. «Es un éxito de la democracia», le ha llamado Gómez a la pelea de los socialistas en Madrid. O «se me ha ocurrido a mi solita presentarme», ha resumido Jiménez la orden de Zapatero de enfrentarse a Gómez. A lo que seguirán más celebraciones sobre la democracia que viene a continuación y que consiste en las presiones más navajeras que quepa imaginar para ganar la partida. En una batalla en la que los líderes dirigirán el proceso exactamente igual que en el resto de la vida partidaria, pero con más horas de móvil y de agrupación.
Sobre el odio y las maniobras de destrucción mutua, las primarias no inventan nada que no exista en un partido político. Pero ayudan a que se fortalezcan y se exhiban públicamente. «Después de ver lo que ha hecho Ferraz, me he hecho entusiasta de Gómez», que ha dicho Matilde Fernández en la versión apta para todos los públicos.
Y ni así, me atrevo a augurar, se acabará el arraigado mito de las primarias en España.
ABC - Opinión