jueves, 12 de agosto de 2010

El recurso a la diplomacia real

Si la causa del malestar en Rabat era la supuesta frialdad con la que España había despachado sus quejas, con la intervención de Don Juan Carlos deberían darse por satisfechos.

LAS relaciones normales entre dos países vecinos pueden estar salpicadas de momentos de malestar, pero resulta muy complicado tratar de poner remedio a uno de esos episodios cuando, al dispararse la tensión diplomática, Marruecos no aclara bien cuáles son las causas últimas que lo han provocado. Conociendo la larga e intensa historia de las relaciones hispano-marroquíes, no es fácil creer que unas supuestas actitudes irrespetuosas por parte de los agentes de Policía españoles destinados en las instalaciones fronterizas de Melilla puedan ser la causa de una situación que ha requerido nada menos que la intervención directa de Su Majestad el Rey. De ser cierto que tales circunstancias se han producido en la frontera, el caso no debería haber pasado de un intercambio de cartas entre instancias administrativas, pero, por razones todavía ocultas, Rabat ha preferido elevarlo al rango de grave incidente diplomático. La gran influencia de Don Juan Carlos en las relaciones con nuestro vecino del sur es indudable y, como era de esperar, su conversación telefónica con Mohamed VI de Marruecos ha servido para calmar las aguas, de forma que ha quedado claro que las buenas relaciones entre los dos países siguen siendo un objetivo prioritario para ambos. Si la causa del malestar en Rabat era la frialdad con la que consideran que España se había ocupado de sus quejas, hay que decir que con la intervención de Don Juan Carlos deberían considerarse más que satisfechos. Pero si, como temen otros, hay asuntos velados más graves en el fondo del caso, ¿a qué instancias se podría acudir para hacer frente a la tensión con Marruecos?

Algunos aspectos centrales de la política exterior del Gobierno socialista, como las relaciones con Marruecos, han estado desenfocados desde un principio. Por el paso fronterizo de Melilla entran y salen de España cada día más de 30.000 personas, y no es conveniente desautorizar a los funcionarios que con gran esfuerzo y profesionalidad tratan de mantener el orden en esas circunstancias, sino reforzar la presencia policial para evitar tensiones en una frontera cuyos antecedentes son de sobra conocidos. Si esa era la fuente del malestar de Marruecos, de este modo debería darse por superada. En el caso de que Rabat tuviese otros reproches que hacerle a España, debería decirlos más leal y claramente y el Gobierno, escucharlos, pero sin perder de vista que hay cosas más importantes para España que resolver los problemas de imagen de su vecino.

ABC - Editorial

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