miércoles, 15 de diciembre de 2010

Rubalcaba, caudal de rumores. Por M. Martín Ferrand

El último grito, en que coinciden zurdos y diestros, es comparar a Rubalcaba con Joseph Fouché.

A la mesocracia madrileña, a la que le sobran funcionarios para ser estrictamente burguesa, le encantan las intrigas. Los muchos mentideros que se salpican por Madrid, generalistas o especializados, gustan de analizar rumores, sopesarlos y, en su caso, sustituirlos por otros más divertidos e inquietantes, incluso dándole prioridad a la fantasía sobre el rigor y, generalmente, en confusión entre la realidad y los deseos. De un tiempo a esta parte lo que se lleva es hablar, bien o mal —según familias—, de Alfredo Pérez Rubalcaba a quien algunos socialistas ven como el ungüento amarillo capaz de aliviar todos los alifafes que tienen marchita la rosa y dolorido el puño. En las derechas, tanto más cuanto menos firmes sean éstas en rechazar métodos indeseables en bien de un objetivo conveniente, el de Solares parece un mal menor, la más próxima y probable sustitución de José Luis Rodríguez Zapatero, lo que es tanto como suponer que Zapatero se rinde, Rubalcaba acepta y, sobre todo, que José Blanco, guardián de las llaves del partido, transige con la chapuza.

El último grito, en que coinciden observadores zurdos y diestros, es comparar a Rubalcaba con Joseph Fouché. Es mucho comparar. El francés se hermana con el cántabro en el gusto de ambos por el espionaje y, en general, cualquier tipo de escudriñamiento en beneficio propio y perjuicio ajeno. Salvando las distancias terminológicas, Fouché fue varias veces ministro del Interior (o de Policía) antes de sus más gloriosos quince días en que presidió la Comisión de Gobierno en que sirvió al tránsito de Napoleón II a Luis XVIII. Rubalcaba es velocista, no un fondista como su mala comparanza gala, y, aunque los dos estudiaron en colegios religiosos, el de Fouche, los seguidores de San Felipe Neri, era abierto y, para su tiempo, avanzado y forjador de hombres recios; el de Rubalcaba, los marianistas del Colegio del Pilar, el orden franquista en estado de prudente obediencia.

Dicen que Rubalcaba es muy listo. Pudiera serlo en la medida en que la astucia sea síntoma de ello y no de cautelas patológicas. Si se concretan los pronósticos que circulan sobre él, conseguirá ser presidente de Gobierno sin encabezar unas elecciones y ser baranda socialista sin trámite congresual. No es mala marca. Ahora bien, si es tan listo como cantan sus augures y reconocen muchos de sus adversarios, ¿cómo es posible que, siendo parte fundamental del pedestal de poder en que se asienta Zapatero, haya llevado al todavía presidente a una situación tan límite y penosa? Para reconocer su talento habría que señalar también otras cualidades menos virtuosas.


ABC - Opinión

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