sábado, 18 de diciembre de 2010

Madriterráneo. Por Ignacio Camacho

Entre tanta ingeniería social zapaterista es un alivio la apuesta por la ingeniería material de la alta velocidad.

AL presidente Zapatero, cuya pasión por la liviana ingeniería social y política ha causado estragos acaso irreparables, hay que reconocerle su decidida apuesta por la ingeniería sólida y material de la alta velocidad ferroviaria, incuestionable acierto en un balance que no abunda en notas positivas. El AVE es un transporte que no sólo une territorios y voluntades, como dice la retórica al uso, sino que suprime distancias mentales, proyecta una imagen de modernidad esencial para la marca-país y construye estructuras de cohesión que de algún modo compensan las temerarias aventuras con que el zapaterismo ha tratado de centrifugar el modelo de Estado.

El AVE entre Madrid y Valencia puede ser muy probablemente el más rentable de España en términos económicos y sociales, por la pujanza de las dos capitales y la menor distancia entre ambas; sin embargo ha tardado más que otros por la presión del nacionalismo catalán, que impuso a Aznar y a Zapatero la prioridad de la línea de Barcelona, un trayecto de construcción muy compleja y difícil en cuyos túneles, viaductos y trincheras encalló sucesivamente el prestigio gestor de Álvarez Cascos y Magdalena Álvarez. El trazado levantino crea un eje de escala suprarregional que casi dota de puerto de mar a la capital de la nación y deja a Valencia a una hora y media de los grandes centros de decisión estratégica. La retroalimentación de ambas ciudades mediante la línea de alta velocidad configura una potentísima biela capaz de impulsar por sí sola el mutuo desarrollo; se trata, como demuestra el éxito de la experiencia pionera de Sevilla, de un puente móvil capaz de ir mucho más allá del tránsito de personas hasta establecer verdaderas conexiones de automatismo social. El salto puede ser gigantesco, y constituye una estructura territorial de hecho —el Madriterráneo— inédita en la historia del transporte español.

En estos días de incertidumbre aeronáutica, la inauguración del AVE valenciano —y manchego: para Albacete va a ser una revolución— supone un indiscutible respiro para el ministro José Blanco, políticamente asfixiado por el bloqueo de la crisis de los controladores y la amenaza de nuevos conflictos con los pilotos y el personal de Aena. El incontestable fracaso de su gestión aérea, atascada bajo el pairo legal de un exagerado estado de alarma, no va a mermar por este prometedor estreno pero es justo reconocer su decisión de rescatar la prioridad de la obra ferroviaria entre los recortes de presupuesto que han colapsado las inversiones de Fomento. Para su alivio, la alta velocidad cuenta entre sus muchas virtudes tecnológicas con una que en estos momentos le parecerá una providencia del cielo: los trenes circulan casi en vuelo rasante pero funcionan mediante un automatizado sistema de control remoto.


ABC - Opinión

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