lunes, 29 de noviembre de 2010

Zapatero empieza a cosechar lo sembrado. Por Jesús Cacho

Quien siembra vientos, recoge tempestades. Así reza uno de los refranes más populares del imaginario español, y eso es exactamente lo que le ha ocurrido a José Luis Rodríguez Zapatero. La franquicia catalana del PSOE recibió ayer un varapalo de los que dejan huella, un castigo del que el PSC tardará mucho tiempo en recuperarse -si es que con tiempo, sudor y lágrimas lo consigue-, porque el daño infligido a la idea de la España constitucional y la traición a sus votantes ha sido tan grande, tan obscena, a lo largo de ocho años de soberanismo radical como los que ha deparado la presidencia de Maragall, primero, y de Montilla, después, que difícilmente los hijos de los hijos de aquellos inmigrantes de Andalucía, de Extremadura, de Murcia, de Galicia, podrán olvidar la afrenta.

En Cataluña hace tiempo que hay oferta nacionalista, en sus distintos grados de radicalidad, en abundancia, de modo que la deriva del socialismo catalán hacia posiciones cercanas al nacionalismo más que un error ha sido un crimen para los descendientes de aquellos emigrantes que en los años sesenta llegaron a la Estación de Francia con su maleta de cuerdas, el corazón rebosando zozobra y la firme voluntad de dejarse el alma trabajando duro para prosperar y hacer prosperar a la tierra que les daba acogida. El síndrome catalanista, mitad trauma mitad complejo, que siempre acompañó a esa burguesía del ensanche barcelonés que se hizo con las riendas del PSC, soltó por fin amarras y se hizo realidad cuando a la Moncloa arribó un tipo sin una idea clara de España (“concepto discutido y discutible”), un pirómano dispuesto a incendiar la convivencia (“apoyaré la reforma del Estatut que apruebe el Parlamento de Cataluña”) tan duramente labrada tras el fin de la dictadura.


De modo que, en mi modesta opinión, la derrota de ayer no es José Montilla, un político hace tiempo amortizado, sino del bombero pirómano que nos preside desde 2004 y que alentó el viaje hacia ninguna parte de un PSOE que, traicionando su condición de partido “nacional”, alentó el aventurerismo de su filial catalana, dispuesta a embarcarse en la misma nave que el nacionalismo más radical, ergo defendiendo un Estatut que nadie reclamaba y que de inmediato se reveló de imposible encaje en la Constitución de 1978 a cuenta de su alocada deriva soberanista. El PSC ha ido más lejos: en lugar de rectificar, ha encabezado la revuelta contra la sentencia del Tribunal Constitucional, alentado de nuevo por un Zapatero que sencillamente prometió buscar fórmulas para burlar la sentencia y complacer las ensoñaciones nacionalistas.

De modo que el gran derrotado de ayer es Rodríguez Zapatero. Su debilidad, crónica desde que estallara la crisis económica que ahora mismo tiene a España contra las cuerdas, se agudiza hasta extremos insoportables. No parece posible que este hombre pueda llegar políticamente vivo hasta las municipales y autonómicas de mayo, sabiendo que el partido que le respalda perdería con estrépito unas generales a nivel del Estado como ayer perdió las autonómicas en Cataluña. Este hombre lleva plomo en las alas y no tiene credibilidad para dirigir un país que se enfrenta al reto más importante de su historia, tras ocho años de Gobierno socialista que se han llevado por delante, además del bienestar de los españoles, los afanes de concordia civil que presidieron la transición.

Gran triunfo de CiU y Artur Mas y notable éxito del Partido Popular. Los electores catalanes han rechazado de manera abrumadora el experimento del tripartito, razón por la cual quienes a estas horas intenten sumas imposibles con el metro del nacionalismo por medida yerran de forma clara. Más que la ideología, en Cataluña voto ayer “la pela”, es decir, la crisis económica que arrambla con el bienestar presente y plantea un futuro sin esperanza. De modo que los votantes han optado por una opción de centro derecha (CiU más PP suman el 50,5% de los votos, y 80 diputados de una cámara de 135), capaz de gestionar una crisis que la izquierda se demostrado incapaz de llevar a cabo.

Los españoles conscientes hace mucho tiempo que sabemos que España tiene un problema llamado José Luis Rodríguez Zapatero. El Partido Socialista, su cúpula al menos, ha tardado mucho más en darse cuenta. Ahora ellos y nosotros nos hemos percatado de la dimensión del drama y hemos llegado a la conclusión de que es imposible seguir adelante sin cambiar de caballo. Este hombre se tiene que ir cuanto antes y, como dije en mi Con Lupa (“Otra de gambas en Moncloa”) de ayer, si al Partido Socialista le queda un átomo de sentido común y patriotismo debería hacer lo pertinente para ahorrar a este hombre el sufrimiento que su propia incapacidad le depara y a los españoles el coste altísimo de su presencia al frente del Gobierno de la nación. Cuanto antes, mejor.


El Confidencial - Opinión

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