lunes, 29 de noviembre de 2010

En ausencia de Constitución. Por Gabriel Albiac

La abstención de la mitad del electorado habla bien a las claras de lo que espera el ciudadano de sus electos.

LA sombra de la Gran Depresión del año 1929 no debiera ser tomada ahora como una metáfora. Es un modelo. Que responde a la lógica del ciclo largo en las economías de mercado. No hay magia ni misterio en la capacidad de ajuste de esa mano oculta que Adam Smith describe en el equilibrio de la ley del valor: sólo el automatismo de la ganancia, sin el cual la ruina estaría garantizada. En el mercado, los capitales buscan sectores rentables, se retiran de ellos cuando dejan de serlo; la ley de la oferta y la demanda regula ese juego de entradas y salidas. No hay voluntades, ni buenas ni malas, en sus desplazamientos; hay un automatismo de salvaguarda, sin el cual la economía de reproducción ampliada que es el capitalismo se colapsaría. Es un reloj, si se quiere jugar con las metáforas, no una decisión deliberada. Y aun la más fina máquina suiza acaba, en el curso del tiempo, acumulando desajustes mínimos, que, en el largo plazo y de no ser regularmente corregidos, la inutilizan. Hay que parar entonces la máquina y recomponer sus piezas, desechar las definitivamente inoperantes. Cargar con el enorme coste —social como económico— de amputar lo muerto, que pesa sobre nosotros aún más que lo vivo.

1929 abrió un vacío constituyente. Que, si arrancó de Wall Street, tuvo su desenlace crítico en Europa. En el año 1931 se abre la quiebra general de los bancos austriacos y alemanes; como consecuencia, el cierre masivo de empresas y el paro obrero en masa. Coincidiendo milimétricamente con su ascenso, el socialismo nacionalista de Adolf Hitler irrumpe como sucedáneo del viejo internacionalismo revolucionario masacrado en la revolución de 1919. No es específica locura alemana. Es Europa la que vive un estado de guerra civil larvada, con estallidos brutales en el 1934 de París y de Asturias, con la guerra civil española dos años más tarde, con la definitiva segunda guerra mundial —y la mayor mortandad de la historia—, de inmediato. La descomposición constitucional de Europa, como la económica, sólo se cerrará en 1948 con la definición de dos modelos excluyentes, bajo respectivo protectorado de las dos grandes potencias vencedoras.

De todos los países europeos a los que la onda ampliada de la depresión amenaza esta vez llevarse por delante, España es el constitucionalmente más frágil. Un Gobierno que no gobierna, una ciudadanía hastiada de los políticos que deberían ser sus representantes, una corrupción atrincherada en los opacos recovecos de la administración de un Estado que es uno más diecisiete… Al riesgo común de la crisis, se añade aquí la descomposición completa del Estado y la certeza de que la Constitución dejó de existir eficazmente hace mucho. Que haya sido precisa el sábado una acción directa de los altos rectores de la economía española sobre el Gobierno para marcar líneas de salvamento básicas, indica hasta qué punto hoy el Estado carece de mando político, y toda la nave va al garete. Que ayer se haya jugado en Cataluña el destino futuro del Gobierno de España con la abstención de la mitad del electorado, habla bien a las claras de lo que espera el ciudadano de sus electos.

1929 ha vuelto a suceder. Esperemos, al menos, poder parar lo que vino luego.


ABC - Opinión

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