lunes, 15 de noviembre de 2010

Un deber diplomático

El ministro marroquí de Interior, Taieb Cherkaui, visitará España mañana en devolución del viaje a Marruecos que realizó el pasado agosto Alfredo Pérez Rubalcaba a raíz de la crisis de Melilla. Es el primer contacto cara a cara entre miembros de ambos gobiernos desde que Rabat desatara la feroz represión en territorio saharaui. Ayer mismo, pese al apagón informativo decretado por el Ejecutivo marroquí, llegaron nuevos testimonios desoladores sobre la situación en El Aaiún; palabras de ciudadanos españoles que hablaban de «noches escalofriantes», con arrestos indiscriminados y torturas. Un estado de excepción que ha salpicado también a gentes de nuestro país, desde cooperantes a periodistas. Hasta ahora, el Gobierno ha mantenido una actitud próxima a los intereses marroquíes y distante con el drama y la violación de los derechos humanos del Sáhara. Ni siquiera la muerte de un ciudadano español, atropellado por vehículos militares de Rabat, suscitó una reacción enérgica. Fue muy decepcionante la comparecencia de la ministra Trinidad Jiménez para lamentar, pero no condenar, los hechos, con el argumento inaceptable de que las circunstancias eran confusas y existía falta de información.

Tampoco el Ejecutivo tuvo el coraje o la sensibilidad necesarios para salir en defensa de los medios de comunicación españoles ante los ataques del Gobierno marroquí, que acusó ayer de nuevo a la Prensa de «racista y odiosa» y de recurrir de forma sistemática a «procedimientos falaces, técnicas innobles y manipulaciones abyectas». El silencio del gabinete es inculpatorio ante atropellos a los periodistas de un régimen que no admite el ejercicio de derechos tan básicos como la libertad de prensa.

Nuestra diplomacia ha escrito una página oscura en este conflicto, con su docilidad ante el régimen de Rabat, y el incumplimiento de sus obligaciones como potencia descolonizadora, hasta dejar las manos libres para que los ocupantes sofocaran con violencia extrema la voz de los saharauis. Ésa es la verdad. Entendemos, sin embargo, que, aunque el Gobierno no podrá borrar de la memoria colectiva lo ocurrido en estos últimos días, la presencia del ministro marroquí de Interior en nuestro país es una oportunidad para recuperar, al menos, algo de la dignidad diplomática perdida y de estar a la altura de las circunstancias. Se trata de trasladar a Rabat que su actitud en el Sáhara no solucionará el contencioso y que sólo el respeto a los derechos humanos y una negociación justa entre las partes, con la mediación de Naciones Unidas, podrá encauzar la solución. Deben entender que ni España ni la Unión Europea pueden mantener la colaboración deseable, y que Marruecos necesita, con un régimen cruel y despótico.

Marruecos es importante para España, pero España y Europa también lo son para Rabat. Existen intereses mutuos que deben ser preservados, y la mejor forma de hacerlo es desde el convencimiento de que en el complejo tablero de los equilibrios diplomáticos un golpe en la mesa a tiempo suele reportar más réditos que la complacencia y la debilidad. El respeto no lo regalan; hay que ganárselo.


La Razón - Editorial

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