domingo, 28 de noviembre de 2010

Tres nuevos compromisos. Por M. Martín Ferrand

Es portentosa la capacidad del presidente para repartir con otros lo que, en puridad, le corresponde solo a él.

DIJE ayer aquí, verdaderamente ad libitum, que las elecciones autonómicas catalanas se celebrarán mañana, festividad de Sant Sadurní. Es cierto que la Iglesia honra el 29 de noviembre la memoria del gran predicador romano de la Galia y del cuarto noreste de la Iberia y está claro que cuando votarán los catalanes —no muchos, supongo— será hoy domingo, 28. Es un error por el que pido disculpas a quienes tengan la gentileza de haberme leído y es, además y no para justificar lo injustificable, un indicativo del hastío al que algunos estamos llegando en la contemplación de una política escasa de ideas, pobre en protagonistas y ramplona en planteamientos. Una política opaca en la que todo está previsto y en la que hay mucho más de reflejo condicionado a una sigla o un símbolo que a la elaboración racional de un criterio propio y selectivo.

Hoy votarán en Cataluña, quienes lo hagan, con la vista puesta en el encuentro de mañana entre el Barça y el Madrid —lo que interesa— y con el ánimo influido por los ecos de la reunión que ayer celebraron en La Moncloa José Luis Rodríguez Zapatero y tres docenas de empresarios notables y, en algunos casos —financieros y constructores—, cooperadores necesarios en la génesis del problema que ahora se trata de atajar. Es portentosa la capacidad del presidente para, sea cual fuere el motivo, repartir con otros lo que, en puridad, le corresponde solo a él y a su Gobierno. Pedirle a los empresarios «que tiren del carro», como si hasta ahora vinieran haciendo otra cosa, es una sutil manera, típicamente goebbeliana, de traspasarle a los empleadores, frente a la opinión pública, una cuota de responsabilidad en la creación de una situación en la que ellos, con las excepciones apuntadas, son víctimas. Es ocultar que el Gobierno y los organismo vigilantes del Estado no vieron venir la crisis y disimular la pasividad de un Ejecutivo que no está acelerando, como debiera, las escasas y tímidas soluciones previstas.

Zapatero, respaldado por el prestigio ajeno, predica ahora un triple compromiso. Una austeridad que no se nota, una solidificación del sistema financiero que viaja con retraso, oscuridad y componendas y unas reformas estructurales para las que, hasta ahora, no ha tenido el suficiente valor político. Además, una nueva Comisión Nacional de Competitividad, otra entelequia difuminadora de responsabilidades. Para subir, como dice Crispín, cualquier escalón es bueno; pero Zapatero ya no puede subir más y necesita un descansillo en que mantenerse. Por otra parte, la esperanza es dulce y, para diferenciarse de su contraria, gratuita.


ABC - Opinión

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