lunes, 8 de noviembre de 2010

La duda de FG. Por Félix Madero

Cuando la sinceridad es sólo un añadido de la vacilación, la que pervive es esta última.

FELIPE González es el hombre de las preguntas y las respuestas. Su sobreactuación es tan descomunal que hace que sea el dueño de la entrevista. Ahora sabemos que pudo acabar con la cúpula de ETA, volarla más bien, pero dijo que no, y no sabe si hizo lo correcto. ¿Pretende que se lo digan ahora los españoles? Que alguien que no se quita la «X» de su espalda salga un domingo diciendo a los que llevan escolta, a los familiares que tienen víctimas, a las víctimas, a los asustados, a los que no han vuelto a encontrar la paz, que tuvo la oportunidad de acabar con ETA, pero que se echó atrás, es algo que retrata al personaje. Sorprende que nos traslade sus dudas tantos años después. Los votamos para que no duden, para que resuelvan. Dudó en acabar con los jefes de ETA, pero a continuación le torturó la idea de saber cuántos asesinatos de inocentes podría haber ahorrado. Pregunta y respuesta.

La confesión del ex presidente tantos años después parece haberle acompañado con la pesadez y la angustia de un dolor de cabeza que no tiene fin. Sólo le alivia la confesión, y sobre todo le relaja trasladar a los demás lo que pudo hacer y no hizo. Esa duda estaría resuelta si alguien le pasara la lista de los asesinados a partir del día en que pudo hacer lo que no hizo. Podría despejarla imaginando, por ejemplo, a una madre con un hijo asesinado por ETA y leyendo la entrevista de ayer en El País. El ex presidente podría haber callado, irse con su secreto; es más, podría haber evitado plantear un problema que sólo él pudo resolver. Él, que dijo aquello de «gato blanco o gato negro, lo que importa es que cace ratones». Él, que nos aseguró que a la democracia también se la defiende en las alcantarillas. Él, que aún no ha despejado los interrogantes que le señalan como el Señor X de los GAL, nos cuenta lo que pudo ser y no fue.

La sinceridad te hace más completo, pero no más grande como político. Sobre todo porque cuando la sinceridad es sólo un añadido de la vacilación la que pervive es esta última. Y la vacilación muchas veces sólo te lleva a la cobardía, un territorio en el que un político de la talla de González no debería transitar. Hubiera preferido leerlo así: pude matarlos pero no lo hice porque eso no se hace. Pero nos traslada su incertidumbre. Nos invita a probar sus recelos. A favor de González sólo encuentro que tenía los datos, el lugar y el momento en que pudo acabar con los etarras. Siempre supo lo que hacían y dónde estaban. Nunca anunció tiempos mejores que luego fueron peores. A su lado, los políticos que anuncian buenos tiempos en la lucha contra ETA y al día siguiente les destrozan la T4 son estatuas. Anécdotas de la política. Y en eso estamos peor.


ABC - Opinión

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