martes, 30 de noviembre de 2010

Fin del ‘zapaterismo’: CiU y PP, condenados a entenderse. Por Federico Quevedo

Los ciudadanos de Cataluña han efectuado un colosal corte de mangas a Rodríguez; han propinado una patada al Tripartito en los culos de Montilla y Puigcercós. Cataluña, podemos decirlo así, ha orillado el centroizquierda y se ha vuelto de centroderecha. Luego vendrán las reivindicaciones nacionalistas en las que izquierda y derecha se confunden, pero en la primera lectura del resultado de las elecciones del domingo ese es, más o menos, el resumen. No obstante, como de todo esto ya se ha hablado en las veinticuatro horas anteriores, y se han hecho todos los análisis posibles de los resultados electorales, permítanme una mirada hacia el futuro, a lo que puede pasar a partir de ahora, partiendo de una base sobre la que vengo insistiendo machaconamente -lo reconozco- desde hace cierto tiempo, y que los hechos confirman de manera que nadie puede negar salvo aquellos que se dejan llevar todavía por un extraviado apasionamiento hacia el sujeto: Rodríguez está muerto. Lo está desde hace meses, cada vez lo está más, y el tiempo que pase hasta que él mismo sea consciente -como Bruce Willis en El Sexto Sentido- de su deceso político sólo actuará en su contra. Creo, sin embargo, que a los que están a su alrededor les quedan ya pocas dudas, por no decir ninguna, de que están participando en un pertinaz velatorio, y creo también que a estas alturas casi todos ellos estarán empezando a pensar que menudo coñazo esto de estar velando al muerto y que lo mejor que pueden hacer es enterrarlo de una vez. Y a ser posible para siempre.

artiendo de esa base, lo primero que tenemos de frente de cara a los próximos meses es la posibilidad de que se adelanten las elecciones generales. ¿Cuándo? Podrían ser en febrero si Rodríguez, obligado por las circunstancias -es decir, por los mercados y la Unión Europea- disuelve el Gobierno este mes, pero sospecho que eso es demasiado precipitado y que, sin embargo, resulta más realista pensar que en enero será cuando definitivamente la situación económica nos conduzca al reino de la intervención y Rodríguez, zarandeado ya como un muñeco en manos de unos y de otros, haga por fin un servicio a la patria convocando elecciones generales junto con las autonómicas y municipales de mayo de 2011. Total, puestos a meter dos papeletas en las urnas, ¿qué más nos da meter tres? Pero no cantemos victoria, porque aun muerto todavía es capaz de seguir dando guerra y alargar esta agonía hasta el final, Dios no lo quiera, y entonces ya dará lo mismo el otoño de ese año que la primavera de 2012, aunque cuanto más tarde el batacazo socialista será mayor. En estos momentos lo que más preocupa a los dirigentes socialistas, a la vista de lo ocurrido en Cataluña, es mayo de 2011, una cita en la que el PSOE puede perder poder autonómico y municipal a mansalva. Y cuando se trata de poner en peligro los puestos de trabajo de tanta gente, ni Rodríguez puede evitar que un escalofrío recorra la espina dorsal del cuerpo electoral socialista. Digan lo que digan, hoy es su peor activo, su lastre, su condena…
«Si ganan en Castilla-La Mancha, Cantabria, Baleares, Asturias e, incluso, Extremadura, los ‘populares’ dominarán el mapa autonómico en un momento que va a ser crucial para replantear, de nuevo, el Estado de las Autonomías.»
En cualquier caso, las elecciones del domingo en Cataluña han sido el pistoletazo de salida de una larga campaña electoral que tiene su próxima cita en mayo de 2011, fecha en la que el PP, al contrario que el PSOE, puede ver considerablemente aumentada su cuota de poder, hasta un punto muy interesante porque si gana en comunidades como Castilla-La Mancha, Cantabria, Baleares, Asturias e, incluso, Extremadura, los ‘populares’ dominarán el mapa autonómico en un momento que va a ser crucial para replantear, de nuevo, el Estado de las Autonomías. Entiéndase esto, no como una concesión al nacionalismo, sino como el cierre definitivo de un proceso largo y sinuoso al que en algún momento habrá que poner fin, y solo puede hacerse volviendo a poner sobre la mesa el modelo de Estado que queremos. Es cierto que en la Transición se cedió a favor de dos comunidades autónomas otorgándoles un derecho, el del concierto, que se negó a todas las demás, incurriendo al mismo tiempo en un error histórico que el resto de los españoles venimos pagando desde entonces: el cupo. Pues bien, de todo esto habrá que hablar en el futuro, sin miedo, y con la certeza de que solo desde una posición de firmeza y dominio de la situación se pueden hacer concesiones que satisfagan a todos, no solo a una parte.

Es ahí donde creo que PP y CiU están condenados a entenderse. A los dos les interesa. A CiU porque rentabilizaría de puertas para adentro el haber conseguido por fin lo que tanto ansía: la plena autonomía fiscal. Y al PP porque eso le permitiría dejar de ser un partido marginal en aquella comunidad, y al mismo tiempo lograría cerrar esta espiral reivindicativa y diabólica a la que nos ha conducido el nacionalismo. ¿Qué puede hacerse? Es bien sencillo: se trata de garantizar la autonomía fiscal, pero sin romper el principio de solidaridad interregional. Ese ‘concierto’ tendría casi un componente armonizador mucho más efectivo que el actual modelo de financiación autonómica. ¿Y eso le gusta al PP? Pues podría decirles a ustedes que casi más que pasarse cada cuatro años cambiando el sistema de financiación y cediendo competencias cada vez que el Gobierno se encuentra en minoría y necesita de los votos nacionalistas para mantenerse en el poder. Es verdad que siempre habrá reivindicaciones, porque eso forma parte del alma victimista del nacionalismo, pero serán de otro orden, mucho menor, y casi exclusivamente referidas a los capítulos de gasto de los Presupuestos Generales del Estado. Habrá quien me diga, ¡pero si eso es un Estado Federal! Bueno, y qué, si es que ya estamos en un estado federal, solo que revisable cada cuatro años y condenado a una permanente actualización.

Recorrer ese camino va a ser inevitable. Miren, hasta ahora el modelo de la Transición se cimentaba sobre la convicción de que ninguna de las dos fuerzas mayoritarias traicionaría nunca el espíritu constitucional. Pero Rodríguez se ha llevado por delante, literalmente, esos cimientos y se ha perdido de manera absoluta la confianza que los constituyentes habían depositado en la convicción nacional de la izquierda y la derecha. Con Rodríguez en el poder, recorrer ese camino hubiese sido imposible, porque se habría entregado sin condiciones a la exigencia nacionalista del soberanismo, rompiendo con todos los principios de igualdad y solidaridad emanados de la Constitución. Lo intentó con el Estatuto de Cataluña y el Tripartito, aunque le ha costado una factura muy elevada tanto en aquella comunidad como en el resto de España. Del PP, sin embargo, nunca habrá sospecha de su convicción nacional, que no nacionalista, y por lo tanto estará en una posición ventajosa para negociar la fórmula que permita cerrar esa espiral reivindicativa sin que, al mismo tiempo, se resquebraje ese cimiento que es el que nos ha permitido crecer como país durante todo este tiempo. Yo no conozco a Artur Mas, pero sí a Mariano Rajoy, y puedo asegurarles que ni en convicciones ni en capacidad de diálogo puede ganarle nadie, y esa es una buena base de futuro. Y una esperanza para quienes creemos que ya ha pasado el tiempo de la confrontación, y debería llegar ya el del entendimiento.


El Confidencial- Opinión

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