martes, 2 de noviembre de 2010

El Obama pálido. Por Tomás Cuesta

Si los vaticinios se cumplen veremos a Zapatero invocar la desgracia acarreada por una «conjura de extrema derecha».

PINTAN mal las elecciones para Barack Obama. Es previsible que, a lo largo de esta noche, el «terremoto político» que viene anunciando Sarah Palin provoque más de una lipotimia en los despachos de Washington. De la esperanza al desengaño en media legislatura, ahí es nada. Pero el voto de hoy pesa también aquí, a este lado del charco. Obama ha sido erigido por la izquierda europea en simbología sacra y todo puede cambiar cuando los dioses cambian. En especial para Rodríguez Zapatero, empecinado en ser la versión pálida del presidente norteamericano.

Por eso lo que venga tras los resultados de hoy en los Estados Unidos es tan interesante de cara al futuro de la política española. Si los vaticinios se cumplen y Obama se pega el batacazo, veremos, de inmediato, a Zapatero y a los suyos invocar la desgracia acarreada por una «conjura de extrema derecha» (o de «derecha extrema», según toque adornarse), urdida al rebullir reaccionario de los diabólicos «Tea Partys». Y si, por un casual, las encuestas marrasen y no saliera del trance paticojo, capón o alicortado, será una demostración irrefutable de que la ideología («¡es la ideología, estúpido!») aún es capaz de hacer milagros. Vamos, que Rubalcaba se iba a poner las botas a cuenta de los que ganan los partidos antes de que pite el árbitro y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Illinois, intentaría persuadirnos de que Sant Feliu del Llobregat se encuentra en Pensilvania.


Bajo esa retórica, se pierde la peculiaridad de lo que sucede en los Estados Unidos: la constatación del fracaso de todas las promesas que auparon a Obama hasta la Casa Blanca y del castigo que administran las grandes democracias a quienes desvirtúan la palabra dada. Dos años después del advenimiento planetario, la economía no despega, al contrario que el paro. La retirada de Irak fue una chapuza vergonzante, no se avizora una salida digna del laberinto afgano y los criminales de Al Qaeda vuelven a mover ficha en el tablero de la infamia. En resumen, un chasco (o una estafa).

No obstante, la ciudadanía norteamericana ha hecho siempre de la desconfianza hacia el poder su mejor baluarte.Y los mecanismos de corrección que las sucesivas elecciones imponen al Presidente son un instrumento básico para dar cuerpo a esa desconfianza. Es la puesta en práctica del principio formulado por Oakeshott, conforme al cual «el hecho de gobernar es una actividad limitada y específica que se refiere a la provisión y salvaguardia de reglas generales de conducta, entendidas éstas no como imposiciones de actividades sustantivas, sino como instrumentos que permiten a cada cual desarrollar, con la menor frustración posible, las actividades que han elegido libremente».

Obama ha suplido esa norma de cautela por el criterio —muy europeo— de alzar mitologías retóricas. Pero, como analiza Sloterdijk, la incompatibilidad de ambos modelos es insalvable: «Al otro lado del Atlántico, la relación entre el que piensa y el actúa es mucho más estrecha, más exigente y más comprometida que para los europeos. Nuestra cultura es la del candor a pierna suelta, la irresponsabilidad a mansalva, la pereza sin tasa...».

Candor, irresponsabilidad, pereza... Su epítome es Zapatero retratado al ácido. Y, en esa caricatura que deja atrás lo cómico y se instala en las lindes de lo desopilante, el descalabro previsto, si llega a consumarse, abruma el entrecejo del inefable Obama pálido.


ABC - Opinión

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