jueves, 14 de octubre de 2010

Chile. Una hazaña moral. Por Cristina Losada

Desde los dramas personales que sufrimos en las fragmentadas sociedades posmodernas se observa con nostalgia el modo de afrontar la fatalidad en aquellas que aún se rigen por valores tradicionales.

Mientras escribo estas líneas prosigue el rescate de los mineros chilenos a través de un cordón umbilical cuyas características, vistas por ojos inexpertos, llaman a establecer analogías con la fragilidad de la vida. Cada llegada de un minero a la superficie hace llorar a moco tendido. La carga emotiva del acontecimiento es tal que en torno a la mina San José velan televisiones de todo el mundo. Es la era de las emociones globalizadas, pero pocas tan diáfanas y justificadas. De una punta a otra del planeta, sus pobladores asisten a uno de los contados instantes en que se pueden sentir unidos en la adversidad y satisfechos de la capacidad humana para superarla.

Los treinta y tres hombres que han permanecido a setecientos metros bajo tierra han dado un ejemplo de resistencia, disciplina y cooperación que subraya su cualidad de valiosos instrumentos para la supervivencia. Cuantos han participado en el rescate señalan la primordial importancia de que, en el curso de su largo encierro, se hubieran mantenido juntos y establecieran y respetaran una jerarquía. Junto a la proeza técnica, en la que ha colaborado la NASA –lo que debería hacer pensar a quienes preguntan para qué sirve mandar cohetes a la Luna– encontramos, como condición sine qua non del éxito, la hazaña moral de los mineros.


En la BBC o la CNN –todavía hay que recurrir a los clásicos– mostraron el mensaje de un británico que confesaba su envidia de los mineros porque tenían mujeres e hijos que les querían. ¡Quién los tuviera en Liverpool! Desde los dramas personales que sufrimos en las fragmentadas sociedades posmodernas se observa con nostalgia el modo de afrontar la fatalidad en aquellas que aún se rigen por valores tradicionales. En el caso que nos ocupa, la familia y las creencias religiosas ayudaron a sostener la fortaleza de los atrapados. Todos lucían, al salir, camisetas con la leyenda: "Gracias, Señor". Son valores que, en nuestros contextos, se tachan de ridículos, perjudiciales y obsoletos, a pesar de su notable evolución. Y se olvida que cuando el ser humano se ha puesto a inventar otros, han resultado peores.

La operación de rescate será justo motivo de orgullo para la nación chilena. Su esfuerzo por salvar a los mineros muestra el valor que se le da a la vida en un país civilizado. Enhorabuena. Y a llorar.


Libertad Digital - Opinión

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